CONEXIÓN ENTRE LA MENTE Y EL SISTEMA INMUNE
La psicología profunda de la enfermedad
Sabemos actualmente que nuestros estados de ánimo se
reflejan directamente en nuestra salud. La eudaimonia, o la felicidad que viene
del alma, parece ser clave para regular nuestro sistema inmune. Encontrar la
eudaimonia, sin embargo, significa hacerle caso a nuestro demonio personal.
En los últimos años se ha gestado discretamente un cambio
de paradigma dentro de la ciencia, de la visión cartesiana reduccionista que
cortaba de tajo y dejaba prácticamente incomunicados al cuerpo y a la mente, a
una visión más inclusiva que considera a la mente-cuerpo como un solo
sistema, dando lugar a disciplinas como la psicobiología y la
psiconeuroinmunología.
Hoy sabemos que nuestro estado de ánimo y los estímulos
del medio ambiente tienen efectos a nivel celular y son tanto o más importantes
para nuestra salud que nuestros genes. "La vieja forma de pensar era que
nuestros cuerpos eran entidades biológicas estables, fundamentalmente separadas
del mundo externo", dice Steven Cole, profesor de medicina en UCLA.
"La nueva forma de pensar es que hay mucha más permeabilidad y fluidez...
nuestro cuerpo es literalmente producto del ambiente".
Cole, moviéndose entre la ciencia dura y aspectos más
suaves relacionados con el problema mente-cuerpo, intenta determinar la
relación entre la "felicidad" y el sistema inmune: cómo reaccionan
nuestras células a lo que subjetivamente llamamos felicidad --acaso así
haciendo tangible lo que es la felicidad, encontrando una respuesta a esta
pregunta milenaria, aunque desde la perspectiva parcial del cuerpo. Su trabajo
lo ha llevado a concluir que "no hay duda de que la mente y el sistema
inmune están ligados".
Entrevistado por The Atlantic, Cole explica que experiencias negativas como
un diagnóstico de cáncer, la depresión, el estrés, el trauma o el bajo estatus
socioeconómico pueden afectar el perfil inmunológico de una persona. Mientras
que "las experiencias de felicidad y la percepción de esas experiencias en
nuestro cuerpo" también producen cambios en nuestros mecanismos
biológicos, en sentido opuesto. Cole cree que estas experiencias positivas son
capaces de "remodelar nuestra composición celular".
La antigua división entre el cuerpo y la mente que ha
acompañado a la ciencia en sus fundamentos por tantos años no se sostiene: es
prácticamente imposible que lo que experimentamos mentalmente (la imaginación,
la fantasía, el pensamiento, la preocupación, la relajación, etc.) no se
reproduzca también en nuestro cuerpo. Nuestra salud no sólo es el cúmulo de
todas las cosas que hemos ingerido, el ejercicio que hemos hecho y nuestros
genes, es también el agregado de todos nuestros pensamientos y emociones
(nuestro cuerpo no puede dejar de registrar todos nuestros estados mentales y reprogramar
su funcionamiento a partir de ellos).
Lo anterior nos obliga a tomar responsabilidad por lo que
ocurre en nuestra mente en cada momento, sabiendo que, si bien un pensamiento
aislado o una emoción fugaz seguramente no debilitarán significativamente
nuestra inmunidad, la reiteración de nuestras formas de pensamiento y
reacciones ante el mundo van apilándose y forman los hábitos y patrones
que llegan a determinar nuestro estado de salud general. O, con mayor
precisión: "La experiencia que tienes hoy afectará la composición de tu
cuerpo por los siguientes 80 días, porque eso es el tiempo que tardan la
mayoría de los procesos celulares", dice Cole. ¿A cuántos ciclos de estrés
de 80 días hemos sometido a nuestras células?
"Una de las funciones principales de la mente es
mantener a bajo nivel la presión o, mejor dicho, no permitir que la presión
surja desde un inicio", dijo Manly P. Hall hablando sobre el
"simbolismo psíquico" de algunas enfermedades. La mente, es el
regulador metabólico de todos los procesos orgánicos y tiene la capacidad de compensar
desequilibrios con su acción intencional. Hay diferentes formas de ver esto, si
tenemos una tendencia a estresarnos fácilmente puede generar el efecto
contrario al deseado. Este pensamiento de preocupación o de frustración o de
odio, puede ser la semilla de una enfermedad. Tal vez puedas percibirlo como
una presión extra sobre tu facultad mental. Esto es una
forma de verlo. Por otro lado también puede ser un respiro: tu actitud, la
forma en la que empleas tu mente y la forma en la que te relacionas con el
mundo puede sanarte, puede afectar directamente tus células y mantenerlas, como
una brigada de soldados contentos y comprometidos con la estrategia nacional,
atacando a tus enemigos verdaderos (y no volteándose en tu contra).
El sistema inmune tiene dos funciones principales: luchar
contra agentes infecciosos y causar inflamación. La primera función es la que
consideramos generalmente como señal de que nuestro sistema inmune funciona
adecuadamente, en equilibrio, dirigiendo sus esfuerzos contra las verdaderas
amenazas que enfrenta nuestro cuerpo. La segunda función, la inflamación, es en
muchos casos el resultado de una sobreexcitación, ya sea porque introducimos
agentes tóxicos a nuestro cuerpo (o que nuestro cuerpo percibe como tóxicos,
como es el caso de algunas intolerancias a alimentos que la mayoría de las
personas toleran perfectamente bien) o porque el estrés hace que nuestro
sistema inmune esté combatiendo permanentemente enemigos invisibles --ya no
virus o bacterias, sino quimeras. Además de causar dolor, la inflamación puede
también dañar el tejido y con el tiempo producir una cuantiosa serie de
enfermedades (la mayoría de las enfermedades neurodegenerativas, por ejemplo,
parecen estar ligadas a la inflamación).
Cole realizó un estudio con sus alumnos cuyos resultados
nos ayudan a entender mejor cómo nuestra psicología profunda se refleja en
nuestro sistema inmune. En el estudio se midió el perfil de expresión genética
de un grupo de voluntarios y se relacionó con una evaluación de sus niveles de
felicidad. Un mejor perfil de expresión genética significa una mayor respuesta
antiviral y una menor respuesta inflamatoria. La evaluación de la
felicidad se dividió en la felicidad "hedonista" y la "felicidad
eudaimónica". "La felicidad hedonista es el estado de ánimo elevado
que experimentamos después de un evento de vida externo, como comprar una
casa"; la eudaimonia es "nuestro sentido de propósito y dirección en
la vida, nuestro involucramiento con algo más grande que nosotros",
explica Cole. El estudio mostró una notable correlación entre la felicidad
eudaimónica y un mejor funcionamiento del sistema inmune.
El estrés crónico que reduce la felicidad eudaimónica,
sugiere Cole, puede acortar la longitud de los telómeros, mientras que
actividades como la meditación mantienen la longitud de estos extremos de los cromosomas
que protegen el ADN e intervienen en el proceso de envejecimiento. En otras
palabras, la disciplina mental es capaz de afectar la expresión genética y
regular la función de nuestro ADN. Para quienes dudaban de los poderes mentales
del ser humano.
La eudaimonia o el buen daimon
Personalmente, lo que me interesa más del trabajo de Cole
es el énfasis en la eudaimonia. Su investigación sugiere que la salud humana y
la felicidad misma es el resultado de un buen daimon (que es lo que significa
la palabra eudaimonia). El daimon es, según se creía en la antigua Grecia, el
genio o acompañante del alma (a veces usado como sinónimo mismo del alma o
psique). "Ethos anthropos daimon", escribió Heráclito, una
frase que se traduce como "Carácter es destino" (daimon siendo
destino en este caso). Quizás nos ayude más leer la frase de Heráclito, llamado
a veces el primer psicólogo, de esta forma: "El carácter del hombre
es su daimon" y de aquí intentemos entender lo que es el daimon.
Marsilio Ficino, el gran traductor de Platón y otros
clásicos, eje del renacimiento cultural de la Florencia de los Medici, dijo
sobre el daimon: "Quien descubre su propio genio a través de estos medios
encontrará su trabajo natural y al mismo tiempo encontrará su estrella y su
daimon. Siguiendo este camino obtendrá felicidad y bienestar". Ficino,
quien fuera conocido como "doctor del alma", amplía aquí el sentido
de la frase inscrita en Delfos "Conócete a ti mismo"; conocerse a sí
mismo es conocer también a nuestro daimon, nuestro destino, ese espíritu que
nos guarda y asedia, como "una estrella flotando sobre la tierra,
conectada al alma", según Plutarco. Patrick Harpur, quien ha relacionado
al daimon con las apariciones numinosas de diferentes épocas --desde los
ángeles y las hadas a los OVNIs- dice que una forma de imaginarlo es como
"una manifestación personal de un dios impersonal".
Jung en sus memorias dice "estoy consciente de que
'mana', 'daimon' y 'dios' son sinónimos del inconsciente -eso es otra forma de
decir que sabemos tan poco de los primeros como del último", y agrega que
el inconsciente era un término "científico" y "racional"
mientras que el "uso del lenguaje mítico"[el daimon] da "ímpetu
a la imaginación". Jung siempre quiso mantener legitimidad científica en
su trabajo, por eso la predilección por el "inconsciente". Aquí
podemos también aplicar su máxima de "hacer consciente el
inconsciente", la clave de su psicología, lo que significaría en otras
palabras familiarizarnos con nuestro daimon --para no ser inconscientemente
víctima de su tiranía.
Quizá la fuente más reputada de lo que es el daimon es
Platón, quien nos introduce al daimon de Sócrates, el cual lo encaminó a
aceptar el destino de la cicuta y quien, relatando el mito de Er, señala que
cada alma tiene asignada un daimon personal que se encarga de vigilar el
cumplimiento de la "porción" entregada por las Moiras al
nacer. El daimon es el encargado de administrar y atender ese destino que
hilan las Moiras; un destino que no es del todo fatal, ya que fue elegido por
nuestra alma. En cierta forma las Moiras (que son la porción misma que se
entrega) se transpolan al daimon, que a su vez es el representante de Ananké,
la diosa de la necesidad, madre de las Moiras. Por lo que podemos entender que
nuestro destino es aquello necesario --lo que no podemos ceder, por eso el celo
voraz del daimon.
En su libro The Soul's Code, James Hillman
argumenta que la enfermedad es una de las formas con las que el daimon --que
participa en el arquetipo del trickster-- nos obliga a reflexionar y
recapacitar para que no nos desviemos del camino de nuestra necesidad interna,
del llamado profundo de nuestra vida, acaso procrastinando por campos
hedonistas o en la ambición de la materia (lo del ego es el principio del
placer, lo del alma es el compromiso teleológico). En otra parte Hillman
escribe: "Hasta que el alma no obtiene lo que quiere, nos enferma"
(si estas inflamado no vayas al doctor, pregúntale al daimon). Manly P. Hall,
el erudito fundador de la Philosophical Research Society, observa que la
mayoría de las personas enfermas con las que ha tratado "no tienen una
salida creativa", como si el hecho de no estar creando, de no estar
cumpliendo con su propia obra magna, cualquiera que sea (y muchas veces es el
servir a alguien más), les restara fuerza vital (fuerza vital que se alimenta
de dar al mundo fuerza vital). "Negar la propia alma es ser separado de la
fuente misma de la vida", escribe Patrick Harpur, en El fuego
secreto de los filósofos.
Tiene sentido, las personas que manifiestan vivir una
vida plena de significado --no de placer e indolencia-- son también más sanas,
no tienen un sistema inmune que lucha en su contra, activando tormentas
inflamatorias con fuego cruzado. El sentido es la salud, el
dao. Seguir el camino que marca el daimon, vivir en armonía con el pleito de
nuestra alma, parece ser la clave de la salud. Todo lo demás son pequeñeces.
Esto también hace eco de lo que descubrió Viktor Frankl en los campos de
concentración de la Segunda Guerra Mundial: los hombres con sentido existencial
no se desmoronaban ante las abyectas condiciones que enfrentaban. Howard Bloom,
en su libro Global Brain, señala que los seres humanos somos
"hipótesis que lanza la mente global" y aquellos hombres-hipótesis
del devenir planetario que prueban ser valiosos para esta mente global, este
superorganismo del cual somos como las células individuales, son recompensados,
gratificando su sistema inmune con una cascada de dulces y relajantes drogas
orgánicas: hormonas, neurotransmisores como dopamina, GABA, serotonina o el
butirato (esa mantequilla de los dioses de la inmunidad); los otros, cuyas
vidas no tienen significado para el colectivo, son inundados con cortisol y
adrenalina y llevados a los ghettos y gulags de la inmunodeficiencia.
¿Acaso es que la vida, ese misterioso hálito, es una
dádiva, una bendición y una manda que es depositada en nosotros y que podemos
perder en cualquier momento; que perdemos cuando nos alejamos de ese misterioso
destino que llama a nuestra alma a su morada divina entre
las estrellas?
Twitter del autor: @alepholo
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