Vivimos en una sociedad que nos educa para acumular posesiones materiales. Debido a esta adicción a lo material, pasamos décadas trabajando en cosas que no nos interesan, haciendo realidad los sueños de los demás y endeudándonos para satisfacer esa irresponsable necesidad de consumo.
Síntomas
de la adicción material
Muchísima
gente, sea cual sea su nivel económico, tiene casas que no puede
pagar, más de un coche, dispositivos electrónicos de última
generación (iPad, iPhone, portátil, consola de videojuegos, tele de
plasma…) y armarios de temporada. Tener
a una persona que limpie la casa es algo tan normal que ya ni
siquiera se considera un lujo.
Por supuesto, es igualmente común tener a otra persona que vigile a
los niños mientras los padres trabajan o hacen otras
cosas. Esas
mismas personas tienen apenas
15 días de vacaciones al año,
durante los cuales vacían su cuenta corriente para ir a recorrer
países enteros a toda prisa.
Y no hablemos de la fiebre de las suscripciones: gimnasios, clases de
Zumba, Amazon, cable, Spotify…
En
resumen: vivimos peligrosamente por encima de nuestras posibilidades.
Nuestro nivel de vida no es sostenible. Hemos perdido la noción de
lo que es un lujo, y creemos que tener un segundo coche es una
necesidad básica. Incluso las personas que cobran el salario mínimo,
y viven a penas por encima del umbral de la pobreza, tienen un iPhone
en el bolsillo con el que te pueden enseñar las fotos que hicieron
en la Riviera Maya.
Al
igual que muchas otras personas, yo también fui educada para ser
consumista. Yo también creía firmemente que necesitaba comprarme
un bolso nuevo, que debía
renovar mi smartphone, que sería más
feliz en
una casa más grande. Trabajaba
horas y horas, con frecuencia pluriempleada, para comprar cosas y más
cosas.
Es más, tenía una lista donde apuntaba todo lo que todavía no
tenía (y que llamaba “lista de cosas que necesito“).
Cuando se acercaba mi cumpleaños, o Navidad, enviaba esa lista a mis
familiares y así conseguía todavía más cosas.
Un
día me di cuenta de que cuanto
más tenía más miserable me sentía.
Por mucho que acumulara, mi nivel económico nunca me permitiría
vivir como los ricos de las películas, como los medios y la sociedad
nos educan para querer vivir. Sentir
ese déficit, entre mi miserable realidad y el ideal prometido, me
traía todavía más infelicidad.
¿La
solución? Trabajar más y más y más… y olvidarme de lo que me
hacía feliz. Y
lo olvidé. Completamente. Durante muchos años no pude recordar qué
era lo que me motivaba. Me mudé a otros países (al Reino Unido
primero y, luego, a Estados Unidos) en busca de economías más
fuertes en las que pudiera trabajar más y ganar más dinero todavía.
Para comprar más cosas. ¿El resultado? Solo más insatisfacción.
Y
entonces comprendí que vivía
prisionera de mi “lista de cosas que necesito“.
Prisionera de mis
hábitos de consumo.
Víctima de una sociedad irresponsable que nos educa para consumir a
lo tonto y trabajar como burros. Y
así es como me convertí en una friki
de la frugalidad.
Una radical
del minimalismo. Una ninja
del ahorro.
Una anarquista
del consumo
Lista
de cosas que no necesito
Esta
es mi lista de cosas que no necesito. La
única lista que todos deberíamos hacer y la única que debería
guiar nuestros hábitos de consumo. La
hice para romper con mi antiguo yo, mi pasado manirroto e
irresponsable, y declararle al mundo mi firme compromiso hacia la
libertad, la felicidad y la verdadera abundancia: el
reinado de lo inmaterial
Cosas
de la cocina
-
No necesito una panificadora
-
No necesito un pelador de ajos
-
No necesito un microondas
-
No necesito un juego de té ni un set de tacitas de café
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No necesito más que 4 ó 5 cacerolas y sartenes
-
No necesito un exfoliante de huesos de albaricoque
-
No necesito un neceser lleno de artículos de maquillaje
-
No necesito un hidratante para cutículas o un reductor de ojeras
-
No necesito un rizador de pestañas
-
No necesito más que un solo perfume o colonia
-
No necesito ningún producto para el pelo más que el champú y el suavizante
-
No necesito más de 2 ó 3 bolsos
-
No necesito más zapatos
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No necesito ropa que llevo más de 1 año sin ponerme
-
No necesito un teléfono nuevo si el mío todavía funciona
-
No necesito un ordenador nuevo si el mío todavía funciona
-
No necesito una consola de videojuegos
-
No necesito un iPad o una tablet (para nada)
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No necesito un ebook
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No necesito ir al cine o al teatro con frecuencia
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No necesito televisión por cable ni canales privados
-
No necesito recorrer un país entero en 12 días
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No necesito ir a bares o restaurantes cada semana
-
No necesito comprar videojuegos
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No necesito comprar más decoración de temporada
-
No necesito una lámpara nueva si las mías todavía funcionan
-
No necesito redecorar mi casa
-
No necesito muebles que vayan a conjunto
-
No necesito una alfombra persa del tamaño de una habitación
-
No necesito un sofá con 6 plazas y chaise longue, cuando solo somos dos personas
Podría
seguir. Indefinidamente. Y
la “lista de cosas que no necesito” es ahora tan larga como antes
lo era mi “lista de cosas que necesito“.
Ahora, cuando se acerca mi cumpleaños o Navidad, para aquellos
familiares más consumistas que siempre aparecen en la puerta de mi
casa con una panificadora o unas manoplas de silicona, les envío
esta lista. “¿Y
pues? ¿Qué necesitas, si no?”,
me preguntan alarmados por mi tajante radicalidad. “Experiencias.
Tiempo. Libertad”,
respondo.
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