29/1/19

Pensar la libertad como la igualdad en el derecho a disponer de tiempo seguro

DERECHO AL TIEMPO


La distribución entre los que tienen tiempo y los que no lo tienen es la distribución entre quien conoce e ignora, entre quien manda y obedece. El reparto del tiempo define quién es libre y quién no lo es.

No solo estamos viviendo un tiempo de crisis, también asistimos a la crisis en la manera que experimentamos el tiempo. Sabemos que el poder tiene que ver con el tiempo, sobre todo tiene que ver con la disputa entre quiénes pueden o no pueden decidir qué hacer con él. Sabemos que la distribución entre los que tienen tiempo y los que no lo tienen es la distribución entre quien conoce e ignora, entre quien manda y obedece. El orden del tiempo marca la frontera entre quienes aparecen y quienes observan, entre quienes son visibles y quienes son invisibles, así como entre quienes logran o no ser sentidos en sociedad. En definitiva, el reparto del tiempo define quién es libre y quién no lo es.

Desde el urbanismo a las infraestructuras, pasando por el acceso a la vivienda, los desequilibrios regionales o las tareas de cuidados, siempre opera una jerarquía temporal en la distribución de roles, ubicaciones y fijaciones correspondientes a un orden social. Quienes menos tiempo disponen son también quienes menos libres son. En nuestra sociedad moderna, el tiempo que menos vale es el tiempo de quienes trabajan cuidando, limpiando y recolectando; mujeres, jóvenes e inmigrantes, principalmente, pero no solo. El archipiélago proletario se compone de los desposeídos de un tiempo propio, en una sociedad que obliga a la mayoría a vender su tiempo a cambio de dinero. Si puede.


Al margen de la discusión sobre si lo que se está acabando es el trabajo —de ser así se acabaría el capitalismo—, lo que sí finaliza es la época en la que el trabajo adopta la forma de empleo para volver a una modalidad de trabajo más parecida a la del siglo XIX: intermitente, inseguro. Hoy toda nuestra vida queda subsumida al reino del trabajo y el dinero, por lo que todo acceso a los medios de subsistencia se consigue a través de los medios de empleo. Hoy la dependencia social al trabajo es mucho más intensiva y extensiva, en un momento en el que el trabajo no alcanza para reproducir la vida.

En esta tesitura, el trabajo no garantiza un mínimo de seguridad y recrudece la no libertad cuando la fuerza de trabajo reduce su margen de decisión sobre su propio tiempo y se ve forzada a someter todo su tiempo de vida como tiempo disponible a trabajar. El capitalismo produce población superflua porque permite que abunden los medios de vida al tiempo que escasean los medios de empleo, lo cual revela la naturaleza de su dinámica, que no es la de satisfacer necesidades, sino la de multiplicar el dinero.

Pensar la libertad en torno a la igualdad en el derecho a disponer de tiempo seguro permite aterrizar el debate en torno a la renta básica incondicional desde una perspectiva democrática. La garantía de servicios incondicionales y universales como forma de aunar la seguridad, la libertad y la igualdad en una sociedad en la que, en lugar de aceptar cualquier trabajo por precario que sea, exista el derecho a rechazarlo porque se dispone de un tiempo de dignidad garantizado.

Adam Smith entendía que “cuando predomina el capital, prevalece el trabajo; cuando lo hace el ingreso, se impone la pereza”, o, dicho de otro modo, cuando la sociedad cuenta con garantías se ve menos forzada a tener que vender su tiempo barato a un tercero por un salario, lo que le permite dedicarse a otras actividades que satisfacen necesidades pero que no están mediadas por la relación del trabajo que produce mercancías. Una política integral sobre el tiempo no es solo un paquete de medidas para paliar la desigualdad, apunta sobre todo a definir los contornos de un nuevo modelo civilizatorio en el que la riqueza no aparece como un enorme cúmulo de mercancías.


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