8/3/16

Una propuesta que podría beneficiar a miles de iniciativas para salir de este sistema y construir su independencia económica

SOCIEDAD CASHLESS: El corralito monetario ya está aquí y tú con esos pelos


Al final de la escapada: Futuro y fuga del dinero
Aunque tentativamente damos un plazo de diez o quince años para el cierre definitivo del sistema monetario sobre nuestras cabezas, en este mismo año veremos avances significativos en esta dirección. Por un lado el fracaso manifiesto de la expansión monetaria obliga a los estados a buscar refugio en “la solución final”. Por otro lado vemos que, mientras aumenta la penetración y la carga publicitaria del pago móvil, grandes bancos mundiales como Goldman Sachs se animan a entrar en el mercado de las criptomonedas no sólo por ventajas obvias de agilidad comercial sino para ganar “profundidad estratégica”.

La perspectiva puede parecer ominosa, pero la aparición de monedas no estatales es la reacción inevitable que ha de manifestarse justo cuando la concentración de poder del sistema monetario imperante amenaza con hacerse absoluta. Pero tener su propia criptomoneda con su encriptación y sus cadenas de bloques no es algo que sólo puedan hacer los bancos. Si se les permite a los bancos, no se le puede prohibir a ningún agente o comunidad, no importa lo pequeña que sea, si es que puede desarrollarla. ¿Y si no se permite? Es casi imposible prohibir las criptomonedas, ante ellas al estado sólo le caben dos alternativas: el ataque informático, o la persecución policial de los usuarios como delincuentes.


Justo cuando el círculo parece cerrarse surgen las bifurcaciones; éstas son completamente inesperada y nada tienen que ver con pesados antagonismos dialécticos.
En su libro “Un mundo radicalmente beneficioso: Tecnología, automatización y creación de trabajo para todos” Charles Hugh Smith propone un nuevo tipo de comunidades basadas en su propia creación del dinero, a las que denomina abreviadamente CLIME, acrónimo en inglés para Community Labor Integrated Money Economy, o Economía de comunidades de dinero integrado en el trabajo [7]. Las comunidades CLIME quieren ser sistemas distribuidos e igualitarios de pertenencia voluntaria creados para cubrir necesidades concretas y cuyo trabajo es pagado con dinero creado por la misma comunidad.

Esta propuesta se deja incluir muy bien dentro de una corriente amplia y plural de movimientos horizontales o desjerarquizados que asumen la descomposición del actual sistema y lo ven como una oportunidad para construir algo nuevo desde abajo y desde los intersticios que se abren. Aquí la horizontalidad se entiende ante todo como un principio de democracia económica con un modelo práctico que pueda sostenerse, prosperar y hacer un inmenso número de cosas que a los grandes agentes del modelo actual no les interesa hacer. Tendemos a asumir que el estado y las compañías buscando el máximo beneficio, en su degradada simbiosis, forman la economía sin más. Pero la economía comunitaria es un tercer sector irreductible a los anteriores por diversas razones:

1.      Permite prioridades y metas fuera de la lógica del máximo beneficio, sin estar financiadas por el estado.
2.      Se basa en la propiedad y la operación local sin estar controlado por agencias ni jerarquías externas, incluyendo la provisión de dinero.
3.      No puede endilgar los riesgos de sus decisiones a otros, como ocurre continuamente con grandes empresas y burocracias.

Pero ya el primer punto es suficientemente amplio, pues por más que se nos quiera hacer ver lo contrario, hay muchas más necesidades que no se rigen por la lógica del máximo beneficio que las que se rigen por él. Para sacar provecho de este hecho hay que crear una infraestructura que permita a la gente prosperar trabajando y recibiendo servicios dentro de otra lógica impuesta por las comunidades pero que no se encierre en ellas.

Las comunidades CLIME aceptan el principio de competición y sus miembros tienen libertad para entrar, salir y buscar otras comunidades, así como a pertenecer a varias a la vez, o incluso estar trabajando simultáneamente fuera de la economía CLIME. A lo que sí se comprometen es a aceptar siempre su moneda como forma de pago.

La economía CLIME es distribuida, descentralizada y por lo tanto escalable: se puede extender de un centenar de grupos a cien mil o un millón con muy poco costo central dado que cada grupo añade su propio servidor y contribuye con un mínimo al mantenimiento del sistema global. CLIME emite su propio dinero y se autofinancia después de que ha puesto a punto sus cinco motores de software:

1.      Para organizar la comunidad.
2.      Para la acreditación entre iguales y verificación del trabajo.
3.      Para la distribución, administración y emisión de su criptomoneda.
4.      Para un mercado global de bienes y servicios producidos por individuos y grupos de comunidades.
5.      Una cámara de compensación y transacción para la moneda CLIME.

Los cinco motores están automatizados y de su software ya existen ejemplos con un éxito probado:

1. ICANN o Linux para la administración privada sin ánimo de lucro de sistemas globales; 2. Yelp para rankings privados;                                                                             
3. Bitcoin para una moneda no estatal global;                                                                          4. Craiglist para un mercado privado y compra-venta entre iguales.

El quinto motor, para transacciones y compensaciones cuantitativas de moneda es aún menos complejo y hay montones de alternativas disponibles. Todos estos sistemas son de bajo coste y pueden extenderse indefinidamente; ya se usan a diario por millones de personas, y sólo hace falta reorganizarlos con una nueva finalidad. Se basan en el texto y requieren una memoria modesta para los actuales estándares.

A pesar del soporte informático las comunidades CLIME son en principio comunidades locales reales, no virtuales, con necesidades muy concretas que cubrir. Se dedica una porción importante del tiempo a la verificación del trabajo ejecutado y a la prevención del fraude, lo que es indispensable para que perdure el sistema. Pues si no se ejecuta el trabajo por el que se paga, la moneda, que no tiene otro respaldo que el trabajo, pierde valor.

Así pues, la moneda CLIME toma de Bitcoin la tecnología básica de la cadena de bloques, pero no el sistema de minería para la asignación del valor. No es, pues, una moneda basada en la escasez, como podría ser Bitcoin o el patrón oro, que siempre se prestarán a la especulación por acumulación y a la concentración de poder. El respaldo es el trabajo: a trabajo hecho, dinero hecho según la valoración pertinente. Una moneda así es inmune a la inflación siempre que el trabajo produzca algo que es valioso y escaso en la comunidad.

La moneda CLIME, llámese como se llame, es aceptada con idéntico valor por cualquier otro grupo CLIME en cualquier parte, aunque los costes de la vida puedan ser muy diferentes. Corresponde a los grupos establecer la compensación del trabajo en cada lugar. Por otro lado, la cámara de compensación puede establecer los cambios con las monedas exteriores al sistema, las divisas ordinarias de todos conocidas, o incluso otras criptomonedas privadas que vayan emergiendo.

En principio cabe ver esta economía como un gran mercado negro creciendo a la sombra de la economía ordinaria y buscando su propio sol. ¿En qué es en lo primero que uno piensa si le dicen que van a prohibir el uso de billetes o de cualquier otra cosa? En el mercado negro, naturalmente. 

Por otra parte, y junto a otras propuestas parecidas, las comunidades CLIME pueden ser una excelente idea, pero encuentra su mayor obstáculo en la masa crítica de usuarios necesaria para que su moneda goce de aceptación y apreciación. Para superar esta barrera se apela al efecto multiplicador de la red, en que el valor de una utilidad depende del número de usuarios. Como es sabido, si sólo hay cien teléfonos su utilidad es tanto menor que si hay cien millones, y lo mismo ocurre con las monedas. Aquí este efecto red podría despegar más fácilmente porque la red de redes y sus terminales ya están hechos, y sólo hace falta que esta utilidad tenga una demanda suficiente.

Y aquí es donde mejor puede apreciarse la complementariedad de los dos movimientos, el del estado-imperio-corporativo por cerrar su campo de concentración de siervos monetarios y el de las criptomonedas que intentan salir de esta prisión. El primero con todo a su favor parece tener ganada la partida, pero ahora le surge, medida por medida, una inopinada fuente de fugas. El segundo, en comparación, parece tan débil, y sin embargo nada puede fortalecerlo como la búsqueda de la exclusividad del primero. Hay empero un denominador común: ahora mismo, el agravamiento de la crisis del sistema actual favorece a ambos; más adelante, a medida que ambas propuestas cobren entidad, ya se irá viendo cuál es el desarrollo.

Una tentativa así de democracia económica con soberanía monetaria no pretende ni ser antisistema ni ser una alternativa política. Ve al conjunto del sistema actual como condenado e inviable, pero ve también que sin ser forzada por su creciente deterioro la gente nunca hará acopio de determinación para buscar otras cosas. Dado que esta caída no es un acontecimiento sino un largo proceso, no carecerá de puntuación histórica. Y es en el ámbito de tales inflexiones donde tal vez Hugh Smith se nos antoja menos previsor; pues para él, un sistema como el CLIME debería ser tolerado e incluso bienvenido por gobernantes inteligentes, en vista de su efecto amortiguador de la caída. Hugh Smith no se ocupa de las fuerzas que pueda haber en acción para buscar una forzada convergencia; los que están en la cumbre se resignarían sin más a ir perdiendo el control de las cosas. Pero rara vez se ve resignación en el poder.

Algunas consideraciones

Un plan como el de la economía CLIME no es una improvisación surgida al amparo de las últimas tecnologías y algunas corrientes de moda, como la memoria selectiva de algunos podría hacerles creer. Más bien es una propuesta que intenta resolver con medios nuevos problemas que ya fueron correctamente identificados por Proudhon y que siempre han estado en el punto de mira de las corrientes mutualistas. El problema más grande de la economía, nos parece, es el de su sistema monetario: quien controla el dinero controla todo lo demás. Y el problema más grande de la sociedad, y de la sociología que estudia la sociedad, es el de las oligarquías y los privilegios que determinan la estratificación social.

Michels, aquel sociólogo alemán que se unió al partido fascista italiano, habló de “la ley de hierro de la oligarquía”, y si hasta ahora oligarquía y organización han sido sinónimos, aún está por ver hasta dónde puede organizarse lo humano sin estructurarse en niveles y jerarquías. Pero en el mundo moderno es indudable que el problema del grifo del dinero y el de la oligarquía financiera son uno sólo con dos aspectos diferentes. Proudhon ya lo había entendido antes de que viniera Marx a enturbiar todo convirtiendo el tema concreto y sensible del dinero en el oportunamente abstracto del “capital”, y el tema de privilegios no menos concretos en la omnímoda “lucha de clases”.

La explotación venía de lejos, pero es justo con la industrialización que el crédito takes command como motor inmóvil del nuevo orden. Los circunloquios y devaneos para conseguir no hablar de esto, con la plusvalía y todo lo demás, son a menudo cómicos. Si a esto añadimos que en el capítulo de la historia se decreta la derrota del capital y el triunfo del proletariado como inevitables -la tesis más opiácea sobre el devenir histórico que quepa concebir- uno puede comprender la utilidad de sus análisis.

Pero la época de las adhesiones masivas dirigidas por unos pocos pasó a mejor vida, y lo que vemos ahora es una proliferación de tentativas de vocación horizontal con una retahíla familiar -cooperativas, sistemas de comercio local o LETs, barrios autiogestionados, producción y negocios entre iguales (P2P), asociaciones de ayuda mutua, el procomún, tecnología a escala humana, agricultura comunitaria, economías informales, determinadas organizaciones no gubernamentales, y así sucesivamente. No se puede dar un juicio homogéneo sobre proyectos tan dispares, pero está claro que la idea subyacente y la motivación está en ir más allá de la burocracia estatal y la lógica corporativa adueñándose de los espacios en que se revela su falta de pertinencia e incompetencia.

Ciertamente no faltan iniciativas de este tipo, y prosperarían incomparablemente más si se acierta a encontrar una solución lo bastante general para su financiación. Algunos dirán que no es necesaria ni deseable una solución universal, puesto que puede haber infinitas maneras según las circunstancias de conseguir el dinero o medios necesarios. Los LETs o sistemas de comercio local con su propio crédito sin interés fueron tal vez la primera respuesta a esta necesidad, pero como modelo no ha experimentado “el efecto red” y el interés se ha desplazado a otras fórmulas, como las monedas de tiempo, que tampoco trascienden la marginalidad.

Como vemos, todas estas iniciativas nacen en la marginalidad, pero tienen nostalgia de la universalidad -o al menos de sus ventajas. Es a lo que nos han acostumbrado las grandes divisas cambiables en cualquier parte del mundo; pero no sólo ellas, puesto que “el movimiento del espíritu”, como el del dinero, toma ya como punto de partida lo global abstracto para dirigirse a continuación a los particulares.

Dije de pasada que contra las criptomonedas sólo se podría luchar por el ataque informático o por la persecución policial de sus usuarios, ambos a menudo combinados, por la ventaja estructural con que cuentan los estados en materias de espionaje y vigilancia. Claro que hay una tercera posibilidad muy en el flujo natural de este proceso, y que no excluye para nada las anteriores: multiplicar las opciones de criptomonedas para dividir a los usuarios e impedir que alcancen masa crítica, un poco como se neutraliza un partido nuevo con otro nuevo más, aunque con una dinámica de proliferación más virulenta. Visto lo de Goldman Sachs, algunas o muchas de las criptomonedas podrían reconducir el vellón de los usuarios a la Criptarquía sin tan siquiera ellos saberlo. Ante estos riesgos evidentes, no hace falta decir que uno debería juzgar siempre una moneda por la trasparencia intrínseca de su funcionamiento; pero simultáneamente nadie se hurta a la “fuerza” de la moneda en cuestión, al cómo y a cuánto se cambia. En estas condiciones, una guerra de criptomonedas estaría cantada.

Una de las características peculiares del sistema CLIME de Hugh Smith es que no tiene crédito. Se emite dinero, pero no se emite crédito. No hay banco, por lo tanto. Esto es notable porque la mayoría de los modelos de los reformadores monetarios quieren acabar con el endeudamiento, pero no juzgan necesario prescindir del crédito -éste puede extenderse a unos intereses nulos o mínimos. En el CLIME el dinero surge del trabajo y nada más. Esto lo hace mucho más trasparente, aunque muchos juzgarán que el crédito es una institución demasiado poderosa como para prescindir de ella. Si un usuario del CLIME necesita dinero por adelantado, tendrá que buscarlo, o a nivel informal dentro de su comunidad, o en otras instituciones fuera del sistema.

Hugh Smith divide la riqueza en capital tangible, capital intangible, capital simbólico y de infraestructura. El capital tangible lo integran el capital financiero (dinero en efectivo, inversiones comercializables), el capital natural (toda la naturaleza) y el capital fijo (maquinaria, herramientas, redes de comunicación…). El capital intangible se desglosa en capital humano (conocimiento y experiencia), capital social (relaciones que hacen posible el comercio y la cooperación productiva) y capital cultural (las instituciones sociales y políticas que hacen posibles los aumentos productivos) 
El capital simbólico comprende a las herramientas conceptuales que hacen posibles nuevas formas de ser productivo (por ejemplo el concepto de crédito o el movimiento de software libre). Finalmente el capital de infraestructura es el conjunto de todas las otras formas de capital trabajando unidas y que es más que la suma de sus partes (para ver la falta de infraestructura imaginemos a un potentado “hecho a sí mismo” caído en un desierto sin ninguna forma de poder disponer de su riqueza, sus conocimientos, sus habilidades).

Estas diferentes riquezas englobadas bajo la expresión “capital” siempre serán algo otro que una cuestión de dinero o capital acumulado, aunque se diría que el espíritu del capitalismo, en última instancia, quiere reducirlo todo a dinero, homogéneo, líquido y de disponibilidad ilimitada. El marxiano “todo lo sólido se desvanece en el aire”sí que se revela visionario y alquímicamente cierto, pues de lo que se trata siempre es de movilizar, y por tanto, de aumentar la parte volátil a expensas de la fija.

Que vivamos en una edad en que “todo es espíritu” lo prueba el que nada echamos tanto de menos como aquellas pocas cosas que el espíritu, ahora como mera inteligencia, no ha asimilado. Antaño el espíritu era lo vivificador, hoy es lo que chupa la sangre; antaño era lo pacificador, hoy es lo que no deja nada quieto. Antaño era la olímpica independencia, hoy no es nada si no tiene algo que incordiar, aunque no deja de soñar en la Autocracia. La lista de contrastes podría seguir, sepamos poco o nada de lo que pueda ser el otro espíritu, todo lo que se presumía de él éste otro lo pone del revés a las mil maravillas. ¿Pero no suena como el colmo de las paradojas que los grandes bancos, los grandes atesoradores del capital y donde se supone que se pudre el dinero, sean los que más se quejan de la falta de liquidez? Claro que la liquidez no es dinero, sino, como nos explica puntualmente Wikipedia “la cualidad de los activos para ser convertidos en dinero efectivo de forma inmediata sin pérdida significativa de su valor”. Todo lo que no es obligación, hasta las piedras, son “activos”, con lo que ya está todo dicho. Y de los mismos pasivos u obligaciones ya se cuidan de hacerlos tan activos como se pueda.

Somos bien conscientes del gran excedente laboral para la demanda del sistema, pero se ignora en mucha mayor medida que hoy también hay enormes excedentes de capital -de capital financiero. Por eso el interés básico ronda el nivel cero y amenaza con entrar en territorio negativo. Estos grandes excedentes sobrevuelan apresurados nuestras cabezas pero no traen lluvia porque lo que buscan es rendimientos altos que cada vez son más raros. Las causas de estos excedentes de capital, que es un fenómeno relativo con respecto al rendimiento, pueden ser opinables, pero el hecho es difícil de negar, y no han de quedar sin consecuencias. Incluso con grandes derrumbes bursátiles y la depreciación de sus valores, parece difícil de concebir la vuelta a un mundo con escasez de capital. 

La lectura más palmaria de estos excedentes es que vienen de los excesos de emisión de dinero por parte de los bancos centrales, pero tal vez seguirían dándose también sin tales excesos. Naturalmente, también tendría que ver con cómo se hincha la base monetaria con el fermento del interés para sacar dinero-deuda del aire, ese predominio creciente del volátil sobre el fijo que está en el núcleo duro del sistema. Y por supuesto, está relacionado con el interés mismo y las expectativas de rendimiento en la inversión. Pero, mirándolo en su conjunto, creo que es algo inevitable y crónico que expresa cómo el sistema fracasa a todas luces en asignar los recursos.

Lo cierto es que la gran mayoría de la población trabajadora es incapaz de aprovechar ese excedente del mismo modo en que el capital aprovecha el excedente de trabajadores; la asimetría no puede ser más chocante. Y en esto no hablamos de conseguir “créditos baratos”, lo que también se ha hecho poco menos que imposible, sino en hacer fuerza de esa debilidad del capital. ¿Cómo? Justamente, creando una moneda de trabajo para crear nuestro propio trabajo. Ni que decir tiene, la asimetría viene de la estructura vertical contra la libre circulación del dinero. Pero si sobran los trabajadores en el sentido ordinario y sobra el capital financiero, ¿qué hay hoy que sea escaso, qué hay que no sólo no pierda sino que aumente su valor? La respuesta de Hugh Smith es el trabajo con sentido, esto es lo que se está haciendo cada vez más raro. Y es difícil negarlo. Cada vez más, el significado, incluso en términos económicos, es otra de las cosas que tienden a evaporarse dentro de las coordenadas del estado corporativo. Es otro reflejo más del clamoroso fracaso en la asignación de recursos, de que tanto se preciaba el viejo capitalismo.

En definitiva, el actual sistema encuentra una utilidad decreciente tanto en el trabajo como en el capital, o una creciente inutilidad, a la espera de que seamos nosotros quienes lo juzguemos prescindible.

Ya vemos el peso que tiene la democracia política sin democracia económica; pero hablar de democracia económica sin soberanía monetaria también son palabras vacías. Y es que algunos de los que hablan de democracia económica parece que sólo esperan un paraíso de las PyMEs. La moneda que propone Hugh Smith para una economía CLIME es desde luego un concepto igualitario, lo que nadie puede prever es cómo se las puede arreglar en un escenario de guerras de monedas, choques económicos y tentativas del imperio para absolutizar su control monetario-policial.

Algunos siempre dirán que esta postura es economicista porque pretende reducir complejos problemas sociales y políticos a la esfera económica. Desde luego, aquí nadie está hablando de resolver todos los problemas, sino de que éste ha sido un problema primordial, seguramente el más importante y con más ramificaciones, y cuyo tratamiento en la política convencional brilla por su ausencia. Nos hemos atrevido a decir que es el problema número uno en el sistema económico y social, o al menos que lo ha sido desde la revolución del crédito, también conocida como revolución industrial. Pero no sólo ocupa un lugar primordial e insustituible en la estructura económico-social, sino que la política monetaria es la piedra angular de toda la economía política, cuando se asume la primacía de la política sobre la economía. Más aún, cuando respondía a su carácter legal era el único atributo de la soberanía, del poder indivisible, que ejerce una presión continua y uniforme (y tal vez por esto se advierta menos). Y, por idéntica razón, ha sido el mecanismo más insidioso y eficaz a la hora de vaciar la soberanía de los antiguos estados-nación. Sin el dinero no hay soberanía y sin soberanía no hay sujeto político. Entonces, ¿qué se pretende que sea la política cuando hablamos de política? Sólo que, quién sabe si por mala suerte o por casualidad, entre las diatribas de todos los partidos y corrientes del espectro no encontró su lugar en el orden del día.

Las condonaciones de deuda tampoco son la solución si luego todo vuelve por sus fueros; es como aliviar al burro de su carga para no reventarlo y que aguante todavía más. Por otro lado si se habla de nacionalizar la banca y no se pretende terminar con el sistema de reserva fraccional de dinero-deuda, se sigue amparando la misma estructura de privilegio aunque cambien en parte los beneficiarios, persisten los mismos ciclos de burbujas y estallidos, la misma alocada necesidad de crecimiento a cualquier precio: todo lo indisolublemente asociado con el mal del capital.

En Suiza, donde ciertamente el público está más al tanto de las cosas del dinero, se ha logrado reunir las 100.000 firmas necesarias para llevar a referéndum la abolición de la reserva fraccional. Las probabilidades de que tal medida se lleve a cabo son algo mayores que cero, pero ahí queda eso.
Dentro de poco hasta a los del plan B europeo los tendremos hablando de “alternativas monetarias”. Demasiado tarde, porque para cuando ellos nos vengan con el cuento y nos hablen de sus enormes ventajas y del relanzamiento del estado de bienestar y de aliviar la desigualdad sólo serán los vendedores de lo que ya se ha decidido en otras instancias. Nos hablarán de alternativa cuando ya no haya otra alternativa… y los de más arriba y no pocos más creerán por un momento tocar el punto de fuga aunque todos sabemos que un punto de fuga nunca se toca.

Charles Hugh Smith ofrece una propuesta práctica digna de ser atendida y que podría beneficiar a miles de iniciativas que buscan salir de este sistema y construir su independencia económica. Mejor que despotricar contra el sistema y “caer en los placeres autodestructivos de la indignación” es votar con los pies y dejar de usar su dinero. O depender de él cuanto menos

ORIGEN : Al final de la escapada-Futuro y fuga del dinero -Miguel Iradier /Rebelión
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.


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