EL INCONSCIENTE COLECTIVO
El inconsciente colectivo,
las creencias y valores ampliamente compartidos que conforman la cultura y los
hábitos de un sistema de vida (llámese neoliberalismo o cualquier otro), están
tejidos y protegidos en un nivel muy abstracto y poderoso. Eso que la sociedad
ha creado por inducción, desde la suma de las mentes y actitudes individuales,
ahora rige por deducción, de arriba hacia abajo, y las voluntades individuales
discrepantes tienden a ser sutilmente –o no tanto- desprestigiadas,
apaciguadas, integradas o reconducidas en la dirección que marca el propio
sistema, para mantener la coherencia y fortaleza del mismo (Ruiz-Portella). No
se trata sólo del efecto que tienen las jerarquías de poder en la sociedad de
base, sino en este caso, fundamentalmente, de la identidad y “la personalidad
del mundo”, que se estructura como una gran red de fuerzas visibles e
invisibles, también con estructura jerárquica, a la que llamamos “sistema”.
Precisamente, uno de los elementos de fortaleza del actual sistema capitalista que se expande en el mundo ha sido siempre su flexibilidad y refinada capacidad para mantener la coherencia, aglutinando en su propia dinámica a todo tipo de movimientos pretendidamente rebeldes, y así, los movimientos culturales y los símbolos contra el sistema han sido a menudo absorbidos en la propia dinámica de la moda y del consumo.
Por la misma tendencia hacia la coherencia de todo sistema, unos pocos políticos aislados que pretendieran promover de forma decidida cambios sustantivos en el mundo, en base a creencias y valores básicos muy diferentes a los actuales, recibirían muy pocos votos, serían expulsados del poder rápidamente, tal vez comprados, anulados o frenados de cualquier forma. De entrada, en la actualidad este tipo de personas difícilmente puede encontrar las condiciones para acceder a altos puestos de poder. Incluso por tal motivo, para ser “aceptados por el sistema”, observamos por ejemplo que muy buena parte de los grupos y partidos políticos de orientación supuestamente ecologista se conforman con reclamar reformas pro medio-ambiente en las políticas gubernamentales, quedando así atrapados en una posición levemente reformista que deja intocable la esencia de un sistema que ha de ser revertido de modo bastante más radical (Valentín, 2009).
Precisamente, uno de los elementos de fortaleza del actual sistema capitalista que se expande en el mundo ha sido siempre su flexibilidad y refinada capacidad para mantener la coherencia, aglutinando en su propia dinámica a todo tipo de movimientos pretendidamente rebeldes, y así, los movimientos culturales y los símbolos contra el sistema han sido a menudo absorbidos en la propia dinámica de la moda y del consumo.
Por la misma tendencia hacia la coherencia de todo sistema, unos pocos políticos aislados que pretendieran promover de forma decidida cambios sustantivos en el mundo, en base a creencias y valores básicos muy diferentes a los actuales, recibirían muy pocos votos, serían expulsados del poder rápidamente, tal vez comprados, anulados o frenados de cualquier forma. De entrada, en la actualidad este tipo de personas difícilmente puede encontrar las condiciones para acceder a altos puestos de poder. Incluso por tal motivo, para ser “aceptados por el sistema”, observamos por ejemplo que muy buena parte de los grupos y partidos políticos de orientación supuestamente ecologista se conforman con reclamar reformas pro medio-ambiente en las políticas gubernamentales, quedando así atrapados en una posición levemente reformista que deja intocable la esencia de un sistema que ha de ser revertido de modo bastante más radical (Valentín, 2009).
Bajo cualquier pretexto aparentemente
sensato (aludiremos más adelante a los diversos mecanismos de defensa de
nuestro paciente) también los datos, las reflexiones y los textos discrepantes
con la mente del sistema (es preciso insistir en que no me refiero sólo a los
gobiernos, sino a la mente colectiva que domina en las bases, a los ciudadanos
que trabajan, consumen y votan) tienden a ser desatendidos, arrinconados o
zancadilleados, para que no incomoden con una gran difusión y promoción.
En una perspectiva global, nuestros líderes no son sino la encarnación de la personalidad colectiva, emanan de ella y la reflejan, y aunque ocupan un lugar privilegiado para mantener el estado de las cosas o bien para movilizar cambios, están también sujetos a las limitaciones y direcciones que marca la mente de la humanidad. Una mente creada por la elevación de la suma entretejida de todas las hebras individuales, conformando una entidad distinta y superior, más abstracta y poderosa. Es por ello que cualquier cambio en verdad significativo y duradero en la manera como se rige el mundo, cualquier cambio que permita no sólo aplacar temporalmente algunos síntomas, sino remover las causas más profundas que sostienen la enfermedad, ha de volver necesariamente a iniciarse desde abajo hacia arriba, desde el cambio operado en una suma extraordinariamente numerosa de las mentes individuales que mantienen con vida la mente del sistema. Aquí reside el valor crucial de la educación, entendida en sentido amplio. Un cambio mayoritario persona a persona en la misma dirección equivale, para este gran organismo llamado “humanidad”, a lo que en la psicología del individuo supondría ir eliminando los conflictos o contradicciones motivacionales internas, que son las que boicotean la posibilidad de que el paciente ponga en marcha una dedicación sincera, sin incongruencias o frenos internos inconscientes, en la nueva dirección que las estrategias terapéuticas persiguen.
En definitiva, un cambio en la identidad y en el nivel de creencias y valores de este paciente llamado humanidad viene dado por un cambio de las creencias y valores de muchos seres humanos, y sólo este tipo de cambio puede movilizar nuevos liderazgos, y nuevas, congruentes y perdurables estrategias que constituyan una verdadera terapia para la enfermedad del mundo. Si fuese más sencillo que todo esto, tanto sufrimiento habría motivado hace muchos siglos una reacción verdaderamente sabia y curativa.
En una perspectiva global, nuestros líderes no son sino la encarnación de la personalidad colectiva, emanan de ella y la reflejan, y aunque ocupan un lugar privilegiado para mantener el estado de las cosas o bien para movilizar cambios, están también sujetos a las limitaciones y direcciones que marca la mente de la humanidad. Una mente creada por la elevación de la suma entretejida de todas las hebras individuales, conformando una entidad distinta y superior, más abstracta y poderosa. Es por ello que cualquier cambio en verdad significativo y duradero en la manera como se rige el mundo, cualquier cambio que permita no sólo aplacar temporalmente algunos síntomas, sino remover las causas más profundas que sostienen la enfermedad, ha de volver necesariamente a iniciarse desde abajo hacia arriba, desde el cambio operado en una suma extraordinariamente numerosa de las mentes individuales que mantienen con vida la mente del sistema. Aquí reside el valor crucial de la educación, entendida en sentido amplio. Un cambio mayoritario persona a persona en la misma dirección equivale, para este gran organismo llamado “humanidad”, a lo que en la psicología del individuo supondría ir eliminando los conflictos o contradicciones motivacionales internas, que son las que boicotean la posibilidad de que el paciente ponga en marcha una dedicación sincera, sin incongruencias o frenos internos inconscientes, en la nueva dirección que las estrategias terapéuticas persiguen.
En definitiva, un cambio en la identidad y en el nivel de creencias y valores de este paciente llamado humanidad viene dado por un cambio de las creencias y valores de muchos seres humanos, y sólo este tipo de cambio puede movilizar nuevos liderazgos, y nuevas, congruentes y perdurables estrategias que constituyan una verdadera terapia para la enfermedad del mundo. Si fuese más sencillo que todo esto, tanto sufrimiento habría motivado hace muchos siglos una reacción verdaderamente sabia y curativa.
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