La gente está más
atemorizada que enfadada. Las malas noticias nos tienen amedrentados y
somos capaces de sacrificar nuestra libertad por la ilusión de la seguridad
aunque apenas quede nada que proteger. Además, las formas de participación
política más costosas vienen sufriendo el desgaste del miedo. Y los gobiernos,
lo saben.
Iba a
titular: ¿Qué tiene que pasar para que “el nivel de discrepancia en España”
deje de parecerle a Wert y al gobierno en general “una fiesta de cumpleaños”?
pero he preferido versionar a los Ilegales porque solo
voy a tratar una modesta hipótesis sobre por qué no arde la pólvora en nuestras
calles: porque la gente está más atemorizada que enfadada.
La teoría de
la inteligencia afectiva de MacKuen y Marcus trata sobre el razonamiento
emotivo y destaca la importancia de las emociones en nuestra manera de procesar
información y producir juicios políticos. Ciertas emociones, principalmente
negativas, y sobre todo la ansiedad, activan el sistema de vigilancia. Éste
hace que el individuo busque más información sobre un tema y reflexione al
respecto. El sistema de disposición, en cambio, activado por emociones como el
entusiasmo, nos llevaría a actuar y no a rumiar sobre lo que desencadena
la emoción. Desarrollos posteriores señalan que no todas las emociones
negativas pertenecen al sistema de vigilancia. La ira, por ejemplo, desencadena
reacciones propias del sistema de disposición, de manera que se ha encontrado
relación entre el enfado y la participación política. También Stéphane
Hassel lo vio claro sin tanta teoría: la indignación, prima hermana del cabreo,
es un importante motor de cambio político. Parálisis o acción. Miedo o ira.
Entre estos dos sentimientos nos debatimos en medio de noticias sobre
desahucios, recortes, corrupción, privatizaciones y nuevas leyes demenciales.
¿Cómo andamos
de ira los españoles? Regular. La evolución entre
1989 y 2012 de la mención de la irritación y la indiferencia entre los dos
principales sentimientos que los españoles asocian a la política. En torno a un
20% de los españoles sentían irritación hace unos 20 años. Desde el 2002, y
sobre todo desde 2007, esta proporción crece hasta el 40%. La serie sigue una
evolución inversa a la indiferencia, especialmente desde la crisis. Más
irritados y menos indiferentes, bien. Pero la creciente irritación no llega a
afectar ni al 50% de la población española, frente al 71% que lo que
principalmente siente ante la idea de “política” es desconfianza.
Pasemos al
miedo. No tenemos muchos datos sobre el nivel de ansiedad de los españoles con
respecto a la actualidad política, pero sí algunas pistas. A finales de 2010 el
CIS preguntaba por los sentimientos que albergábamos respecto al año próximo.
Un 38% respondió que afrontaba 2011 temeroso, casi un 69% que preocupado, que
viene a ser lo mismo. ¿Qué nos preocupa? El trabajo o la falta de él. El
barómetro de mayo de 2011 preguntó por qué situaciones daban más miedo; un 32%
de los encuestados respondió que quedarse en paro ellos mismos o un familiar
directo, y un 35% que quedarse sin el dinero necesario para atender sus
necesidades básicas.
En esa misma
encuesta, por cierto, se dio a elegir a los participantes entre el máximo de
libertad a costa de algo de seguridad o el máximo de seguridad a costa de algo
de libertad. El 63% eligió sacrificar la libertad por la seguridad. No estamos
hablando de abuelos temerosos por la escasa iluminación de su calle, sino de
efectos predichos por La
doctrina del Shock de Naomi Klein. El bombardeo de malas noticias nos tiene
amedrentados, y somos capaces de sacrificar nuestra libertad por la ilusión de
la seguridad aunque apenas quede nada que proteger. Barber también lo advirtió
en El Imperio del
Miedo: el gobierno que consigue inocular miedo en su población tiene
carta blanca para cometer todo tipo de tropelías por mor de la seguridad.
Nuestro gobierno, que lo sabe, prepara una secuencia de leyes que atacan
derechos fundamentales y aumentarán brutalmente los costes de movilización.
Pese a
nuestro indudable gusto por manifestarnos –como apuntaba recientemente Aina Gallego en
un blog de esta casa-, algunas formas de participación política más
costosas ya vienen sufriendo el desgaste del miedo. Preguntados por el CIS si
participaron o participarían en una huelga, la proporción de españoles que
afirman que ni lo han hecho ni lo harían nunca pasó del 19 % en 2007 al 27% en
2013. Un cuarto de los españoles son esquiroles potenciales en una hipotética
huelga general, caso de que todos tengan empleo ese día. Imagino que, aparte de
por la antipatía que les despiertan partidos y sindicatos, por el terror a
perder lo poco que les queda. Con este panorama, imaginen lo poco probable que
es una puesta en escena como la que pide Wert a gritos, con músculo.
A este
respecto, la evolución de las respuestas a esta pregunta del CIS: al margen de
su familia “¿hay algo por lo que Ud. considere que merece la pena sacrificarse,
arriesgando incluso su vida?” Aproximadamente la mitad de los españoles
responden que sí. Cuando se les pregunta más concretamente por los motivos, el
más impopular son las ideas políticas, y el más popular es salvar la vida de
otra persona, seguidas por la paz y la libertad, por este orden, que ya es
revelador. Desde que entramos en crisis, la sola idea de dar la vida por algo o
alguien ha perdido apoyos, pero especialmente darla por la paz y la libertad,
que han perdido un 10% de adeptos. Esto es, si algún día nuestra libertad
se viera amenazada –no digamos ya la justicia o la “patria”-, y asumiendo que
no han exagerado un poco en sus respuestas, sólo un 34% de españoles la
defenderían con su vida. Y bajando.
Esperemos que nadie haya de dar su
vida por la libertad, por supuesto. De momento los hay que están dando su tiempo y corriendo
ciertos riesgos por los derechos y libertades de todos, en las mareas y
otros movimientos sociales. A algunos no les parece suficiente, y sueñan con
escenas sacadas de Germinal. Pero estamos programados genéticamente para tener
miedo, y éste es cuidadosamente cultivado desde la publicidad y otras instituciones
para que nuestro comportamiento sea predecible y dócil. No lo vamos a perder en
masa de la noche a la mañana. En el mejor de los casos podemos esperar una
pérdida gradual del temor por los procesos que han llevado a los miembros de la
PAH o a los yayoflautas a la política, más lentamente que la velocidad a la que
nos están arrebatando derechos. Lo que sí está aumentando a ojos vista es el
enfado de la población. Pero no sabemos cuál es la masa crítica para la fiesta
de cumpleaños “gore” o cuáles son los posibles efectos de una mayoría de la
población “enfadada” con la política. Tampoco sabemos si entre el próximo
paquete de medidas que prepara el gobierno habrá alguna destinada a aterrorizar
a los que ya se empezaban a pasar al bando de los enfadados o creían que
el miedo podía cambiar de bando.
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