18/2/23

Hasta asentarnos, no íbamos a atacar ni a huir. Nos comportaríamos como plantas

BORRADORES DEL FUTURO                      

Borradores del futuro es una colección de relatos cortos que imaginan el futuro de alternativas o utopías. En «El mundo que fuimos», la escritora Belén Gopegui parte de la experiencia del trujal La Equidad de Moreda de Álava, para imaginar un futuro en el que lugares comunales aprenden de los bosques para crear mundos más habitables.

EL MUNDO QUE FUIMOS (extracto)

«Parece que damos para chispas y fogonazos pero no para encender una hoguera en torno a la que pueda crecer una comunidad», tan cierto que nos pusimos a estudiar por qué nos pasaba. Se propuso que investigásemos lo que se sabía de los seres vivos que nos rodeaban, y de allí surgió la estrategia vegetal.

—Los animales nos movemos para atacar o para huir. La única ventaja de una organización centralizada como nuestro cuerpo es la velocidad. Las plantas están quietas y no pueden huir de las agresiones.

Por eso se organizan de forma modular, carecen de órganos únicos, no hay corazón de un árbol al que puedas disparar. Aunque rompas una rama, hay otra. Si una planta es atacada, puede plegar sus hojas. Algunas se anticipan y segregan néctar para establecer alianzas con las hormigas, que luego las defenderán, o albergan, como el olivo, a las abubillas, que se alimentan de aceitunas malas y ayudan a controlar las plagas de insectos. 

Y si, pese a todo, caen, la mayoría se regenera. Las semillas duermen durante años y pueden aguantar incluso incendios, saben resistir, adaptarse y transformarse. Después de una gran helada que parecía haber matado un olivar, en los árboles más viejos aparecieron brotes. Incluso si cortas el tronco, las raíces vuelven a llevar vida al árbol. 

Los animales tendemos a escapar de los problemas mediante el movimiento; las plantas, como no pueden huir, deben resolverlos. Éramos animales, sí, pero rodeados de plantas. Ellas son más del noventa y siete por ciento de lo que vive en el planeta. Los animales apenas llegan al tres por ciento restante. No está mal aprender un poco de ellas.

—Fue así como se decidió que podíamos luchar estando quietas.

Al menos hasta que nos asentásemos, no íbamos a atacar ni a huir. Nos comportaríamos como plantas en un mundo de animales. Tampoco íbamos a entregarnos. Primero nos apartaríamos. En lugar de intentar tomar las fábricas que estaban en la ciudad, nos repartiríamos por todo el territorio, en los peores lugares, los no deseados, las tierras que nadie quería. Luego, como las plantas, en el mismo sitio y sin movernos, empezaríamos a crear nuevas formas de relación.

—Las grandes palabras son fáciles, pero todas conocíamos el dolor de los intentos, de los proyectos abandonados, el desgaste de la confianza, esos miles de chispas y fogonazos que nos habían acogido, que nos habían dado luz pero que nunca llegaron a ser hoguera. Pues bien, ya no queríamos ser hoguera, seríamos bosque. No podíamos olvidar que éramos animales, no pretendíamos renunciar al movimiento y no teníamos la capacidad que tiene el bosque para producir millones de semillas, de las cuales solo algunas fructificarán. Pero sí podíamos pensar, cambiar las preguntas para cambiar las respuestas. Dónde estáis, qué queréis, quiénes sois desaparecerían y serían reemplazadas por: cómo sois, qué hacéis, quiénes no sois. Hemos borrado las fronteras. No hay empalizadas, nuestras comunas no se defiendes con fauces. Son modulares. Y, si nos disparan al corazón, tenemos otro, y, si nos cortan una rama, nos regeneramos.

La carta fundacional del trujal dice: “Asociados en comunas, seréis bastantes para luchar contra el señor y sus lacayos, pero no seréis suficientemente fuertes para luchar contra la fuerza armada, que vendrá en su apoyo, si las comunas permanecen aisladas. Asociaos, pues, de comuna en comuna; que la más débil disponga de la fuerza de todas».

Cuando todo empezó, expertos, economistas, y personas dedicadas a la política dijeron que el trujal no conseguiría salir adelante porque se trataba de acumular capital, porque aunque lograsen producir lo suficiente para alimentarse necesitarían vendas, medicinas, acero para las estufas y las cazuelas, materiales para las casas, chips para los ordenadores. Entonces, tuvieron que aprender a ser y a dejar de ser. Surgieron las primeras discusiones en La Equidad.

Parecía sencillo compartir el uso de un trujal. Sin embargo, pronto empezaron los problemas con la distribución. Había quienes no se conformaban con obtener aceite para el autoconsumo. Además, mantener La Equidad en pie exigía disponer de dinero y recursos. Pero vender significaba entrar en contacto con las reglas del lugar no comunal. Allí se establecían unos estándares de calidad para el aceite. Se fijaron tres clases: de autoconsumo, de distribución con sello de calidad, y ecológico. Eso implicó admitir inspecciones que verificarían si los dos últimos se atenían a lo pactado en cuanto al cuidado del olivo, la forma de recogida, la temperatura de prensado. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo evitar rencillas entre las personas productoras de los diferentes tipos de aceite? Al final, no se trataba de evitarlas, sino de resolver la hostilidad resolviendo la idea de futuro que la motivaba. Cuando los riesgos se viven en comunidad y la protección es común, no hay razón para acumular, y tampoco motivo para que la diferencia se convierta en privilegio.

Adoptaron la estrategia vegetal, porque su única opción era generar una atmósfera, transformar la idea de rentabilidad no solo dentro sino también fuera de cada proyecto. Todavía mantenemos una línea comercial y una burocracia aparente. Pero, poco a poco, han ido aumentando los intercambios con comunas hermanas, valor de uso por valor de uso, no necesitamos más.

Belén Gopegui

-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

El trujal de la cooperativa La Equidad en Moreda es un molino de aceite cuyo uso comparten unas cien personas. Además del nombre, el régimen cooperativo y la cercanía del trujal a los olivares –que permite que la aceituna se muela el mismo día en que se recoge y eso mejora la calidad del aceite-, a Belén Gopegui le interesó la voluntad cumplida de recuperar un árbol milenario, el olivo, en una zona donde la vid es más rentable. Ese empeño, esa estima van más allá del interés personal, hablan de la conciencia de formar parte de un mundo, del mismo modo que los salmones suben por los ríos y no regresan, no solo para beneficiar a su progenie, sino también, acaso, para llevar nitrógeno al bosque.

En medio del bosque, Belén Gopegui pasa de la semilla infinitesimal a la copa del árbol, de los sistemas vegetales a los socioeconómicos. Sus libros y relatos, hálitos de luz, atraviesan la maleza. Doctora en Humanidades, ha publicado las novelas La escala de los mapas (1993), La conquista del aire (1998), Lo real ( 2001), El lado frío de la almohada (2004), El padre de Blancanieves (2007), Deseo de ser punk (2009), Acceso no autorizado (2011), El comité de la noche (2014), Quédate este día y esta noche conmigo (2017)

https://borradoresdelfuturo.net/fabula/el-mundo-que-fuimos/

 

No hay comentarios: