ANÁLISIS DEL FIN DE LA HISTORIA
FUKUYAMA NO SE EQUIVOCÓ EN SU ANÁLISIS SOBRE EL
FIN DE LA HISTORIA
Aunque polémico en su momento, el análisis de Francis Fukuyama
sobre el triunfo del capitalismo y el liberalismo se reveló acertado en al
menos este aspecto
Cuando Francis Fukuyama publicó en 1989 su artículo ¿El fin de la historia?, numerosas personas de muy
diversos ámbitos criticaron su postura, en algunos casos acusándola de
conservadora cuando no de francamente equivocada.
¿Cómo podía ser, en efecto, que algo tan humano como la historia pudiera llegar a su final?
¿Cómo podía un joven politólogo de Harvard atreverse a declarar el término de
la marcha histórica de la humanidad? Y peor aún, ¿cómo podía hacerlo de tal
modo que si la historia había llegado a su fin, era porque en la batalla
ideológica habían triunfado el liberalismo y el capitalismo?
En buena medida, el enojo en contra de Fukuyama se debía a ese último aspaviento. Para quienes, en la época, creían todavía en la viabilidad del socialismo como modelo de organización social a gran escala, sonaba intolerable que un académico proclamara triunfador contundente al capitalismo, sin ninguna posibilidad de alternativa.
A la vuelta de los años, sin embargo, transcurridos ya más
de treinta desde aquella publicación, el análisis de Fukuyama no suena
del todo impreciso cuando se le confronta con la vida que se lleva
actualmente. Al menos en un sentido global. Aquí y allá persisten la
resistencia frente al capitalismo, es cierto, proyectos –casi todos de pequeña
o mediana escala– que buscan presentar algún tipo de oposición al imperio arrollador
del capital y las prácticas por las cuales sobrevive.
Sin embargo, en un aspecto general y ampliamente
mayoritario, el grueso de la población vive cómodamente en los términos y
condiciones que el capitalismo le ha propuesto en los últimos treinta-cuarenta
años. Tan cómodamente como se puede vivir bajo el yugo de la
explotación incesante, la dominación y la ideología. Aunque, de nuevo,
a juzgar por lo que se ve en la superficie, no parece que haya mucha gente
descontenta con dichas reglas y limitantes.
Y ese es el elemento que Fukuyama advirtió con claridad. En
su artículo, escribió:
El fin de la historia será un momento muy triste. La
lucha por el reconocimiento, la voluntad de arriesgar la propia vida por una
meta puramente abstracta, la lucha ideológica a escala mundial que exigía
audacia, coraje, imaginación e idealismo, será reemplazada por el cálculo
económico, la interminable resolución de problemas técnicos, la preocupación
por el medio ambiente, y la satisfacción de las sofisticadas demandas de los
consumidores. En el período poshistórico no habrá arte ni filosofía, sólo la
perpetua conservación del museo de la historia humana. Tal vez esta misma
perspectiva de siglos de aburrimiento al final de la historia servirá para que
la historia nuevamente se ponga en marcha.
En este párrafo, Fukuyma refiere a una concepción de la historia con perspectiva
hegeliana, pasada a su vez por la lectura que de ésta ofreció Alexandre Kojéve en su célebre e
influyente seminario sobre el filósofo que dirigió en París en los años
1930.
Para Hegel, la historia humana es la historia de una “lucha
a muerte por el reconocimiento”, una “una lucha a muerte hecha por puro
prestigio”, en palabras de Kojéve, una lucha que se emprende para que el otro
nos reconozca como seres humanos, en toda la extensión de la palabra. Es esa
búsqueda de reconocimiento la que llevó a la humanidad a guerrear, sí, pero
también a inventar y a crear, a imaginar, a encontrar alternativas.
Incluso a nivel subjetivo, se puede encontrar la expresión
de esta lucha en la tarea que puede emprender una persona para hacerse un lugar
en el mundo, un desafío que la lleva a poner en juego y en marcha sus
recursos, a echar mano de sus habilidades, también a cobrar consciencia de sus
límites y que, en general, termina por transformarla.
No por nada Hegel consideró este elemento uno de los
motores fundamentales de la historia humana. En la búsqueda del
reconocimiento por el otro nos constituimos como sujetos, tanto a nivel íntimo
como colectivo y social.
¿Qué ocurrió, sin embargo, luego del “triunfo” del
capitalismo y el modelo liberal de pensamiento? Fukuyma acertó al vislumbrar
que un mundo sin otro significativo –que hasta los años 1980 estaba
representado por el comunismo– se convertiría en una suerte de páramo en
donde el ser humano vagaría sin mayor dirección ni propósito, existiendo
apenas, máxime en el seno de un sistema, el capitalismo, en el cual, en este
momento de su desarrollo, todo parece estar orientado a un único fin: consumir.
El consumo se ha erigido como la acción más valiosa en el
capitalismo actual, aquella en la que culminan todos los esfuerzos, en donde
están depositadas todas las expectativas y la que por esto mismo da sentido a
la existencia humana. “Consumo, luego existo”, podría ser el motto
del ser humano contemporáneo, con las implicaciones que de esto se derivan, en
particular, una vida sostenida en el consumo de las satisfacciones
inmediatas, instantáneas y efímeras que ofrece el capitalismo, en
detrimento del trabajo y el esfuerzo necesarios para construir
opciones propias y más cercanas al deseo subjetivo genuino.
En el párrafo citado de ¿El fin de la historia? se
advierte ya esa extraña mezcla de satisfacción, aburrimiento y
monotonía en que vive el ser humano del siglo XXI, anestesiado y sin
ninguna necesidad o preocupación urgentes más que sólo existir bajo las
exigencias que le impone el capitalismo, pues no tiene ni fuerzas ni
creatividad ni interés en imaginar alguna alternativa.
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