VENCER
“La naturaleza miserable de la guerra en Ucrania ha
encontrado rápidamente su equivalente en la miseria cognitiva de su narración
al público occidental. Los medios de comunicación mainstream nos presentan la
historia de la nación ucraniana que heroicamente resiste a la agresión de
Putin, y es cierto que los ucranianos defienden su tierra heroicamente, y lo
único que podemos hacer es esperar que les partan el lomo a los invasores
rusos. Pero existe una enorme omisión en esa historia. Los ucranianos han sido
obligados contra su voluntad a combatir esta guerra y ahora la combaten, no
solo por ellos mismos: tienen que combatirla en nombre de Occidente” (Boris
Buden)
Pensamiento y emoción
Cuando vi la portada de The Economist del 2 de abril, me preocupé. El titular era perentorio: Why Ukraine must win. The Economist explica por qué Ucrania tiene que ganar, con un argumento que considero paradójico: “la victoria de Ucrania puede garantizar la seguridad en Europa”; mientras se diría que la realidad es la contraria:
la estrategia americana tenía como objetivo empujar a Ucrania a la guerra contra el coloso ruso, para obtener al mismo tiempo una humillación de Rusia y la destrucción de la Unión Europea como experimento político postnacional.El primer objetivo podría llegar a conseguirse gracias al
baño de sangre al que Biden ha empujado a rusos y ucranianos, pero no sería
para estar contentos, porque si cae Putin no será un pacifista el que lo
sustituya, y Rusia podría reaccionar a la humillación usando el arma
definitiva.
En cambio, el objetivo de destruir la Unión Europea ha sido
totalmente satisfecho.
Se trata del primer éxito del presidente Biden, que hasta el
momento ha acumulado una impresionante serie de reveses en todos los frentes,
externos (Afganistán) e internos (ley Build Back Better,
etcétera).
Biden ha empujado a Ucrania a la guerra con la esperanza
(según declaraciones explícitas de Hillary Clinton en una entrevista de enero
de 2022) de hacer caer en una trampa a la Rusia de Putin, pero no está para
nada claro que esta guerra les permita a los demócratas obtener la mayoría en
las elecciones de noviembre. Por ahora todo apunta a que no. Por mucho que la
mayoría de los electores americanos manifieste una hostilidad creciente hacia
Rusia, y exprese sentimientos belicistas, no parece que esa mayoría esté
contenta con el comportamiento de Biden, ni que tenga intención de votar por
los demócratas en las próximas elecciones.
En el mismo número de The Economist, leo
también Of bureaucrats and lovers, un artículo firmado por
Charlemagne que incita a la Unión Europea a eliminar todos los obstáculos
burocráticos para permitir la entrada de Ucrania en nombre de la emoción.
Acabemos con los tecnicismos burocráticos, admitamos a
Ucrania en la Unión, que a estas alturas es ya un apéndice retórico de la OTAN,
y no se hable más.
Es este un punto crucial: la emoción o, mejor dicho, las
emociones han jugado un papel decisivo en la precipitación de la crisis. Por un
lado, la emoción de miedo frente a la agresividad rusa, emoción de solidaridad
con la resistencia del pueblo ucraniano contra los invasores. Emoción en el
hecho de encontrarse unidos en la resistencia contra el invasor. No obstante,
otras emociones militan en otros lugares: la humillación de los rusos, que
desde hace treinta años son tratados como derrotados a los que hay que castigar
y rodear, y también la emoción del orgullo nacional recuperado por parte de un
pueblo que ve en Putin el símbolo de una reconquista nacional.
La derrota aplastante del universalismo
Conocemos el valor de la emoción en los procesos de
identificación colectiva, pero sería oportuno recordar que en la historia la
prevalencia de la emoción puede coincidir con la desactivación del pensamiento.
Se entrelaza aquí un nudo de cuestiones que han atravesado
el mundo europeo desde el Romanticismo en adelante: emoción y pensamiento,
diferencia cultural y universalidad de la razón.
La Ilustración afirma principios universales de la Razón,
pero en nombre de (su) Razón, Occidente ha impuesto su poder cultural y
económico, y ha hecho de la ciencia y la técnica instrumentos de dominio
colonial.
La tensión entre universalidad de la razón y particularidad
de la cultura son el núcleo de un libro que Alain Finkielkraut publicó: La
defaite de la pensée. El tema del libro es la relación entre pensamiento y
cultura en la modernidad tardía. La cultura (en el sentido romántico de Kultur,
esto es, la diferencia identitaria radicada en el pasado histórico de un Volk)
reemerge como factor dominante en la historia postmoderna, decía Finkielkraut,
y su potencia empequeñece al pensamiento universalizador hasta aniquilarlo,
hasta llevar la emoción de lo particular al gobierno del mundo. Solo la fuerza
puede regular las relaciones entre particular y particular, ya que la Cultura
borra del mapa lo universal de la Razón.
El azar ha querido que en el mismo número del Economist
aparezca también un editorial titulado Back to the dark ages. En él
se habla del destino de Afganistán tras la guerra o, más bien, tras la derrota
de los occidentales, su retirada y la
vuelta de los Talibanes al gobierno del país. Pero la vuelta a la época
oscura no tiene que ver solo con Afganistán, sino también con Europa, ya que
oscuro es el dominio de la Kultur sobre la Razón.
La cuestión de la Ilustración, de su final o de su
reconsideración, está desde hace mucho tiempo en el centro de la escena
intelectual. En 1947, Horkheimer y Adorno escribían, en la premisa de la Dialéctica
de la Ilustración: “No tenemos la más mínima duda de que la libertad de la
sociedad es inseparable del pensamiento ilustrado. No obstante, entendemos que
el concepto mismo incuba el germen de esa regresión que hoy se está produciendo
por todas partes. Si la Ilustración no acoge la conciencia de este momento
regresivo, firmará su propia condena. Si se deja la reflexión sobre el aspecto
destructor del progreso a sus enemigos, el pensamiento ciegamente pragmatizado
pierde su carácter superador y conservador al mismo tiempo, y así también su
relación con la verdad”. (Dialéctica de la Ilustración,1966).
Dejemos de lado el lenguaje hegeliano de estas líneas e
intentemos extraer su esencia: si se reduce la intención universalizadora que
atravesó la Ilustración al racionalismo calculador del capitalismo, podemos
estar seguros de que las fuerzas del oscurantismo acabarán prevaleciendo y
destruyendo toda posible universalidad, y así también la paz.
¿Qué significa vencer?
No se puede no compartir la emoción de rabia y de revuelta
por la invasión rusa y por la atrocidad que comporta la guerra de agresión.
Pero estaría bien que esa emoción no obnubilase la capacidad de pensamiento.
Leyendo la prensa italiana, y en general la prensa
occidental, por no hablar de las crónicas televisivas, se percibe una euforia
juvenil que invade a quienes se dedican al mundo del espectáculo, gente que en
su mayoría tiene mi edad, pero que se encuentran ahora exaltados por el odio.
Antiguos maoístas desde hace tiempo convertidos a la paz social parecen
revitalizados por la inesperada carnicería. Pero el entusiasmo por el heroico
enfrentamiento no consigue enmascarar el cinismo de aquellos que participan en
la batalla con el mando a distancia entre las manos.
Resulta urgente alinearse, tomar partido a favor de uno de
los dos contendientes, y quedan eliminadas las causas, el contexto, la
perspectiva y las consecuencias.
Existe un pulular de patriotas románticos que parecen
sacados de una poesía de Aleardo Aleardi.
Existen ejemplos de patético extremismo como el del antiguo espía estalinista
convertido primero al craxismo y
más tarde al berlusconismo, y que ahora exalta al Batallón Azov describiéndolo
como un grupo heroico de “guerreros de leyenda”.
Pero no existe solo esa basurilla. Existe también una
auténtica y dolorosa desorientación en mis deteriorados coetáneos. Por ejemplo,
en una entrevista a La Repubblica, Erri De Luca propone una
comparación que considero asumible: el pueblo ucraniano reacciona a la
violencia rusa como el pueblo napolitano reaccionó a la violencia de los
alemanes en retirada. Pero Erri se olvida del contexto, que no es para nada
irrelevante: nadie habría podido parar la insurrección de los napolitanos en
aquellos días de rabia liberadora, mientras que ahora la situación es distinta.
Existe quienes podrían parar, o al menos esforzarse en parar, la carnicería que
ha desencadenado la invasión rusa y que la OTAN ha alimentado y sigue
alimentando. Los cuatro días de Nápoles acercaron el final de la masacre. La
resistencia ucraniana armada por la OTAN puede, en cambio, alargar y agravar la
masacre.
En una entrevista de enero de 2022, Hillary Clinton anticipó
la posibilidad de convertir Ucrania en un nuevo Afganistán para Rusia: gracias
al sacrificio de los ucranianos, nosotros podremos vencer.
Pero, ¿qué significa vencer? ¿Significa abatir al enemigo
autócrata ruso?
Por desgracia, el régimen de Putin interpreta un sentimiento
mayoritario en la población de su país, y se fundamenta en una narración de
renacimiento heroico del alma rusa, violada y humillada por el globalismo.
Ellos también quieren vencer, y están preparados para sufrir por la victoria,
puede que incluso más que nosotros.
La edición de abril de este año de Limes (La fine della
pace / El final de la paz) incluye un artículo escalofriante de
Vitalij Tretjakov, docente de la Universidad moscovita Lomonosov. Tretjakov
delinea el resurgimiento de los valores tradicionales de la nación rusa y
compara la decisión de Putin de invadir Ucrania con la decisión de Lenin de
tomar el Palacio de Invierno.
“Lucharemos por el derecho a ser y a seguir siendo Rusia”
escribe Tretjakov, exaltando el valor eterno de la identidad, un fantasma que
toma cuerpo a través de la guerra.
Y añade Tretjakov:
«Lo que está ocurriendo interrumpe el dominio global
geopolítico y financiero de los países occidentales, pone en discusión el
modelo económico impuesto a los países en vía de desarrollo y al mundo entero
en las últimas décadas.
Los eventos de febrero y marzo de 2022 son comparables en
términos de importancia histórica y de repercusiones globales a los que
tuvieron lugar en Rusia en octubre de 1917. En este caso, no se trata de
socialismo, sino del hecho que Rusia, como en 1917, se ha liberado del control
político económico ideológico y, algo muy importante, psicológico, de
Occidente. En este momento histórico se trata de la última y decisiva batalla.
La victoria de Rusia la desean no solo millones de ciudadanos rusos, sino también
decenas de países y, secretamente, muchos europeos.» (Questa è la nostra
rivoluzione d’ottobre / Ésta es nuestra revolución de octubre)
Tretjakov ha abandonado toda ilusión universalizadora, y
subraya el hecho que lo que le interesa no es la vuelta del socialismo
soviético, sino la vuelta de la diferencia nacional, de la orgullosa esencia
del alma rusa.
Pero en nombre de esa diferencia, de ese derecho a ser lo
que somos (como si existiese una identidad eterna, inmodificable y sagrada de
la Nación), también Tretjakov quiere vencer, y su sed de venganza puede entrar
en resonancia con la sed de venganza de una parte mucho más vasta de la
humanidad humillada.
Nos habéis hartado con vuestro Sturm and Drang
En el mismo número de Limes, hay un artículo de Hu Chunchun: La
Cina all’Europa: le sorti del mondo sono nelle tue mani [China a
Europa: el destino del mundo está en tus manos].
Hu, que enseña Germanística en la Universidad de Shangai,
dirige a los europeos un discursito que se parece a un sermón más bien brusco.
Como estudioso del Romanticismo alemán, Hu ataca el Sturm und Drang de
nuestros intelectuales de opereta.
“Una rápida mirada a la historia del Viejo Continente desde
principios del siglo XX me impone una reflexión que probablemente será
rechazada categóricamente por mis colegas europeos. Por un lado, Europa se
coloca como faro de la civilización moderna; por el otro, ha llevado a la
humanidad, en varias ocasiones, al borde de la destrucción. La cultura europea
parece poseer las características de un Jano de dos caras: un rostro
horrendo de barbarie enmascarado por una sagrada fachada de valores e ideas
absolutas”.
Hu Chunchun realiza un desplazamiento de la óptica
geopolítica o, mejor dicho, geocultural: de la centralidad blanca
(euro-rusa-americana) al policentrismo poscolonial, cuyas implicaciones
políticas empiezan a verse en el modo en que el sur del mundo mira hacia el
conflicto ruso-ucraniano:
“Que el conflicto ruso-ucraniano es un problema
esencialmente europeo no es la tesis cínica e irresponsable de un académico
chino que ignora la justicia y manipula los hechos —escribe Hu—, sino la lúcida
constatación que se materializa del espíritu de la razón europea. La estudiosa
keniata Martha Bakwesegha-Osula ha sintetizado el punto de vista africano sobre
el conflicto ruso-ucraniano: European solutions to European
problems. Esta posición es también uno de los motivos que, el pasado 2
de marzo, llevaron a muchos países, que suman entre todos casi la mitad de la
población mundial, a abstenerse en la resolución de la Asamblea General de la
ONU sobre Ucrania”.
Dejémonos de victorias
Vencer significa imponer la fuerza de una voluntad contra y
por encima de otra voluntad. Desde Maquiavelo en adelante, esa idea de la
voluntad que se impone con la fuerza ha cosechado un cierto éxito, y ha
producido tanto grandes progresos como no menos grandes catástrofes.
Pero esa historia se ha acabado: la potencia de la voluntad,
del proyecto y del gobierno está aniquilada por la complejidad de la naturaleza
que se rebela, del autómata tecnomilitar que se autogobierna, y del
Inconsciente colectivo que oscila entre el colapso depresivo y la psicosis
agresiva.
Vencer significa imponer el propio proyecto borrando del
mapa proyectos que se oponen al nuestro. En este sentido, nadie podrá vencer
nada, si es que alguna vez vencer ha significado algo.
Pero aquí emerge la cuestión más dramática para la que,
hasta el momento, no tenemos respuesta: ¿Existe en la sociedad una fuerza
cultural y política que sea capaz de parar la psicosis y desactivar su
violencia destructiva?
Esa fuerza no será el movimiento pacifista, al cual
pertenezco sin muchas esperanzas. El pacifismo es una declaración, una
pregunta, una imploración, pero no posee ninguna potencia. Y necesitamos
potencia, aunque sea la potencia negativa de la sustracción.
La fuerza capaz de sustraerse a la psicosis de la pasividad
de masas, la ridiculización de los Valores, la resignación a la fuerza del Caos
que preanuncia la creación de alianzas con el caos.
La fuerza capaz de
sustraerse a la psicosis de masas es, antes que nada, la
deserción, la desobediencia a todas las órdenes automáticas de la guerra. Pero
también la desobediencia a la orden
automática de la competición, del trabajo asalariado y del consumismo. Y
también la desobediencia a la orden automática del crecimiento económico, que destruye el medio ambiente y el
cerebro para producir beneficios.
Esa fuerza existe: es la fuerza de la desesperación,
actualmente mayoritaria. Pero la desesperación (la ausencia de esperanza en el
futuro) puede evolucionar en depresión epidémica, puede evolucionar en psicosis
agresiva, o bien puede evolucionar en deserción, en el abandono de todo campo
de batalla, en supervivencia en los márgenes de una sociedad que se está
deshaciendo, en la autosuficiencia del exilio del mundo.
Franco Berardi (Bifo) Artículo original Vincere di Franco Berardi
Bifo, publicado por Effimera
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