PÀGINES MONOGRÀFIQUES

29/4/22

La fuerza capaz de sustraerse a la psicosis de masas es la deserción, la desobediencia

 VENCER                                                                                                    

“La naturaleza miserable de la guerra en Ucrania ha encontrado rápidamente su equivalente en la miseria cognitiva de su narración al público occidental. Los medios de comunicación mainstream nos presentan la historia de la nación ucraniana que heroicamente resiste a la agresión de Putin, y es cierto que los ucranianos defienden su tierra heroicamente, y lo único que podemos hacer es esperar que les partan el lomo a los invasores rusos. Pero existe una enorme omisión en esa historia. Los ucranianos han sido obligados contra su voluntad a combatir esta guerra y ahora la combaten, no solo por ellos mismos: tienen que combatirla en nombre de Occidente” (Boris Buden)

Pensamiento y emoción

Cuando vi la portada de The Economist del 2 de abril, me preocupé. El titular era perentorio: Why Ukraine must win. The Economist explica por qué Ucrania tiene que ganar, con un argumento que considero paradójico: “la victoria de Ucrania puede garantizar la seguridad en Europa”; mientras se diría que la realidad es la contraria:

la estrategia americana tenía como objetivo empujar a Ucrania a la guerra contra el coloso ruso, para obtener al mismo tiempo una humillación de Rusia y la destrucción de la Unión Europea como experimento político postnacional.

El primer objetivo podría llegar a conseguirse gracias al baño de sangre al que Biden ha empujado a rusos y ucranianos, pero no sería para estar contentos, porque si cae Putin no será un pacifista el que lo sustituya, y Rusia podría reaccionar a la humillación usando el arma definitiva.

En cambio, el objetivo de destruir la Unión Europea ha sido totalmente satisfecho.

Se trata del primer éxito del presidente Biden, que hasta el momento ha acumulado una impresionante serie de reveses en todos los frentes, externos (Afganistán) e internos (ley Build Back Better, etcétera).

Biden ha empujado a Ucrania a la guerra con la esperanza (según declaraciones explícitas de Hillary Clinton en una entrevista de enero de 2022) de hacer caer en una trampa a la Rusia de Putin, pero no está para nada claro que esta guerra les permita a los demócratas obtener la mayoría en las elecciones de noviembre. Por ahora todo apunta a que no. Por mucho que la mayoría de los electores americanos manifieste una hostilidad creciente hacia Rusia, y exprese sentimientos belicistas, no parece que esa mayoría esté contenta con el comportamiento de Biden, ni que tenga intención de votar por los demócratas en las próximas elecciones.

En el mismo número de The Economist, leo también Of bureaucrats and lovers, un artículo firmado por Charlemagne que incita a la Unión Europea a eliminar todos los obstáculos burocráticos para permitir la entrada de Ucrania en nombre de la emoción.

Acabemos con los tecnicismos burocráticos, admitamos a Ucrania en la Unión, que a estas alturas es ya un apéndice retórico de la OTAN, y no se hable más.

Es este un punto crucial: la emoción o, mejor dicho, las emociones han jugado un papel decisivo en la precipitación de la crisis. Por un lado, la emoción de miedo frente a la agresividad rusa, emoción de solidaridad con la resistencia del pueblo ucraniano contra los invasores. Emoción en el hecho de encontrarse unidos en la resistencia contra el invasor. No obstante, otras emociones militan en otros lugares: la humillación de los rusos, que desde hace treinta años son tratados como derrotados a los que hay que castigar y rodear, y también la emoción del orgullo nacional recuperado por parte de un pueblo que ve en Putin el símbolo de una reconquista nacional.

La derrota aplastante del universalismo

Conocemos el valor de la emoción en los procesos de identificación colectiva, pero sería oportuno recordar que en la historia la prevalencia de la emoción puede coincidir con la desactivación del pensamiento.

Se entrelaza aquí un nudo de cuestiones que han atravesado el mundo europeo desde el Romanticismo en adelante: emoción y pensamiento, diferencia cultural y universalidad de la razón.

La Ilustración afirma principios universales de la Razón, pero en nombre de (su) Razón, Occidente ha impuesto su poder cultural y económico, y ha hecho de la ciencia y la técnica instrumentos de dominio colonial.

La tensión entre universalidad de la razón y particularidad de la cultura son el núcleo de un libro que Alain Finkielkraut publicó: La defaite de la pensée. El tema del libro es la relación entre pensamiento y cultura en la modernidad tardía. La cultura (en el sentido romántico de Kultur,  esto es, la diferencia identitaria radicada en el pasado histórico de un Volk) reemerge como factor dominante en la historia postmoderna, decía Finkielkraut, y su potencia empequeñece al pensamiento universalizador hasta aniquilarlo, hasta llevar la emoción de lo particular al gobierno del mundo. Solo la fuerza puede regular las relaciones entre particular y particular, ya que la Cultura borra del mapa lo universal de la Razón.

El azar ha querido que en el mismo número del Economist aparezca también un editorial titulado Back to the dark ages. En él se habla del destino de Afganistán tras la guerra o, más bien, tras la derrota de los occidentales, su retirada y la vuelta de los Talibanes al gobierno del país. Pero la vuelta a la época oscura no tiene que ver solo con Afganistán, sino también con Europa, ya que oscuro es el dominio de la Kultur sobre la Razón.

La cuestión de la Ilustración, de su final o de su reconsideración, está desde hace mucho tiempo en el centro de la escena intelectual. En 1947, Horkheimer y Adorno escribían, en la premisa de la Dialéctica de la Ilustración: “No tenemos la más mínima duda de que la libertad de la sociedad es inseparable del pensamiento ilustrado. No obstante, entendemos que el concepto mismo incuba el germen de esa regresión que hoy se está produciendo por todas partes. Si la Ilustración no acoge la conciencia de este momento regresivo, firmará su propia condena. Si se deja la reflexión sobre el aspecto destructor del progreso a sus enemigos, el pensamiento ciegamente pragmatizado pierde su carácter superador y conservador al mismo tiempo, y así también su relación con la verdad”. (Dialéctica de la Ilustración,1966).

Dejemos de lado el lenguaje hegeliano de estas líneas e intentemos extraer su esencia: si se reduce la intención universalizadora que atravesó la Ilustración al racionalismo calculador del capitalismo, podemos estar seguros de que las fuerzas del oscurantismo acabarán prevaleciendo y destruyendo toda posible universalidad, y así también la paz.

¿Qué significa vencer?

No se puede no compartir la emoción de rabia y de revuelta por la invasión rusa y por la atrocidad que comporta la guerra de agresión. Pero estaría bien que esa emoción no obnubilase la capacidad de pensamiento.

Leyendo la prensa italiana, y en general la prensa occidental, por no hablar de las crónicas televisivas, se percibe una euforia juvenil que invade a quienes se dedican al mundo del espectáculo, gente que en su mayoría tiene mi edad, pero que se encuentran ahora exaltados por el odio. Antiguos maoístas desde hace tiempo convertidos a la paz social parecen revitalizados por la inesperada carnicería. Pero el entusiasmo por el heroico enfrentamiento no consigue enmascarar el cinismo de aquellos que participan en la batalla con el mando a distancia entre las manos.

Resulta urgente alinearse, tomar partido a favor de uno de los dos contendientes, y quedan eliminadas las causas, el contexto, la perspectiva y las consecuencias.

Existe un pulular de patriotas románticos que parecen sacados de una poesía de Aleardo Aleardi. Existen ejemplos de patético extremismo como el del antiguo espía estalinista convertido primero al craxismo y más tarde al berlusconismo, y que ahora exalta al Batallón Azov describiéndolo como un grupo heroico de “guerreros de leyenda”.

Pero no existe solo esa basurilla. Existe también una auténtica y dolorosa desorientación en mis deteriorados coetáneos. Por ejemplo, en una entrevista a La Repubblica, Erri De Luca propone una comparación que considero asumible: el pueblo ucraniano reacciona a la violencia rusa como el pueblo napolitano reaccionó a la violencia de los alemanes en retirada. Pero Erri se olvida del contexto, que no es para nada irrelevante: nadie habría podido parar la insurrección de los napolitanos en aquellos días de rabia liberadora, mientras que ahora la situación es distinta. Existe quienes podrían parar, o al menos esforzarse en parar, la carnicería que ha desencadenado la invasión rusa y que la OTAN ha alimentado y sigue alimentando. Los cuatro días de Nápoles acercaron el final de la masacre. La resistencia ucraniana armada por la OTAN puede, en cambio, alargar y agravar la masacre.

En una entrevista de enero de 2022, Hillary Clinton anticipó la posibilidad de convertir Ucrania en un nuevo Afganistán para Rusia: gracias al sacrificio de los ucranianos, nosotros podremos vencer.

Pero, ¿qué significa vencer? ¿Significa abatir al enemigo autócrata ruso?

Por desgracia, el régimen de Putin interpreta un sentimiento mayoritario en la población de su país, y se fundamenta en una narración de renacimiento heroico del alma rusa, violada y humillada por el globalismo. Ellos también quieren vencer, y están preparados para sufrir por la victoria, puede que incluso más que nosotros.

La edición de abril de este año de Limes (La fine della pace / El final de la paz) incluye un artículo escalofriante de Vitalij Tretjakov, docente de la Universidad moscovita Lomonosov. Tretjakov delinea el resurgimiento de los valores tradicionales de la nación rusa y compara la decisión de Putin de invadir Ucrania con la decisión de Lenin de tomar el Palacio de Invierno.

“Lucharemos por el derecho a ser y a seguir siendo Rusia” escribe Tretjakov, exaltando el valor eterno de la identidad, un fantasma que toma cuerpo a través de la guerra.

Y añade Tretjakov:

«Lo que está ocurriendo interrumpe el dominio global geopolítico y financiero de los países occidentales, pone en discusión el modelo económico impuesto a los países en vía de desarrollo y al mundo entero en las últimas décadas.

Los eventos de febrero y marzo de 2022 son comparables en términos de importancia histórica y de repercusiones globales a los que tuvieron lugar en Rusia en octubre de 1917. En este caso, no se trata de socialismo, sino del hecho que Rusia, como en 1917, se ha liberado del control político económico ideológico y, algo muy importante, psicológico, de Occidente. En este momento histórico se trata de la última y decisiva batalla. La victoria de Rusia la desean no solo millones de ciudadanos rusos, sino también decenas de países y, secretamente, muchos europeos.» (Questa è la nostra rivoluzione d’ottobre / Ésta es nuestra revolución de octubre)

Tretjakov ha abandonado toda ilusión universalizadora, y subraya el hecho que lo que le interesa no es la vuelta del socialismo soviético, sino la vuelta de la diferencia nacional, de la orgullosa esencia del alma rusa.

Pero en nombre de esa diferencia, de ese derecho a ser lo que somos (como si existiese una identidad eterna, inmodificable y sagrada de la Nación), también Tretjakov quiere vencer, y su sed de venganza puede entrar en resonancia con la sed de venganza de una parte mucho más vasta de la humanidad humillada.

Nos habéis hartado con vuestro Sturm and Drang

En el mismo número de Limes, hay un artículo de Hu Chunchun: La Cina all’Europa: le sorti del mondo sono nelle tue mani [China a Europa: el destino del mundo está en tus manos].

Hu, que enseña Germanística en la Universidad de Shangai, dirige a los europeos un discursito que se parece a un sermón más bien brusco. Como estudioso del Romanticismo alemán, Hu ataca el Sturm und Drang de nuestros intelectuales de opereta.

“Una rápida mirada a la historia del Viejo Continente desde principios del siglo XX me impone una reflexión que probablemente será rechazada categóricamente por mis colegas europeos. Por un lado, Europa se coloca como faro de la civilización moderna; por el otro, ha llevado a la humanidad, en varias ocasiones, al borde de la destrucción. La cultura europea parece poseer las características de un Jano de dos caras: un rostro horrendo de barbarie enmascarado por una sagrada fachada de valores e ideas absolutas”.

Hu Chunchun realiza un desplazamiento de la óptica geopolítica o, mejor dicho, geocultural: de la centralidad blanca (euro-rusa-americana) al policentrismo poscolonial, cuyas implicaciones políticas empiezan a verse en el modo en que el sur del mundo mira hacia el conflicto ruso-ucraniano:

“Que el conflicto ruso-ucraniano es un problema esencialmente europeo no es la tesis cínica e irresponsable de un académico chino que ignora la justicia y manipula los hechos —escribe Hu—, sino la lúcida constatación que se materializa del espíritu de la razón europea. La estudiosa keniata Martha Bakwesegha-Osula ha sintetizado el punto de vista africano sobre el conflicto ruso-ucraniano: European solutions to European problems. Esta posición es también uno de los motivos que, el pasado 2 de marzo, llevaron a muchos países, que suman entre todos casi la mitad de la población mundial, a abstenerse en la resolución de la Asamblea General de la ONU sobre Ucrania”.

Dejémonos de victorias

Vencer significa imponer la fuerza de una voluntad contra y por encima de otra voluntad. Desde Maquiavelo en adelante, esa idea de la voluntad que se impone con la fuerza ha cosechado un cierto éxito, y ha producido tanto grandes progresos como no menos grandes catástrofes.

Pero esa historia se ha acabado: la potencia de la voluntad, del proyecto y del gobierno está aniquilada por la complejidad de la naturaleza que se rebela, del autómata tecnomilitar que se autogobierna, y del Inconsciente colectivo que oscila entre el colapso depresivo y la psicosis agresiva.

Vencer significa imponer el propio proyecto borrando del mapa proyectos que se oponen al nuestro. En este sentido, nadie podrá vencer nada, si es que alguna vez vencer ha significado algo.

Pero aquí emerge la cuestión más dramática para la que, hasta el momento, no tenemos respuesta: ¿Existe en la sociedad una fuerza cultural y política que sea capaz de parar la psicosis y desactivar su violencia destructiva?

Esa fuerza no será el movimiento pacifista, al cual pertenezco sin muchas esperanzas. El pacifismo es una declaración, una pregunta, una imploración, pero no posee ninguna potencia. Y necesitamos potencia, aunque sea la potencia negativa de la sustracción.

La fuerza capaz de sustraerse a la psicosis de la pasividad de masas, la ridiculización de los Valores, la resignación a la fuerza del Caos que preanuncia la creación de alianzas con el caos.

La fuerza capaz de sustraerse a la psicosis de masas es, antes que nada, la deserción, la desobediencia a todas las órdenes automáticas de la guerra. Pero también la desobediencia a la orden automática de la competición, del trabajo asalariado y del consumismo. Y también la desobediencia a la orden automática del crecimiento económico, que destruye el medio ambiente y el cerebro para producir beneficios.

Esa fuerza existe: es la fuerza de la desesperación, actualmente mayoritaria. Pero la desesperación (la ausencia de esperanza en el futuro) puede evolucionar en depresión epidémica, puede evolucionar en psicosis agresiva, o bien puede evolucionar en deserción, en el abandono de todo campo de batalla, en supervivencia en los márgenes de una sociedad que se está deshaciendo, en la autosuficiencia del exilio del mundo.

Franco Berardi (Bifo) Artículo original Vincere di Franco Berardi Bifo, publicado por Effimera 

https://www.elsaltodiario.com/opinion/bifo-guerra-ucrania

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