MANOS JÓVENES PARA CUIDAR LA TIERRA
La
falta de relevo generacional, las dificultades para acceder y
rentabilizar la tierra y la desconexión entre el campo y la ciudad
son los principales retos que ha de enfrentar el sector agrario.
Junto
a la ronda norte de València se alza un gran espacio de consumo de
30.000m², un centro comercial que alberga alrededor de un centenar
de tiendas. Al otro lado de la carretera, Martín, de 19 años,
recoge las cebollas de su campo y las guarda en el garaje de una
pequeña casa familiar. Aunque está terminando el ciclo superior de
paisajismo, él es uno de los pocos jóvenes que tienen claro que
quieren dedicarse a la agricultura; un sector muy afectado por la
gran industria, que dificulta en gran medida las posibilidades de
competir de los pequeños productores.
A
más de 80 kilómetros de distancia, en la Plana de Utiel-Requena,
Miguel se dedica a podar un viñedo arrendado. “Es muy difícil
vivir del campo, no se paga lo que se tiene que pagar”, apunta con
expresión de resignación. Recuerda que antes con 20.000 cepas podía
vivir una familia, aunque hoy ni siquiera le daría para subsistir.
“Esta viña que me he quedado pertenece a siete hijos y ninguno
quiere trabajarla. Uno de ellos es ingeniero agrónomo, que se supone
que se dedica a esto”, señala.
El
envejecimiento de la población, las dificultades de acceso a la
tierra, la falta de rentabilidad y la desconexión entre la ciudad y
el campo son los grandes retos a los que se enfrenta el sector.
Mireia Vidal, responsable de jóvenes agricultores y agricultura
ecológica de COAG Comunidad Valenciana (Coordinadora de
Organizaciones de Agricultores y Ganaderos), asegura que la media de
edad en el campo ronda los 60 años. Para los jóvenes agricultores,
tampoco ve suficientes facilidades. “El sistema va totalmente en tu
contra, si encima eres una persona neorrural, que se quiere
incorporar al campo sin explotación familiar, todavía lo tienes
mucho más complicado para empezar”, explica.
DIFICULTADES
DESDE EL INICIO
Bruno
Muñoz, de 30 años, estudió un ciclo formativo en producción
agropecuaria y entró a la huerta para fomentar un cambio en su
alimentación. Hoy en día, trabaja en los campos de
Castellar-Oliveral. Reconoce que es complicado empezar de cero. “Como
joven agricultor tienes que pelear mucho y te ves solo, primero
porque no sabes trabajar bien al principio y, después, tienes que
comercializar tus propios productos. O tienes muchas ganas, o acabas
dejándolo”, destaca.
Sobre
la falta de recambio generacional, Bruno reconoce que no hay jóvenes
suficientes para coger las tierras que se abandonan: “Los jóvenes
que quedamos como mucho podemos coger 20 o 30 hanegadas de tierras”.
En cambio, hay otras perspectivas más optimistas, como la de Carmen
Gimeno, de Carpesa. “En estos momentos hay bastante gente joven
interesada por volver, sobre todo gente de ciudad que se vuelve a
interesar por el campo. Pero por ahora ese relevo no ha llegado y se
necesitan facilidades para que suceda”, explica.
Desde
su nave en Catellar-Oliveral, Bruno reconoce el poco acompañamiento
de las instituciones a los nuevos proyectos. “Mucha gente joven que
empieza ha desaparecido a los pocos años porque hay que enfrentarse
a muchas dificultades” advierte. Según COAG, una de cada cinco
explotaciones agrarias cierra durante los cinco primeros años al no
poder hacer frente a los gastos.
Josep
Manuel Pérez, jefe de sección de Agricultura y Horta del
Ayuntamiento de Valencia, reconoce que la administración tiene un
problema para plantear políticas que favorezcan las iniciativas a
escala reducida. “La mayor parte de las políticas agrícolas
favorecen a los grandes productores y a las empresas de distribución,
pero apenas hay políticas hechas a la medida del pequeño productor,
que es la situación mayoritaria en el País Valenciano”, apunta.
Otra
de las grandes dificultades a las que se enfrenta el sector es el
acceso a la tierra y las condiciones en que se traspasa. “Hace poco
fuimos a buscar una parcela a Xirivella y querían cobrarnos más del
precio medio por hanegada. Además, las acequias no estaban
arregladas y había hasta árboles por arrancar”, apunta Mireia
Vidal, quien asegura que esta es una situación muy habitual al
arrendar una tierra.
En
esta línea, Bruno Muñoz critica el poco mantenimiento del campo por
parte de la Administración. “Está todo por hacer, una faena que
sería plantar se convierte en arreglar una boquera, solucionar el
problema de que se inunda porque hay un trozo roto… Al final te
gastas un dineral y lo que has plantado no te sale rentable”,
lamenta. En una situación similar se encuentra Paco Sahuquillo,
agricultor de la Plana de Utiel-Requena dedicado a la almendra. “Esta
zona está llena de aljibes que nadie se encarga de limpiar.
Podríamos estar regando con agua de lluvia en lugar de con tantos
depósitos, pero al ayuntamiento no le importa”, declara el
labrador.
DIGNIFICAR
LA PROFESIÓN AGRÍCOLA
Un
problema al que se enfrentan los jóvenes agricultores es la baja
valoración de su trabajo. “La imagen que se tiene de las personas
que vivimos de la agricultura es de una persona con pocos estudios,
cuando no se ajusta a la realidad. Hoy en día la mayor parte de
jóvenes que trabajamos en el campo estamos muy formados” explica
Mireia Vidal.
Cambiar
esta concepción de la agricultura es uno de los objetivos del Plan
de Actuación Integral para la Promoción de la Actividad y el
Territorio Agrícola diseñado por el Ayuntamiento de Valencia que,
en el marco de actuación enfocado al recambio generacional, propone
trabajar en las escuelas con campañas dirigidas a dignificar la
profesión para que los jóvenes identifiquen la función social,
económica y ambiental de la agricultura. Carmen Gimeno, trabajadora
de agricultura ecológica en Carpesa, argumenta que el
desconocimiento de la profesión agrava la fuerte desvinculación
entre la ciudad y el medio rural, pero defiende que no es el único
factor que les aleja del campo.
ACERCAR
EL CAMPO A LA CIUDAD
A
pesar de recolectar sus productos a escasos metros de la ciudad,
Martín percibe una gran desconexión de la gente con el mundo rural.
“En la ciudad son un poco ignorantes en ese sentido, porque ellos
van fácilmente al supermercado y tienen todo lo que quieren, pero no
saben de dónde sale. No saben que, en realidad, el tomate solo es de
verano”, apunta.
Para
Josep Manuel Pérez, la distancia entre el campo y la ciudad es un
reflejo de la distancia que hay entre el agricultor y el consumidor.
Señala que la cadena cada vez está más intermediada y eso supone
más distancia entre el que produce y el que compra el producto.
“Seguramente, cuando vas a comprar un tomate, lo haces en un
supermercado. Ese tomate ha podido ir al mercado de Perpiñán, hasta
Barcelona, para volver a llegar al punto de origen”, explica.
Lamenta que en el proceso se pierda la identidad del producto y su
valor de proximidad, y apuesta por acortar los canales de
comercialización.
Bruno
Muñoz, por otro lado, aboga por la enseñanza como una posible
solución. “Desde la escuela no tenemos una base donde te enseñen
qué es la agricultura. No me refiero a que te lo muestren en un
libro, sino que lo toques, que tengas tu huertecito en el colegio. El
problema es que como no lo ves, no te interesa”, insiste.
Una
excepción es la asignatura de Maria José Pallà es profesora de
agroecología en el Instituto Josep Segrelles de Albaida, con la cual
trata de implicar al alumnado. La docente señala que cada vez más
gente neorrural se interesa por el campo, pero que todavía falta
mucho.
“Cuando hablamos de cultura general también tenemos que
incluir la agricultura, es fundamental tener una cultura agrícola
básica, por lo menos saber de dónde vienen las cosas y cómo se
hacen. También es bueno implicar a los alumnos en algún cultivo
tradicional de la zona”, relata.
UNA
PERSPECTIVA AGROECOLÓGICA
Frente
a las grandes superficies y los productos importados, la agricultura
ecológica y de temporada es una opción cada vez más común entre
los agricultores jóvenes, ya que presenta unos precios más
estables. Algunos mercados, encabezados por la tradicional Tira de
Contar de Mercavalència, donde centenares de agricultores
comercializan sus productos traídos directamente de la huerta
valenciana, están comenzando a ser rentables para muchos de ellos.
Según Carmen Gimeno, la gente se conciencia poco a poco. “Hacer
venta directa significa cortar un eslabón de la cadena, lo que hace
que los precios no sean mucho más caros y acaba siendo beneficioso,
tanto para el productor como para el consumidor”, señala Carmen
Gimeno.
Un
ejemplo de ello es el caso de Bruno Muñoz, que afirma que “si le
compras directamente al agricultor te puede salir más barato que un
producto convencional” Asegura que ha visto productos en grandes
supermercados que son más caros que los que los que vende él mismo.
Desde su perspectiva, cada vez hay más personas que prefieren comer
un producto ecológico y local. “Está ayudando a los agricultores
jóvenes, no contamina y está comiendo algo producido en su zona,
que además le aporta salud”, señala.
En
la mayoría de casos, los precios de los productos agroecológicos
son mucho más justos para el agricultor. “Las garbas de cebolla se
están vendiendo en convencional a 10 o 20 céntimos al
intermediario. Sin embargo, en ecológico las estamos vendiendo a 80
céntimos directamente al consumidor”, relata Bruno Muñoz.
Otras,
sin embargo, aseguran que falta concienciación. “Yo misma tengo
una tiendecita en Algirós, vendo productos agroecológicos y todavía
me vienen los consumidores a comprarme tomates, pimiento, calabacín
y pepino en invierno. Por eso hay que hacer una labor de
concienciación, mucha gente ni siquiera sabe cuáles son los
productos de temporada”, cuenta Mireia Vidal.
Y
es que, cuando compramos un tomate fuera de temporada, es un tomate
que viene de lejos. Los productos importados son otra losa sobre los
jóvenes agricultores, que pretenden hacer su explotación
competitiva. Mireia Vidal, de COAG-CV no es reacia a su entrada, pero
reclama responsabilidad a las grandes empresas. “Incluso en años
de crisis, Mercadona ha aumentado un 84% sus beneficios. En lugar de
importar productos de fuera, podrían estar apoyando el desarrollo
económico local, además de ganar dinero, deberían hacer acopio de
conciencia”, remarca Vidal. Por otro lado, los jóvenes
agricultores como Martín se ven obligados a vender sus productos a
precios irrisorios. “Este año con la cebolla saqué para cubrir
los gastos y decidí venderla por si llegaba alguien ofreciéndome
menos”, declara.
Ante
esta perspectiva, la agricultura ecológica se presenta como una
solución para los jóvenes agricultores a la hora de vender sus
productos a buen precio. “Desde el ecológico queremos recuperar la
dignidad y que no se nos explote, si hace falta lo vendemos y lo
comercializamos nosotros para que no vengan las empresas a pagarte
cuatro duros”, apunta Bruno Muñoz. Aunque reconoce que el sector
hoy en día no goza de buena salud, mantiene la esperanza. “El
campo es rentable, lo que ocurre es que lo han hecho improductivo las
grandes empresas a las que no les gusta que seas autosuficiente, por
eso lo ponen tan crudo, bajan los precios y hacen que la gente no
vaya al mercado”, concluye.
No hay comentarios:
Publicar un comentario