Hace
treinta y tres años nacían Les
Verts, primera
organización unificada del ecologismo político en Francia. Hasta
hoy, los representantes de este partido, y luego los de EE-LV
(Europe Écologie – Les Verts) su sucesor, han ocupado casi todos
los tipos de mandatos de las funciones electivas de las instituciones
republicanas. Más o menos para nada. Bajo el ángulo ecológico del
estado geo-bío-físico de Francia —de Europa y del mundo —
reconozcamos que el estado de salud de estos territorios no cesa de
degradarse en comparación a 1984, como lo demuestran los informes
sucesivos del IPCC,
del UNEP,
del Programa Geosfera-Biosfera (IGBP) y otras alarmantes
publicaciones internacionales más recientes.
Desde el ángulo social
y democrático, se observa el mismo orden: aumento de las
desigualdades, crecimiento de la xenofobia, endurecimiento de los
regímenes políticos. Inicialmente provistos de una inmensa
generosidad intelectual y portadores de la única alternativa nueva a
la vieja izquierda y la vieja derecha, los ecologistas políticos hoy
lo han perdido casi todo, incluso sus escaños. Aparecen caducos, por
falta de estar presentes en lo real. Este ha cambiado mucho desde
hace treinta y tres años, particularmente por la travesía del punto
de báscula hacia un hundimiento global, sistémico, inevitable. En
otro tiempo, inspirados por el informe Meadows o los escritos de
Bernard Charbonneau, René Dumont y André Gorz, conocíamos ya las
principales causas de la degradación de la vida en la Tierra y
habríamos podido, desde aquella época y a escala internacional,
reorientar las políticas públicas hacía la sostenibilidad. Hoy, es
demasiado tarde, el hundimiento es inminente.
Bien
que la prudencia política invite a permanecer en lo borroso, y que
la moda intelectual sea la de la incertidumbre en cuanto al porvenir,
estimo al contrario que los treinta y tres próximos años en la
Tierra están ya escritos, grosso
modo, y que la honestidad
consiste en arriesgar un calendario aproximativo. El periodo
2020-2050 será el más trastornado que nunca haya vivido la
humanidad en tan poco tiempo. Año arriba, año abajo, se compondrá
de tres etapas sucesivas: el fin del mundo tal y como lo conocemos
(2020-2030), intervalo de supervivencia (2030-2040), el inicio de un
renacimiento (2040-2050).
La
primera etapa del hundimiento es posible desde 2020, probable en
2025, seguro hacia 2030. Tal afirmación se apoya en numerosas
publicaciones científicas que podemos reunir bajo la bandera del
Antropoceno, entendido en el sentido de una ruptura en el seno del
sistema-Tierra, caracterizado por el rebasamiento irreprimible e
irreversible de ciertos umbrales geo-bío-físicos globales. Estas
rupturas son en lo sucesivo imparables, el sistema-Tierra
comportándose como un autómata que ninguna fuerza humana puede
controlar. La creencia general en el liberal-productivismo refuerza
este pronóstico. La imposición antrópica de esta creencia es tan
invasiva que ninguna reunión alternativa de creencias logrará
reemplazarla, excepto después del evento excepcional que será el
hundimiento mundial debido al triple crunch energético,
climático, alimentario. El decrecimiento es nuestro destino.
La
segunda etapa, en los venideros años 30, será la más penosa debido
a la brusca bajada de la población mundial (epidemias, hambrunas,
guerras), del agotamiento de los recursos energéticos y
alimenticios, de la perdida de infraestructuras (¿habrá
electricidad en la región parisina en 2035?) y de la quiebra de los
gobiernos. Será un periodo de supervivencia precario y desgraciado
de la humanidad, durante el cual lo principal de los recursos
necesarios procederá de ciertos restos de la civilización
termo-industrial, un poco de la misma manera en que, después de 1348
en Europa y durante decenios, los supervivientes de la peste negra se
beneficiaron, si es que se puede decir, de los recursos no consumidos
por la mitad de la población que falleció en cinco años.
Omitiremos las descripciones atroces de las relaciones humanas
violentas consecutivas a la cesación de todo servicio público y de
toda autoridad política, por todo en el mundo.
Ciertos grupos de
personas tendrán la posibilidad de establecerse cerca de una fuente
de agua y de almacenar algunas conservas alimenticias y medicamentos
para el medio plazo, esperando reaprender los saberes y quehaceres
elementales para la reconstrucción de una civilización
auténticamente humana. Sin duda podemos esperar que resulte,
alrededor de los años 50 de este siglo, una tercera etapa de
renacimiento durante el transcurso de la cual los grupos humanos más
resilientes, en lo sucesivo privados de las reliquias materiales del
pasado, reencuentren tanto las técnicas iniciales propias a la
sustentación de la vida como nuevas formas de gobernanza interna y
de política exterior susceptible de garantizar una suficientemente
larga estabilidad estructural, indispensable a todo proceso de
civilización.
Este
tipo de frases tan breves como un eslogan pueden acarrear una
sensación de malestar en el lector que vendría a preguntarse si la
presente tribuna no es la obra de un psicópata extremista que se
recrea en la negrura y la desesperanza. Al contrario, liberados de
los desafíos del poder y de la búsqueda de efectos, no cesamos de
actuar para tentar el evitar la catástrofe y nos consideramos
demasiado racionales para estar fascinados por la perspectiva del
hundimiento. No somos pesimistas o depresivos, examinamos las cosas
lo más fríamente posible, aún creemos en la política. Los
extremistas que se ignoran se encuentran más bien del lado del
pensamiento dominante —de la religión dominante— basado en la
creencia de que la innovación tecnológica y un retorno del
crecimiento resolverán los problemas actuales. Si nuestra
prospectiva es la más racional y la más probable, queda convencer a
los militantes de EE-LV, los franceses y todos nuestros hermanos y
hermanas en humanidad.
La
disonancia cognitiva de nuestras sociedades impide que esto sea
posible en el tiempo necesario. Sin embargo, las orientaciones
políticas deducidas de este análisis se tornan relativamente
fáciles de describir: minimizar los sufrimientos y el número de
muertes durante los decenios por venir proponiendo desde hoy un
proyecto de decrecimiento rápido en cuanto a la huella ecológica de
los países ricos, del tipo del bíorregionalismo
de baja tecnología (low
tech), para la mitad
superviviente de la humanidad de los años 40. Dicho de otro modo,
aprovechar la disponibilidad terminal de energías potentes y de los
metales de hoy para forjar algunas herramientas, utensilios y
artefactos simples de mañana (años 30), antes que estas energías y
estos metales no estén más disponibles. Sin sorpresas,
desgraciadamente, nuestra perspectiva general no parece aún
compartida por la mayoría de los ecologistas que tienen sus jornadas
de verano en Dunkerque. Así, el plenario final del sábado 26 de
agosto está en parte dedicado al “desarrollo industrial” en
Europa. Un impulso hacia lo peor.
(Artículo
publicado originalmente en el diario Libération el
23/08/2017, y posteriormente enMediapart.
Traducido por Stéphane Bernatas y reproducido con permiso.)
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