Reducir el tiempo de trabajo puede ser lo más parecido a
la libertad a lo que puede aspirar la población que no pertenece a la élite en
una sociedad compleja. Con bastante seguridad redundaría en una mejor
satisfacción de nuestras necesidades humanas.
Mientras
la economía continúa creciendo a un ritmo mediocre, crecimiento
que nos hace cada vez más pobres, el empleo se vuelve cada vez más
un lujo. Vivimos atemorizados por la escasa calidad y estabilidad del mismo, y
para empeorar la situación nos hablan continuamente de la amenaza de los robots
y la automatización e incluso de otra maravilla tecnológica de esas que
siempre está llegando, pero que no terminamos de ver, la
inteligencia artificial.
Llegue
o no llegue la Inteligencia Artificial lo cierto es que estamos viviendo una
revolución tecnológica, la de las Tecnologías de la Información y las
Comunicaciones, que no crea trabajo, al menos en la medida en que lo destruye.
Cuando en su día llegaron el ferrocarril y el telégrafo, o el automóvil y el
teléfono, provocaron una inversión masiva en infraestructuras e hicieron
posible multitud de actividades y negocios que sin ellos no habrían prosperado,
además de hacer obsoletas algunas actividades de escasa entidad (transporte en
diligencia, etc.). Las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones
requieren infraestructuras de carácter menor, comparadas con las de los
ejemplos anteriores, y erosionan el empleo en infinidad de actividades, ya que
permiten que lo que antes se vendía ahora se
obtenga gratis, además de crear redes que
permiten que unos pocos individuos acaparen todo el valor.
Repitiendo lo que escribí en el artículo que acabo de enlazar:
Fijémonos en esos 28 millones de
dólares de ingresos de la celebrity por excelencia y de otras
creadoras de tendencias, ya sabemos de dónde salen, de lo que pagan los organizadores
de fiestas, vendedores de ropa, complementos, etc. En realidad este negocio no
es nuevo, se desarrollaba de una forma convencional, jerarquizada, corporativa,
por publicaciones como Vogue, Elle, Cosmopolitan y otras ¿Qué ha
pasado con esas revistas? Pues seguramente lo estarán pasando mal, y lo van a
pasar peor, al igual que la prensa escrita, incluso peor todavía, ya que las
que no salen como suplemento de algún diario (que son muchas) no podrán contar
con el apoyo a fondo perdido de gobiernos, partidos políticos y grupos
financieros. Las tendencias son información y como nos han contado
recientemente Jeremy Rifkin y Paul Mason, el coste marginal de transmitir
información es cero, es decir, una vez pagado lo que cuesta producir esa
información (o sin pagar si se genera gratis, como este artículo) se puede
reproducir infinitamente sin coste. Los fabricantes de ropa y complementos
seguirán pagando por su publicidad, pero con el tiempo lo lógico es que el
consumidor final de esas recomendaciones las obtenga gratis a través de la red.
Algunos, como los autores citados anteriormente, ven en ello un problema para
el actual sistema socioeconómico, que podría llevar a su colapso. En palabras
de Paul Mason: “Las tecnologías
informacionales (o de la información) son diferentes de cualquier otra
tecnología previa. Como mostraré aquí, evidencia una tendencia espontánea a
disolver mercados, destruir derechos de propiedad y desintegrar la relación
entre trabajo y salarios. Y ese es el trasfondo fundamental de la crisis que
estamos soportando.”
Quizás
es hora de asumir que no será posible proporcionar un trabajo a toda la
población, y que habrá que recurrir a medidas como la renta básica
universal, para tratar de evitar, al menos de momento, una gran exclusión.
¿Proporcionaremos
a la gente una renta sin trabajar? Dicha medida es extremadamente polémica, y
es normal que lo sea, viola algunos de los principios sagrados sobre los que se
sustenta nuestra civilización: la idea de que somos seres racionales y
egoístas, y el derecho sagrado a la propiedad privada. En efecto, si somos racionales
y egoístas ¿qué haremos si nos pagan por no hacer nada? ¿Buscar más renta en el
mercado negro? ¿Caer en la desidia? En cualquier caso dicho subsidio tendrá que
ser pagado por aquellos que trabajan u obtienen rentas sin trabajar de
sus propiedades, una “clara vulneración” de la propiedad
privada.
En
realidad, salvo los anarcocapitalistas (cuya
función es mover la ventana de Overton
hacia un extremo, no llevar a la práctica sus propuestas) todo el mundo
reconoce que los mercados necesitan instituciones públicas robustas para
funcionar, a más mercado, más estado, así ha sido históricamente y así continúa
siendo. Las economías más prosperas son las que tienen mejores instituciones de
gobierno, mejores agencias de supervisión, bancos centrales, policía, sistema
judicial, etc. que debe ser pagado mediante impuestos. Se supedita por tanto la
propiedad privada al bien común, poniendo un límite a este derecho, y el debate
se traslada a qué sistema impositivo es más justo y más eficiente,
lo cual dependerá en gran medida de nuestros valores como sociedad.
El
segundo argumento, por tanto, no es tal, y el peso de la prueba se desplazará a
la racionalidad económica ¿Saldrá rentable? ¿Los beneficios serán mayores que
los costes? ¿Se perderá producción? Ya veo a los economistas ortodoxos alegando
que distorsiona el mercado de trabajo, y que por tanto no es eficiente, a pesar
de que esa puede ser una de sus mayores virtudes, permitirnos decir que no a
esa avalancha de trabajos de mierda que
amenaza con convertir nuestra vida en un infierno.
Aunque
puestos a cuestionarnos qué haríamos con nuestro tiempo si dejásemos de
trabajar ¿por qué no dedicarnos a solucionar los problemas de la humanidad?
Recientemente leí sobre la actividad de una ONG que
me pareció de enorme interés, reparan herramientas para enviarlas a países en
vías de desarrollo. Envían kits de herramientas, de sastre, mecánico, herrero,
carpintero, junto con un curso de formación e instrucciones para reparaciones a
personas de países en vías de desarrollo, a cambio de un precio simbólico, para
evitar que haya quién quiera obtenerlas para revenderlas. Es una forma muy
sencilla de transferir capital a países donde es necesario y posiblemente sería
necesario hacerlo a mayor escala, y con una variedad de herramientas y de
capital más amplia. Es evidente que reducir el trabajo ampliaría enormemente el
tiempo que dedicamos a realizar actividades que no son rentables, desde (en el
peor de los casos) jugar a videojuegos hasta plantar árboles, alimentos o
ayudar a gente que lo necesita, ya sea porque es pobre, está enferma o está
sola.
Poder
dedicar tiempo a actividades no rentables, a cubrir nuestras auténticas
necesidades como seres humanos, es lo más parecido a la libertad en una sociedad
compleja de lo que pueden estar los que no pertenecen a
la élite gobernante. El racionalismo economicista posiblemente nos diga que
realizar todas esas cosas no aumenta el PIB, pero se les podría contestar
que como ya mostramos en otra ocasión,
la producción de bienes y servicios y su distribución en el mercado, atendiendo
al beneficio, en numerosas ocasiones no está alineada con la satisfacción de
nuestras necesidades humanas
Es
más, en muchos casos se trata de inhibidores de las mismas. Así por ejemplo, si
nos fijamos en la necesidad de subsistencia, un alimento procesado industrial
puede tener cabida en la celda de subsistencia y tener, pero será un inhibidor
en la celda de subsistencia y ser, ya que inhibe permanecer en un buen
estado de salud física, e incluso mental, ya que los
problemas mentales relacionados con el peso pueden estar causados por un modelo
de belleza física que ensalza la delgadez a causa de los problemas sociales con
el sobrepeso, causados en gran medida por la
alimentación industrial.
Ya
es hora entonces, de exigir a nuestros gobiernos que paso a paso vayan
implementando medidas para reducir el tiempo de trabajo, una economía colaborativa y cooperativa podría
ayudarnos a mantener los servicios que nos proporcionan el bienestar con menos
recursos, y también con menos renta. Como también he argumentado en otra
ocasión, una Renta Básica Universal que se complemente con un programa de
empleo público garantizado podría abrir la puerta a una auténtica economía inclusiva,
o ser el primer paso en la evolución hacia ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario