Con
un grano de misericordia, se puede extirpar el cáncer del enfermo.
Con un granito de arena, se puede detener la Tercera Guerra Mundial.
Con un grano de maíz, se puede saciar la hambruna de los más
pobres.
Entre
abrazos, sonrisas y palabras de amor, es posible que un
espermatozoide evolucione en una flor llena de paz, cariño y
humildad. Es posible ganar la monumental carrera existencial, sin
quemar a los adversarios con trampas uterinas. Y es posible nacer en
absoluta libertad,
para renacer como el profeta de una turba iracunda.
No
olvidemos que nada es imposible de alcanzar en la vida,
porque somos la brillante astucia del guerrero y de la guerrera, que
despierta el plexo solar de las peores tinieblas, para aceptar y
encarar sin ningún destello de miedo,
todos los problemas y todos los desafíos por venir.
Sabemos
que la envidia siempre quiere destruir la prosa de los ángeles, con
una infinidad de elogios desde el lejano crepúsculo, que pretenden
quebrar la pluma y secar el tintero de tu propio destino. Pero
nosotros nunca nos damos por vencidos, porque no hay mal que por bien
no venga, porque heredamos la sabiduría galáctica de Galileo, y
porque la rendición pertenece al trágico reino de los cobardes.
Hay
personas que tienen la felicidad en la palma de sus manos, pero no se
cansan de recorrer la hermosa geografía del Mundo, con la única
intención de arrancarle todos los sueños al poeta, y con la única
ambición de convertirlo en el mártir más versado, más amaestrado
y más desmotivado.
Pese
a disfrutar de todas las comodidades y de todos los lujos del
Universo, hay individuos que viven emocionalmente insatisfechos, y se
encuentran espiritualmente vacíos por dentro. Los cazadores de
genios siempre están al borde del suicidio, porque la dosis de
egoísmo e ignorancia que les carcome el cuerpo y el alma, va
bloqueando los tres ojos de la solidaridad, del altruismo y de la
empatía.
Ellos
podrían utilizar su riqueza para sembrar un árbol, para adoptar a
un perro mestizo, para limpiar un parque, para reparar una silla de
ruedas, y para vestir al vagabundo. Pero por desgracia, los
majestuosos recursos materiales siempre corrompen a los benditos
recursos naturales, y quien hoy se halle libre de pecado, que se
atreva mañana a lanzar la primera piedra.
Dicen
que mientras mayor sea la miseria, mayor será la promesa de
misericordia. Es un gran alivio saber que después de tocar fondo,
habrá un buen samaritano que te ayudará en la oscuridad, que te
curará las heridas, y que te devolverá el amanecer. Sin embargo, la
realidad planetaria que contemplamos a diario, nos demuestra que
mientras mayor es la miseria, mayor es la garantía de pobreza
extrema.
Es
muy fácil rezar, cantar y predicar los cuentos bíblicos, desde la
pantalla de un sofá hollywoodense, desde un plateado altar romano, y
desde un paradisíaco jardín caribeño. Pero cuando los salmos y los
versículos se rebelan del mágico libro, y deciden romper las
páginas de la mágica fantasía, entonces deberán salir descalzos a
la calle sin un centavo en los bolsillos, deberán partirse el lomo
trabajando para alimentar a sus hacinadas familias, y deberán sudar
la más amarga gota de la traición divina.
Afirmar
que nadie es mejor que nadie, que todos somos iguales, y que
la vida es
un carnaval, nos convierte en los mejores blasfemos pecando en una
blasfemia global. Una misma mentira idolatrada por el desconsuelo de
una conciencia, que juega a ser el pasito a pasito de la absurda y
totalitaria verdad.
Por
eso, cada día se multiplican los niños que sufren de hambre en
las calles latinoamericanas, mientras se multiplican los exquisitos
panes calentitos y recién salidos del horno. Todos compran el
sabroso olor de la panadería, pero usted no quiere regalarle un
trozo de pan al huérfano. Con ese pan no te vas a enriquecer, y sin
ese pan no te vas a empobrecer, pero hasta que no seamos la misma
boca de los huérfanos, pues seguiremos siendo los mismos tragones de
antaño.
En
sus caras se observa tristeza, desesperación y soledad. Mejor
hubiera sido abortar el feto materno y evitar el sufrimiento, porque
los hipócritas que defienden el sagrado derecho a la vida,
son los mismos fariseos que jamás regalan un panecillo al
huérfano.
No
se justifica engendrar un millón de víctimas cada nueve meses, para
que la carencia de Educación Sexual se pague con una lista de
victimarios, en un anónimo calvario umbilical que no escuchará
relajantes canciones de cuna, que no gozará de banquetes celestiales
en la mesa del edén, y que se desangrará chillando en un domingo
sin resurrección.
Ellos
no tienen la culpa de tanta mala suerte, y nosotros no merecemos la
fortuna de tanta buena suerte.
Es
consabido que los supermercados de nuestras localidades, desechan a
la basura un gran número de productos alimenticios, que aunque no
fueron adquiridos por los caprichosos consumidores, todavía se
hallaban en estado comestible para su libre distribución, porque no
habían expirado las fechas de vencimiento.
La
lógica de la misericordia, nos pide que regalemos esos alimentos
sobrantes a los indigentes del vecindario, porque el sentido común
es una noble demostración de gratitud. Pero la maldita lógica del
capitalismo, nos pide que tiremos esos alimentos sobrantes en el
huerto del limbo, porque ni siquiera la gratitud se comercializa
gratis a los clientes.
Nunca
pedimos perdón de rodillas, por toda la fría perversión que
creamos diariamente, pero necesitamos que el agresivo proceso de la
quimioterapia, nos devuelva la célula madre de un maravilloso futuro
por recorrer.
Todos
deseamos un mejor futuro y un nuevo corazón en la vida.
Un corazón para alabar y servir a la Madre Tierra, que sea tan
limpio como el cristal, tan dulce como la miel, y tan fuerte como una
hostia. Pero nuestra querida Pachamama, no se cansa de llorar a
cántaros por culpa de los Seres Humanos, que tienen un corazón tan
sucio como el dinero, tan dulce como la venganza, y tan fuerte como
el odio.
Lloremos
con alegría todo
ese rencor, toda esa frustración y todo ese pesimismo, que no
podemos seguir negando y que no debemos seguir callando. Es difícil
reconocer nuestra legendaria cadena de errores, pero si realmente
queremos dejar de ofender, de robar, de chismear, de matar y de volar
por las nubes, pues tendremos que reconocer y confesar que somos unos
groseros, unos ladrones, unos chismosos, unos asesinos y unos
drogadictos.
Recordemos
que no hay mansiones eternas en el cielo, que no hay tribunales de
justicia ciega en el purgatorio, y que no hay chimeneas ardiendo de
fuego en el infierno. Tan solo existe un golpeado Planeta Tierra que
se cae a pedazos, y una Humanidad que santifica o maldice su pasajera
existencia sideral, con cada acción social o inacción personal que
delimita su vida terrenal.
Es
allí donde la fe mueve
montañas, para que otras montañas pierdan la fe. Un simplísimo
reflejo de la vida. Tú solo quieres que la fe mueva esas estorbosas
montañas, para hallar claridad y encontrar el éxito en la vida.
Pero recuerda que cuando la fe mueva esas estorbosas montañas, para
despejarte la vista y abrirte el camino al éxito, otras montañas le
estorbarán el paso y le cerrarán el camino a otro montañista.
A
ti no te importa la cruz que carga en su espalda el otro montañista,
por lo que no te interesa su dolor, su fracaso y su derrota. Tú solo
quieres alcanzar la cima de la montaña primero que los demás,
tomarte una espectacular selfie primero que los demás, y saborear el
placer de la victoria primero que los demás.
Por
eso dicen que la fe es
la certeza de lo que se espera, y la convicción de lo que no se ve.
Nunca hemos visto el valor de ayudar sin esperar nada a cambio. Todo
lo que hacemos en la vida, lo hacemos esperando conseguir una
recompensa. Una ovación, una moneda, una erección. Vivimos llenando
el cofre del tiempo con billetes verdes, con noches de sexo y con
platos de comida, pero jamás podremos ocultar la terrible
indiferencia, que pudre al gran tesoro de la confraternidad.
Para
evitar el eco de la indiferencia, todos los días la fe mueve
sus preciadas montañas. De arriba hacia abajo y de izquierda a
derecha. La fe va y viene. Es un sentimiento impredecible. Fíjate
que las montañas siempre varían de color, de región, de clima, de
altura y de trayecto. Pero no olvides que esas montañas seguirán
siendo las mismas montañas, sin importar el color, la región, el
clima, la altura y el trayecto.
Todos
queremos gozar del don de la inmortalidad. Nadie pero absolutamente
NADIE, quiere perder el consagrado don de la vida. Americanos,
europeos, asiáticos, africanos y oceánicos. Todos quieren vivir por
siempre y para siempre. Pero lamentablemente, hemos dejado que el
desdichado don de la rivalidad, nos mantenga presos en inagotables
batallas llenas de lágrimas, de armas y de desolación.
Si
culpamos al orgulloso Caín, también tendríamos que culpar a David,
para finalmente volver a culpar a Eva.
Es
obvio que cuando todo va viento en popa, todos agraciamos la
omnipresencia del Espíritu Santo. Pero cuando los leprosos tocan la
puerta de nuestra casa, nos lavamos las manos como el mismísimo
Poncio Pilatos.
La
prostitución de la fe,
es el mal de males en el siglo XXI. Vemos que muchísima gente
hispana, le coloca acento ortográfico a la palabra fe, pensando que
la fe se escribe con tilde. Nadie entiende las reglas convencionales
de acentuación, pero todos sienten que la fe debe reforzarse con el
acento ortográfico.
Es
así como la fe no se basa en leyes explícitas, sino en la necesidad
implícita de creer, con una enorme venda en los ojos.
A
gritos pedimos sanación, pedimos piedad, y pedimos compasión.
Llevamos tatuada la imagen de una doble moral, que come carne sin
importarle la tortura del animalito en el matadero, que asiste a la
santa misa de la Iglesia con la mujer del prójimo, y que ejercita la
intolerancia calzándose sus propios zapatos.
Por
ejemplo, hay personas que afirman ser los máximos protectores de los
derechos humanos, repudiando las escalofriantes penas de muerte que
incluyen la silla eléctrica, la inyección letal y la guillotina.
Pero cuando ese delincuente que merece una segunda oportunidad en la
vida, se encargó de apuñalar y matar a la mamá, a la esposa, o a
las hijas de los máximos protectores de los derechos humanos, pues
estamos seguros que ellos clamarán justicia y exigirán la pena de
muerte, para que el maldito delincuente reciba el martirio de la
silla eléctrica, del envenenamiento químico y de la guillotina.
Cuando
nos juzgan sin conocernos, y cuando juzgamos sin conocerlos, estamos
edificando una peligrosa furia en el Medio Ambiente, que genera un
arrebato de indignación en nuestros pueblos latinoamericanos,
permitiendo que las protestas violentas, los linchamientos públicos
y los genocidios verbales, nos quiten el don de ser dignos y vivir en
dignidad.
No
hay duda que la homosexualidad es una bendición tan grande como la
heterosexualidad. La orientación sexual se expresa naturalmente en
cada organismo, y NO debe catalogarse como un estigma, que nos haga
superiores o inferiores a los demás. Lo realmente importante en la
vida, es la calidad humana que manifiesta la persona, evitando el
vicio capitalista de la deshonestidad, y subrayando el ideal
humanista de la tolerancia.
Por
eso, somos una maraña holística que se marchita con cada
equivocación, y se regenera con cada plegaria sin fundamento. Un
simple costal de huesos, que se dedica a depredar los corazones
rotos, para que la teoría del cáncer sea
el principio del fin.
La
historia estéril de beneplácito, se recrudece cuando perdemos a
nuestros mejores amigos, que no quisieron visitarnos en el hospital,
que cambiaron los dígitos de sus números telefónicos, y que fueron
sedientos lobos disfrazados de caperucita roja.
Perdonar
es la clave para germinar una nueva semilla de
salvación. Nuestra voluntad no puede ser tan endeble, como una hoja
de primavera en el bosque. Debemos desechar la mentalidad basura
adquirida por religión, que se sistematiza en premiar o culpar a las
deidades supremas, por todos los triunfos alcanzados o por todos los
tropiezos cometidos.
Por
el contrario, debemos empezar a construir una auténtica filosofía
de vida, en la que seamos los únicos dueños del camino por hilar.
Maduremos el fruto de la responsabilidad social, ambiental y
cultural, para no seguir culpando a terceros de nuestra propia culpa,
para no seguir contaminando el entorno que habitamos, y para no
seguir negándole el pan al desafortunado.
Todos
compartimos el mismo barco. El huérfano, el envidioso, el poeta, el
chismoso, el leproso, el buen samaritano, el drogadicto, el asesino,
el autista, el ladrón, el rey y el ciempiés. Pasaron los años, y
no supimos controlar el mismo barco. Pasan los años, y no sabemos
por dónde navega el barco. Pasarán los años, y nos quedaremos con
un barco a la deriva.
Ya
muchos compatriotas se ahogaron en las profundidades del mar, y el
resto de los mercantes se niegan a pedir auxilio en alta mar. Ellos
siguen esperando un milagro que calme la oleada de crisis,
pero la tempestad de la tormenta viene retoñando más canas, más
arrugas y más cenizas.
Todos
quieren manejar el timón, pero nadie sabe nadar contra la corriente.
Todos quieren ser el capitán, pero nadie tiene voz de mando. Todos
quieren llegar a tierra firme, pero nadie aprendió a caminar.
He
allí lo bonito del arte. Un trago amargo de la vida, se transforma
en un manantial de esperanza.
Ekología
- http://ekologia.com.ve/
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