Últimamente, se están
acumulando indicios de que el llamado consumo colaborativo está pasando de la
fase de simpática anécdota a la de alternativa creíble (e incluso a la de
amenaza latente, según para qué intereses).
La patronal del autobús (Fenebús) ha planteado en los tribunales que las
redes de coche compartido (en concreto BlaBlaCar)
pueden suponer competencia
desleal (aquí se puede leer el punto de vista de otra empresa del
sector del coche compartido, Amovens,
sobre este asunto). Airbnb, una red
para compartir alojamiento entre particulares, vale tanto como la cadena
hotelera Hilton, mientras que una empresa que
permite localizar coches con conductor se acerca al valor (de mercado) de la
firma de coches de alquiler Hertz.
Estas tres nuevas empresas no
tienen autobuses, ni coches, ni hoteles. El “hardware” lo ponen los
particulares. En este caso utilizan el enorme
e infrautilizado parque de vehículos privados, alojamientos y carnets
de conducir. Esto se puede extender a muchas más cosas: habilidades personales
de todo tipo, herramientas, electrodomésticos. Imagínense la reducción de
huella ecológica que eso supone.
Una persona puede “fabricar” o
necesitar cualquier cosa y, gracias a la tecnología de internet, dar salida a
sus productos o bien obtener respuesta a sus necesidades con gran facilidad. Es
un paso más a partir de los anuncios por palabras entre particulares de toda la
vida.
Hágalo Usted Mismo: el nuevo
ecosistema HUM
En paralelo y en estrecha
relación con el consumo colaborativo, se extiende cual incendio en la pradera
el modelo Hágalo Usted Mismo. Cocinar es un ejemplo. Los precocinados cada vez
están peor vistos. A la gente le encanta volver a hacer su propia comida a
partir de ingredientes crudos, incluso su
propio pan. Lo de la cocina parece banal, pero tiene tanto mérito que cada
vez más gente se empeña en tener su propia comida, incluso cultivándola ellos
mismos, su propia energía, su propio medio de transporte desconectado de los
surtidores de las gasolineras, ¡incluso su propio dinero!
Uniendo el modelo colaborativo
y el modelo HUM, tenemos el germen de una nueva economía “horizontal”, basada
en redes densas de intercambio entre personas que asumen simultáneamente el
papel de productores y consumidores. Ahora mismo el ecosistema horizontal es
pequeño comparado con el modelo vigente, “vertical”, basado en redes
jerarquizadas de producción y consumo. Pero también era pequeño y simpático el
sector de las energías renovables hace años, y ya ven lo que pasó.
¿La nueva economía sostenible?
Estas redes de colaboración,
compartición y autosuficiencia, que existen desde tiempos inmemoriales, están
cobrando un impulso nunca visto, hasta el punto que se está viendo ya la
necesidad de ponerles límites legales (véanse los ejemplos anteriores o las
trabas al autoconsumo
eléctrico).
El revival de estas
viejas-nuevas formas de economía se debe a internet por un lado, que permite
redes sociales instantáneas de cualquier tamaño, y a otro factor no tan
agradable: la penuria creciente. Un reciente convenio
Endesa-Ayuntamiento de Barcelona nos recuerda que es necesario un plan
general para acabar con la pobreza energética, así como de otras subsistencias
básicas, como el agua, que tiene cientos de miles de cortes
de suministro al año. Pero también, como reconoce este dictamen del
Consejo Económico y Social Europeo sobre consumo colaborativo, existe una
cultura cada vez más extendida de sostenibilidad, entendida como respuesta a un
mundo con una pauta de producción y consumo disparada, en un planeta agobiado
por amenazas climáticas y otros horrores asociados. Como nos recuerda el
último informe del IPCC, la cosa está que arde.
Información
de Señales de Sostenibilidad,
Boletín Informativo de Fundación Vida Sostenible • núm. 71
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