Luis Roca Jusmet
Con sus pros y sus contras, el libro que nos
ocupa es imprescindible para cualquier ciudadano que quiera reflexionar sobre
el mundo que vivimos y sus alternativas. Tiene la virtud de poner sobre el
tablero, sin demagogia, las preguntas esenciales y los escenarios posibles para
el futuro.
¿Qué mundo queremos? ¿Qué criticamos del mundo presente? ¿ Qué
proponemos? ¿ Cómo lo conseguiremos? Tim Jackson no es revolucionario, no
forma parte del movimiento antisistema. Es una académico serio, honesto y
lúcido al que el gobierno laborista británico encargó un informe sobre Estilos
de Vida, Valores y Medio Ambiente. La orientación del libro pone de manifiesto
este origen. Jackson parece dirigirse a la vez a los gobernantes y a los
ciudadanos para que cambien respectivamente sus políticas y sus hábitos.
Quizás esta sea la parte más cuestionable del
libro, la de considerar que será la buena voluntad de los gobernantes y de los
ciudadanos las que transformaran las cosas. Transformación que para Jackson no
debe ser producto de una revolución, que fácilmente llevaría al caos, sino de
reformas ordenadas pero radicales. El problema es que me parece evidente que
los poderes establecidos, tanto económicos como burocráticos, tienen demasiados
intereses y poca voluntad de cambio real. Difícilmente serán los sujetos
voluntarios de esta propuesta de Jackson.
Pero, al margen de lo anteriormente planteado, el libro tiene una gran
consistencia, una lógica rigurosa e impecable y una claridad expositiva
ejemplar. Empieza por una definición de prosperidad muy interesante, que
considera el punto de partida esencial. La define como el desarrollo de las
capacidades florecientes de los seres humanos con recursos limitados en un
planeta finito. Estas capacidades son los potenciales humanos que nos permiten
sobrevivir en un mundo en el que nos sentimos seguros y confiados, en el que
nos sentimos pertenecientes a una comunidad y cooperamos para conseguirlo. Se
trata de recoger la libertad de los antiguos ( la de participar en los asuntos
comunes) y la de los modernos ( la de las elecciones personales). Equilibrar el
bien común y los intereses individuales. Un contrato social bien entendido
siendo conscientes de nuestros límites, que vienen marcados por la ecología. La
prosperidad, esta es la hipótesis del libro, no implica crecimiento. Por el
contrario el crecimiento sin límites conduce a un consumismo sin sentido que no
conduce a la felicidad, a una distribución totalmente desigual de los bienes y
recursos y es, además insostenible. La felicidad colectiva, es decir, la
prosperidad, es responsabilidad social y nos incumbe a todos. Debe ser justa y
duradera. Es imprescindible vincular la economía con la sociedad y con el medio
ambiente. Hay que introducir elementos éticos y morales en la economía.
¿Estamos tan cegados por la ideología neo liberal que no nos atrevemos a hacer
previsiones por miedo a la verdad ? ¿ tan irresponsables somos ? Las preguntas
van dirigidos a todos pero, sobre todo, a los que nos gobiernan.
Estamos en un círculo vicioso, consecuencia de la irresponsabilidad
social, básicamente de nuestros dirigentes económicos y políticos. Y de sus
ideólogos, los neoliberales que nos han hecho comulgar con ruedas de molino,
presentando como ciencia lo que no es más ideología. La gran trampa de los
economistas convencionales falsamente científicos es el mito del P.I.B. La gran
trampa del P.I.B. Es que no contabiliza muchas actividades que son trabajo no
lucrativo ( el trabajo doméstico, de voluntarios...) ni tampoco los daños
ecológicos ni el endeudamiento. Otro de los fetiches es el del aumento de la
productividad laboral, que en realidad lo que hace es destruir puestos de
trabajos, comunidades y al medio ambiente.
El crecimiento no ha conducido a un mundo mejor, sino a una máquina de
consumo en la que lo único que importa es tener más. El crecimiento-consumo sin
límites genera una profunda desigualdad por un lado e infelicidad y
frustración por otro. El capitalismo es un sistema cada vez más parasitario que
se alimenta del endeudamiento, tanto privado como público. Todo ello sin contar
lo que podríamos llamar la deuda ecológica, es decir al impacto ecológico del
crecimiento-consumo. Se está empeñando la prosperidad del futuro.
¿Cuáles son las propuestas de Tim Jackson ? La primera que analiza y
que considera insuficiente es la del New Deal Verde Mundial. Está claro que decir
que es insuficiente quiere decir que hay que ir más allá, porque ni tan solo
esta propuesta es considerada seriamente por los centros de poder económicos y
políticos globales. Se trataría de una inversión pública en seguridad
energética, en infraestructuras que reduzcan las emisiones de carbono y en
protección ecológica. Debería estar orientada a liberar recursos energéticos
mediante la reducción de gastos energéticos y de materiales. De reducir
la dependencia a los productos energéticos que implican alianzas geopolíticas
conflictivas. También de favorecer puestos de trabajo en industrias ambientales
que protejan los activos ecológicos valiosos y que reduzcan las emisiones de
carbono. Potenciar las infraestructuras naturales : agricultura sostenible y producción
de ecosistemas. Impulsar el desarrollo de las energías renovables y de
tecnologías reductoras de emisiones. Proyectos, por ejemplo, de aislamiento
térmico de edificios, de red eléctrica inteligente, de energía solar y eólica.
Paralelamente impulsar medidas fiscales contra las industrias contaminantes.
Esta propuesta no le parece insuficiente por el cuestionamiento de la idea de
crecimiento sostenible.
Jackson no utiliza el término decrecimiento. No lo hace
porque la complejidad del mundo plantea que en algunos países sí puede ser
necesario un crecimiento: crecer en unos y decrecer en otros. Deberíamos
cambiar la idea de crecimiento, que no estuviera ligada a la producción y al
consumo. Podemos crecer sumamente, socialmente con trabajos inmateriales, como
la ayuda a las personas dependientes, por ejemplo. La propuesta de Jackson es
la de una Macroeconomía ecológica que mantuviera los límites ecológicos según
los criterios del bien común. Buscar
una estabilidad sin crecimiento donde repartamos el trabajo, lo cual
implica una transformación radical difícil pero no imposible. Serían necesarios
cambios en la estructura económica y en los valores, en las actitudes y
en los estilos de vida. Es necesario volver a vincular la economía, la sociedad
y el medio ambiente y no considerar a la primera como independientes de las
anteriores. Ir hacia un modelo de
simplicidad voluntaria en la forma de vivir. Políticamente hay que volver a
la idea de contrato social y no depender de suprapoderes, como el económico: el
poder político democrático ha de ser soberano. Esto implicaría un cambio
tecnológico masivo, una voluntad política determinante y unos cambios
sistemáticos en los patrones de demanda de consumo y una campaña internacional
a favor de la transferencia de tecnologías para alcanzar reducciones
substanciales en la utilización de los recursos globales. Las cosas van, en
realidad, en sentido contrario. Esta es la cuestión. La pregunta que planteaba
al inicio vuelve a aparecer ¿Quién será el sujeto del cambio? Estoy de acuerdo
con Jackson que no hemos de pensar en revoluciones violentas sino en reformas
progresivas y radicales.
Pero los gobiernos oligárquicos liberales no los harán. Ni el sistema
capitalista lo permitirá desde su lógica y desde sus centros de poder. La transformación no será suave ni
tranquila, por mucho que lo queramos.
Jackson es consciente de que hay que cambiar, como él dice, las
estructuras de las economías de mercado. Pero su concepción del capitalismo no
es demasiado consistente. Le falta la visión de un Wallernstein para entenderlo
como un sistema mundial. Jackson habla de diferentes capitalismos, como si
fueran sistemas nacionales. La diferencia que finalmente acepta entre
capitalismo y socialismo, que sería la propiedad privada o estatal de los
medios de producción me parece menos convincente que la que plantea
Wallernstein, que ve en el capitalismo una lógica económica global determinada
por el aumento ilimitado del capital. Un sistema que tiende al monopolio y al
oligopolio, por mucho que tienda a mercantilizarlo todo. En este sentido
capitalismo quiere decir crecimiento y luchar contra el crecimiento quiere
decir ser anticapitalista. Hay también una actitud demasiado conciliadora con
los poderes políticos reales.
En todo caso me parece un libro excelente, un instrumento muy útil para
entender que otro mundo es posible y es necesario.
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