HUMANIDADES ECOLÓGICAS
Hacia un humanismo
biosférico
Humanidades ecológicas plantea una lectura transdisciplinar para comprender y encarar la crisis civilizatoria a la cual nos enfrentamos. En palabras de Carmen Madorrán, una de las editoras, esta obra pretende abordar la «difícil labor de hacernos cargo, de pensar y asimilar tanto la excepcionalidad de esa abundancia que creíamos infinita como la responsabilidad moral que se deriva de nuestra desmedida capacidad para dañar a otros».
La formación de un humanismo biosférico exige ese conocimiento acerca del mundo en el que vivimos, imposible sin el concurso de las ciencias naturales y sociales. Al mismo tiempo se imponen dos tareas fundamentales que pueden identificarse más con las humanidades: el análisis crítico del presente y la reflexión ética en busca de un futuro mejor. El objetivo de este libro es la confluencia entre estas tres dimensiones.
Esta monumental tarea se ha plasmado en el trabajo de
veintisiete autores, junto con tres editores: José Albelda, Fernando Arribas y
Carmen Madorrán, quienes en sí mismos son una muestra de la variedad de saberes
y disciplinas que reúne esta obra. El primero es doctor en Bellas Artes y
profesor en la Universitat Politècnica de València. El segundo es
licenciado en Sociología, doctor en Filosofía y profesor en la Universidad
Rey Juan Carlos. La tercera es doctora en Filosofía, profesora en
la Universidad Autónoma de Madrid y coordinadora del Grupo de investigación en Humanidades ecológicas.
Los tres, además, enseñan en el máster interuniversitario en Humanidades
Ecológicas, Sustentabilidad y Transición Ecosocial de la UPV y la UAM. Aunque
la filosofía predomina en el conjunto de los autores, nos encontramos también
con físicos, poetas, ecólogas, economistas, biólogas, químicos, pedagogas, etc.
El proyecto de las Humanidades ecológicas es un trabajo colectivo y poliédrico.
Este libro presenta esta figura geométrica donde el conocimiento se nos muestra
interconectado, como todo lo que se mantiene vivo.
Un primer paso para enfrentarnos a la crisis ecosocial (y en
particular a la emergencia climática) es aceptarla. Inmediatamente a este
primer paso, es necesario saber cuál es nuestro papel, qué lugar ocupamos en el
mundo y cómo podemos establecer una relación saludable con él. Los capítulos
dentro del bloque «Humanidades Ecológicas: Cuestiones de fundamentación»
discurren acerca de cómo los seres humanos nos hemos relacionado con el resto
del planeta a lo largo de la historia.
En «La naturaleza en el Antropoceno», por ejemplo, Fernando
Arribas expone las distintas acepciones del término «naturaleza» y explica el
peligro de las corrientes construccionistas que consideran la naturaleza como
un mero constructo social, perdiendo así de vista la realidad material de la
misma y dando vereda a la explotación desmedida por parte del capitalismo
tecnomaníaco. Para remendar esta flaqueza, Arribas trae a colación la
definición de naturaleza ofrecida por Jorge Riechmann: «naturaleza como
biosfera», como «sistema organizado de los ecosistemas».
En el segundo artículo, «Filosofía de la humanidad
terrestre», Antonio Campillo propone un enfoque cronológico que recuerda a las
nociones de Comte, en tanto que divide la historia de las cosmovisiones de las
sociedades en tres partes: sociedades tribales, estamentales y capitalistas. Al
contrario que el filósofo francés, sin embargo, Campillo nos anima a rescatar
algunas ideas propias de las sociedades tribales, nos habla de «regresar a la
Tierra» y de revertir aquellas nociones capitalistas que nos han creado la
ilusión de estar por encima de ella.
Una tónica dentro de los artículos de este bloque es este
regreso a la horizontalidad con el resto del planeta, la tarea de desdibujar la
línea ontológica de separación que hemos trazado entre nosotros y el mundo. En
este sentido, resulta muy interesante «Ciencia gaiana para tiempos de colapso y
transición», donde Carlos de Castro recurre a las teorías de Lynn Margulis y
James Lovelock para argumentar que esta separación hombre-naturaleza no solo es
refutable desde la filosofía (sea en términos ontológicos, sea en términos
éticos), sino que también es refutable desde la ciencia. Castro expone las
ventajas a nivel explicativo que tiene considerarnos como parte de un gran
organismo, Gaia, y las ventajas a nivel ecológico que se siguen de las
primeras: pensarnos a nosotros mismos como parte del mundo implica hacer del
cambio climático un problema propio, que lo que está en juego no es tanto
salvar el planeta —como si fuera ajeno a nosotros—, sino salvarnos también a
nosotros mismos.
El tercer artículo, a diferencia de los otros del presente
bloque, no se centra en explicar las cosmovisiones que nos pueden ayudar a
superar la «Gran Prueba», sino que presenta un enfoque más bien práctico. En
«Para una sociología de la cuesta abajo: ¿funcionalismo o filosofía de la
praxis?», Ernest García se centra más bien en qué puede ocurrir si seguimos
ignorando aquellas propuestas que den cuenta de la asfixiante presión antrópica
y que nos obliguen a bajarnos de la atalaya ontológica en la que llevamos
siglos subidos, pero que el avance de la ciencia ha ido carcomiendo en las
últimas décadas. Lo que está en juego a la hora de aceptar o no la crisis
ecológica es si el inevitable decrecimiento económico va a ser «descenso
ordenado y voluntario o colapso catastrófico»
El bloque sobre «Espiritualidad y ética» lo inicia el
filósofo y poeta Jorge Riechmann señalando el fallo cognitivo que
tenemos que superar para abordar esta crisis. Se trata de un fallo en dos
sentidos que, a su vez, se relacionan entre sí: la percepción de nuestro lugar
en el mundo y la del mundo en el que nos encontramos. La cuestión principal,
como apunta Ginny Battson, consiste en desdibujar la idea de
centro (ser humano) y entorno (medio ambiente). Ni siquiera valdría
con sacar al ser humano del centro y poner en su lugar los ecosistemas o las
vidas no humanas: superar el fallo cognitivo pasará por comprender que todos
los procesos vitales están interconectados y son esenciales para el
funcionamiento autónomo de la biosfera.
La idea de centro queda sustituida por una de red que nos
proporciona el conocimiento de la simbiosis; la relación que se da entre
organismos y que proporciona las condiciones necesarias para su existencia.
Como «nombrar ayuda a aclarar», Battson introduce el término simbioética
para describir el conjunto de valores que surgen al poner atención en estos
procesos simbióticos. Es el caso del amor y la devoción, que
emergen al unirnos emocionalmente también con aquello que nos mantiene con vida
y a lo que damos vida.
«La crisis ecológica es tanto una crisis física como
espiritual, para abordarla se necesita un nuevo nivel de conciencia» dice una
cita de Maathai que Josep Maria Mallarach escoge para empezar el décimo
capítulo. La conciencia, como apuntan las tradiciones orientales, es lo
contrario al ego, el cual hace que nos percibamos como fragmentos aislados en
un mundo separado. Mallarach destaca el papel de esta conciencia simbiótica en
la conservación de la naturaleza, presente en las visiones ancestrales de los
pueblos originarios y en la mayor parte de culturas. Como bien apunta Marta
Tafalla, la cultura capitalista sería más bien una excepción, pero una excepción
dominante.
En esta tarea cognitiva, emocional y espiritual es muy
importante el papel que juega la imaginación, concepto central del bello
capítulo de la filósofa Marina Garcés, quién, siguiendo a Deleuze, afirma que
para subvertir primero hay que percibir algo que hasta entonces había
permanecido oculto. Es el caso de los límites. Necesitamos establecer relación
con los límites, no como finales, sino como condición de existencia que también
debe ser pensada y nombrada. Es como si el fallo cognitivo no solamente nos
acercara al colapso, sino que es en sí mismo un colapso de la imaginación. Por
eso afirma la autora que para que la imaginación no colapse, tenemos que ser
capaces de pensar el colapso: «si el futuro se presenta oscuro, es porque el
presente se nos ha vuelto opaco».
Siguiendo esta línea, Antonio Casado, estudioso de Thoreau,
afirma que para el de Walden eso que llamamos “mundo” es un
producto moldeado por nuestra imaginación. Desvelar nuestra ceguera consistirá
en desvelar lo normal, los hechos que aparentemente se nos presentan como
neutros como algo extraño y así liberarlo tanto de su obviedad como de su
irreversibilidad. De esta forma puede ser que lo normal sea comprometernos para
hacer de este lugar que cohabitamos un lugar bueno para la vida, y esto solo
puede hacerse potenciando los procesos simbióticos en todos los aspectos.
El siguiente bloque «Las condiciones de una nueva cultura
ecológica» responde a la necesidad de formar una nueva cultura. En los seis
capítulos que lo componen se realizan diagnósticos muy semejantes a los ya
presentados antes y se concluye en cada caso que es necesario un cambio de
conciencia, una nueva cosmovisión, una metanoia. Esta
transformación no atiende únicamente a problemas epistemológicos o
cognoscitivos, no es simplemente un problema de mirada. Son necesarios además
una serie de valores morales que consigan derrocar la tecnolatría, el sexismo,
el androcentrismo, la mirada económica convencional. En definitiva, se buscan
las condiciones para la formación de una cultura de la suficiencia que otorgue
nuevos modelos para comprender la realidad en crisis, principios sobre los que
se formen comunidades y estrategias concretas de transformación política.
Evidentemente, una nueva cosmovisión no puede reducirse al
contenido de varios capítulos de un libro, pero sí que se recogen en estas
páginas propuestas concretas que son ejemplares en la tarea constructora que se
persigue. Encontramos así dos capítulos dedicados a la economía. Se diagnostican
los errores de la economía convencional, tanto epistémicos como prácticos, para
después plantear alternativas como el «enfoque post-crecimiento». El objetivo
es conseguir una economía humana reproducible que respete los límites
biofísicos y piense en el mañana. No faltan tampoco consideraciones más
pragmáticas acerca de la transición, como las que realiza Santiago Álvarez
hablando acerca de la renta básica universal, el control de excedente o los
fondos de inversión soberanos.
Ya existen formas sociales diversas, pero el neoliberalismo
predomina con creces. Para conseguir un cambio la nueva cultura ecosocial debe
expandirse. Debemos ver el mundo y relacionarnos con la naturaleza a través de
ella, vivir en ella. A modo de guía provisional, esta cultura de la suficiencia
podría resumirse en las siete ideas centrales con las que Ecologistas en Acción
vertebran lo que han denominado una «nueva cultura de la Tierra»: (1) decrecer
en la esfera material y energética; (2) construir en común; (3) mantener la biodiversidad;
(4) vivir del sol actual; (5) cerrar ciclos de materiales; (6) poner la vida en
el centro; (7) escribe tú sobre la Tierra.
El último bloque aborda «Cómo comunicar un nuevo paradigma».
Luis González Reyes despliega un nuevo modelo educativo ecosocial que abarca
desde el desarrollo psicofísico individual hasta una dimensión colectiva para
la organización de una sociedad sostenible, democrática y justa —puesto que los
privilegios que actualmente disfrutan algunos humanos no pueden ser
universalizables para satisfacer sostenidamente nuestras necesidades—.
Tomando conciencia de las crisis presentes, la propuesta se
enfoca en integrar el metabolismo humano en la biosfera, comprendiéndola como
un sistema complejo, fundamentado en relaciones cooperativas y con límites
materiales, energéticos y temporales. Todo ello se enmarca en un conocimiento
de nuestra condición ecodependiente —pertenecemos al entramado
relacional de la vida— e interdependiente —somos seres
vulnerables y por ello requerimos cuidados, especialmente en determinadas
etapas de la vida—. Estos conceptos permiten superar la idea de que la
naturaleza existe para ser explotada por los humanos, así como analizar
críticamente los impactos de la tecnología, enfrentando el culto que
actualmente el pensamiento hegemónico desarrollista le rinde.
Mediante metodologías participativas, se persigue el
desarrollo de la empatía y la creatividad, para potenciar una organización
colectiva que dialogue con distintas perspectivas interseccionales e
interculturales. En este sentido, González Reyes propone como objetivo clave:
«mostrar que las relaciones jerárquicas no son las únicas posibles en la
organización social y económica»
Por su lado, Nuria Sánchez se pregunta cómo educar para
conocer los desafíos ecológicos, entender nuestra responsabilidad sobre ellos,
e incidir en la capacidad de acción. En este sentido, señala la importancia de
«desligar la idea de progreso de la acumulación material y crecimiento
económico». La autora destaca positivamente que la nueva ley LOMLOE 2020 añade
los conceptos de ecodependencia e interdependencia, y la asignatura obligatoria
Educación en Valores Críticos y Éticos. Sin embargo, valora como limitaciones
la persistencia de la mirada antropocéntrica, así como la ausencia de críticas
al capitalismo.
Finalmente, el libro aborda cuestiones sobre la estética
anticonsumista y la importancia del arte y los medios de comunicación para
desarticular las dinámicas hegemónicas y rearticular nuevas voluntades
colectivas, mostrando que los cambios son no solo deseables sino también
posibles. En este sentido, José María Parreño cita distintas obras culturales
que, acordes con los valores de «lentitud, proximidad, eficiencia, simplicidad,
reutilización», han contribuido a la denuncia y al cambio de perspectivas. Por
su lado, José Albelda y Lorena Rodríguez, abogan por una comprensión de vida
buena, representada mediante «una estética de la sostenibilidad que no puede
ignorar la ruina de las megalópolis y la reconstrucción periférica de sociedades
autogestionadas». La policrisis a la que nos enfrentamos exigirá generar
discursos múltiples y plurales, donde destaca como ejemplo positivo el
activismo joven que incorpora la perspectiva feminista al ecologismo, a la vez
que denuncia el expolio del Sur Global.
En síntesis, la obra objeto de esta reseña es un manual
imprescindible para toda persona que pretenda comprender las causas profundas
de esta crisis ecosocial, así como para conocer cuáles son las claves que
pueden orientar una transición hacia formas de organización que puedan
satisfacer las necesidades humanas sostenidamente. En este sentido, como bien
destaca González Reyes, «solo es posible tener vidas individuales plenas si
existe un equilibrio socioambiental».
Así, esta obra consigue dar cuenta de por qué un sistema socioeconómico, fundamentado en una cosmovisión antropocéntrica y desarrollista, que destruye la biosfera de la cual inexorablemente formamos parte y dependemos, es incapaz de proveer vidas buenas.
Análogamente, un
sistema que explota a multitud de personas y socava la importancia de aquellas
encargadas de los cuidados, no debería seguir siendo deseable. En cambio, esta
obra muestra que existen alternativas basadas en relaciones cooperativas y una
ética del cuidado que ofrecen nuevos horizontes que merezcan ser vividos.
https://www.15-15-15.org/webzine/2024/10/10/resena-de-humanidades-ecologicas/
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