EL MOVIMIENTO HACE CRECER TU CEREBRO
Jason Zweig, columnista de inversiones y finanzas personales de The Wall Street Journal, escribió en una ocasión que no sabes lo que es el dinero hasta que lo pierdes. De igual modo, tampoco sabes lo que es una serpiente, ni lo que es el miedo hacia las serpientes, hasta que la tienes en tu regazo.Por esa razón, vale la pena moverse y tener experiencias
fuera de tu burbuja. Solo así sabrás cómo es de verdad el mundo y, lo más
importante, cómo el mundo te hará ser a ti.
Cambiar de sitio, ver otros lugares y otras formas de vivir,
por tanto, no solo permite conocerte mejor a ti mismo, sino también a los
demás. Porque tampoco puedes empatizar tanto con las creencias de otras
personas si ellas han experimentado partes del mundo que tú no.
Y para moverse, solo hace falta calzarse y andar.
NIKÉ Y LAS CÁMARAS JAPONESAS
¿Pueden los zapatos de deporte japoneses hacer lo que las
cámaras japonesas han hecho a las cámaras alemanas? fue el título de
un trabajo redactado por Phil Knight al
poco de matricularse en la Escuela de Negocios de Stanford. Porque, a mediados
del siglo XX, el mercado del calzado deportivo en Estados Unidos estaba
dominado por firmas alemanas como Adidas, así que Knight había viajado a Japón
para descubrir la marca de calzado deportivo Tiger. Quedó tan prendado de ella
que no cejó en el empeño de convertirse en el representante oficial de la marca
en su país bajo el nombre comercial Blue Ribbon
Sports.
Según cuenta en su autobiografía Nunca te pares,
Knight había destacado como un gran corredor de atletismo mientras estudiaba
periodismo en la Universidad de Oregón. En 1965, tras formar equipo con su
antiguo entrenador en la universidad, Bill Bowerman, que había sido también uno de los pioneros
del jogging (con que los angloparlantes se refieren al running),
se propuso diseñar las zapatillas deportivas perfectas.
Para descubrir cuál era la mejor suela posible, ligera a la
vez que efectiva en el agarre, ambos realizaron experimentos
derritiendo caucho en una plancha para hacer gofres. Las señales de la
plancha dejaba marcas en la suela que recordaban a las huellas de los
astronautas en la Luna, lo que les inspiraría para bautizar a aquellas
zapatillas como Moon Shoe (zapato lunar).
A principios de los años 70, las relaciones entre Tiger
y Blue Ribbon Sports se habían roto. El 30 de mayo de 1971 fundaron, así, su
propia empresa. Pero ¿cómo llamarla? Muchas marcas icónicas —Clorox, Kleenex,
Xerox— tenían nombres cortos. Y lo más importante para un deportista es el
triunfo.
Ambas ideas convergieron hasta Nike, por Niké, la
diosa alada de la victoria griega. El famoso logotipo de la firma, conocido
como Swoosh, es una representación esquemática de las alas de la
diosa Niké. El diseño había sido obra de Carolyn Davidson, una estudiante que
solo cobró 35 dólares por su trabajo tras ganar el concurso que Knight había
convocado para crear una imagen que reflejara movimiento.
Aquellas zapatillas incentivaron a millones de personas a
andar, a correr, a moverse, poniendo de moda más que nunca el jogging.
El Just Do It, el «hazlo».
HAZLO O NO LO HAGAS
«Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes», sentenció Yoda en El imperio contraataca (1980). Debajo de ese
sencillo apotegma se esconde, no obstante, un hallazgo muy relevante sobre el
sentido de la vida.
La felicidad no solo resulta difícil de registrar o medir,
sino, sobre todo, de pronosticar. Así lo señalan diversos estudios que sugieren
que somos incapaces en esencia de determinar qué nos hará felices o infelices
en un futuro, y mucho menos hasta qué punto. Por eso, perseguir la felicidad es
como convertirse en el capitán Ahab persiguiendo incansablemente a la
ballena blanca. Quizá la ballena ni siquiera existe.
¿Entonces qué hacemos? ¿Qué consejo nos daríamos si fuéramos
ya ancianos y pudiéramos hablarnos desde el futuro para no perseguir ballenas
blancas como forma de vida? Gracias a un estudio llevado a cabo por la
Universidad de Clemson, en Carolina del Sur, tenemos algunas pistas bastante
sólidas.
En el estudio, se solicitó a varios cientos de voluntarios
que escribieran qué consejos le darían a su yo más joven de tener la
oportunidad de hacerlo. En síntesis, las respuestas se pudieron dividir en
cinco áreas temáticas. Dinero (ahorra más), relaciones (no
te cases por dinero, sino con alguien que te guste), educación (no
estudies algo que no te gusta), autonomía (haz lo que
sueñas sin importar lo que piensen los demás) y metas en la vida (no
te rindas, establece metas, viaja más).
Este último punto fue bastante común en muchas respuestas.
Moverse, cambiar de ambiente, conocer nuevos horizontes, alcanzar finisterres.
Lo importante parece, sencillamente, andar, aunque sea sin rumbo, solo por el
placer de cambiar de escenario y permanecer alerta a todas las novedades que te
salgan al paso.
EL COCIENTE LEARY Y LOS DIEZ MIL PASOS
En palabras de Richard Nixon, Tomothy Leary era
«el hombre más peligroso de América». No en vano este profesor de psicología de
la prestigiosa Universidad de Berkeley no solo se había convertido en un líder
de los movimientos contraculturales de la década de 1960, sino en un apóstol
del LSD. A punto estuvo de ser elegido gobernador de California, compitiendo
contra Ronald Reagan.
En una de sus entradas en la cárcel, su vecino de celda era
nada menos que el líder sectario Charles Manson, quien se declaró entusiasta de
su persona. Tras su muerte, Leary sería también uno de los primeros cuyos
restos fueron enviados al espacio por petición propia.
Incluso después de muerto, Leary nunca dejó de moverse,
tanto a nivel físico como intelectual. Para él, solo el movimiento te
permitía crecer. En su autobiografía Flashbacks incluso
explica cómo llegó a calcular matemáticamente si estaba moviéndose lo suficiente.
Lo llamó cociente evolutivo (CE), y era una cifra que surgía
de dividir el número de direcciones de correo postal en las que había residido
por su edad.
El día que Leary desarrolló el cociente evolutivo tenía 50
años y ya había vivido en 53 casas diferentes. Es decir, 53 dividido por 50,
igual a 1,06. Un CE muy superior al del estadounidense medio, que era, según el
propio Leary, de 0,25 (10 casas / 40 años). Su anciana tía Mae, una señora muy
apegada a las tradiciones, solo había vivido en una casa en 80 años: tenía un
CE de 0,01.
Naturalmente, no es necesario mudarse a una casa diferente
para cambiar de aires o diluir la sensación de que uno se está perdiendo gran
parte de lo que acontece en el mundo. Basta con trasladarse a otro código
postal y pasar allí el suficiente tiempo. De ver otras cosas, o de dejar de ver
las mismas, como dijo Maupassant cuando le preguntaron la razón de
sus viajes: «La necesidad incontenible de dejar de ver la torre Eiffel».
La tecnología y los medios de transporte, no solo las zapatillas
deportivas, han propiciado que nuestro CE sea cada vez más elevado, como
también calculó el epidemiólogo David Bradley.
Tras documentar los patrones de viaje de su bisabuelo, su
abuelo y su padre durante los cien años anteriores a la década de 1990,
estableció que su bisabuelo apenas había abandonado un cuadrado de tierra de 40
por 40 kilómetros. Su abuelo, al menos, se había desplazado por un cuadrado de
400 kilómetros. Su padre, de 4.000 kilómetros. El propio David, sin embargo,
había ya cubierto toda la circunferencia de la Tierra: 40.000 kilómetros.
La idea de que, para mantener una buena salud, debemos andar
al menos diez mil pasos al día nació en 1965, cuando una empresa japonesa lanzó
al mercado un podómetro llamado Manpo-Kei. La razón de elegir aquel
número residía en que el kanji de 10.000, 万,
recuerda a un hombre que camina.
Sin embargo, los últimos estudios científicos establecen la
cifra en 8.000 pasos (7.000 si tienes más de 60 años). Andar esos pasos diarios
mejora la salud cardiovascular y los procesos cognitivos del cerebro, e incluso
retrasa el envejecimiento. Es decir, estás mejor, piensas mejor y vives
más.
Además, habida cuenta de que más de la mitad de todos los
desacuerdos, personales, internacionales, financieros, desaparecerían si
pudieras ver el mundo a través de la lente del otro, no cabe duda de que merece
la pena moverse, aumentar el CE, hacerlo, swoosh, 万.
El mundo es un cuadrado de 40.000 kilómetros que puedes
recorrer a tu antojo por primera vez en la historia. Tu salud física,
mental y espiritual te lo agradecerán. Y, como escribía Leary en su típica
prosa psicodélica, todo ello te permitirá «retroquelar tu cerebro».
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