ECONOMÍA DEL DON: Fundamento del tejido social
Desde épocas remotas hasta el presente la humanidad ha practicado formas de intercambio no mercantilizado cuyo propósito ha sido primordialmente el sostenimiento de la vida. Las recompensas, en estos casos, adquieren un carácter básicamente social e intangible que solo se transformará en bienes o servicios materiales concretos de forma secundaria, indirecta y diferida en el tiempo. Hasta finales del S. XVIII economías no mercantilistas eran preponderantes en casi todos los rincones del mundo, es decir, han constituido el estado natural de relación en las sociedades humanas durante la inmensa mayoría de su historia, como explicó perfectamente Karl Polanyi en su conocida obra “La Gran Transformación”.
Múltiples interacciones, no sujetas a la lógica capitalista, en forma de economía del don siguen jugando un papel decisivo en el día a día de nuestra especie como base primaria de reproducción de la urdimbre social, hecho que puede observarse de manera incuestionable en el tipo de relaciones que se dan dentro de cualquiera de los variados modelos posibles de familia. La economía del don consiste sencillamente en la entrega de bienes o servicios a la comunidad o grupo de pertenencia sin contrapartidas mecánicas de devolución, sobre la base de la confianza, la reciprocidad y la justa redistribución de los recursos. En un contexto de crisis sistémica como el actual cabe preguntarse… ¿Por qué lo que es bueno para la familia, contribuyendo de forma radical a su sostenimiento, no es bueno para la sociedad en su conjunto? Si la familia es la célula de la sociedad… ¿Por qué no aplicar su dinámica de funcionamiento a los distintos órganos, músculos y aparatos que forman al cuerpo social completo, considerado como un todo?
Muchos podrían pensar que este tipo de lógica relacional solo puede darse en el estrecho microcontexto de la unidad familiar. Sin embargo también podemos encontrar claros ejemplos de éxito del modelo aplicado a comunidades mucho más extensas que llegan a desbordar, incluso, los ámbitos geográficos de las patrias y las nacionalidades. Una buena muestra de ello es ese gigantesco edificio del patrimonio común del conocimiento llamado Wikipedia o la sorprendente y enormemente fructífera comunidad del software libre. Sin embargo no es nuestra intención dibujar un panorama idílico que pueda ocultar que la economía del don se enfrenta también a importantes tensiones, retos y peligros que tienden a empujarla hacia su dislocación conforme los lazos familiares o afectivos entre los miembros de las comunidades que la practican tienden a hacerse más frágiles o lejanos. Ello no significa, en absoluto, que la economía del don no pueda y deba seguir fructificando en grupos humanos formados por miles e incluso millones de personas, sino más bien que habrá que cuidar de una forma más metódica y pormenorizada las condiciones de posibilidad necesarias para que pueda seguir funcionando y expandiéndose de manera provechosa, estable y mantenida en el tiempo.
Diversos estudios se han encargado de analizar estas cuestiones, destacando entre ellos los de Mancur Olson, Elinor Ostrom, Lawrence Lessig o Mark Van Vugt en el campo internacional o las aportaciones de Antonio Lafuente, Felipe Ortega y Joaquín Rodríguez, entre otros en el estado español. Como resumen, siempre abierto al debate, de las condiciones óptimas para la gestión exitosa de bienes comunes (procomún) basados en una economía del don, podríamos mencionar:
1) Garantizar un alto grado de transparencia y veracidad en el acceso a toda la información relevante para evaluar el estado general del sistema de patrimonio común por parte de cualquier miembro de la comunidad, así como de los mecanismos aplicados para asegurar la equidad en su disfrute.
2) Potenciar fórmulas de democracia cooperativa y con alta horizontalidad para la toma de decisiones de gobierno del procomún basado en una economía del don.
3) Articular mecanismos de atribución y reconocimiento social (capital simbólico) para aquellos miembros de la comunidad que más destacan en sus aportaciones al fortalecimiento del patrimonio común. (Actualización del sistema tradicional de Potlatch).
4) Trabajar con horizontes temporales limitados en la elección de las personas con funciones de especial responsabilidad productora o supervisora, fortaleciendo los ciclos naturales de sustitución de dichos individuos. (Se ha estudiado que tras un periodo situado en torno a los 200 días de trabajo las contribuciones de los wikipedistas tienden a decrecer progresivamente).
5) Promover un sentido colectivo de implicación en el proyecto, identidad, pertenencia y destino compartido basado en el apoyo mutuo entre los miembros de la comunidad.
6) Articular unos mínimos periodos de tiempo recomendados de trabajo que se dedicarán a tareas de fortalecimiento, cuidado y supervisión del procomún, basado en la economía del don.
7) Vigilar la correcta aplicación de las normas consensuadas, con posibilidad expresa de sanciones adaptadas a su incumplimiento y con disponibilidad de mecanismos de resolución de conflictos.
Para concluir queremos reproducir un pequeño pasaje de los citados Felipe Ortega y Joaquín Rodríguez, tomado de su libro “El Potlatch digital. Wikipedia y el triunfo del procomún”:
“El
triunfo de los comunes es un imperativo contemporáneo. La supervivencia misma
de la especie está ligada al reconocimiento de que los recursos deben ser
colectivamente gestionados, de que todos los agentes que están implicados en la
cadena de valor de cualquier proceso de producción deben tener un poder real de
participación en la toma de decisiones, asumiendo responsabilidades sobre la
administración de dichos recursos. Solo de esta manera cabe generar una
verdadera riqueza incremental que revierta sobre la propia comunidad en una
espiral virtuosa que a todos concierne y beneficia” (Pg.198).
Quizás sea la hora de empezar a reclamar la potencia de lo común, del
don, de la redistribución de los recursos y sobre todo de la gestión colectiva
de los mismos frente a un ambiguo concepto de lo público.
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