“Puede
ser difícil de aceptar, pero, desde el punto de vista ecológico, no
hay posibilidad alguna de mantener un planeta con recursos finitos
que se basen en modelos de crecimiento ilimitado. No existe tierra
cultivable suficiente para mantener una agricultura productiva que
alimente a las personas, alimente a la ganadería intensiva y que,
como nos explican ahora, genere la energía del futuro, los
biocombustibles.
No
podemos aceptar más políticas de crecimiento económico sabiendo
que esconden la generación de pobreza y que comprometen la vida de
generaciones futuras. Entonces aparece la propuesta y la necesidad de
pensar en el decrecimiento: supeditar el mercado a la sociedad,
sustituir la competencia por la cooperación, acomodar la economía a
la economía de la naturaleza y del sustento para poder estar en
condiciones de retomar el control de nuestras vidas.
La
ciudadanía del mundo no pierde nada, pierden las corporaciones. El
decrecimiento nos llevará a vivir mejor con menos: menos comida
basura, menos estrés, menos pleitesía al consumo. Y también aquí
el modelo agrícola puede ilustrar bien estas propuestas. Devolver el
control de la agricultura a los campesinos, que con la complicidad
del resto de la sociedad aseguren, mediante modelos productivos
ecológicos (donde los ecosistemas no están al servicio de la
economía sino al revés), el consumo de temporada y una distribución
en mercados locales de alimentos sanos.
Apostar
por el decrecimiento es encarrilarse en un nuevo rumbo, donde más
gente encontrará lugares de vida y trabajo que, sin dañar el medio
ambiente, sin competir ni empobrecer a otras regiones, puedan
asegurar alimentos de buena calidad y buenos sabores para nosotros.,
las poblaciones del sur y las futuras generaciones.”
Gustavo
Duch
Extraído de:
“Lo
que hay que tragar. Minienciclopedia de política y alimentación”.
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