CUESTIONANDO
EL FINAL TRADICIONAL
Una
reflexión
filosófica
sobre la muerte digna
Más
allá
de los dilemas éticos
propios de la eutanasia, afrontar la muerte digna conlleva una serie
de reflexiones filosóficas
que pueden resultar de enorme interés
para la definición
del sujeto contemporáneo.
Una
de las reflexiones éticas
más
comunes en nuestra sociedad contemporánea
es la cuestión
de la muerte digna. En la actualidad, solo un reducido número
de países
en todo el mundo da cobertura legal y garantiza el derecho a morir a
aquellos habitantes que, por circunstancias vitales, piden finalizar
su vida anticipadamente. Aquellos países
que no ofrecen la eutanasia como una alternativa legal y penalizan
cualquier forma de asistencia al suicidio, obligan a sus habitantes a
llevar a cabo estas prácticas
en la clandestinidad, sin ofrecer los medios más
adecuados para poder garantizar un final de vida digno y menos
traumático.
A pesar de ser una cuestión
que ciertos sectores políticos
prefieren evitar, estamos ante un debate muy vivo en la población,
pues aborda una problemática
que nos va a afectar cada vez más
en el futuro.
El
planteamiento de una muerte digna surge en un momento muy particular
de nuestra historia, pues gracias a los indiscutibles avances de
nuestra civilización
en ciencia, medicina e higiene, actualmente podemos alargar nuestra
vida más
que en épocas
anteriores. Incluso podríamos
calificar este aumento en la esperanza de vida como “antinatural”,
ya que lo conseguimos gracias a medios artificiales (creados por el
ser humano) que nos permiten superar ciertos problemas de nuestra
naturaleza.
A pesar de que, indudablemente, es uno de los grandes
logros de nuestra especie, este alargamiento antinatural de la vida
nos enfrenta hoy a una pregunta relevante: ¿hasta
qué
punto merece la pena alargar nuestra vida? No estamos ante una
pregunta completamente nueva, pero sí
ante una cuestión
de actualidad en una sociedad cada vez más
acostumbrada a ver cómo,
en ocasiones, sus mayores y sus enfermos alargan la vida en unas
condiciones pésimas.
El
debate ético
que se genera en torno a la legalización
de la eutanasia enfrenta múltiples
puntos de vista: están
los que piensan que es un ejercicio de libertad de elección,
los que consideran que es inmoral el ayudar o practicar la asistencia
al suicidio, los que amparados en sus ideales religiosos creen que es
un atentado contra la vida, etcétera.
Pero, más
allá
de los dilemas éticos
propios de la eutanasia afrontar la muerte digna conlleva también
una los
dilemas éticos
propios de la eutanasia, afrontar la muerte digna conlleva también
una serie de reflexiones filosóficas
que pueden resultar de enorme interés
para la definición
del sujeto contemporáneo.
CUESTIONANDO
LA TRADICIÓN
Tratando
de aproximarnos a la muerte digna como un fenómeno
cultural propio de nuestro tiempo, podemos detectar un aspecto de
enorme interés
antropológico:
la muerte digna se presenta como una nueva forma de experimentar la
muerte, cuestionando las ideas y costumbres propias de nuestra
tradición.
Al margen de las creencias metafísicas
actuales, es evidente que nuestra manera de concebir la muerte (tanto
en lo ceremonial y ritual, como
en el sentimiento personal) todavía
está
muy marcada por esas ideas propias del cristianismo que han quedado
fosilizadas en nuestra conciencia cultural. De hecho, los detractores
de la eutanasia todavía
siguen amparándose
en la idea cristiana de que la muerte es algo que obedece a la
voluntad divina, negando el derecho a poner fin voluntariamente a la
propia vida y juzgando cualquier forma de suicidio como inmoral.
Así,
la muerte ha llegado hasta nuestros días
como uno de los tabúes
más
sombríos
de nuestra cultura, pues la explicación
de la muerte ha quedado tradicionalmente monopolizada por el discurso
religioso sin dar opción
a otros planteamientos que lo cuestionen.
No
es casualidad que la cuestión
de la muerte digna haya surgido justo en este momento de nuestra
historia en el que las creencias propias del modelo ristiano
tradicional entran en crisis. En esta nietzscheana búsqueda
de nuevos valores en la que se ha embarcado nuestra sociedad, con el
propósito
de superar las viejas supersticiones, perseguimos una nueva manera de
entender ciertos aspectos de nuestra existencia que tradicionalmente
han sido explicados por el cristianismo. Con respecto a la muerte, en
la actualidad se puede comprobar cómo
es cada vez más
común
el que se practiquen nuevos rituales funerarios alternativos
a la ceremonia religiosa y a la sepultura clásica
cristiana.
Curiosamente,
algunos de estos rituales alternativos se inspiran en ritos
funerarios paganos, siendo la historia de las culturas una
interesante fuente en la que el sujeto contemporáneo
puede rastrear otras maneras de experimentar su relación
con la muerte, más
próximas
a sus nuevas creencias metafísicas.
De igual manera, algunos partidarios de la muerte digna también
han recurrido a investigar otras experiencias de la muerte en la
Antigüedad,
encontrando argumentos para justificar que el suicidio ha sido
entendido en algunas culturas paganas como una vía
honrosa y digna de liberación
ante grandes problemas de la existencia.
En
este sentido, podríamos
afirmar que la muerte digna se presenta como una nueva forma de
entender la muerte, pero también
nos obliga a replantearnos una nueva forma de entender la vida.
Pensar otra muerte en este contexto poscristiano lleva necesariamente
a redefinir ciertos valores que aplicamos en nuestra vida, pues una
de las premisas que plantean los defensores de la muerte digna es que
debemos entender el momento de la muerte como un último
acto de vida, en absoluta concordancia con los valores que han
caracterizado a la persona a lo largo de su vida.
DIGNIDAD,
LIBERTAD Y SUFRIMIENTO
El
primer valor que sería
adecuado redefinir es el propio valor de la dignidad. Este valor ha
sido atribuido tradicionalmente al sujeto por el vínculo
con su religión,
pero en nuestra historia reciente se ha replanteado su sentido en una
linea más
social y humanística,
siendo uno de nuestros valores fundamentales a partir de la
Declaración
Universal de los Derechos Humanos. Entendemos que la dignidad
promueve un modelo de vida en la que se respetan los derechos
elementales que poseemos por el mero hecho de ser humanos,
pretendiendo evitar todo tipo de agravio o degradación.
Asumiendo esa premisa antes mencionada
los defensores de prácticas
como la eutanasia entienden que una muerte es digna cuando se produce
sin atentar contra los derechos fundamentales que han hecho digna a
una persona durante la vida, dándose
una completa concordancia de valores entre el sujeto, su vida y el
momento de su muerte. De esta manera, uno de los grandes retos que se
nos plantea es aclarar qué
es lo que entendemos por una vida digna, para poder reflexionar sobre
qué
tipo de muerte podría
también
considerarse como digna.
Otro
valor que se pone en cuestión
es el de la libertad, pues el debate social sobre la muerte digna
también
conlleva una importante reflexión
sobre los límites
de nuestras libertades.
Otra
de las premisas de quienes defienden estas prácticas
es la de permitir decidir libremente a cada persona sobre su propia
muerte, siempre que esa persona pueda tomar su decisión
de manera racional, autónoma
y siendo consciente de las consecuencias. Esto tiene unas
implicaciones filosóficas
importantes en esta era poscristiana, pues supone asumir que ahora el
sujeto es dueño
de su propio destino y posee cierta capacidad para elegir el momento
más
adecuado y la manera menos mala de morir. Pues, al fin y al cabo, cuando
la vida se ha convertido en una condena al sufrimiento, la muerte
puede ser recibida como una liberación.
Es
precisamente en el sufrimiento donde encontramos una de las
reflexiones más
interesantes. Se tiende a justificar la muerte digna como una manera
de escapar del sufrimiento, en concreto de un sufrimiento que no
puede ser erradicado en lo que resta de vida. Buena parte de la
sociedad acepta la eutanasia para enfermedades terminales que
producen un elevado grado de dolor físico,
pero sin embargo no ve con tanta claridad que se apliquen estas
técnicas
a otras personas que las demandan con otros perfiles distintos.
Hablamos
de personas con importantes limitaciones físicas
(pero sin dolor), personas que quieren evitar las consecuencias
futuras de ciertas enfermedades degenerativas, e incluso también
personas que dicen sentirse “hastiadas”
de la vida o que creen que ya han cumplido sus objetivos vitales y no
quieren vivir más.
En estos casos, aunque la persona no sufre un dolor físico
inmediato, se solicita un adelanto prematuro de la muerte siempre
bajo criterios racionales, y asumiendo que esa situación
que experimenta le produce algún
tipo de sufrimiento vital no atribuible a un trastorno mental. Todo
esto abre un interesante debate sobre dónde
debemos poner los límites
de lo que podemos considerar como “sufrimiento”
para un ser humano, y sugiere una reflexión
sobre si aquellos dolores que no son físicos
podrían
ser causa suficiente para justificar la aplicación
de un suicidio asistido.
En
conclusión,
más
allá
de los debates éticos,
afrontar la muerte digna nos brinda una buena oportunidad para que
nuestra generación
reflexione sobre cuál
es la forma de vida que realmente quiere en este horizonte
poscristiano. En este sentido, tanto para sus defensores como para
sus detractores, la muerte digna invita a redefinir aquellos valores
con los que guiamos nuestra vida, que se deben hacer extensibles a lo
largo de la misma hasta su propio fin. Otra cuestión
interesante será
la de si prácticas
como la eutanasia o el suicidio asistido deben ser un derecho
garantizado para aquellos que lo soliciten en nuestras
sociedades futuras. Los detractores argumentan que estas técnicas
atentan contra el derecho más
primordial: el derecho a la vida. Sin embargo, cada día
más
personas demandan este tipo de final evitando mantenerse aferrados a
una vida que se convierte en una tortura hasta el último
de sus días.
Esas personas, como decía
Ramón
Sampedro, consideran que la vida debe ser un derecho, pero no una
obligación.
ADRIÁN
BAQUERO GOTOR
PROFESOR
DE FILOSOFÍA.
DOCTORANDO
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