SE PUEDE VIVIR MEJOR CON MENOS
Joaquín Sempere
Algunos filósofos de la contención –los antiguos cínicos, estoicos y epicúreos- han dicho que la riqueza consiste no en tener mucho sino en desear poco. Pero no bastan generalidades como ésta. Si disponemos de menos energía, tendremos que trabajar más con las manos, como antes. Viajaremos menos. Tendremos que obtener el alimento de una agricultura de proximidad: será inviable el “lujo” de comer en Madrid calabacines o tomates cultivados en Murcia o en Marruecos. Los artefactos serán más caros y deberemos renunciar a muchos de ellos, o tendremos que aprender a compartirlos (por ejemplo con el alquiler de coches o bicicletas, o el uso compartido de lavadoras). Habrá que echar mucho ingenio en nuevos estilos de vida, que tal vez nos aporten más contacto social, más tiempo libre, menos stress.
De todos modos, cuidado con lo del tiempo libre, porque seguramente tendremos que renunciar a muchas máquinas y, por tanto, dedicar más horas al trabajo manual, incluido el trabajo manual doméstico.
Creo que el decrecimiento económico es nuestro destino inexorable. Hemos crecido demasiado. Según los cálculos de la huella ecológica (con todas las incertidumbres y posibles errores que suponen), ya vivimos por encima de nuestros recursos, o sea, ya estamos deteriorando la base de recursos naturales, y así vamos a dejar un mundo menos productivo que el actual a nuestros descendientes. Si no refrenamos voluntariamente nuestras punciones sobre la biosfera, será la biosfera misma la que nos pondrá coto. La alternativa no es: crecimiento o decrecimiento, sino decrecimiento calculado y voluntario o decrecimiento forzoso. En este segundo caso, no hace falta decir que puede suponer un futuro de pesadilla, de colapso de la civilización, de lucha de todos contra todos. Creo que seguir hablando de que el crecimiento es bueno, indispensable para nuestro bienestar, necesario para conservar los puestos de trabajo existentes y aumentarlos, etc. es una irresponsabilidad increíble. Y sin embargo, no hay más que leer o escuchar lo que dicen nuestros líderes políticos y económicos (y también sindicales), que no sólo no luchan contra el dogma del crecimiento, sino que lo alimentan sin cesar. Vamos muy mal.
En tu aportación al volumen sostienes que si no prevalecen principios democrático-igualitarios podemos vernos abocados a ecofascismos o ecoautoritarismos asociados a formas de imperialismo que “exporten“ al Sur, que sí existe para estas “externalidades”, los efectos más destructivos de la crisis ecológica. ¿Este es el futuro que vislumbras? ¿Qué hacer entonces?
¿Qué hacer? Explicar la verdad de lo que nos amenaza y predicar una moral de la frugalidad y la contención. Tratar de lograr una masa crítica de ciudadanos y ciudadanas dispuestos a adaptarse a escenarios de escasez defendiendo lo esencial: la dignidad del ser humano, las libertades políticas, las conquistas democráticas y la equidad. Y dispuestos a construir una organización productiva ecológicamente sostenible, aunque tengan que renunciar a muchas comodidades que hoy damos por supuestas, como si fueran lo más natural del mundo. La equidad es muy importante, pues en un mundo con más escasez las desigualdades serán más intolerables: por eso ahí surgirá una oportunidad nueva para el socialismo. Por de pronto creo importantísimo defender con uñas y dientes lo que nos queda de “Estado del bienestar”, y tratar de ampliar sus prestaciones en la medida de lo posible y razonable. El Estado del bienestar se basa en una filosofía colectivista, no individualista. Es una de las herencias institucionales del siglo XX a defender.
El problema del Sur es aun más complicado de abordar, porque las desigualdades entre Norte y Sur han llegado a ser abismales. No me atrevo a decir gran cosa al respecto. Sólo una: seguramente los países del Sur ganarían si no se interfiriera en sus propios procesos autónomos desde fuera, desde Occidente. El mercado mundial nos destroza a todos, a ellos sobre todo, pero también a nosotros. Lo malo es que cuando toman las riendas de su destino, imitan lo peor de Occidente, como está ocurriendo en China. Hay excepciones, pero afectan a comunidades numéricamente poco significativas.
http://www.decrecimiento.info/2011/06/entrevista-con-joaquim-sempere.html
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OTRA ENTREVISTA A JOAQUIM SEMPERE
Publicado en Revista FUSION,
'Somos adictos al consumo. Cuando la gente descubra que se puede vivir mejor con menos, el paso adelante se consolidará. Vamos hacia una catástrofe ecológica que perjudicará sobre todo a los más pobres'. Son palabras del filósofo y sociólogo, Joaquím Sempere.
Lo dice alto y claro, “el futuro de la humanidad es difícil si no bajamos el consumo, y no sólo el de energía”, es preciso un cambio de conciencia. Sempere, profesor de Sociologia Medioambiental en la Universidad de Barcelona, nos explica porqué.
-No se consume, se despilfarra. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
-La innovación técnica ha hecho posible producir mucho con poco trabajo, pero lo posible se ha hecho real por impulso del capitalismo, que no puede existir sin crecer incesantemente. Además, se ha contado con enormes recursos energéticos fósiles, a flor de suelo y listos para ser quemados. Los empresarios necesitan vender y buscan que se compre sin cesar.
-¿Quién nos ha educado de esta manera?
-Los empresarios, los economistas, los gobiernos, que se han creído que más y más es siempre mejor. Los publicitarios contribuyen. Y el infantilismo de mucha gente, que cae en la trampa de los oropeles del mundo de los objetos.
-Hablar de consumo responsable, consciente, suele entenderse como una especie de renuncia al Estado de bienestar. ¿Son compatibles? ¿Qué le diría a quienes piensan así?
-Cuidado: no confundamos “bienestar”, que se suele confundir con “abundancia, opulencia, plétora de bienes”, con Estado del bienestar. Tendremos que renunciar a la actual plétora de bienes de que disponen –disponemos— los ricos del mundo porque la biosfera no da para tanto, y menos si más y más consumidores se añaden al festín, como está ocurriendo en la China y muchas partes. Pero con un consumo menor puede ser que nuestro bienestar no disminuya: incluso puede aumentar, pues a veces pagamos la plétora de bienes con estrés, con falta de tiempo para dedicar a los seres queridos o a actividades placenteras, etc. Hay que romper la ecuación “bienestar = plétora de bienes”. En cambio, el llamado Estado del bienestar es otra cosa.
-¿Cómo deberíamos entenderlo entonces?
-Como un sistema redistributivo público que hace posible que toda la población de un país tenga acceso a la educación, la cultura, la sanidad y a la protección mediante subsidios frente a eventualidades varias (enfermedad, discapacidad, orfandad, vejez, paro, etc.). Así se satisfacen necesidades básicas de todos con una redistribución solidaria, y esto es un factor de seguridad de valor humano incalculable. Hay que defender esta conquista con uñas y dientes, y mejorar sus prestaciones siempre que sea posible, pues proporciona lo que podríamos llamar “confort vital”, base necesaria para el auténtico bienestar. Se puede prescindir fácilmente del viaje anual en avión a una playa tropical. Pero no deberíamos renunciar a los medios para hacer frente a la angustia de estar enfermo y saber que no tienes acceso a prestaciones sanitarias que existen pero no puedes pagarlas. ¿O queremos vivir con la inseguridad en materia de salud que se vive en países africanos… o en los Estados Unidos, donde sólo el 60% de la población puede ir al hospital?
-¿Cómo conjugaría desarrollo sostenible con progreso económico?
-Hay que redefinir muchas palabras. Habrá que empezar a decir que no hay “progreso” si no es ecológicamente sostenible. Combatir una nueva plaga agrícola con un nuevo tóxico que envenena el medio natural, en lugar de investigar para lograr un arma biológica no peligrosa para el mismo fin, a estas alturas ya no se puede calificar de “progreso económico” ni “técnico”. Es una medida zafia, una solución fácil de ignorantes que no quieren enterarse de que no se puede resolver un problema generando otro peor. Esto se ha estado haciendo durante decenios porque no se sabían los “daños colaterales” de cierto progreso. Y seguramente gracias a esta ignorancia hemos hecho avances positivos, no lo niego. En la vida el riesgo es inevitable. Pero cuando ya sabemos todo lo que hoy sabemos, no podemos seguir cometiendo los mismos errores. Para ceñirme más a la pregunta, yo descarto que sea bueno un “desarrollo sostenible” si por desarrollo entendemos crecimiento, como se suele entender. Hablemos, mejor, de “economía sostenible”.
-Y respecto al progreso...
-¿Qué entendemos hoy por “progreso económico”? Para decirlo brevemente, para mí progreso económico sería ir a una sociedad donde se puedan satisfacer las necesidades básicas de todos (alimentación, agua, vivienda, ropa, salud, escuela, seguridad económica, medio ambiente saludable y oportunidades culturales) con pocos recursos naturales, sin degradar el medio ambiente, repartiendo el trabajo entre todos para disponer todos de más tiempo libre y para que nadie que quiera integrarse y trabajar se quede en la cuneta, en el paro y marginado. Es probable que eso se consiga mejor si reducimos algunos de nuestros consumos superfluos. A eso hay quien lo llama “decrecimiento”.
-¿En manos de quién están hoy las ideas que nos pueden conducir a ese cambio de conciencia necesario?
-En manos de la izquierda ecologista. Además, los valores y las ideas al respecto están cambiando rápidamente. Los gobiernos deberían apoyarse en estas ideas emergentes, cada vez más populares. Pero no confío que lo hagan.
-¿Cree -como señalan algunos expertos- que nos acercamos a un mundo 20/80:. Es decir, un 20% de población trabaja y tiene acceso a comodidades y un 80% vivirá en la pobreza?
-La tendencia es esta. Espero que se reaccionará a tiempo para impedirlo. Un extraordinario factor de malestar son las grandes desigualdades. No me gustaría vivir en un mundo con barrios acomodados amurallados, con guardias privados provistos de armas, donde no se pueda pasear tranquilamente por la calle. Esto ocurre ya en muchas ciudades de América Latina y de otros lugares.
-Cumbre de Copenhague. ¿No cree usted que se ha puesto una excesiva confianza en los políticos para resolver los graves problemas que nos afectan? ¿Qué otros “ingredientes” añadiría para garantizar un verdadero paso hacia delante?
-Los actuales gobernantes están completamente identificados con los grandes empresarios y se ponen a su servicio. Por eso no será esta oligarquía económico-política la que abordará adecuadamente los graves problemas a que alude. Hay que poner en pie un conjunto de fuerzas sociales que tengan capacidad para hacerse oír, romper la barrera mediática, y llevar sus propuestas a la opinión pública. También hay que tener en cuenta que vamos bastante a ciegas, que el mundo se ha vuelto muy complicado para poder cambiarlo. Pero justamente porque hay tantas incertidumbres sería más importante que nunca que los gobiernos fuesen capaces de dialogar con los núcleos renovadores activos de la sociedad civil. Pero hacen justamente lo contrario: criminalizan, ningunean a los grupos ecologistas y altermundialistas, que son los portadores del verdadero espíritu renovador que necesitamos. Es un escándalo el trato dado a López de Uralde y sus compañeros de Greenpeace en Copenhague.
-¿Es esta crisis económica que estamos atravesando, una oportunidad para replantearse valores? ¿Cómo podemos aprovecharla?
-Lo es. Después de un largo periodo de cierta estabilidad, hemos entrado en el último decenio en un periodo de turbulencias financieras que culminó en 2008. Hoy está más claro para mucha gente que vivimos sobre unos cimientos inseguros, que necesitamos reorganizar muchas estructuras económicas y revisar muchas supuestas evidencias. Debemos aprovechar la ocasión, aunque es difícil saber cómo.
-Los cambios que se plantean son de grandes dimensiones. ¿Qué puede hacer el ciudadano de a pie? ¿Cómo se puede trabajar desde lo “pequeño”?
-Aparte de preocuparse por el conjunto, que siempre es necesario para funcionar como ciudadanos y ciudadanas en este mundo globalizado, creo que se pueden hacer varias cosas. Una es una actitud sistemática de defensa y ampliación de las conquistas democráticas, tanto de las libertades civiles y políticas como del Estado del bienestar. Otra es estar organizados en asociaciones, grupos, partidos, sindicatos, etc., incluidas las redes que tratan de impulsar una economía alternativa desde abajo, como, en Cataluña, la “Xarxa per un Consum Solidari” (Red para un Consumo Solidario), red de cooperativas de consumo asociadas con cooperativas de agricultores ecológicos cercanas en el espacio. Yo animaría a los y las jóvenes a no quedarse de brazos cruzados, ni limitarse a actividades “políticas”, sino emprender iniciativas económicas como cooperativas agropecuarias ecológicas, pequeñas empresas de instalación y mantenimiento de energías renovables, etc. Hay que construir una economía alternativa que funcione, en la que la gente pueda ganarse la vida. Tal vez la crisis y el paro puedan favorecerlo. También hay que animar a la gente a que gaste sus ahorros en instalaciones solares térmicas y fotovoltaicas en los tejados de sus casas, o en cooperativas para promover huertos solares. En el norte de Europa hay mucha más iniciativa que aquí en estos campos. Y presionar a las administraciones y a los políticos para que se legisle de verdad a favor de una economía solidaria y ecológicamente sostenible. Si el sistema está fracasando para adaptarse a los nuevos retos, debemos lanzarnos a desarrollar iniciativas de todo tipo que vayan construyendo por abajo una alternativa de futuro. Puede parecer irreal. Y lo sería si se desligara de la necesaria acción política. He aquí varias líneas de trabajo posibles.
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Se puede vivir “satisfactoriamente” con menos energía. Tal vez se puede vivir incluso “mejor” que ahora. ¿Cómo? La pregunta me supera. La clave probablemente es reducir las expectativas materiales.
Algunos filósofos de la contención –los antiguos cínicos, estoicos y epicúreos- han dicho que la riqueza consiste no en tener mucho sino en desear poco. Pero no bastan generalidades como ésta. Si disponemos de menos energía, tendremos que trabajar más con las manos, como antes. Viajaremos menos. Tendremos que obtener el alimento de una agricultura de proximidad: será inviable el “lujo” de comer en Madrid calabacines o tomates cultivados en Murcia o en Marruecos. Los artefactos serán más caros y deberemos renunciar a muchos de ellos, o tendremos que aprender a compartirlos (por ejemplo con el alquiler de coches o bicicletas, o el uso compartido de lavadoras). Habrá que echar mucho ingenio en nuevos estilos de vida, que tal vez nos aporten más contacto social, más tiempo libre, menos stress.
De todos modos, cuidado con lo del tiempo libre, porque seguramente tendremos que renunciar a muchas máquinas y, por tanto, dedicar más horas al trabajo manual, incluido el trabajo manual doméstico.
Creo que el decrecimiento económico es nuestro destino inexorable. Hemos crecido demasiado. Según los cálculos de la huella ecológica (con todas las incertidumbres y posibles errores que suponen), ya vivimos por encima de nuestros recursos, o sea, ya estamos deteriorando la base de recursos naturales, y así vamos a dejar un mundo menos productivo que el actual a nuestros descendientes. Si no refrenamos voluntariamente nuestras punciones sobre la biosfera, será la biosfera misma la que nos pondrá coto. La alternativa no es: crecimiento o decrecimiento, sino decrecimiento calculado y voluntario o decrecimiento forzoso. En este segundo caso, no hace falta decir que puede suponer un futuro de pesadilla, de colapso de la civilización, de lucha de todos contra todos. Creo que seguir hablando de que el crecimiento es bueno, indispensable para nuestro bienestar, necesario para conservar los puestos de trabajo existentes y aumentarlos, etc. es una irresponsabilidad increíble. Y sin embargo, no hay más que leer o escuchar lo que dicen nuestros líderes políticos y económicos (y también sindicales), que no sólo no luchan contra el dogma del crecimiento, sino que lo alimentan sin cesar. Vamos muy mal.
En tu aportación al volumen sostienes que si no prevalecen principios democrático-igualitarios podemos vernos abocados a ecofascismos o ecoautoritarismos asociados a formas de imperialismo que “exporten“ al Sur, que sí existe para estas “externalidades”, los efectos más destructivos de la crisis ecológica. ¿Este es el futuro que vislumbras? ¿Qué hacer entonces?
¿Qué hacer? Explicar la verdad de lo que nos amenaza y predicar una moral de la frugalidad y la contención. Tratar de lograr una masa crítica de ciudadanos y ciudadanas dispuestos a adaptarse a escenarios de escasez defendiendo lo esencial: la dignidad del ser humano, las libertades políticas, las conquistas democráticas y la equidad. Y dispuestos a construir una organización productiva ecológicamente sostenible, aunque tengan que renunciar a muchas comodidades que hoy damos por supuestas, como si fueran lo más natural del mundo. La equidad es muy importante, pues en un mundo con más escasez las desigualdades serán más intolerables: por eso ahí surgirá una oportunidad nueva para el socialismo. Por de pronto creo importantísimo defender con uñas y dientes lo que nos queda de “Estado del bienestar”, y tratar de ampliar sus prestaciones en la medida de lo posible y razonable. El Estado del bienestar se basa en una filosofía colectivista, no individualista. Es una de las herencias institucionales del siglo XX a defender.
El problema del Sur es aun más complicado de abordar, porque las desigualdades entre Norte y Sur han llegado a ser abismales. No me atrevo a decir gran cosa al respecto. Sólo una: seguramente los países del Sur ganarían si no se interfiriera en sus propios procesos autónomos desde fuera, desde Occidente. El mercado mundial nos destroza a todos, a ellos sobre todo, pero también a nosotros. Lo malo es que cuando toman las riendas de su destino, imitan lo peor de Occidente, como está ocurriendo en China. Hay excepciones, pero afectan a comunidades numéricamente poco significativas.
http://www.decrecimiento.info/2011/06/entrevista-con-joaquim-sempere.html
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OTRA ENTREVISTA A JOAQUIM SEMPERE
Publicado en Revista FUSION,
'Somos adictos al consumo. Cuando la gente descubra que se puede vivir mejor con menos, el paso adelante se consolidará. Vamos hacia una catástrofe ecológica que perjudicará sobre todo a los más pobres'. Son palabras del filósofo y sociólogo, Joaquím Sempere.
Lo dice alto y claro, “el futuro de la humanidad es difícil si no bajamos el consumo, y no sólo el de energía”, es preciso un cambio de conciencia. Sempere, profesor de Sociologia Medioambiental en la Universidad de Barcelona, nos explica porqué.
-No se consume, se despilfarra. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
-La innovación técnica ha hecho posible producir mucho con poco trabajo, pero lo posible se ha hecho real por impulso del capitalismo, que no puede existir sin crecer incesantemente. Además, se ha contado con enormes recursos energéticos fósiles, a flor de suelo y listos para ser quemados. Los empresarios necesitan vender y buscan que se compre sin cesar.
-¿Quién nos ha educado de esta manera?
-Los empresarios, los economistas, los gobiernos, que se han creído que más y más es siempre mejor. Los publicitarios contribuyen. Y el infantilismo de mucha gente, que cae en la trampa de los oropeles del mundo de los objetos.
-Hablar de consumo responsable, consciente, suele entenderse como una especie de renuncia al Estado de bienestar. ¿Son compatibles? ¿Qué le diría a quienes piensan así?
-Cuidado: no confundamos “bienestar”, que se suele confundir con “abundancia, opulencia, plétora de bienes”, con Estado del bienestar. Tendremos que renunciar a la actual plétora de bienes de que disponen –disponemos— los ricos del mundo porque la biosfera no da para tanto, y menos si más y más consumidores se añaden al festín, como está ocurriendo en la China y muchas partes. Pero con un consumo menor puede ser que nuestro bienestar no disminuya: incluso puede aumentar, pues a veces pagamos la plétora de bienes con estrés, con falta de tiempo para dedicar a los seres queridos o a actividades placenteras, etc. Hay que romper la ecuación “bienestar = plétora de bienes”. En cambio, el llamado Estado del bienestar es otra cosa.
-¿Cómo deberíamos entenderlo entonces?
-Como un sistema redistributivo público que hace posible que toda la población de un país tenga acceso a la educación, la cultura, la sanidad y a la protección mediante subsidios frente a eventualidades varias (enfermedad, discapacidad, orfandad, vejez, paro, etc.). Así se satisfacen necesidades básicas de todos con una redistribución solidaria, y esto es un factor de seguridad de valor humano incalculable. Hay que defender esta conquista con uñas y dientes, y mejorar sus prestaciones siempre que sea posible, pues proporciona lo que podríamos llamar “confort vital”, base necesaria para el auténtico bienestar. Se puede prescindir fácilmente del viaje anual en avión a una playa tropical. Pero no deberíamos renunciar a los medios para hacer frente a la angustia de estar enfermo y saber que no tienes acceso a prestaciones sanitarias que existen pero no puedes pagarlas. ¿O queremos vivir con la inseguridad en materia de salud que se vive en países africanos… o en los Estados Unidos, donde sólo el 60% de la población puede ir al hospital?
-¿Cómo conjugaría desarrollo sostenible con progreso económico?
-Hay que redefinir muchas palabras. Habrá que empezar a decir que no hay “progreso” si no es ecológicamente sostenible. Combatir una nueva plaga agrícola con un nuevo tóxico que envenena el medio natural, en lugar de investigar para lograr un arma biológica no peligrosa para el mismo fin, a estas alturas ya no se puede calificar de “progreso económico” ni “técnico”. Es una medida zafia, una solución fácil de ignorantes que no quieren enterarse de que no se puede resolver un problema generando otro peor. Esto se ha estado haciendo durante decenios porque no se sabían los “daños colaterales” de cierto progreso. Y seguramente gracias a esta ignorancia hemos hecho avances positivos, no lo niego. En la vida el riesgo es inevitable. Pero cuando ya sabemos todo lo que hoy sabemos, no podemos seguir cometiendo los mismos errores. Para ceñirme más a la pregunta, yo descarto que sea bueno un “desarrollo sostenible” si por desarrollo entendemos crecimiento, como se suele entender. Hablemos, mejor, de “economía sostenible”.
-Y respecto al progreso...
-¿Qué entendemos hoy por “progreso económico”? Para decirlo brevemente, para mí progreso económico sería ir a una sociedad donde se puedan satisfacer las necesidades básicas de todos (alimentación, agua, vivienda, ropa, salud, escuela, seguridad económica, medio ambiente saludable y oportunidades culturales) con pocos recursos naturales, sin degradar el medio ambiente, repartiendo el trabajo entre todos para disponer todos de más tiempo libre y para que nadie que quiera integrarse y trabajar se quede en la cuneta, en el paro y marginado. Es probable que eso se consiga mejor si reducimos algunos de nuestros consumos superfluos. A eso hay quien lo llama “decrecimiento”.
-¿En manos de quién están hoy las ideas que nos pueden conducir a ese cambio de conciencia necesario?
-En manos de la izquierda ecologista. Además, los valores y las ideas al respecto están cambiando rápidamente. Los gobiernos deberían apoyarse en estas ideas emergentes, cada vez más populares. Pero no confío que lo hagan.
-¿Cree -como señalan algunos expertos- que nos acercamos a un mundo 20/80:. Es decir, un 20% de población trabaja y tiene acceso a comodidades y un 80% vivirá en la pobreza?
-La tendencia es esta. Espero que se reaccionará a tiempo para impedirlo. Un extraordinario factor de malestar son las grandes desigualdades. No me gustaría vivir en un mundo con barrios acomodados amurallados, con guardias privados provistos de armas, donde no se pueda pasear tranquilamente por la calle. Esto ocurre ya en muchas ciudades de América Latina y de otros lugares.
-Cumbre de Copenhague. ¿No cree usted que se ha puesto una excesiva confianza en los políticos para resolver los graves problemas que nos afectan? ¿Qué otros “ingredientes” añadiría para garantizar un verdadero paso hacia delante?
-Los actuales gobernantes están completamente identificados con los grandes empresarios y se ponen a su servicio. Por eso no será esta oligarquía económico-política la que abordará adecuadamente los graves problemas a que alude. Hay que poner en pie un conjunto de fuerzas sociales que tengan capacidad para hacerse oír, romper la barrera mediática, y llevar sus propuestas a la opinión pública. También hay que tener en cuenta que vamos bastante a ciegas, que el mundo se ha vuelto muy complicado para poder cambiarlo. Pero justamente porque hay tantas incertidumbres sería más importante que nunca que los gobiernos fuesen capaces de dialogar con los núcleos renovadores activos de la sociedad civil. Pero hacen justamente lo contrario: criminalizan, ningunean a los grupos ecologistas y altermundialistas, que son los portadores del verdadero espíritu renovador que necesitamos. Es un escándalo el trato dado a López de Uralde y sus compañeros de Greenpeace en Copenhague.
-¿Es esta crisis económica que estamos atravesando, una oportunidad para replantearse valores? ¿Cómo podemos aprovecharla?
-Lo es. Después de un largo periodo de cierta estabilidad, hemos entrado en el último decenio en un periodo de turbulencias financieras que culminó en 2008. Hoy está más claro para mucha gente que vivimos sobre unos cimientos inseguros, que necesitamos reorganizar muchas estructuras económicas y revisar muchas supuestas evidencias. Debemos aprovechar la ocasión, aunque es difícil saber cómo.
-Los cambios que se plantean son de grandes dimensiones. ¿Qué puede hacer el ciudadano de a pie? ¿Cómo se puede trabajar desde lo “pequeño”?
-Aparte de preocuparse por el conjunto, que siempre es necesario para funcionar como ciudadanos y ciudadanas en este mundo globalizado, creo que se pueden hacer varias cosas. Una es una actitud sistemática de defensa y ampliación de las conquistas democráticas, tanto de las libertades civiles y políticas como del Estado del bienestar. Otra es estar organizados en asociaciones, grupos, partidos, sindicatos, etc., incluidas las redes que tratan de impulsar una economía alternativa desde abajo, como, en Cataluña, la “Xarxa per un Consum Solidari” (Red para un Consumo Solidario), red de cooperativas de consumo asociadas con cooperativas de agricultores ecológicos cercanas en el espacio. Yo animaría a los y las jóvenes a no quedarse de brazos cruzados, ni limitarse a actividades “políticas”, sino emprender iniciativas económicas como cooperativas agropecuarias ecológicas, pequeñas empresas de instalación y mantenimiento de energías renovables, etc. Hay que construir una economía alternativa que funcione, en la que la gente pueda ganarse la vida. Tal vez la crisis y el paro puedan favorecerlo. También hay que animar a la gente a que gaste sus ahorros en instalaciones solares térmicas y fotovoltaicas en los tejados de sus casas, o en cooperativas para promover huertos solares. En el norte de Europa hay mucha más iniciativa que aquí en estos campos. Y presionar a las administraciones y a los políticos para que se legisle de verdad a favor de una economía solidaria y ecológicamente sostenible. Si el sistema está fracasando para adaptarse a los nuevos retos, debemos lanzarnos a desarrollar iniciativas de todo tipo que vayan construyendo por abajo una alternativa de futuro. Puede parecer irreal. Y lo sería si se desligara de la necesaria acción política. He aquí varias líneas de trabajo posibles.
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Joaquim Sempere es doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona y licenciado en Sociología por la Universidad de París-X. Ha sido director de la revista "Nous Horitzons" y es miembro del consejo editorial de la revista Mientras tanto. Actualmente es profesor de Sociología en la Universidad de Barcelona, especializado en temas de medio ambiente, y trabaja en investigaciones sobre las necesidades humanas y sobre el papel de la ciencia y los expertos en los conflictos socioecológicos.
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