A Miguel Brieva los
grandes relatos le producen urticaria por esa visión apocalíptica que proyectan
en muchas ocasiones. Desde su posición como autor, opta por crear mensajes que
difunden la cooperación y la empatía como salvavidas.
Convencido de que la creación cultural debe dejar de ser parte del problema y comenzar a serlo de la solución, el dibujante Miguel Brieva (Sevilla, 1974) ha reorientado su trabajo en los últimos años. Ya no trata tanto de ridiculizar al poder y sus circunstancias, pues entiende que estas son tan grotescas de por sí que ya no se pueden parodiar, sino que propone abrir puertas por las que acceder a un mejor porvenir. De esa intención se nutren las páginas de Se busca un futuro posible en el que desear vivir, un libro compuesto por viñetas, carteles e ilustraciones que Brieva ha creado durante el último lustro y que ya habían aparecido como portadas, en folletos o difundidas en redes sociales, pese a que su autor es muy reacio a utilizarlas.
¿Cómo es ese futuro posible en el que desear vivir?
Es lo que necesitamos urgentemente imaginar. Una cosa a la
que le llevo dando vueltas mucho tiempo, y cada vez más, es que todos los
caminos que se estaban usando para tratar de actuar políticamente en el mundo
—la denuncia, la sátira, lo documental— parece que, a día de hoy, ya no tienen
mucho impacto en la sociedad de lo que yo llamo la scrollización de
la vida y la realidad. Parece que estas fórmulas narrativas, de contarnos cosas,
no son muy operativas en ella. Hace poco leí que alguien decía muy
acertadamente que cualquier relato o creación que se haga hoy en día que no
muestre una alternativa a este modo de vida es cómplice con él porque lo
que hace es tranquilizar o suavizar las cosas, como los memes, que nos ayudan a
ir llevando el día a día con humor, que está muy bien ese uso del humor, pero
que no van más allá.
A mí se me están desmontando muchos relatos que nos habíamos
acostumbrado a dar por interesantes —el verdadero arte—, a los que debemos dar
más crédito en términos artísticos y humanos. Me refiero a lo que llamo
la houllebequización de la cultura, esta idea de que el arte
verdadero es aquel que muestra la perversidad humana, que es nuestra
naturaleza… Todo eso forma un tsunami de relatos que, en el fondo, no son
ciertos, son tóxicos, nos hacen contarnos que somos una cosa que no somos,
contarnos que somos mucho peores de lo que somos.
El libro, Dignos de ser humanos,
de Rutger Bregman, es muy interesante porque hace un poco de contrarréplica
a libros como Sapiens de Harari, porque viene a desmontar
de raíz el mito que cohesiona nuestra cosmovisión actual, eso de que el hombre
es un lobo para el hombre, y cómo la valoración positiva de los grandes relatos,
de las películas como Match point de Woody Allen, es porque
vienen a decir que somos una puta mierda de seres. Y la realidad, cuando se
estudia la historia o lo que la propia ciencia va barruntando, es que los resortes
inherentes y naturales del ser humano son la cooperación, la empatía, tratar de
abordar las cosas juntos y no, desde luego, la individualidad tóxica que
vivimos. Ha llegado el momento que los creadores de relatos tomen conciencia de
eso, de que están siendo cómplices de una falacia horrible, que no hace bien a
nadie y nos conduce al exterminio. Más allá de que te ganes la vida con eso,
porque Netflix o quien sea te paga, realmente no nos están iluminando con
poderosísimas historias evocadoras ni nos están indicando un camino de salida de
este atolladero.
Como nos hemos acostumbrado a esos relatos oscuros, parece
que cualquier otro relato que no vaya por ahí es naíf o no es digno de ser
tenido en cuenta estéticamente. Al igual que el patriarcado generó una
cosmovisión que poco a poco se está resquebrajando porque la gente empieza a
contar relatos, o a investigar, desde otros lugares, hay que hacer lo mismo en
cuanto a predicción del futuro.
En este sentido va la idea de buscar futuros posibles y
deseables, una inquietud que tengo desde hace tiempo que me hizo dejar poco a
poco la sátira y que entronca con otras iniciativas. Cuando hablamos de relatos
posibles y deseables, queremos decir que sean posibles en el sentido biofísico
del término, a nivel energético, y deseables, en el sentido de que tengan en
cuenta la vida y la dignidad de las personas. Es decir, no se trata de
imaginar que vamos a ir en platillo volante porque eso no es posible
energéticamente, y habría que ver si es deseable. Si se proyecta una idea de
futuro en la que no se tiene en cuenta a todo el mundo, eso no es deseable.
¿Cómo se representaría gráficamente ese futuro deseable?
En este libro hay algunos atisbos de ello, sobre todo al
final, y también en una historieta que estoy acabando. Está claro que no tiene
ningún sentido presentar un conjunto cerrado, se trata más de iniciar un
proceso que nos pueda llevar, un proceso de imaginación y creación colectiva. Hay
que empezar a generar un nuevo sentido, ahora mismo la sociedad y los
individuos que la formamos padecemos de pérdida total de sentido. Vamos como
pollos sin cabeza porque el mundo va como pollo sin cabeza. Hay tremendas
amenazas y vemos que nada se hace o se puede hacer, por más que haya un deseo
de la gente de que se tomen determinadas iniciativas, hay un bloqueo total por
el sistema y su inercia. Como decía Erich Fromm, “para que la gente tenga
esperanza hay que mostrarle una alternativa que le genere esa esperanza”.
Estamos en ese proceso, el anhelo de esperanza está ahí y recorre a toda la
sociedad, ya sea desde posiciones negacionistas u otras más constructivas que
se atienen a los hechos, hay todo un malestar compartido.
Se pueden marcar una serie de líneas, de directrices, en esa
idea de posible y deseable. En términos energéticos, un decrecimiento
voluntario, que se tiene que atener a lo que se llama vivir del sol actual,
una energía que llega cada día al planeta Tierra en cantidad equivalente a la
que toda la humanidad usa en todo un año. Hay que ser capaces de vivir de eso,
reduciendo los consumos y desarrollando las capacidades tecnológicas, ese
debería ser el horizonte. Ahora mismo no hay ningún horizonte en ese sentido,
en otros momentos del pasado ha habido horizontes imaginarios, aunque muy
difusos y mal ligados con la tecnología y el sistema productivo, ahora no hay
ninguno, no existe el futuro. Por eso se trata de empezar a perfilar ese futuro
y que este tenga unas bases reales.
¿Hasta qué punto dirías que tu trabajo tiene como
objetivo facilitar ese futuro deseable?
Cuando empecé había un ánimo de desvelar las supuestas
verdades que en el fondo eran mentiras, que entrañaban trampas. Hoy eso está
desvelado por sí solo, lo cual cronifica esa idea de falta de sentido. He ido
mutando, de manera orgánica y sin proponérmelo, mediante la lectura y las
conversaciones. A día de hoy, creo que un acto creativo solo tiene sentido
en tanto nos direcciona, sugiere o anima a dar pasos en otra dirección.
Todo acto cultural, toda creación, que no lo haga puede ser escapismo,
entretenimiento, estar mejor o peor hecho, pero no resuelve, no apela a lo que
necesitamos urgentemente los seres humanos.
¿No es una exigencia muy ambiciosa?
Es como si te digo “mira, para salir de aquí tenemos que
escalar este muro” y tú dices que eso es muy ambicioso. Si quieres salir, es lo
que hay. El ser humano ha sido ambicioso muy a menudo, solo que ambicioso en
cosas delirantes, a lo mejor por una vez… Construir una bomba atómica, ir a la
Luna, mover montañas, desplazar océanos, eso sí han sido ambiciones y se ha
hecho. Es más fácil hacer cosas físicas que modular el espíritu, el ánimo, los
imaginarios. Es una ambición difícil de prefabricar, eso sí. Puedes poner en
marcha procesos de bola de nieve, como sucede en la política, pero cinco
personas no se pueden reunir y cambiar la cosmovisión de la humanidad, eso es
imposible.
¿Qué poder tiene componer canciones, escribir libros o
hacer viñetas, frente a todo lo demás, en esa dirección de orientarnos hacia un
futuro mejor?
Démosle la vuelta. ¿Qué pasaría si todo en Netflix fueran
relatos ecotópicos? Que mañana habría una revolución mundial. Qué pasaría si
todas las personas estuvieran todas las noches viendo relatos ecotópicos en
lugar de las cuatro horas que dedican a ver series de distopías, de zombies que
les explota la cabeza o cualquier otra gilipollez… Estamos inmersos en una nube
tóxica, como decía William Burroughs, en una nube tóxica de relatos, así que
qué pasaría si los relatos fueran otros. Haríamos otra cosa, porque los seres
humanos básicamente nos movemos por los relatos que nos contamos. Mi hijo, que
es muy pequeño, es perfectamente sensible a lo que hace chup chup en la
sociedad y tiene claro cuáles son los valores de ahora —triunfar, ser guapo,
ganar dinero…— , y lo tiene incluso un niño cuyos padres no están abiertamente
ahí. Los niños son como el canario en la mina, delatan lo que hay ahí. Eso a mí
me genera un malestar diario. Imagínate cómo sería la reacción de mi hijo, o de
cualquier niño, si estuviera envuelto en una nube de otro tipo de relatos. Al
fin y al cabo, el ser humano no es un ser racional, es un ser que se cuenta un
cuento y se lo cree. Hay dos capas de relatos: los de Netflix, los cómics… y
luego está el metarrelato, que es este que nos dice que el ser humano es
egoísta, tóxico, agresivo y, por tanto, solo se merece este mundo absurdo y sin
rumbo en el que estamos. Y todos los relatos que a diario consumimos lo
secundan.
¿Hay tanta relación de causa-efecto entre mensaje y
comportamiento?
Sí, absoluta.
Yo creo que la audiencia juega con los mensajes que
recibe, de algunas cosas se ríe y otras se las toma muy en serio. No estoy
seguro de que si existiera esa plataforma de streaming que
emitiera otros relatos, eso cambiase la mentalidad de la audiencia.
Francamente, creo que, como el ser humano no es un individuo
ajeno a los demás que va a su bola buscando su propio beneficio, que es la
falacia en la que vivimos, y en cambio, y bien lo sabe la gente que modula el
relato colectivo, vamos todos a una, esto sería más como una explosión
creativa, no dirigido desde la mercadotecnia. Como pudo suceder en los años 60,
o como pudo suceder con el cristianismo en el Imperio Romano, como una semilla.
Y fíjate que te doy un ejemplo que da miedo, porque ahora sabemos las
consecuencias del cristianismo. Sin caer en lo naíf, es un poco como lo que
decía Greta Thunberg de que no se puede ser neutral en una casa en llamas.
Yo más bien diría que en una casa en llamas no puedes hablar de si hay que
acuchillar el parqué o qué bien quedaría un jarrón en la chimenea. En una casa
en llamas solo queda ponerse de acuerdo para tratar de apagarlas entre todos.
¿Qué conversaciones o relatos tienen sentido en una casa en llamas? Explicarnos
cómo apagar este fuego y cómo podemos reconstruir la casa y vivir cuando
hayamos aplacado el peligro inminente. Lo que afrontamos hoy es casi
literalmente esto, casi no es una metáfora.
¿El objetivo de tu trabajo es un objetivo compartido con
proyectos periodísticos?
Todo contribuye. En esos dos planos del relato que
mencionaba, la ficción y el metarrelato, en el segundo se puede contribuir
desde los medios de comunicación y las intervenciones sociales de todo tipo. No
darnos cuenta de que todo es un relato y de hasta qué punto lo que consumimos y
nos parece anecdótico es lo que está formando lo que somos es una gran muestra
de ingenuidad por parte de los seres humanos. En la época griega, La
Odisea o La Ilíada no solo eran los cuentos que se
contaban por la noche, eran el manual de vida que les decía cómo había que
comportarse, cuándo había que sacrificar a los animales, cuándo había que
empezar las cosechas, qué dioses había que tener en cuenta… Nos hemos creído
que ambas cosas están separadas, y no es así.
¿Aspiras a crear un manual de vida?
No, para nada. Nadie se puede arrogar eso, incluso en el
ejemplo de La Odisea y La Ilíada normalmente
se le atribuyen a Homero, pero habría que ver qué figura fue. Probablemente fue
simplemente el aedo que, sabiendo escribir, fijó unos relatos de tradición oral
que venían de siglos. Habría que ser muy ingenuo o estúpido para pensar que una
persona va a modular nada. Cuando en los años 60 Bob Dylan introduce una
madurez y profundidad en las letras de la música popular que no se conocían
hasta entonces, fusiona la alta literatura con la música popular, se produce de
repente lo que Sánchez Ferlosio llamaría mímesis al alza, aunque él habla sobre
todo del fenómeno de la mímesis a la baja, que es en el que estamos inmersos a
día de hoy a muchos niveles. Eso ha ocurrido muchas veces, cuando la humanidad
ha funcionado con menos freno o con más libertad. Hoy estamos en el summum de
una especie de dictadura encubierta.
Viendo cómo están las cosas, ¿hemos fracasado?
¿Quién, todos?
Los creadores, los proyectos de comunicación como El
Salto.
No, es un continuo. ¿Fracasaron los de los años 60, los de
los años 30, fracasó la revolución francesa? Por eso quizá hoy hay tanto
interés, que a mí me parece fundamental, en ir hacia atrás para pensar hacia
adelante, incluso hacia la Prehistoria. Entender de dónde venimos para saber
las posibilidades que tenemos por delante. Si mirando hacia atrás nos contamos
la historia oficial, la que dice que los seres humanos prehistóricos o bien se
mataban entre ellos o estaban en una especie de sopa boba de igualdad a la que
ya no podemos volver, igualmente nos quedamos atados de manos. Pero hay un
montón de estudios antropológicos y arqueológicos que están apuntando en otra
dirección, diciendo que probablemente en la Prehistoria había una miríada de
formas de articular las sociedades y una mayor capacidad imaginativa de
formular políticamente cada uno de los colectivos cómo iba a ser esa forma de
vida en común. Y hoy, cuando nos creemos los reyes del mambo, probablemente
estamos en uno de los momentos de atrofia de la imaginación colectiva e
individual más importantes de la historia, si no el que más.
Enfrentamos nuestra extinción y somos capaces de ser
conscientes de eso y, en paralelo, no poder hacer nada, asumirlo como corderos
que van al matadero. El zeitgeist de la actualidad tiene dos
posturas dominantes, que cuento en el libro: la ecoansiedad y el hedonismo
depresivo, como lo llama Jaime Vindel. Puedes atenerte a los hechos y vivir
sumido en un malestar permanente, que es el lugar en el que me ubico
claramente, pero la sociedad te ofrece otra salida: finge una especie de
autosatisfacción histérica individual permanente, que ya ni siquiera finges en
vivo delante de las personas sino a través de internet, en esa especie de mundo
simulado, pero que en el fondo no deja de ser el encubrimiento de un malestar
igualmente terrible. Del mismo modo que, como dice Polanyi, el comunismo y el
fascismo fueron dos respuestas desesperadas ante una desbrozadora antropológica
brutal que era el capitalismo. Y en los años 20 y 30, la humanidad sacó estas
dos vertientes, una manera desesperada de frenar algo que estaba destruyéndolo
todo.
¿Hasta qué punto la esperanza se ha convertido en un
producto más?
El wishful thinking, el pensamiento positivo, la
autoayuda, no dejan de estar entroncados con esto, muerden un poco en la
parcela de la esperanza. Pero son cosas que están fuera de la realidad,
ficciones. Cuando hablamos de relatos posibles estamos hablando de poner un
pie en la realidad y otro en la imaginación. No sé si nos mueve la
esperanza o la necesidad imperiosa de sentido. Cuando algo te dota de
sentido, sea posible de realizar o no, parece que hay un camino que genera una
ilusión, hace que la vida se ilumine. Por eso digo que es un proceso de
bola de nieve que, al caer por una pendiente, comienza a crecer. Son como
chispas, como pasó en el 15M y en tantos otros momentos, que es muy difícil de
detectar pero sucede. Es un cúmulo de casualidades e intenciones que un momento
cuajan y cogen fuerza y pueden ser enormemente transformadoras. Pienso que estamos
ahí y que eso va a suceder. Es una cuestión de fe, pero es que los seres
humanos solo somos fe. Y uno decide dónde pone su fe, hacia qué sentido de la
existencia quiere empujar.
Abres el libro con citas de Dick, Margulis, Anders, Le
Guin, Stanley Robinson o Picasso. ¿Son nombres que pueden explicar tu trabajo?
Algunos más que otros. En el caso de Picasso no tanto, pero
su frase El arte no es verdad. El arte es una mentira que nos ayuda a
comprender la verdad es muy visionaria. Una persona como Picasso, un
ególatra un tanto desmedido, al ser un artista podía tener esos atisbos de
visión. Margulis me parece una autora absolutamente fundamental no solo por su
aporte científico como por su inspiración en tantos campos. Anders me parece un
filósofo excepcional. Como artista y no tanto desde una base argumentada
filosóficamente, Dick es extremadamente sensible y tiene la capacidad de
definir poéticamente la realidad. De todos estos autores yo tengo una
referencia muy clara que es Le Guin, una autora descomunal a la que se ha
reivindicado cada vez más en estos últimos años. Ella sí supo poner cuerpo
literario de gran calidad a esos anhelos de los que hablamos. Stanley Robinson,
no siendo quizá tan literariamente interesante, está haciendo unos relatos muy
apegados al presente que son capaces de romper marcos mentales, simplemente por
el hecho de mostrar. A veces necesitamos ver para creer.
Mencionas la calidad, algo que quizá no se tiene en
cuenta. Parece que vivimos una época en la que en las novedades editoriales,
por ejemplo, se valora mucho el tema pero se deja de lado la forma. Si Ursula
Le Guin perdura es porque era una gran escritora.
Hacen falta las dos cosas. Haces bien en señalar esto, pero
no sé si decirte que en igual medida o más sucede lo contrario. Por ejemplo, en
el mundo del cómic y la ilustración veo que hay, y son muy apreciados, autores
con una gran calidad formal, visual, pero que, a mi entender, son como
escapatorias formales, huidas, como alguien que hace punteos de guitarra muy
virtuosos pero con melodías muy difusas que no le llegan a nadie.
Creo que el canon cultural generado en Occidente debe ser
más puesto en entredicho. Y creo que va a suceder así. El feminismo lleva
reformulando y poniendo en cuestión la cosmovisión hegemónica de un modo que va
calando como un chirimiri.
¿Te sientes más cerca de un profeta, un propagandista o
un artista?
Ninguna de las tres. Me da hasta vergüenza considerarme
artista, que es lo que quizá más se acerca… Diría que soy un dibujante, que es
a lo que me dedico en la faceta creativa. Me veo como alguien inquieto por
propia necesidad. Me da igual si eso se canaliza a través de una entrevista, de
mis libros o de conversaciones en las que los demás puedan sacar provecho,
igual que a mí me han influido un montón de personas al escucharlas o leerlas.
La realidad siempre supera a la ficción. ¿Es por eso que
has dejado de hacer sátira?
Empecé en una época, a principios de este siglo, en la que
había palabras que solo se pronunciaban en cenáculos activistas muy determinados,
como “capitalismo” o “decrecimiento”. Había una abducción total, era el momento
previo a la crisis, y todavía se mantenía la ficción de la comunidad
internacional, de que el mundo iba hacia algún sitio. Entonces sí parecía que
el acoso y derribo que hace la sátira podía ser útil. Yo lo hice desde un punto
de vista casi punk, de autodefensa, mofa, ajuste de cuentas. Luego ha habido
hitos, la presidencia de ocho años de Bush diciendo cosas como que había que
talar los bosques para evitar incendios, y la emergencia de personajes
directamente histriónicos y esperpénticos como Trump, Milei o Ayuso. Cuando no
tienes nada que desvelar porque ellos mismos mostrándose como personas infames
consiguen el apoyo, el interés…
El Libro Blanco del Cómic expone tremendos resultados sobre
las condiciones en las que se crean tebeos. Solo uno de cada cinco autores
puede vivir exclusivamente del cómic.
Sí, me parece atroz. Pero si te sales de la parcela en la
que trabajas y piensas en el teatro o la música, te das cuenta de que es un
estado de precariedad general de los creadores del que ya se ha hablado mucho.
Tiene que ver con todo esto que estamos hablando: si eres creador y te pliegas
a los relatos dominantes, vas a tener más trabajo; pero si no te pliegas a los
usos y relatos dominantes, vas a ser todavía más precario. En el audiovisual,
que es la fórmula dominante de nuestro tiempo, están más atados de manos que en
el cómic o en el teatro, simplemente porque hay mucho más dinero y el impacto
de esos relatos en la sociedad es mucho más importante. Estoy seguro de que hay
autores de series de televisión que, si tuvieran las manos libres, se
atreverían a imaginar en otra dirección. Pero están acotados por lo que las
productoras hacen posible.
Es la industria cultural.
Es la industria cultural, amigos. Dentro de lo que cabe, en
el cómic, al ser más pequeño, no hay tanta presión, pero al mismo tiempo
interesa menos… Creo que esas cifras son parecidas a las que decía un estudio
sobre los actores de teatro de hace un tiempo. Yo me gano la vida haciendo
ilustración, diseño, cómics, dando charlas, talleres…
No entras en ese 21% de autores de cómic que viven
únicamente de hacer cómic.
Y habrá gente que dirá “pues este Brieva publica bastante”.
Te diría que autores de cómic que no hagan superhéroes ni trabajen fuera de
España y puedan vivir solo de ello hay tres o cuatro. Si hoy hay algo épico,
supongo que está en el arte, y esto es un ejemplo.
Hasta 2018 no tuviste ninguna cuenta en redes sociales,
tampoco teléfono móvil. ¿Se puede pensar en un futuro deseable y posible sin
redes sociales?
El futuro deseable y posible tiene que ser sin redes
sociales, pasa por ahí totalmente. Ahora estamos viviendo un momento
irreal, una sensación de fantasmagoría, de mundo que ya ha pasado, como si
lleváramos décadas viendo un accidente a cámara lenta del que formamos parte.
Ya estamos con el vehículo dando las últimas vueltas, hay una apariencia de
normalidad pero de algún modo esto ya es un tiempo prestado. Estamos volviendo
a los niños yonquis de un entorno digital que no tiene futuro. Podemos hablar
de cinco o diez años, pero vamos a vivir esta fantasía hasta la última gota de
petróleo que una gente esté dispuesta a invertir. Y luego será caerse del
guindo, y volveremos a recuperar parte del potencial que tiene la humanidad
cuando interactúa.
¿Cómo ves todo el asunto de la Inteligencia Artificial,
como herramienta que afecta a tu trabajo como ilustrador y también como
herramienta para el diseño de ese futuro mejor?
Hace un par de años probé algunas IA de creación de
imágenes. Son, como dice Chomsky, máquinas de plagiar muy sofisticadas.
Básicamente es eso, no hay una inquietud humana, son simulacros. Cuando tienes
una sociedad que ha perdido la sensibilidad, que no sabe lo que es una canción
o una imagen que te impacta, puedes vivir de simulacros, igual que se hacen las
exposiciones inmersivas para que no aprendas nada y vivas en un aire que se
desvanece en tus manos. La IA es un ejemplo más de una gran herramienta usada
horriblemente. Se desarrollan herramientas muy poderosas pero el cortoplacismo de
la mercancía exige rentabilizarlo hoy. Una editorial, en lugar de encargar la
portada a un dibujante, lo hace con esto y Netflix hace un refrito con IA de
todos los bodrios que ha emitido en los últimos 20 años, para qué va a
contratar a un guionista.
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