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ALTERNATIVAS
SISTÉMICAS
COMPLEMENTARIEDADES
¿Cómo
enfrentar la crisis sistémica?
Complementarse
es completarse. Es buscar construir un todo diverso. Es dialogar
entre diferentes. Es aprender del otro y contribuir al otro. Es
reconocer las fortalezas y debilidades de uno mismo para así
integrarse y transformarse en la interacción con el otro.
Complementarse es combinar fuerzas y optimizar las potencialidades de
cada uno para ir abrazando el todo en sus múltiples dimensiones.
La
búsqueda de la complementariedad entre el Vivir Bien, el
decrecimiento, los comunes, el ecofeminismo, los derechos de la Madre
Tierra, la desglobalización y otras propuestas busca enriquecer cada
uno de estos enfoques generando interacciones, cada vez más
complejas, que ayuden al proceso de construcción de alternativas
sistémicas. El objetivo no es construir una alternativa totalizadora
única, sino desarrollar múltiples alternativas holísticas que se
entrelacen y articulen buscando dar respuestas a la diversidad
cambiante del todo.
Vivimos
una crisis sistémica que no puede ser enfrentada de manera
satisfactoria sino a partir de la conjunción de múltiples enfoques
y de la construcción de otros. La respuesta a la crisis sistémica
requiere alternativas al capitalismo, al productivismo, al
extractivismo, a la plutocracia, al patriarcado y al
antropocentrismo. Estos seis elementos están íntimamente ligados y
se alimentan mutuamente ahondando la crisis de la comunidad de la
Tierra. Pensar en la resolución de uno de estos factores sin, al
mismo tiempo, lidiar con los otros, constituye uno de los errores más
grandes que hemos cometido.
La
superación del capitalismo es imposible sin la superación del
productivismo que está profundamente enraizado en el extractivismo
de la naturaleza y en la reproducción de estructuras de poder
plutocráticas y patriarcales. De igual forma, es imposible pensar en
recuperar el equilibrio del sistema de la Tierra sin salir de la
lógica del capital que convierte todo en mercancía y hace de la
crisis una oportunidad para nuevas ganancias. La transformación de
la economía está íntimamente ligada a la transformación de los
valores culturales y simbólicos que habitan y se reproducen tanto en
la esfera pública como en los espacios privados de la familia.
Las
lógicas del capital, del productivismo-extractivismo, de la
concentración del poder, del patriarcado y del antropocentrismo son
dominantes y operan a todos los niveles: desde la política hasta las
relaciones personales, desde las instituciones de poder hasta la
ética, desde la memoria histórica hasta la visión de futuro. Para
construir alternativas sistémicas no sólo debemos cambiar de
perspectiva sino adoptar múltiples perspectivas desde las cuales
analizar y enfrentar el problema. Este es uno de los principales
aportes de la complementariedad de enfoques, visiones y filosofías
que tienen distintos puntos de aproximación al problema en el marco
de una preocupación común por la vida.
El
“todo” sobre el que debe actuar la complementariedad es la
comunidad de la Tierra, la Pacha
como
le dicen los indígenas andinos, o el sistema del planeta Tierra como
le llaman los científicos. La economía es un subsistema incrustado
a la biosfera, es una bio-economía, en palabras de los precursores
del decrecimiento. No hay actividad económica por fuera de la
naturaleza. El planeta es un sistema auto-regulado, de componentes
físicos, químicos, biológicos y humanos. La sociedad humana es
sólo uno de los componentes más recientes de este complejo sistema
que está en permanente devenir y cambio.
La
crisis sistémica que estamos viviendo no pone en peligro la
existencia del planeta Tierra, sino de múltiples ecosistemas que han
posibilitado diversas formas de vida, incluida la humana. Lo que está
en juego es la estabilidad climática que permitió la agricultura y
el desarrollo de varias civilizaciones. Muchas formas de vida
desaparecerán si este equilibrio de la atmosfera, los océanos, la
tierra y la radiación solar continúa alterándose. En síntesis, el
desafío es construir alternativas sistémicas que permitan
amortiguar y frenar la sexta extinción de la vida que está en curso
en la Tierra.
Capitalceno
y Plutoceno
Este
desequilibrio comenzó con la revolución industrial que dio
nacimiento al sistema capitalista y empezó a hacerse cada vez más
visible y evidente en las últimas décadas. Algunos dicen que este
desequilibrio es culpa de la actividad humana. Pero eso es una
cortina de humo cuando constatamos que tan sólo 8 personas (8
hombres en realidad) poseen la misma riqueza que 3.600 millones de
personas, la mitad más pobre de la humanidad. (OXFAM, 2017). Por eso
no es correcto hablar de Antropoceno como si todos los humanos
tuvieran el mismo grado de responsabilidad en esta catástrofe
planetaria. Es una fracción de la humanidad, la más rica y
poderosa, la que conduce la vida hacia el abismo.
Sería
más apropiado utilizar el término Capitalceno o Plutoceno u otra
denominación que visibilice el poder destructivo de la lógica del
capital y de la concentración del poder en manos de una ínfima
minoría de ricos. No es la actividad humana en general la que está
causando el fin del Holoceno, sino un tipo particular de sistema
(capitalista, productivista, extractivista, plutocrático, patriarcal
y antropocéntrico) que ha invadido todas las esferas de la vida
humana y que ha transformado la vida no-humana en simples mercancías
o insumos.
¿Cómo
restablecer el equilibrio del planeta Tierra y, al mismo tiempo,
satisfacer las necesidades fundamentales del conjunto de la
población? ¿A través de un crecimiento que se desacople de la
destrucción de la naturaleza, como propone la economía verde? El
decrecimiento claramente plantea que eso es un espejismo. No hay
crecimiento que se desasocie de su base material. El desarrollo de la
tecnología y la eficiencia no llevan a reducir el consumo sino que
lo terminan por aumentar. Entonces, ¿cuál es el camino? El Vivir
Bien aporta aquí una respuesta clave en contraposición al
crecimiento: la búsqueda de un equilibrio dinámico. Una armonía
entre seres humanos y con la naturaleza que plantea un horizonte
civilizatorio distinto al del progreso. Ya no se trata de
desarrollarse y ser cada vez más sino buscar complementarse con el
otro y la naturaleza para reequilibrar nuestro sistema. Un equilibrio
que engendra nuevas contradicciones y que siempre requiere de nuevos
procesos de ajuste. Un nuevo tipo de modernidad que hace obsoleto el
proyecto de desarrollo del capitalismo basado en el crecimiento. Un
nuevo paradigma que nos plantee que la vida no debe estar en función
del despojo del otro y de la naturaleza, sino en lograr una
articulación adecuada de todas las partes del “todo”.
El
equilibrio dinámico y los comuneros
La
búsqueda de este equilibrio requiere del decrecimiento en algunas
esferas y regiones y de un cierto crecimiento en otras, pero sobre
todo precisa salir de la lógica del crecimiento per se y abrazar la
búsqueda del equilibrio dinámico. Necesitamos crecer en energías
renovables y decrecer en energías fósiles; decrecer en los niveles
de sobreconsumo dispendioso, en las burbujas de poder del norte y del
sur, e incrementar los niveles de nutrición y servicios esenciales
para amplios sectores de la población mundial.
El
equilibrio no es posible sin la redistribución de la riqueza y el
poder. El bienestar de todos no es posible sin afectar la absoluta
concentración de recursos en muy pocos individuos. Sin procesos de
expropiación y socialización no es posible alcanzar la justicia
social y pensar en un equilibrio que no siga expoliando a la
naturaleza.
No
se trata de pasar de un capitalismo de grandes propietarios privados
a un capitalismo de Estado benefactor, bajo el nombre de
“socialismo”. Después de un siglo de experiencias, está claro
que la alternativa al gran capital no es la estatización de todas
las esferas de la vida. La redistribución, para ser tal, debe tener
en el centro otros actores que no sean el mercado ni el Estado. Este
es el gran aporte de los comunes. Sin comuneros auto-organizados y
auto-gestionados no hay redistribución verdadera y duradera. No se
trata sólo de repartir mejor sino de gestionar, de forma distinta y
adecuada, las fuentes de vida.
Como
dice el Vivir Bien, el rol de los humanos es ser un puente y un
mediador que contribuya a la búsqueda del equilibrio, cultivando con
sabiduría lo que la naturaleza nos da.
Desde
esta perspectiva, no sería suficiente socializar los medios de
producción (los grandes bancos, las transnacionales industriales y
de servicios, las agroindustrias, las industrias químicas, los
complejos militares, etc.), sino transformarlos totalmente para que
respeten los ciclos vitales de la naturaleza y no sigan por el camino
del extractivismo, del productivismo, de la privatización del
conocimiento, de la mercantilización de la biodiversidad y de la
construcción de armas para la destrucción de la vida.
En
la visión de Marx: “Al
llegar a una determinada fase de desarrollo las fuerzas productivas
materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción
existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto,
con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han
desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas
productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se
abre así una época de revolución social” (Marx,
2010). En consecuencia, la tarea es cambiar las relaciones de
producción para que dejen de ser una traba para el desarrollo de las
fuerzas productivas.
Marx
hace énfasis en la transformación de las relaciones de producción
pero no así en la transformación de las fuerzas productivas. Esta
visión, escrita el año 1859, inspiró por más de un siglo a
partidos de izquierda, sin embargo, hoy estamos al borde de una
catástrofe planetaria. En la actualidad, no es suficiente
transformar las relaciones de producción y las relaciones de
propiedad, sino que, al mismo tiempo, debemos transformar y frenar
varias fuerzas productivas que están contribuyendo a la destrucción
de la humanidad y la naturaleza.
El
crecimiento ilimitado de las fuerzas productivas en un planeta finito
es imposible. En consecuencia, no se trata de gestionar social y
ambientalmente, de manera justa y equilibrada, el legado del
capitalismo sino de transformarlo. El extractivismo ilimitado no
puede ser gestionado de manera sostenible sino que debe acabar. No
puede haber futuro para la humanidad si continúa esta carrera
desenfrenada por la extracción de “recursos naturales”. El
servirse de la naturaleza no puede convertirse en un saqueo. En todo
proceso de recibir de la naturaleza tiene que haber la conciencia del
equilibrio, de no obtener más de lo debido, de reponer y reparar los
daños.
Aquí
el Vivir Bien introduce una reflexión muy aguda que cuestiona muchos
de los conceptos dominantes: La única fuerza estrictamente
productiva es la Madre Tierra, la naturaleza. Ella es la creadora y
los humanos somos sólo cultivadores, facilitadores, cuidadores de
ese proceso. Los humanos no creamos el agua, no creamos el petróleo,
no creamos el oxígeno. Los humanos podemos servirnos de esos
elementos pero lo tenemos que hacer siempre con profundo respeto.
Esta
visión es cuestionada por el avance de la tecnología que crea la
falsa ilusión de que todo puede ser posible, incluso una nueva
génesis, como afirman algunos promotores de la biología sintética
que proponen crear formas de vida nunca antes conocidas. El proyecto
Génesis - ciencia de la vida artificial – pregunta ¿Cuál es el
sentido de colocar luminarias en las calles si podemos crear árboles
que brillen? ¿No sería maravilloso protegernos permanentemente de
virus y enfermedades a través del registro del código genético
apropiado en nuestros cromosomas? Y a otro nivel, tenemos la
geo-ingeniería que sostiene que es posible manipular, a gran escala,
el clima planetario para contrarrestar el calentamiento global, a
través de la construcción de grandes chimeneas que llenarían de
compuestos sulfúricos la atmosfera, interfiriendo los rayos del sol
y enfriando así la superficie de la tierra, tal como ocurre cuando
hay una explosión volcánica.
En
la actualidad, y a pesar de que hay una moratoria entorno a la
geoingeniería, ya se han hecho experimentos que de generalizarse
tendrían consecuencias impredecibles para la vida y el sistema de la
Tierra. ¿Por qué abrazar estas tecnologías tan riesgosas en vez de
cuidar de nuestra Madre Tierra? ¿Por qué combatir el incremento de
dióxido de carbono en la atmosfera con la contaminación de
anhídrido sulfúrico? ¿No es mucho más aconsejable respetar los
ciclos de la naturaleza en vez de tratar de modificarlos?
Estas
reflexiones, que surgen de las visiones del Vivir Bien, los derechos
de la Madre Tierra, el ecofeminismo y el decrecimiento son muy
valederas pero inaceptables para la lógica del capital.
La
lógica del capital y el crecimiento
El
capital no es una cosa, no es dinero, maquinaria o propiedades. El
capital sólo existe en tanto se invierte para generar ganancias y
aumentar el capital. El capital es un proceso. Capital que no crece,
que no consigue ganancias, sale del mercado. El capital no puede
constreñirse a aceptar un límite que implique su desaparición. El
capital está en búsqueda permanente de nuevas y más grandes
ganancias para seguir existiendo.
Según
Marx: “La
circulación simple de mercancías –el proceso de vender para
comprar– sirve de medio para la consecución de un fin último
situado fuera de la circulación: la asimilación de valores de uso,
la satisfacción de necesidades. En cambio, la
circulación del dinero como capital lleva en sí mismo su fin, pues
la valorización del valor sólo se da dentro de este proceso
constantemente renovado. El
movimiento del capital por lo tanto no tiene límites”
(Marx, 2007).
La
búsqueda incesante del crecimiento es una condición sine
qua non del
capitalismo. Sin crecimiento el proceso de realización del capital
no es posible. Para realizarse el capital apela a la explotación
creciente del ser humano, al extractivismo sin límites, a un
productivismo desenfrenado, a generar un consumismo exacerbado, a
provocar un desperdicio irracional, al colonialismo de naciones
enteras, a la generación de conflictos, a la guerra, a la
especulación financiera y al monopolio, a la mercantilización de
todo lo material e inmaterial, a la financiarización de la
naturaleza y a la supremacía de la tecnología sobre la vida y el
propio sistema del planeta.
Todos
estos mecanismos le permiten, por un tiempo, incrementar sus
ganancias hasta que el crecimiento se modera, declina y estalla la
crisis. El capital nunca se da por vencido y se lanza a explorar
nuevos mecanismos y mercados. El gran problema es que vivimos en un
planeta finito y la realización del capital, por más especulativa
que sea, siempre tiene una base material que cuando se agota y toca
sus límites provoca una crisis. Antes, esas crisis fueron cíclicas.
Incluso hubo periodos de gloria del capitalismo, como los “gloriosos
treinta” en Europa después de la segunda guerra mundial, posibles
gracias a la extracción de recursos baratos de los países del sur.
Hoy, la crisis se ha vuelto permanente, las economías de los
antiguos países industriales apenas crecen o están estancadas. El
capital empieza a tocar varios límites de manera simultánea a nivel
de los mercados, la demanda, la extracción de recursos, la
posibilidad de colonizar nuevos países y territorios, etc.
El
capital en su búsqueda insaciable de ganancias busca hacer negocios
con la propia crisis que engendra. Surge así un capitalismo
del caos que
vive de la crisis crónica. Si alguna vez, algunos tuvieron la
ilusión de que hubiera un capitalismo humano y responsable con la
naturaleza hoy sale a relucir que lo único posible, en el siglo XXI,
es el capitalismo salvaje. No hay regulación que valga para el
capital, siempre encuentra una puerta trasera por donde escapar y
expandirse. Esa es su lógica y por eso hablar de equilibrio, de
respeto a los ciclos vitales de la naturaleza, de decrecimiento,
resulta una verdadera afrenta a su propia existencia.
La
lógica del capital no actúa sola. Se nutre y alimenta del
antropocentrismo, de las estructuras y culturas patriarcales, de la
concentración de la riqueza en muy pocas manos, de una plutocracia
recubierta de formas democráticas, del desarrollo de una visión de
modernidad y de un imaginario de valores basados en la competencia y
el individualismo. La expropiación y socialización del capital por
el Estado no trastoca por si misma esa esencia productivista y
extractivista del capital. Es más, la puede incluso reforzar y
agravar. Por eso, la transformación social no debe operarse
únicamente a nivel de la economía ni del derecho propietario. Estos
son elementos esenciales pero no determinantes ya que la lógica del
capital puede seguir actuando incluso cuando el Estado ha
nacionalizado la mayoría de la gran propiedad privada.
Una
nueva visión de futuro
La
superación del capitalismo requiere de una nueva visión de
modernidad. De ahí, la importancia de la propuesta de una sociedad
frugal como propone el decrecimiento. Una sociedad sencilla y
moderada que sea ahorrativa, próspera, prudente y económica en el
uso de recursos consumibles. O cómo diría el Vivir Bien, una
sociedad que promueva la armonía entre los seres humanos y no la
competencia o el saqueo del otro. La visión del futuro es clave en
el proceso de transformación social. Si el objetivo es que todos los
seres humanos vivan como burgueses o sectores de alto consumo de la
clase media, jamás se podrá salir de la lógica del capital y el
crecimiento.
Para
satisfacer las necesidades fundamentales de la población, sin
alimentar un consumismo arribista, es fundamental una sociedad
auto-organizada y auto-gestionada. Pretender que el Estado regule
desde arriba cómo debe vivir la sociedad, y que los de abajo
simplemente obedezcan, conduce a un autoritarismo creciente que sólo
agrava las tensiones. El Estado puede y debe regular ciertos
aspectos, pero sobre todo, debe ser la sociedad la que de manera
consciente y organizada gestione cada vez más las fuentes de vida de
manera frugal. La clave de la transformación social está en los
comuneros, en su capacidad de construir una modernidad diferente que
tenga en el centro el equilibrio, la moderación y la sencillez.
El
Estado contemporáneo y el capital comparten el amor por la propiedad
y el crecimiento. A nivel de la propiedad, obviamente existen
contradicciones y tensiones entre la privada y la estatal, pero en
última instancia ambas se adscriben al concepto de propiedad y no al
de los comunes, no al de una gestión colectiva y auto-gestionada de
sectores claves para la vida de la sociedad y la naturaleza. En
relación al crecimiento, entre el capital y el Estado, lejos de
haber fricciones, hay casi una luna de miel. Ambos quieren que haya
más consumo y producción y, por ende, más extractivismo. A mayor
crecimiento, más ganancias y mayores impuestos. Cada uno ve, en el
crecimiento, la fuente de su potenciamiento. Por eso, la respuesta
central al problema del crecimiento sin fin no vendrá del Estado ni
del capital, sino de los comunes, de una autogestión consciente y
organizada que, partiendo de lo local, asuma cada vez más una
perspectiva nacional y mundial.
Transformación
mundial e individual
La
desglobalización destaca que para lograr una transformación
profunda es necesario expandir dicho proceso más allá de las
fronteras nacionales. No es posible pensar en un pleno Vivir Bien, en
la realización efectiva de los comunes en un solo país sin
deconstruir el capitalismo mundial. La proliferación de fronteras y
barreras entre los pueblos contribuye al dominio del capitalismo
mundial. En este sentido, no se puede pensar únicamente el proceso
de transformación desde lo local, sin involucrar la dimensión
nacional y mundial. En la superación del capitalismo mundial, los
antiguos países industrializados y las nuevas economías emergentes
tienen un rol clave ya que un proceso de transformación, a nivel de
algunos de estos centros de poder económico, tiene una enorme
repercusión sobre el resto de la economía mundial. Como muy bien lo
señala el decrecimiento, es imposible pensar en la expansión de
este paradigma si este no se da en los países que inventaron y
diseminaron el cáncer del crecimiento y el productivismo.
La
construcción de alternativas a nivel mundial está en permanente
movimiento. El capitalismo mundial no es un sistema estático sino
que está en permanente proceso de adaptación y reconfiguración. De
ahí, el gran aporte de la desglobalización que hace énfasis en la
necesidad del análisis de las distintas etapas y momentos del
proceso de globalización. Los comunes, el Vivir Bien o los derechos
de la Madre Tierra sólo pueden prosperar en su implementación
partiendo de un análisis adecuado de cómo avanza en cada momento el
actual proceso de globalización neoliberal.
Sin
embargo, no es posible generar un verdadero cambio mundial sino
existe, al mismo tiempo, un cambio en lo personal, en la familia y en
la propia comunidad. Uno de los aportes del ecofeminismo es
precisamente la necesidad de la complementariedad entre el cambio en
la esfera pública y privada. No hay transformación sostenible si al
mismo tiempo no se revolucionan las relaciones humanas en los núcleos
más íntimos de la vida de las personas. La coherencia entre la
política pública y el accionar privado es fundamental.
Entonces,
no es posible superar el patriarcado solamente con la promoción e
implementación de leyes de equidad de género si, al mismo tiempo,
no se promueve y opera un cambio en el orden cultural y simbólico
que genera el sistema patriarcal y que afecta a las mujeres, a la
naturaleza y también a los hombres. La aprobación de normas que
aseguren el derecho a decidir de las mujeres o que penalicen el
feminicidio y la violencia doméstica se ven absolutamente
menoscabadas cuando los gobernantes, autoridades y dirigentes
promueven en su vida cotidiana prácticas misóginas y sexistas.
Desmontar
las estructuras patriarcales es en extremo difícil precisamente
porque su reproducción está invisibilizada por las estructuras de
poder patriarcales dominantes que existen a todos los niveles: desde
la familia hasta el sindicato, desde la comunidad hasta el partido
político, desde la escuela hasta el gobierno.
El
capitalismo ha exacerbado esta dinámica que ya estaba presente en la
absoluta mayoría de sociedades pre-capitalistas. En esa medida, la
superación del capitalismo no conlleva
necesariamente
a la despatriarcalización. Experiencias de capitalismo de estado,
bajo el rotulo de “socialismo”, muestran que incluso los sistemas
de valores patriarcales se pueden reforzar después de la
nacionalización o expropiación de la gran propiedad privada
capitalista.
La
despatriarcalización de la sociedad no es algo inherente a los
comunes. Muchas experiencias de comunes muy exitosos en el mundo
reproducen prácticas patriarcales. Es el caso, por ejemplo, de los
comunes vinculados a la gestión del agua y la tierra en varios
pueblos indígenas, o la participación dispareja y con poder de
decisión desigual entre hombres y mujeres en asambleas de comuneros.
Visiones
como el Vivir Bien y los comunes sólo podrán florecer plenamente si
visibilizan e internalizan, de manera efectiva, la lucha contra las
estructuras y la cultura patriarcal. El equilibrio dinámico entre
humanos y con la naturaleza sólo es posible si se da también en el
núcleo más íntimo de la vida familiar y personal.
Producción
y reproducción
El
productivismo invisibiliza los trabajos de reproducción y cuidado
que son esenciales para la vida de toda sociedad. El cuidado del
hogar y la familia, la alimentación, la limpieza, el apoyo afectivo,
el mantenimiento de los espacios comunitarios y otros son trabajos
reproductivos, fundamentalmente llevados a cabo por mujeres, que no
son tomados en cuenta por el productivismo, interesado solamente en
los bienes o servicios que pueden de ser mercantilizados.
Para
el productivismo, lo esencial, es transformar la naturaleza en
productos y aumentar la productividad de dicho proceso produciendo
más en menos tiempo. En este proceso, se recurre a una tecnificación
y automatización creciente del trabajo que, como señalaba Ivan
Illich ya en 1978, conduce a “un
implacable proceso de servidumbre para el productor, y de
intoxicación para el consumidor. El señorío del hombre sobre la
herramienta fue reemplazado por el señorío de la herramienta sobre
el hombre. Es aquí donde es preciso saber reconocer el fracaso. Hace
ya un centenar de años que tratamos de hacer trabajar a la máquina
para el hombre y de educar al hombre para servir a la máquina. Ahora
se descubre que la máquina no ‘marcha’, y que el hombre no
podría conformarse a sus exigencias, convirtiéndose de por vida en
su servidor. Durante un siglo, la humanidad se entregó a una
experiencia fundada en la siguiente hipótesis: la herramienta puede
sustituir al esclavo. Ahora bien, se ha puesto de manifiesto que,
aplicada a estos propósitos, es la herramienta la que hace al hombre
su esclavo”
(Illich, 1985).
El
productivismo termina así no sólo invisibilizando el trabajo
reproductivo sino alienando al trabajador, y generando un ejército
cada vez más grande de desempleados. Si seguimos por el camino del
productivismo, cada vez habrá menos fuentes de empleo para las
nuevas generaciones porque el desarrollo de la automatización
reducirá la necesidad de mano de obra asalariada.
Para
atacar las causas estructurales del desempleo hay que salir de la
lógica del productivismo y, visibilizar, reconocer y expandir el
trabajo reproductivo a nuevas áreas, especialmente ligadas a la
restauración del equilibrio con la naturaleza. Hoy, para tener una
sociedad y una economía sanas, es fundamental reparar los
desbalances que se han provocado en la naturaleza. Hacerlo requiere
restaurar y cuidar los bosques, los ríos, los manglares, las costas,
la atmosfera, el agua subterránea y muchos otros componentes del
sistema de la Tierra. Lejos de haber menos necesidad para la
generación de empleos hay más necesidad de los mismos, pero para un
tipo diferente de funciones que no estén basados en la producción
sino en la reproducción y cuidado de la vida. Cientos de millones de
empleos para cuidar y restaurar la naturaleza son necesarios para
hacer frente a la emergencia planetaria que estamos viviendo.
Los
empleos reproductivos no generan mercancías y por lo tanto no son
reconocidos, valorados, ni remunerados en el actual sistema
capitalista mundial. Sin embargo, no es que no existan recursos para
remunerar los empleos reproductivos que requerimos con urgencia.
Decenas de millones de empleos se podrían financiar con una
reducción drástica de los gastos militares y de defensa que superan
los 1,5 billones de dólares al año. La redistribución de la
riqueza, que hoy está concentrada en muy pocas manos, permitiría
crear fuentes de subsistencia, al mismo tiempo que atender el
profundo desequilibrio del planeta. El problema es que ello implica
abrazar una lógica totalmente distinta a la del capital que
desprecia el trabajo reproductivo y sólo se interesa por aquella
actividad que produce mercancías.
En
este contexto no sólo debemos reconocer y recompensar el trabajo
reproductivo que realizan las mujeres en el hogar y la comunidad,
sino promover el trabajo reproductivo y del cuidado a una escala
nunca antes vista para intentar reparar el desequilibrio causado en
los ecosistemas del planeta.
Transformación
del poder y contrapoder
La
cuestión del poder y la transformación de las estructuras de poder
a nivel del estado han sido analizadas de manera muy diversa por las
visiones ,filosofías y propuestas mencionadas. El Vivir Bien aborda
el tema del poder desde la perspectiva de la colonización y la
descolonización, y a través de prácticas de rotación de
autoridades a nivel de comunidades indígenas. Los comunes destacan
que la verdadera disyuntiva no es más Estado o más mercado, sino
más poder a los comuneros, es decir potenciar la auto-organización,
auto-gestión y auto-determinación de la sociedad. Los derechos de
la Madre Tierra incorporan la dimensión de la naturaleza a la
ecuación planteando la necesidad de un marco jurídico normativo que
regule al Estado y a la sociedad para preservar los ciclos vitales,
la capacidad de regeneración y la identidad e integridad de la
naturaleza. El ecofeminismo destaca la interrelación que existe
entre las estructuras de poder estatales y patriarcales. El
decrecimiento resalta que todo tiene límites y que la lógica del
poder no escapa a este principio. La desglobalización enfatiza la
captura de las estructuras de poder, nacionales y supranacionales,
por el gran capital. Todas estas visiones aportan luces sobre el tema
de la transformación de las estructuras de poder estatales pero no
agotan la discusión sobre el tema.
¿Qué
hacer con las estructuras de poder estatales? Las respuestas a esta
pregunta son varias y las podemos clasificar en cuatro grandes
bloques.
Una
primera visión y práctica es la del copamiento
del Estado,
que es sobre todo defendida por los gobiernos “progresistas” o de
izquierda. Varios de los exponentes de estos gobiernos afirman que,
dado el peligro de la contrarevolución reaccionaria, el partido
político tiene que copar y controlar, lo más que pueda, todas las
instituciones del Estado: ejecutivo, legislativo, judicial, electoral
y toda otra institución de fiscalización del Estado a nivel
económico o de derechos humanos. Si la izquierda en el gobierno no
extiende su control a todas las estructuras posibles del Estado
entonces el imperialismo o la derecha utilizarán esas instituciones
para sabotear y derrocar al gobierno. En este marco, el gobierno
puede hacer transformaciones que democraticen o perfeccionen la
institucionalidad del Estado pero siempre y cuando no minen el poder
de los “revolucionarios” en el gobierno.
Una
segunda propuesta, enfatiza en la democratización
radical del Estado a
través de una serie de mecanismos como la revocación del mandato,
referéndum, asamblea constituyente, independencia y control
interinstitucional, presupuestos ciudadanos y otros mecanismos que
permitan una mayor fiscalización y participación ciudadanas al
mismo tiempo que frenen los privilegios y la corrupción dentro de
las esferas burocráticas. Esta posición considera que, a través de
estas reformas, es posible transformar al Estado en un instrumento al
servicio de la sociedad.
En
tercer lugar, está la propuesta de corrientes autogestionarias y
anarquistas que proponen prescindir
del Estado y,
de ser posible, superarlo y abolirlo para permitir el florecimiento
de experiencias de autodeterminación de diferentes movimientos
sociales. Estas corrientes consideran que el proceso de cambio va a
venir de la proliferación y asociación de una serie de experiencias
comunitarias y autogestionarias locales que se construyen
cuestionando y socavando el autoritarismo que entraña toda forma de
poder estatal.
Un
cuarto planteamiento combina democratización
radical del Estado y construcción del contrapoder social.
Según esta visión, toda estructura de poder tiene su propia lógica
y dinámica que lleva a la acumulación de más poder cuando no
existe una fuerza fuera de esa estructura de poder capaz de hacerle
un contrapeso (Solón, 2016). En otras palabras, no es suficiente
implementar las propuestas de democratización radical del Estado.
Las
personas, caudillos, dirigentes y fuerzas políticas progresistas o
de izquierda cuando entran al gobierno son capturados por la lógica
del poder y asumen decisiones pragmáticas para preservar su
permanencia en el poder. Por ello, es necesario complementar las
propuestas de democratización radical del Estado con el
potenciamiento de formas de poder social autónomas e independientes
del Estado. Una suerte de contra-poder social que no sea parte de las
estructuras estatales. Un contrapoder que puede adquirir diferentes
formas desde consejos, asambleas, coordinadoras, comunas, etc. que no
sólo controle, fiscalice y presione para reconducir el rumbo del
Estado, sino que, sobre todo, promueva el desarrollo de formas de
auto-organización y autogestión a diferentes niveles sin necesidad
de tener que depender o pasar por las estructuras del Estado. Un
contrapoder independiente que alimenta el “commoning”
emancipatorio de la sociedad, mientras al mismo tiempo incentiva una
serie de medidas radicales para democratizar el Estado.
Todo
movimiento político que ingresa a las estructuras de poder para
transformarlas debe ser plenamente consciente de que está entrando
en arenas movedizas. Siempre habrá impactos negativos y efectos
secundarios como el desarrollo de privilegios internos, la tentación
de la corrupción, alianzas pragmáticas, y el espejismo de que su
permanencia en el poder es la clave de la “revolución” social.
La única forma de evitar ser capturado por la lógica del poder es
incentivando el potenciamiento de contrapoderes autónomos, no bajo
una lógica clientelar de apoyo al caudillo, sino para que sean
realmente autogestionarios y capaces de contrapesar a las fuerzas
conservadoras y reaccionarias que se desarrollarán, inevitablemente,
dentro de las nuevas estructuras de poder, y sobre todo, para que
irradien los comunes a toda la sociedad.
El
camino de la complementariedad
Los
procesos de complementariedad entre el Vivir Bien, los comunes, el
decrecimiento, los derechos de la Madre Tierra, el ecofeminismo, la
desglobalización y otras propuestas son múltiples y diversos. En
las páginas precedentes apenas hemos explorado algunas de las
posibles contribuciones de esa complementariedad para incentivar a
que el lector prosiga por este sendero. Lejos de aportar un listado
de conclusiones, queremos motivar a que veamos la realidad, los
problemas y las alternativas desde diferentes perspectivas, visiones
y postulados. Estamos convencidos de que la complementariedad puede
ayudar a potenciar a cada una de estas visiones, a encontrar sus
debilidades, a superar sus falencias, a trabajar conjuntamente para
ensayar respuestas a temas que no han sido ampliamente discutidos, y
avanzar de esta manera en la construcción de alternativas
sistémicas.
Pablo
Solón
Último capítulo del libro ALTERNATIVAS SISTEMICAS
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VISTO EN:
Alternativas
Sistémicas
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