LA PÓCIMA VERDE DEL CAPITALISMO
El
sistema promete la solución al cambio climático (y de paso una
salida a la crisis económica y social) tiñéndose de un
color-esperanza que posibilitaría el cacareado desarrollo
sostenible gracias a los avances tecnológicos. Los negocios y la
política abrazan el renovado dogma crecentista, en una desbocada
carrera de beneficios y ganadores, pero también con pérdidas y
víctimas.
“Se
trata de abrir una nueva etapa en la historia, pensando en nuestros
hijos y nietos”, en un “horizonte lleno de posibilidades y
oportunidades”. La imaginación del presidente extremeño
Guillermo Fernández Vara en su discurso de apertura del último
Debate sobre el Estado de la Región no dejó de soñar aquella
tarde en la que vislumbró “convertir” a la Comunidad Autónoma
en un “referente mundial de economía verde”, basada en “la
generación de riqueza y empleo”.
Difícil
parece no aplaudir y aceptar una propuesta semejante, en un contexto
de paro generalizado y con la Ciencia alertando de la urgente
necesidad de mitigar los efectos del calentamiento global. Incluso
la tonalidad escogida, tradicionalmente vinculada a la esperanza,
invita a seguir sin cuestionamiento alguno esa senda. Apenas es un
aterrizaje territorial de viejas políticas, pues la comunidad
internacional propuso un discurso similar en los años 80 del pasado
siglo. De momento, las palabras no se han traducido en hechos.
El
Informe Brudtland[1] fue el primer documento oficial que subrayó la
necesidad de repensar el modelo, ante la creciente preocupación por
la salud del planeta. El dogma del capitalismo se mantuvo intacto:
más crecimiento pero con algún matiz. Y se le puso un nombre:
“desarrollo sostenible”. La fórmula recibió en 1992 el
espaldarazo de Naciones Unidas, en la Cumbre de la Tierra celebrada
en Río de Janeiro (Brasil). Desde entonces el concepto ha sido
usado, reutilizado y manoseado para apostar por políticas
económicas que buscan el crecimiento constante estrujando a la
naturaleza y sus recursos. “Esto que se llama crecimiento no ha
sido más que la quema masiva de la riqueza de las naciones”,
concreta Jordi Ortega, experto en energía y dióxido de carbono.
Cuando el término ya no dio más de sí, se le buscó sustituto. Y
fue de nuevo en Río, 20 años después, cuando la ONU rememoró su
Cumbre de la Tierra en la urbe carioca[2], bajo el lema “El futuro
que queremos”. Había nacido la era de la economía verde.
En
la actualidad es complicado encontrar gobiernos, instituciones o
transnacionales que no incluyan algún departamento, programa o eje
de actuación tildado de sostenible,
bio-, eco- o responsable.
Los apellidos cambian, pero las políticas giran incólumes en torno
a los mismos objetivos: crecer. “Una chapuza conceptual destinada
a modificar las palabras en lugar de cambiar las cosas, una simple
marca publicitaria sin contenido”[3], escribe el francés Serge
Latouche, defensor del decrecimiento.
La
fe tecnológica
Los
conceptos, acompañados de estrategias de publicidad y envueltos en
estéticas dominantes, siguen ahí, pero ni las circunstancias ni el
contexto que les exigió nacer han mudado. El cambio climático es
cada vez más marcado y la escasez de recursos (sobre todo de
energías fósiles) es más incisiva. “La atmósfera y el océano
se han calentado, los volúmenes de nieve y hielo han disminuido, el
nivel del mar se ha elevado y las concentraciones de gases de efecto
invernadero han aumentado”, resume el quinto y último informe de
evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio
Climático (IPCC). El camino que hay que transitar no acepta
matices: “Para contener el cambio climático, será necesario
reducir de forma sustancial y sostenida las emisiones de gases de
efecto invernadero”. Pero ¿qué medio de transporte usamos para
hacer el recorrido? Bicicleta o coche; ir a pie o usar el avión.
Las opciones son diversas y contradictorias.
De
momento, la enésima modernización del capitalismo, esta vez la
verde, se basa en las posibilidades que ofrece la técnica: tras una
etapa de contaminación seguiría otra que permitiría seguir
creciendo mientras se reducen los impactos negativos. Una especie de
‘U’ invertida que la Academia llama la ‘curva de Kuznets’, y
que, según el ambientólogo Lluís Torrent, es la estrategia
seguida por los mal llamados países en desarrollo.
Hay
quien apuesta, en cambio, por un nuevo rumbo total. “Tenemos que
despedirnos del sistema económico actual”, señala uno de los
investigadores del IPCC, Ottmar Edenhofer. Torrent opta por el punto
medio: “La eficiencia es necesaria y por ello la tecnología es
esencial, pero lo importante es la reducción absoluta de emisiones
y mantenernos en niveles sostenibles. Es imprescindible abordar el
cambio de comportamiento y estilo de vida de la población de los
países más contaminantes, así como el modelo de desarrollo”.
Jordi Ortega va más allá y habla de la economía circular basada
en prestar y donar, es decir, desmercantilizar la naturaleza; y
ofrece un ejemplo: “Se puede vender la cebada a bajo precio,
porque los ‘residuos’, que son parte de la producción, sirven
para fertilizar la tierra, como alimentos de animales, como uso
energético y como suministro fotoquímico para la industria”.
La
eficiencia puede ciertamente aumentar, pero las estadísticas
demuestran que la disminución de la contaminación queda
sistemáticamente anulada por la multiplicación del consumo. Un
segundo matiz:
la actividad se basa en la externalización de sus actividades hacia
las periferias del mundo. Precisamente ahí estarían las
principales víctimas de este capitalismo verde, tal y como cuentan
Miriam Lang y Dunia Mokrani: “Es ahí donde los campesinos
expulsados de sus tierras, ahora destinadas a usos más ‘rentables’,
pasan directamente a la pobreza o a la indigencia; y es ahí donde
un encarecimiento de los alimentos básicos se traduce
inmediatamente en hambre. Es ahí también donde el calentamiento
global produce millares de muertos”[4].
Un
negocio rentable
Inundaciones
en Centroamérica, extinción de la biodiversidad en la Amazonia,
migraciones forzosas en Oriente Medio, escasez de recursos en
África, sequías en Sudamérica. El capitalismo ha convertido cada
crisis en una oportunidad para unos pocos. El calentamiento global
es desde hace años una fuente de beneficios con ganadores y
víctimas: no es casual que el listado de catástrofes naturales que
encabeza este párrafo se centre en los países del Sur. Basta
teclear en cualquier buscador en línea ‘fondos de inversión en
cambio climático’ para cerciorarse de la cantidad de ofertas,
tanto públicas como privadas, disponibles en el mercado
especulativo y financiero. Uno de los últimos en apuntarse ha sido
el cofundador de Microsoft Bill Gates, quien a finales del pasado
año anunció la creación del fondo Breakthrough Energy Ventures.
Carlos
Taibo, profesor de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de
Madrid, advierte de un “riesgo evidente de tecnocratización y
financiarización de los problemas ecológicos, desde la perspectiva
de los intereses lucrativos y especulativos de quienes, a menudo,
los han creado”. Bonos verdes de inversión del Banco Mundial,
dinero para nuevas infraestructuras de adaptación que caen en manos
de las grandes constructoras, mercado de emisiones de dióxido de
carbono… Hay muchas maneras de hacer caja con la economía verde.
La
tarta es de tal tamaño que a su alrededor crece todo un universo de
intereses e interesados, entre ellos, transnacionales pero también
gobiernos: la guerra por el deshielo del Ártico es un excelente
escenario de muestra. Todos ellos involucrados en una apuesta con
ganadores… y perdedores, pues la mercantilización de la
naturaleza esconde una nueva forma de colonización, en forma de
apropiación de los recursos del Sur.
El
discurso hegemónico, remata el teórico alemán Anselm Jappe, con
frecuencia explica la crisis ecológica como “la consecuencia de
una actitud humana errónea con respecto a la naturaleza”,
presentándola como “un problema que se puede resolver en el
interior del capitalismo, con capitalismo verde. Raramente se indica
que esté ligada a la propia lógica del sistema”. ¿Traerá la
tonalidad verde la esperanza? Latouche[5] finaliza: “Es un mito
creer que llegaremos sin esfuerzo, sin dolor y además ganando
dinero a establecer una compatibilidad entre el sistema industrial
productivista y los equilibrios naturales”.
Por
J. Marcos y Mª Ángeles Fernández para la Revista
Pueblos
J.
Marcos aborda estos temas en su doctorado por la UNED-UNAM y
Artículo
publicado en el nº73
de Pueblos – segundo trimestre de 2017.
NOTAS:
-
Brundtland, Gro H. (1987): www.un-documents.net/our-common-future.pdf
-
Latouche, Serge (2009): La apuesta por el decrecimiento.
-
Lang, Miriam y Dunia Mokrani (eds.) (2011): Más allá del desarrollo.
-
Latouche, Serge: Op. Cit.
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