LA
CASA QUE ES EL MUNDO
Yunuen salió de la posada y alzó la cara hacia el cielo para recibir la llovizna. Era un día limpio, iluminado por una luz plateada. Los colores de un arcoíris roto relumbraban por encima de los techos de la ciudad. Sintió un poco de frío, aunque pensó que era cosa de acostumbrarse. No era muy distinto al clima de la sierra chiapaneca en la que había crecido.
El trayecto a pie le pareció muy corto. Quizá todos los trayectos le parecerían cortos ahora, después de haber pasado meses en altamar para cruzar de un continente a otro. Se preguntó cómo habría sido el desconcierto de la gente que viajaba por avión y que, en unas pocas horas, ya estaba inmersa en un paisaje, lengua, vegetación y costumbres distintas.