¿QUIMERA O REALIDAD?
Hoy no vengo a hablar de política, el ruido de las redes
sociales, los escándalos esquizofrénicos llenos de delirios y fantasías
ideológicas para enfermos mentales. Tampoco para criticar a quien actúa desde
su misma ignorancia. El que hace el mal, aunque lo sepa en no pocas ocasiones,
actúa desde el desconocimiento de las normas más básicas hasta las más elevadas
que se aplican a todo ser humano, sea quien sea y de manera completamente
democrática.
Hoy no vengo a hablaros de teatro, de montajes mal hechos, de guiones ilógicos y sin una finalidad que no sea la locura de quien desea saber cuál será el próximo acto, dado que cuando se abre el telón, la obra está pensada para nunca acabar. Tampoco para relataros lo que está por venir, hechos que muchas personas ni se imaginan e ignoran de manera catastrófica. Se puede ser un buen brujo y predecir con una bola de cristal, pero eso no significa que todos te crean.
Una sociedad organizada y justa es una sociedad de hombres de bien, de seres humanos al servicio de su colectividad por amor a la armonía y completamente en contra de lo que la rompa o la desafíe, de personas que se preguntan cuál es el sentido de su vida y buscan en su espíritu una razón para seguir viviendo, amando y compartiendo con otros.
Una sociedad ejemplar es
aquélla donde el egoísmo pasa a segundo plano, donde quien se ama a sí mismo
ama al resto de los seres humanos como se quiere y está dispuesto a defender la
armonía, la justicia, su dignidad, la del otro.
Una sociedad con conocimiento es aquélla en la que lo que sabe se comparte con los demás porque la sabiduría es un don en sí mismo, más que lo más sublime de lo cognoscible. Donde lo descubierto se conoce y el resto aprende de nosotros como nosotros del resto, partiendo de las reglas más básicas de humildad y duda, sin arrogancias ni fanatismos ni egos.
Donde el
avance social es para todos y nadie queda fuera del proceso. Este hecho es
esencial por cuanto el verdadero conocimiento del entorno es paralelo al de uno
mismo, siendo que todo aquél que no repercuta en el crecimiento espiritual es
simplemente palabrería inútil que, incluso, por su contenido, puede llegar a
ser muy lesiva para quien sostiene tales creencias y los demás que sufren sus
consecuencias.
Todo ello hace hincapié en el sacrificio, en salirse de la
zona de confort cuando la situación lo exige, en romper ideas y creencias
falsas, en dejar muletas mentales e ideas burdas que no nos sirven para nada,
en entender la relatividad de lo físico y centrarse en el significado que
tiene, más allá de las bellas u horrendas apariencias.
La divinidad nos habla de muchas formas, una de ellas es
cada una de las experiencias de nuestra vida, de lo que llamamos dolor que en
realidad es pérdida inevitable, de la aceptación de las consecuencias de
nuestros actos, pensamientos y sentimientos sobre los demás y nosotros mismos,
de la urgente necesidad de saber aprovechar cada aliento de aire y cada rayo de
sol, cada lección y descubrir que lo que creíamos saber no es tan cierto como
la duda que nos va a sumergir conforme vayamos profundizando en nuestra
esencia.
Es un sacrificio sin precio, es un sacrificio por el mero
hecho de que es el amor verdadero el que nos lanza a hacerlo por encima de
desear recibir nada a cambio, lo cual pierde todo su sentido cuando nos movemos
en la vibración donde todos los seres humanos somos uno solo y nos dejamos
llevar a entender a Dios.
Ser bueno o noble no es un deseo, no es una buena intención,
no es una descripción vana y superficial que podemos hacer cada uno de
nosotros. Es un conjunto de actos que hablan de nosotros sin que tengamos la
necesidad de contarlo ni de detallarlo porque el amor tiene la peculiaridad de
que no necesita ni de palabras ni de poses, habla por sí mismo. No se trata de
que nos importe lo que los demás piensen, ni de lo que podamos creer de
nosotros mismos.
Cuando el amor nos insufla el alma la imagen externa se
pierde y cada ser humano se muestra tal cual es, con su belleza desnuda para
que todos la vean. No tiene etiquetas sociales, convencionalismos, protocolos
de ningún tipo; es sencillamente libre, como de libre se siente quien se deja
de atrapar por estos hábitos del bien. La sociedad, de este modo, pierde ese
aspecto de rigor y de inflexibilidad y se convierte en un ser vivo que
evoluciona y cambia constantemente, que se alimenta de la fuerza espiritual de
sus miembros y que devuelve sus frutos en quienes se sacrifican sin problemas y
sin egoísmos.
La ruptura de los esquemas cerrados, que son los que nos
dividen en los de arriba y los de abajo exigen estos principios por razones de
urgencia. Toda sociedad que no cumpla estos principios tiene como objetivo
impregnar todo de muerte e ir debilitando nuestras verdaderas fuerzas y
capacidades hasta ir matándonos sin que nos demos cuenta, en el justo momento
cuando la armonía se sustituye por el caos y el amor por el miedo.
Es la muerte social, es la destrucción de la esencia humana,
es la condena más atroz imaginable en la cárcel de la muerte. Puede así morir
una nación entera, hasta caer en un estado zombi en el que el infierno no tiene
límites conocidos.
Hoy no he querido hablar de actualidad porque llegar a
entender el porqué y el para qué de nuestros actos es el faro que nos conduce a
la vida o a la muerte, aunque sea lenta e imperceptible. La libertad es elegir
entre el bien y el mal, entre Dios y el demonio. Que cada cual saque sus
propias lecciones y que sepa que nuestra intención es la clave si nos hemos
descubierto verdaderamente.
El ruido se disipa, por muy estruendoso que sea, ante la
belleza, pues sólo es desorden perpetuo; el miedo se esfuma cuando se le
enfrenta con el valor del espíritu y la conciencia en nosotros mismos.
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