PRESENTE LÍQUIDO, FUTURO VAPOROSO
El anuncio empezaba con un chico que acudía a una de esas
quedadas en las que tienes que ir rotando de mesa en mesa buscando el flechazo
en conversaciones sucesivas de apenas cinco minutos. Ya en el coche le enseñaba
a la elegida un tatuaje con el nombre de ella, a lo que ella respondía
enseñando otro con el nombre de él, y ambos se reían. No es que estuvieran
predestinados, es que habían buscado a una persona que se llamara igual que sus
exparejas.
El anuncio —que, por cierto, era de coches— tiene algunos años ya, pero aventuraba un enfrentamiento que ha acabado por estallar en los últimos años. No se trata de la típica contienda generacional entre lo nuevo y lo viejo, o lo convencional y lo innovador, sino directamente entre aquellas cosas que antes eran estables y un mundo actual en el que impera todo lo que no es duradero. Si cometiste el error de tatuarte el nombre de otra persona, al menos encuentra la forma de darle una nueva vida.
Si recuerdas el anuncio, recordarás que posiblemente lo
viste viviendo aún en casa de tus padres. Piensa ahora en lo que rodeaba a la
televisión. La mayoría de casas de baby boomers lucen desde
hace décadas los mismos muebles de madera noble. Fueron hechos a medida de la
nueva casa como una parte más del ritual matrimonial, y a su imagen y
semejanza: carísimos, clásicos y pensados para durar. Misma pareja, misma casa,
mismos muebles, y posiblemente mismo trabajo hasta la apacible jubilación.
Si todo ha ido bien, posiblemente ya no vivas con ellos.
Pero es probable que tú no hayas pasado por el altar y quizá tampoco tengas
casa en propiedad. Lo que seguro que no tienes es un mueble como ese, porque
los hijos de los baby-boomers han optado masivamente por los
muebles de aglomerado hechos por una multinacional sueca que, a diferencia de
esa madera noble, tienen una vida útil de apenas unos años y unas cuantas
mudanzas empalmando casas de alquiler.
NO QUEDA MÁS REMDEDIO QUE FLUIR
Decir que el mundo ha cambiado es lo mismo que no decir
nada, porque nunca deja de hacerlo. Pero es verdad que parece que ahora hay una
variación algo más profunda: no es que se cuestione lo que hacían quienes nos
precedían, sino que hay una enmienda a la totalidad del estilo de vida
anterior.
El resumen superficial implica afirmar que la gente ya no se
compromete, ni se casa, ni tiene familia, ni se compra casa. Es lo que Zygmunt
Bauman anunció hace más de dos décadas en su libro Liquid modernity‘: la vida es líquida porque todo
fluye y cambia, nada permanece. Es, para algunos, una opción: no quiero una
pareja estable, ni una residencia fija, ni un trabajo que me ancle a la mesa, ni una vida
predecible y rutinaria. Pero, más allá de quien decide vivir así, está la otra
parte de la historia: la gente que no lleva esa vida por decisión, sino porque
no tiene otra alternativa.
Sí, algunos cambian el romanticismo por Tinder, el papel
por stories efímeras en redes sociales, el transporte privado
por el compartido, la compra por el renting, y viven reproduciendo
notas de voz al doble de velocidad porque no tienen horas en el día. La música,
las series o las películas ya no se tienen, sino que se accede a ellas, al
menos mientras pagas la suscripción.
Se sale hasta bien entrados los treinta y, en muchos casos,
la estabilidad —laboral, familiar o de cualquier otro tipo— no asoma hasta casi
los cuarenta. La mayoría de esa nueva generación ya no tiene trabajos para toda
la vida, ni puede confiar en tener ingresos estables, ni certezas sobre el
mañana, como tenían sus progenitores. Hasta ahí los hechos, la cuestión es
dilucidar cuál es la causa y cuál la consecuencia.
El chico del anuncio de coches no elegía a la chica por
romanticismo —que es otro de esos ideales del pasado—, sino por pragmatismo: ya
que cometió el error de tatuarse el nombre de alguien, al menos reciclarlo.
Como quien se lleva de mudanza una estantería de Ikea, o quien decide venderla
en una app de segunda mano, que también es algo muy de sociedad líquida como
forma de deshacerte de todas esas cosas que te atan a un pasado que ya no
existe.
TATUAJES EFÍMEROS COMO METÁFORA PERFECTA
Curiosamente, en plena vorágine de lo efímero es
precisamente la industria de los tatuajes la que vive una edad dorada. Pocos se
tatúan nombres de amados ya —porque ya se sabe que ahora todo fluye, también el
amor—, y optan por otros motivos. Las coordenadas de tu nacimiento, que eso no
cambiará nunca, o la representación gráfica de un latido, por ejemplo. Pero en
este presente líquido ni siquiera los tatuajes duran ya para siempre: según
crecía el sector, florecía la oferta de borrado con láser.
Pero la última revolución, también sintomática, es llevar lo
efímero a tu piel. Todo empezó porque Jeff, Vandan, Brennal y Josh, cuatro
emprendedores estadounidenses, se enfrentaban a un idéntico dilema: les
encantaban los tatuajes, pero era un asunto delicado en sus familias. Según
cuentan en su carta de presentación, crecieron en hogares con férreas
convicciones tradicionales y lo de tatuarse no estaba bien visto. Por eso se
les ocurrió poner en marcha un proyecto en apariencia contradictorio: un
estudio de tatuajes efímeros. De nuevo, la tradición contra la innovación.
La idea, por supuesto, no ha gustado a todos: para los puristas del sector, la
gracia está precisamente en que se queden ahí para siempre. Pero los creadores
de Ephemeral, que así se llama la empresa, lo tienen claro: tatuarse es la
mejor forma de expresión que existe porque «te pertenece solo a ti y a tu
cuerpo» y «reflejan tu creatividad de la forma más personal», y eso es algo que
cambia con el tiempo. Por eso no creen que su propuesta vaya contra la esencia
de este ritual que acompaña a la humanidad desde hace milenios: «hacemos
posible que tus tatuajes cambien contigo según tú y tu identidad vais
creciendo». Hasta nosotros somos líquidos.
NO ATARSE PARA NO ARREPENTIRSE
En su propuesta llama la atención una idea que aparece
varias veces de distintas formas: el arrepentimiento. Para ellos es un valor no
tener que arrepentirte porque unos meses después de tatuarte todo desaparecerá.
Tu piel será de nuevo un lienzo listo para redecorar, sin huellas del pasado.
Otra casa de alquiler, otra persona ocupando tu corazón. No hay mejor metáfora
en una sociedad que huye de las ataduras, incluso más que de los
convencionalismos.
Frente al compromiso, lo duradero y lo estable… lo
cambiante, efímero y rápido. Un movimiento de dedo para elegir pareja. Un clic
para que tu compra llegue a casa. Otro para usar el patinete que hay aparcado
en la esquina, que luego dejarás olvidado en otra calle. Una habitación en un
piso compartido por unos meses. Una suscripción temporal a un servicio de ocio.
Un trabajo temporal. Un viaje con desconocidos en un coche privado al que no
volverás a subirte.
Las tradiciones, convenciones y rutinas nos han traído hasta
aquí. Era más o menos fácil saber qué pasaría mañana si teníamos planificado el
hoy, porque cuando los cimientos son sólidos, se puede edificar encima. Pero
cuesta aventurar qué sucederá cuando no se puede construir porque nada es ya
permanente ni estable.
El ayer era sólido, como esos muebles de madera a los que
décadas de vida contemplan. El hoy es líquido, como las relaciones que
establecemos a nuestro alrededor. El mañana es vaporoso, tanto como para no
saber siquiera si algún día podremos alcanzar esa apacible jubilación que era
la consecuencia inexorable de años de trabajo rutinario.
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