EL ARTE DE PRESTAR ATENCIÓN
SUSPENDIENDO EL PENSAMIENTO
En tiempos de
notificaciones constantes, mensajes que reclaman una respuesta inmediata y un
flujo incesante de información, la atención se ha convertido en un recurso
escaso. No solo es difícil concentrarse, también lo es sostener la
concentración el tiempo suficiente para profundizar en una idea, problema o texto.
La filósofa francesa Simone Weil propuso hace casi un siglo una concepción de la atención que, lejos de quedar obsoleta, sigue hoy más vigente que nunca. En 1942 escribió el ensayo Reflexiones sobre el buen uso de los estudios escolares como medio de cultivar el amor a Dios. Lo dirigió al dominico Joseph-Marie Perrin, como guía para acompañar a jóvenes cristianos. Aunque el texto tiene un trasfondo religioso, sus ideas pueden leerse en clave universal.
Quien pasa sus años de estudio sin desarrollar la
atención pierde un gran tesoro
En la vida académica y profesional solemos asociar prestar
atención con hacer un esfuerzo sostenido. Weil rompe con
esta visión. Para ella, atender no consiste en contraer la mente como un
músculo, sino en abrirla. Es un acto de receptividad, no de tensión.
“La atención consiste en suspender el pensamiento, en
dejarlo disponible, vacío y penetrable al objeto”, escribe. No se trata de
forzar la solución, sino más bien de crear el espacio interior donde pueda
aparecer lo que buscamos. Atender es, en gran medida, una manera de esperar.
Esta forma de entender la atención tiene implicaciones
profundas en la educación. Para Weil aprender no es solo una cuestión de
memoria, técnica o voluntad. Así, cuestiona la idea de que trabajar mucho deba
equivaler a fatigarse. Propone, en cambio, un ritmo natural, como la
respiración: se inspira y se espira. En sus palabras: “Veinte minutos de
atención intensa y sin fatiga valen infinitamente más que tres horas de esa
dedicación de cejas fruncidas”.
Aprender como fin en sí mismo, no como medio
La pensadora llega a afirmar que “la facultad de atención es
el objetivo verdadero y casi el único interés de los estudios –escolares–”; lo
que significa que, aunque olvidemos fechas, datos o fórmulas, el hábito de
prestar atención permanece. Por eso considera que todas las materias, incluso
las que parecen alejadas de nuestras afinidades, son valiosas como campo de
práctica.
No consuma noticias, entiéndalas.
Imaginemos que un estudiante de letras se enfrenta a un
problema de geometría que no logra resolver. Según la lógica habitual, ese
tiempo podría considerarse “perdido” porque no ha encontrado la solución. Para
la filósofa, en cambio, el esfuerzo atento servirá después para leer un poema,
escuchar a un amigo o tomar una decisión importante. También Leonardo Da Vinci
recomendaba a sus discípulos que contemplaran una pared blanca durante horas
hasta hallar inspiración. Lo esencial no es el contenido puntual, sino la
disposición interior que florece en la atención sostenida.
Además, la inteligencia se mueve únicamente por el deseo, y
ese deseo necesita de la alegría para mantenerse vivo. “La alegría de aprender
–escribe– es tan indispensable para el estudio como la respiración para el
atleta”. Sin placer, el esfuerzo se convierte en una tensión dolorosa.
¿Prestar atención nos hace mejores?
Weil insiste en que la atención verdadera exige humildad.
Reconocer que no sabemos, que quizás nos hemos equivocado, que necesitamos
volver atrás y mirar de otro modo. Este reconocimiento no es una derrota, es
parte del proceso. Al vaciar la mente de certezas apresuradas, la dejamos libre
para percibir conexiones y matices que antes no veíamos.
La leyenda del Grial sirve como ejemplo. En Perceval
o el cuento del Grial, Chrétien de Troyes narra la historia del joven
caballero Perceval y su llegada al castillo del Rey Pescador, guardián del
Grial. El monarca sufre una herida misteriosa que vuelve estériles sus tierras.
Una de las pruebas del relato nos muestra que la consecución
del propósito no depende de la fuerza. Perceval presencia una procesión en la
que aparece el Grial, una copa sagrada y legendaria. Sin embargo, no pregunta:
“¿Qué es el Grial? ¿A quién sirve?”. Versiones posteriores relacionarán ese
silencio con el incumplimiento de su destino caballeresco: el héroe que podía
restaurar la fertilidad del reino no logra cumplir su misión por falta de
atención y compasión.
Weil retoma este gesto sencillo para señalar la repercusión
de la atención fecunda en nuestra relación con el mundo, con nuestro presente,
y con los otros. La humildad también está en mirar al otro y reconocerlo como
único e irrepetible.
Contra la dispersión contemporánea
Aunque el ensayo de Reflexiones tiene un
trasfondo espiritual explícito –ella concibe la atención como la forma más
pura de oración–, su propuesta puede entenderse fuera de un marco religioso. En
el contexto contemporáneo, se acerca a lo que llamamos atención plena.
Pero Weil no escribe sobre una estrategia para mejorar el rendimiento o la
productividad, sino como un camino para dejar de imponer al mundo nuestros
prejuicios y ampliar así nuestra capacidad de encuentro con lo real.
En el fondo, lo que está en juego es nuestra presencia.
Cultivar la atención es aprender a mirar y a escuchar de tal modo que dejemos
un espacio para que la verdad pueda aparecer, en cualquier ámbito de la vida.
Si estamos atentos, estamos presentes.

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