EL MUNDO NO SE ACABA
El
Mundo no se acaba es un libro escrito por Hannah Ritchie, científica y divulgadora de la Universidad de
Oxford, que tiene por bandera el
optimismo y los datos. Se aleja del catastrofismo ecologista casi tanto como del negacionismo climático; y afirma que
«aceptar la derrota ante el cambio climático es una postura indefendiblemente
egoísta».
Ritchie aclara que su optimismo es condicionado a actuar adecuadamente; que es diferente a un «optimismo ciego» que confía sin promover la acción organizada. Su objetivo es conseguir que seamos la primera generación que logre alcanzar la sostenibilidad completa en los dos sentidos que recoge la definición de la ONU: satisfacer las necesidades de las generaciones actuales; y hacerlo sin comprometer las capacidades de las generaciones futuras para satisfacer las suyas.
Con respecto al primer aspecto, Ritchie opina que falta mucho por hacer aunque, al menos, se ha avanzado una barbaridad en aspectos tales como: la mortalidad infantil y materna, la esperanza de vida, el hambre y la malnutrición, el acceso a recursos básicos (agua, energía…), la educación y la pobreza extrema.Por supuesto, estos avances en la calidad de vida global
también «han tenido un enorme coste medioambiental», lo cual ha empeorado de forma
colosal el segundo requisito de la sostenibilidad. Para equilibrar la
situación, el libro examina en detalle siete problemas medioambientales y sus interconexiones entre
sí.
Antes de examinar esos siete problemas, Ritchie se distancia
de dos soluciones típicas del ecologismo: despoblación y decrecimiento. La
primera consiste en reducir el tamaño de la población y Ritchie afirma que
realmente esa no es una alternativa, primero porque la población ya se está
frenando a nivel mundial y, segundo, porque es muy complicado hacerlo de forma
ética. Apunta a que más impacto que la superpoblación lo generan los estilos de vida especialmente de los
millonarios, lo cual podría estar afectado por la segunda solución que
Ritchie rechaza, el decrecimiento,
entendido como un retroceso o empobrecimiento.
Para ella, la pobreza no implica mayor sostenibilidad, por
supuesto, si consideramos los dos pilares de la sostenibilidad anteriormente
indicados. En el libro, matiza que es cuestionable el crecimiento en los
países ricos, pero que para acabar con la pobreza se necesita un crecimiento
económico global. Para ella, no vale cualquier crecimiento y afirma —igual que
cualquier decrecentista— que sería necesario crecer en algunos sectores y
tecnologías y decrecer en otras. Tal vez, la promesa más impactante del
libro es que dice demostrar que podemos
reducir el impacto ambiental y, a la vez, mejorar la situación económica.
1. Contaminación atmosférica
Aunque no se suela decir, la contaminación atmosférica es «una de las principales causas de mortalidad en el mundo» Las
cifras de fallecidos por esta causa son similares a las muertes por tabaquismo;
seis o siete veces mayores que los muertos en accidentes de tráfico; y superan
en cientos de veces la cifra de vidas perdidas por terrorismo o por guerras.
Cada año, la mala calidad del aire suele ser quinientas veces más mortífera que
todas las catástrofes «naturales» juntas.
La buena noticia es que se está reduciendo este tipo de
contaminación, especialmente en las ciudades, lo cual baja las tasas de
mortalidad. Es preciso tomar medidas locales y globales. Usemos como
inspiración el Protocolo de
Montreal para eliminar las sustancias químicas que degradaban la
capa de ozono, un problema de cuya gravedad advirtió incluso Carl Sagan.
En 1987 fue firmado por 43 países; y en 2009 se convirtió en el primer convenio internacional que logró la
ratificación universal de todos los países del mundo. Un ejemplo que
demuestra que hacer caso a la ciencia tiene resultados positivos.
A escala global, la mayor fuente de contaminación es quemar madera o carbón,
incluyendo aquí las quemas agrícolas. Luego está la polución por actividades agropecuarias,
principalmente por culpa de la ganadería y por los fertilizantes. Después viene
la quema de combustibles fósiles
para producir electricidad. Luego, diversas industrias (textiles, químicas, metalúrgicas), seguidas
del transporte de
personas y mercancías.
Las soluciones
propuestas pueden parecer caras, pero son muy baratas si las
comparamos con los cientos de millones en gastos por no solucionar el problema:
- Lo
más urgente es «dejar de
quemar cosas» y, cuando no sea posible, capturar las
partículas de la combustión.
- Detener
las quemas agrícolas por
ser una inmensa fuente de contaminación estacional fácil de evitar
haciendo compost, triturando, etc.
- Conseguir combustibles limpios para cocinar y
calentarse. La leña puede ser muy natural, pero es la forma más
contaminante de conseguir calor. Provoca múltiples enfermedades por
respirar el humo.
- Eliminar
el azufre de los
combustibles fósiles. Es tan simple como poner filtros en las chimeneas.
- Transporte más limpio. Los
vehículos eléctricos contaminan menos, pero no son parte de la solución
porque siguen siendo origen de multitud de emisiones. Por
supuesto, la aviación es muchísimo peor.
- Transporte sostenible: caminar,
ir en bicicleta o en transporte público.
- Abandonar combustibles fósiles,
en favor de las renovables y de la energía nuclear. Ritchie es
contraria a debatir entre renovables y nuclear porque, para ella, lo
importante es que son energías con bajas emisiones de CO2. No
tiene en cuenta el problema de los residuos radiactivos, ni el riesgo
de atentados terroristas, ni el hecho de que las nucleares no sean
rentables sin subvenciones de dinero público.
2. Cambio Climático
«Un mundo 6ºC más caliente que el actual sería devastador»,
nos advierte la autora. Tras comentar algunas de las consecuencias del
calentamiento global, afirma que «si cada país cumpliera realmente sus
compromisos climáticos, llegaríamos a los 2,1ºC en 2100», lo cual sería una
gran noticia, aunque podría ser mejor.
Hannah Ritchie asegura que «las tecnologías bajas en carbono
resultan cada vez más competitivas» y «los líderes mundiales se han vuelto más
optimistas». Ahora tenemos infraestructuras mejor preparadas, podemos predecir
eventos climáticos extremos, organizar evacuaciones, existen redes
internacionales de apoyo, etc. En definitiva, estamos mejor preparados que en
el pasado y sabemos cómo reducir las emisiones de dióxido de carbono, porque hay solo dos fuentes principales: «la quema de combustibles fósiles y el cambio
en el uso de la tierra» (deforestación).
La situación actual es que «las emisiones totales siguen
aumentando, pero las emisiones per cápita han tocado techo». Ese dato es
utilizado por la autora para ser optimista y esperar a que la contaminación
empiece a declinar, al menos en los países ricos, porque dice que está
demostrado que «los avances tecnológicos hacen que hoy consumamos mucha menos
energía que en el pasado». Como ejemplo, afirma que en Suecia se vive con igual
nivel que en Estados Unidos y, sin embargo, se emite solo una cuarta parte.
Según sus datos, el crecimiento
económico y la reducción de emisiones son compatibles. El problema es
que mira datos de países ricos que ya son exageradamente insostenibles. En
tales casos, ¿es correcto celebrar una pequeña reducción en su contaminación?
En su análisis, asegura que «las soluciones que pasan por
reducir el consumo de energía a niveles muy bajos no son buenas», porque la
energía es fundamental para mantener o aumentar la calidad de vida. Tampoco ve
adecuado que se avergüencen los que viajan en avión, porque para ella volar es
un gran invento y las ventajas son suficientes para olvidar sus serios
inconvenientes. ¿Será una excusa para justificar su gusto por volar?
Soluciones que propone:
- Transición
hacia la energía renovable por todas sus ventajas. El
inconveniente del espacio que requieren se resuelve buscando lugares adecuados:
tejados, agrovoltaica.
- Electrificar
la demanda de energía donde sea posible y aumentar el almacenamiento (baterías…).
Ritchie está convencida de que esta transición requerirá menos actividad
minera que con combustibles fósiles.
- Replantear el transporte a
larga distancia.
- Alimentación.
Aunque sostiene que no es preciso ser veganos, deja claro que
cualquier cambio a dietas más vegetales tiene una enorme influencia en el
clima, como por ejemplo elegir hamburguesas de pollo en lugar de ternera
(que es la carne con más huella de carbono). Con datos muy fiables
confirma que «la carne con
emisiones de carbono más bajas supera las de la proteína vegetal con
emisiones más altas». Y no importa demasiado si son alimentos
ecológicos, de proximidad o en extensivo. La autora afirma que
adoptando las siguientes medidas se liberaría suficiente tierra como para compensar las emisiones del sistema
alimentario resultante:
- Comer
menos carne.
- Adoptar las mejores prácticas agrarias.
- Reducir el consumo excesivo y el desperdicio alimentario.
- Reducir las emisiones por
la construcción, básicamente eliminando el cemento, un material muy contaminante
en su fabricación. Propone usar otros materiales y, aunque no lo cita, una
opción es el cemento
Sublime.
- Poner
precio al carbono para que los productos de altas emisiones sean
más caros y menos accesibles. Como todos sabemos, los precios no reflejan
los costos de los productos, y mucho menos los costos ambientales. El
peligro de esta medida —y Ritchie lo subraya— es que haga que las familias
pobres sean aún más pobres. Para evitarlo se deben incluir ayudas y
conseguir que sean los ricos los que más paguen, porque son, de
hecho, los que más carbono emiten.
- Sacar
a la población de la pobreza es
otra medida para adaptarnos al cambio climático, porque son los
pobres los más vulnerables.
- Mejorar
la resiliencia de los cultivos ante los efectos del cambio
climático.
- Adaptarnos
ante el aumento de temperaturas.
- No
caer en la trampa de la «autoconcesión moral». Esto ocurre
cuando nos permitimos algo negativo porque creemos que lo
compensamos con un sacrificio en otro aspecto. Por ejemplo, comernos un
filete porque reciclamos el envoltorio de plástico; o
caer en las trampas del greenwashing. Para ello, es
importante tener muy presente qué cosas
a nivel individual tienen más y menos impacto.
Un problema de la forma de comunicar de Ritchie es que quita
importancia a aspectos que, aunque no sean principales, tienen suficiente peso
como para no ser despreciados. Es como si olvidara el efecto sinérgico de
juntar varias fuerzas. Sumar muchos pocos hace un mucho. A veces, este tipo
de contradicción se
hace patente en una misma explicación. Por ejemplo, cuando literalmente
escribe: «Cambiar nuestra alimentación no va a resolver el cambio climático:
para ello tenemos que dejar de quemar combustibles fósiles. Pero arreglar
únicamente nuestros sistemas energéticos, ignorando la alimentación, tampoco
nos llevará a esa meta».
3. Deforestación
La tierra ha perdido un tercio de todos sus bosques desde
el final de la última glaciación. En el último siglo, también se ha perdido
mucha superficie forestal, casi toda debida a la expansión de la agricultura.
Las zonas incendiadas se regeneran si se las deja. Al perder bosques
se emite carbono, pero Ritchie considera que eso es secundario en comparación
con la pérdida de biodiversidad.
También resalta cómo la pérdida de hábitats se puede frenar con medidas políticas. Por
ejemplo, «Brasil logró reducir la deforestación en un 80 % en solo siete años
bajo la presidencia de Lula da Silva».
Con respecto al aceite
de palma, no considera que su consumo sea preocupante, porque no se sabe
con certeza la deforestación que causa de forma directa. Opina que no sería
justo culpar a ciertos campos de palmeras de la deforestación de esas áreas si
los bosques fueron talados con anterioridad. Es decir, no tiene en cuenta que
esas zonas podrían volver a ser bosques. Además sostiene que usar otros tipos
de aceites podría ser incluso peor. Sin embargo, hay que tener en cuenta que
evitar el aceite de palma no obliga a optar por otro aceite, sino que se puede
optar por no consumir productos con aceite de palma (bollería, alimentos
ultraprocesados) sin sustituirlos por nada con otros aceites. En cualquier
caso, apoya el uso de aceite de
palma certificado como sostenible (RSPO) y deja claro que «el
biodiésel de aceite de palma produce más emisiones de carbono que la gasolina o
el gasóleo».
«La tala de bosques para dejar espacio al ganado bovino es
responsable de más del 40 % de la deforestación mundial». El siguiente factor
de pérdida de bosques es la palma y la soja y, en tercer lugar, la silvicultura
(papel/celulosa). Así, pues, la
mejor forma de frenar la deforestación es reducir el consumo de carne de
cordero y de vacuno. En tercer lugar, se situaría el queso y
los lácteos de vaca.
Ritchie apoya esta opción, incluso aunque sean productos de ganadería extensiva
en tierras no aptas para la agricultura, porque en estos casos considera que la
mejor opción sería dejar que esas tierras se conviertan en bosques u otros
espacios naturales.
Otras opciones que propone son: que los países ricos paguen
a los más pobres por conservar sus bosques; y que se compensen las emisiones
mediante reforestaciones (aunque esto
tiene un peligro muy evidente).
Para acabar este apartado, Ritchie sostiene que no es buena
idea volver de la ciudad a zonas rurales (revitalizar pueblos), ya que la principal causa de deforestación es cómo
producimos nuestros alimentos y no dónde vivimos. Y también alerta de
los que piensan que la alimentación vegana contribuye a la deforestación por
los cultivos de soja. Los datos son muy evidentes: el 76 % de la soja se utiliza para alimentar animales y «solo
el 7 % se destina a productos veganos» (tofu, tempeh y leche vegetal).
4. Alimentación para no comerse el planeta
«La demanda humana
de alimentos representa la mayor amenaza para los animales del globo».
Así de contundente se manifiesta Hannah Ritchie. Afortunadamente, no es cierto
que haya una fecha límite en los suelos agrícolas del mundo. Unos se están
degradando y otros están mejorando, aunque en general, el suelo
agrícola está siendo maltratado (no solo por la erosión).
Una persona necesita entre 2.000 y 2.500 calorías diarias.
Si dividimos la producción mundial de alimentos a partes iguales entre todos,
cada uno de nosotros podría consumir unas 5.000 calorías diarias (más del doble
de lo necesario). El hambre en el
mundo no es un problema de falta de alimentos, sino de mala distribución
(también lo apuntaron Nebel y Wrigth). Este dato sirve a Ritchie
para confirmar que, en realidad, no somos demasiados humanos. El problema
es que los millones que habitamos el planeta Tierra no nos contentamos solo con
comer, sino que aspiramos a un consumo cada vez mayor (casas, teléfonos,
aviones, IA…).
La superproducción agraria se debe
principalmente a dos inventos: el de Fritz Haber y Carl
Bosch (convertir el nitrógeno del aire en amoníaco, fertilizante);
y el de Norman Borlaug (mejorar
el cultivo de trigo en México). Estos logros para aumentar la producción han
evitado muchas muertes, pero también han hecho que no podamos volver atrás. Es
decir, «el planeta no puede limitarse a consumir solo
alimentos ecológicos» (porque hay demasiadas personas a las que alimentar). Por
tanto, a nivel colectivo dependemos
de los fertilizantes para sobrevivir, y fabricarlos requiere
grandes cantidades de energía, lo cual explica por qué los países pobres los
usan poco, aunque tengan que utilizar mayor superficie agraria.
Vivimos en un mundo con grandes desigualdades, en el
que algunos sufren de obesidad y otros de desnutrición; el alimento que podría
saciar el hambre de millones de personas se dedica a alimentar ganado o a
producir agrocombustibles para nuestros coches. Menos de la mitad de los cereales que se
producen se dedican a la alimentación humana directa. Todo un 41 % se lo
come el ganado, lo cual nos hace ver que comer animales es una forma muy ineficiente de conseguir proteínas.
«Los animales más pequeños son más eficientes en términos calóricos», aunque
surge el «dilema moral» de que hay que matar una mayor cantidad de animales
pequeños para conseguir la misma cantidad de carne.
Ritchie pone un ejemplo que sirve para visualizar bien lo
que implica comer animales muertos: «¿Se
imagina que comprara una barra de pan, cortara una rebanada y tirara el resto
—más del 90 %— a la basura? Pues bien: en términos de calorías, eso es más o
menos lo que hacemos con la carne». El ganado también es ineficiente
convirtiendo proteínas. Lo bueno es que son proteínas «completas» (incorporan
aminoácidos importantes), lo cual se puede conseguir con dietas vegetales
comiendo legumbres y cereales. La carne también tiene otros nutrientes
importantes, pero el único que no existe en los vegetales es la vitamina B12 (asunto que ya
se zanjó aquí).
Para entender la magnitud del problema, afirma que tres cuartas partes de la superficie agraria
tienen como fin último criar ganado, y todo eso solo sirve para producir
el 18 % de las calorías y el 37 % de las proteínas que consumimos. Debemos «reducir al máximo la cantidad de tierra que
destinamos a la actividad agraria», lo cual mejoraría también otros
problemas: deforestación, contaminación atmosférica, de aguas, de tierras,
maltrato animal, etc.
Soluciones que propone:
- Mejorar
los rendimientos agrícolas en todo el mundo, especialmente en África.
- Comer
menos carne, sobre todo de vacuno y cordero, las carnes con mayor
impacto (en emisiones, consumo y contaminación de agua, eutrofización, uso
de tierra, etc.). Ritchie expone que no funciona instar a la ciudadanía a
convertirse al veganismo, sino que es mejor invitar a hacer cambios
paulatinos: poner un día a la semana sin carne, reducir las dosis,
aumentar el consumo de legumbres, etc. Solo eliminando la carne de ternera
y la de cordero se reduciría a la mitad nuestra necesidad de tierras de
cultivo en todo el globo. Debemos entender que la dieta vegana es la más ecológica,
pero no es necesario ser veganos estrictos: «El ahorro en
comparación con una dieta con algo de pollo, o algo de pescado y huevos,
no es tan significativo», aclara la autora del libro. Ella quiere derribar
el mito de que si fuésemos veganos no habría tierra para cultivar porque,
como ya se ha indicado, lo que ocurriría sería todo lo contrario: una dieta vegana requiere menos tierra
de cultivo.
- Invertir
en sustitutos de la carne. Para Ritchie, es importante que las carnes
vegetales cumplan cuatro requisitos: ser sabrosas, baratas,
fáciles de encontrar y fáciles de incorporar a las dietas habituales. Ella
afirma que ha probado multitud de productos vegetales y que hay algunos
realmente asombrosos que, incluso, pueden llegar a gustar tanto o más que
los productos cárnicos que imitan. Optar por estos productos no solo
reduce la huella de carbono, sino que contribuye a bajar el precio para el
resto de la humanidad.
- Las
hamburguesas híbridas también reducen la huella ecológica (usar
carne de pollo total o parcialmente, introducir legumbres…).
- Sustituir
los productos lácteos por alternativas vegetales. En la UE,
los productos lácteos son la causa de un mínimo de una cuarta parte de la
huella de carbono. Cualquier bebida vegetal tiene una huella
ecológica menor que la leche animal. Ritchie recuerda aquí también la
importancia de seguir una dieta variada, para evitar carencias
nutricionales.
- Desperdiciar
menos comida. Por ejemplo, resalta la importancia de cambiar los sacos
de recogida de productos agrarios por cajas rígidas que protejan de
golpes. También es importante saber que si un producto supera su fecha de
«consumo preferente», no indica que no se pueda consumir.
- No
depender de la agricultura de interior. Aunque minimiza el espacio
ocupado (agricultura en vertical), sus necesidades energéticas son tan
inmensas que no compensan las ventajas, ni empleando solo energía
renovable.
- No
centrarse en los alimentos de proximidad. Aunque el transporte es
importante, supone solo el 5 % de las emisiones de GEI de la
comida. El resto se debe a los procesos de producción, empaquetado y
conservación. Lo más contaminante es el transporte aéreo (50 veces más que
por barco), pero apenas se usa porque es caro. Por su parte, el transporte
marítimo es barato, por lo que casi toda la contaminación del transporte
de alimentos se produce en la carretera. En definitiva, Ritchie
quiere dejar claro que está bien comer alimentos de proximidad, pero que
las frutas y verduras producidas muy lejos tienen menos huella ecológica
que la carne producida muy cerca.
- Los
alimentos ecológicos tienen menos pesticidas, pero requieren más extensión.
Abonar con estiércol también puede contaminar acuíferos. Respecto al
clima, no hay consenso si es mejor o peor porque depende de múltiples
factores. Ritchie dice que se fija más en el contenido de los envases que
en las certificaciones ecológicas.
10. Eliminar
el plástico aumentaría el desperdicio alimentario. En la huella ecológica
de los alimentos solo el 4 % de las emisiones procede de los envases. Nos
advierte de que en ciertos alimentos es fácil de eliminar, pero en otros no. En
todo caso, aquellos alimentos en los que el plástico es importante tal vez no
sean esenciales en nuestra dieta y podemos prescindir totalmente del plástico y
del alimento.
5. Pérdida de biodiversidad. Proteger la vida silvestre
«No cabe duda de que muchos animales están experimentando un
preocupante y acelerado declive. Pero, si profundizamos un poco más,
descubrimos que también hay algunos a los que les va bien». Lo que no debemos
olvidar es que nuestra vida
depende de la biodiversidad, aunque «no esté claro qué especies
necesitemos y cuáles no». Recomendamos aquí leer el relato de La
vida del doctor Biología. Lo cierto es que a veces prestamos más
atención a ciertas especies, bonitas o más visibles, y olvidamos a las
realmente importantes, como los gusanos y las bacterias.
El ser humano ha atacado a las demás especies desde sus
orígenes, como bien explica Yuval
N. Harari en su libro Sapiens.
Ritchie declara que «antes de la aparición de la agricultura, hace unos diez
mil años, la mayor amenaza para los animales era nuestra caza directa: una vez
iniciada la actividad agraria, pasó a ser la destrucción de sus hábitats» y «en
la última centuria, el ritmo de disminución ha sido aún más rápido». Un dato
más: «Los vertebrados se han extinguido entre cien y mil veces más rápido de lo
que cabría esperar».
Actualmente, los humanos y nuestro ganado constituimos la
inmensa mayoría de los mamíferos del planeta. Estos son los datos del
porcentaje de la biomasa actual y en 1900:
- Mamíferos
salvajes: 2 % (17 % en 1900).
- Humanos:
35 % (23 %).
- Ganado:
63 % (60 %).
Esta desproporción también ocurre en las aves: «la biomasa
de nuestros pollos duplica la de las aves silvestres». Hay multitud de datos
que llevan a poder proclamar que «nos dirigimos hacia una sexta extinción
masiva». La buena noticia es que podemos frenarla.
Soluciones que propone:
- Reducir
al mínimo la superficie cultivada.
- Utilizar
fertilizantes y pesticidas de forma más prudente y eficaz.
- Emplear
los métodos con los que se ha conseguido frenar el declive de multitud de
especies: reducir el uso de tierras agrícolas, recuperar hábitats
naturales, prohibición total de la caza, implementación de cuotas cinegéticas,
mecanismos para detener a los cazadores furtivos, proteger zonas por ley
(incluyendo también el rewilding),
sistemas de compensación para reproducir determinadas especies y programas
de cría y reintroducción.
- Comer
menos carne, porque esto reduciría la cantidad de tierra destinada a
la agricultura, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la
deforestación.
- Detener
la deforestación, lo cual implicaría reducir la pérdida de hábitats y
las emisiones de GEI.
- Proteger
los parajes con mayor biodiversidad. El objetivo de la ONU de proteger
para 2030 el 30 % de la superficie terrestre es poco ambicioso; y no son
pocas las voces que piden proteger al menos el 50 % para 2050.
- Frenar
el cambio climático.
- Detener
los vertidos de plásticos en el mar.
6. Plásticos marinos
«El 44 % de todo el
plástico del planeta se emplea en la fabricación de envases». Es ahí
donde está el núcleo del problema de los plásticos. La autora critica el
documental Seaspiracy por
algunos de sus datos, pero está conforme con que el 80 % del plástico de
las islas oceánicas procede de la industria pesquera. Solo el
20 % restante tiene su origen en tierra. Sin embargo, si miramos el plástico en
zonas costeras, los datos podrían indicar justo lo contrario.
Ritchie dice que no hay aún evidencias de los auténticos
peligros de los plásticos en el cuerpo humano, y que le parece más
preocupante el daño que se causa a la fauna marina (enredos, atragantamientos).
Soluciones:
- Dejar
de utilizar envases de plástico de un solo uso.
- Invertir
más en gestión de residuos: sistemas de recogida, centros de
reciclaje, vertederos adecuados (que capturen el metano de la materia
orgánica). Es importante reciclar
todo lo que se pueda. El problema es que no siempre se puede. El
reciclado mecánico permite que los plásticos se reciclen
una o dos veces. El reciclado químico es mejor, pero es
«tremendamente costoso» y no compensa hacerlo en ningún caso. Tal vez
sería útil un SDDR para vidrio
reutilizable y, en paralelo, imponer impuestos crecientes al
plástico de un solo uso.
- Obligar
a las industrias a un diseño más inteligente, que utilice solo
plásticos reciclables y permita separarlos de forma cómoda.
- Prohibir
el comercio de plástico usado para que los países ricos no usen a
otros como sus vertederos. La proporción de plástico que circula por esta
vía no es elevada, pero muchas veces acaba en el mar. Hablamos de 1,6
millones de toneladas en 2020.
- Trabajar
con la industria pesquera para que no abandone su basura en el
mar (redes, anzuelos, etc.). Podría castigarse a los barcos que no traigan
de vuelta los aparejos con los que salieron y/o premiarse a quienes
traigan basura encontrada en el mar.
- Poner
interceptores en los ríos. Son aparatos o líneas de burbujas que
sirven para capturar los plásticos evitando que lleguen al mar. Otra
solución que no contempla es poner grandes bolsas de red a la salida de
los desagües pluviales o residuales de las ciudades. Dado que esas aguas
arrastran multitud de basura, esas redes la capturarían.
- Limpiar
las playas es una forma mucho más barata de reducir el plástico
en los océanos que recogerlo mar adentro.
7. Sobrepesca. Poner fin al expolio de los océanos
Esto está muy relacionado con la pérdida de biodiversidad.
Según Ritchie, los animales
marinos son discriminados con respecto a los terrestres. De alguna
forma, su sufrimiento parece importar menos a los humanos, a pesar de las evidencias
que existen de que los peces son capaces de sentir sufrimiento.
El incremento en potencia y tecnología aplicada al sector
pesquero ha hecho que muchas pesquerías hayan entrado en declive o en grave
colapso. Ante esto, hay dos formas de actuar. La primera es proponer «capturar
muy pocos peces, por no decir ninguno». La segunda es «capturar tantos peces
como sea posible, año tras año, pero sin mermar más sus poblaciones».
Normalmente, se opta por la segunda opción, aunque sabemos que en demasiadas
ocasiones no se cumple.
Una tercera vía (con un enorme crecimiento) ha sido la cría
de pescados y mariscos: acuicultura o piscicultura. Actualmente, se
crían más peces y mariscos de los que se pescan en estado salvaje. Para Ritchie
es una buena noticia porque, según ella, esto reduce presión sobre los peces
salvajes. No obstante, reconoce que parte de la comida de los peces de
piscifactoría es, precisamente, peces salvajes, pero que, para algunas
especies, se ha logrado una proporción de 0,3 (hacen falta 0,3 peces salvajes
para criar uno de forma artificial). El resto de comida lo forman, por ejemplo,
piensos vegetales. La autora deja claro que «las normas de bienestar animal que
rigen en las piscifactorías suelen ser bastante deficientes» (léase
esto para más datos). Ella no habla de otros problemas presentes en
las piscifactorías, como la contaminación que producen.
Con respecto a los atúnidos, Ritchie dice que su situación es mala, aunque algunas
especies están mejorando sus poblaciones. Particularmente, alerta de la
situación de los atunes en el océano Índico, donde se está sobrepescando sin
control (España con la famosa operación
Atalanta). El libro no habla de la amenaza del mercurio en los
atúnidos.
Otro problema es la muerte generalizada de los corales. La autora demuestra ser una
apasionada de estos animales y no le faltan motivos. La solución urgente a este
problema es frenar el calentamiento global, evitando quemar combustibles
fósiles. Si quieres enamorarte de los corales, te animamos a leer el relato
de Lord Howe.
Soluciones:
- Comer
menos pescado, siempre que sea posible. Tal vez unos quieran no comer
nada de pescado (lo cual evita el dilema del sufrimiento animal), mientras
que otros opten por reducir este tipo de alimento.
- Elegir
bien la especie a consumir. El problema de esta opción es que requiere
el esfuerzo de investigar y puede variar en el tiempo y dependiendo de la
región. Escogiendo bien, podemos comer pescado con poca huella de carbono
(casi todos ellos son mejores que el pollo). Ella recomienda evitar los
lenguados y mariscos caros, y optar por pescados pequeños y salvajes, como
arenques o sardinas.
- Acabar
con la sobrepesca aplicando cuotas de pesca estrictas. En la UE han
mejorado algunas poblaciones de peces, pero otras siguen estando mal. En
general, es preferible ser estrictos y que haya pesca suficiente, que
ser demasiado permisivos y provocar
la crisis de todo un sector.
- Reglamentos
estrictos para capturas incidentales y descartes. El objetivo es
reducir el número de peces que se pescan sin querer y que se tiran al mar
(descartes), donde siempre mueren (si no lo están ya). Algunos países han
prohibido los descartes y obligan a sus barcos de pesca a desembarcar todo
lo que capturen, sea comercial o no.
- Prohibir
la pesca de arrastre. Es el arte más perjudicial: normalmente se
descarta entre el 30 - 50 % de todo lo capturado (a veces es el 10 %), a
lo que hay que sumar el destrozo del fondo marino que ocasionan,
entre otros inconvenientes.
- Las áreas
marinas protegidas evitan ciertas actuaciones humanas dentro de
ellas. Son una buena solución, aunque a veces lo que provocan es que el
impacto se traslade a otro lugar.
Propuestas finales de Hannah Ritchie
El libro de Ritchie es un canto de optimismo lleno de datos
realistas. Algunas de sus opiniones pueden ser controvertidas, pero la mayoría
están basadas en evidencias. Es cierto que estamos avanzando en muchos
aspectos, aunque no sea tan rápido como nos gustaría. También es cierto que las
opciones sostenibles se están volviendo más baratas. Y, en muchos casos, el
pueblo está despertando.
Hannah se siente una traidora cuando no usa las opciones más ecológicas, aunque sí
sean las opciones con menor huella de carbono, como usar el microondas o
consumir alimentos que no sean de proximidad. Pero alerta que, aunque los
cambios individuales sean importantes, es necesario un «cambio sistémico», es decir, una acción política que lleve a aprobar leyes que nos hagan avanzar en
todas las soluciones que se han propuesto más arriba. Para ello, es necesario «votar a líderes que favorezcan medidas
sostenibles» (partidos verdes y ecofeministas) y también sugiere
importantes aportaciones individuales como estas:
- Votar
con la cartera, que quiere decir que cuando compramos estamos enviando
una señal clara de nuestros intereses al mercado (a las empresas).
- Donar
dinero a causas ecohumanistas (proyectos, organizaciones).
Ritchie —conforme con lo que propuso Peter
Singer— dice que dona al menos el 10 % de sus ingresos.
- Dedicar
más tiempo a cosas importantes (colaborar con ONG) y menos a
discusiones secundarias. Es decir, aunemos esfuerzos en la dirección
correcta, aunque no opinemos todos exactamente lo mismo.
- Elegir una trayectoria
profesional que nos llene y en la que podamos empujar en la
dirección que deseemos.

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