EL HILO INVISIBLE DE LOS REGALOS
Una mirada a la Navidad desde la antropología de Marcel
Mauss
Reflexión íntima
sobre por qué regalar en estas fechas sostiene vínculos más profundos de lo que
imaginamos y logra incomodarnos
Hay rituales que repetimos sin pensarlos, como si una bruma
antigua nos guiara las manos. En diciembre, esa bruma toma forma de luces,
villancicos, compras de último minuto y una pregunta que parece inocente, pero
es casi un mandato: ¿qué vas a regalar este año?
La Navidad se ha convertido en un territorio donde el afecto necesita envoltura; donde el amor, la pertenencia y hasta la culpa viajan empaquetados. Como si la navidad fuese un escenario donde todos actuamos sin cuestionar el guion.
Es curioso: se habla de magia navideña, pero lo que realmente sentimos es una vibración extraña. Una mezcla entre ternura y obligación. Una calidez que se enreda con la incomodidad de tener que corresponder. Un encantamiento social que nos seduce a “dar algo”.
Aunque pensamos que este impulso es moderno, Marcel Mauss ya lo había plasmado en su libro Ensayo sobre el don hace un siglo, mucho antes de que existieran los intercambios de oficina y las wishlists en línea.
Mauss lo deja claro desde las primeras páginas: “Los regalos
no son nunca verdaderamente gratuitos.” Una frase que parece simple, pero que
despliega un abismo.
Porque si un regalo nunca es inocente, ¿qué es lo que
realmente intercambiamos en Navidad? ¿Objetos, afectos, deudas, espejos? ¿Qué
danza secreta ocurre cuando algo pasa de nuestras manos a las de alguien más?
La Navidad moderna opera bajo el espejismo de lo espontáneo,
pero en el fondo sigue sostenida por las tres obligaciones que Mauss veía en
los pueblos antiguos: dar, recibir y devolver. Nada ha cambiado tanto. Solo
mudaron las formas, no los impulsos.
Si alguien te ofrece un regalo, lo aceptas. Si lo aceptas, te obliga. Si te obliga, tarde o temprano tendrás que devolver.
Esa tensión, que Mauss describe como el corazón del don,
sigue latiendo bajo nuestras cenas familiares, nuestras mesas llenas de comida
y nuestras compras arrebatadas.
Él lo expresa de forma contundente:
“Aceptar sin devolver equivale a perder prestigio, honor,
alma.”
La palabra “alma” no es casual. Para Mauss, lo que circula
en un regalo no es el objeto, sino algo mucho más íntimo: la presencia del
otro. Su deseo, su intención, su expectativa.
Por eso afirma que “la cosa dada no es inerte”, porque
“lleva consigo algo de la fuerza espiritual del que la da.
¿No pasa eso también en Navidad?
- Un libro cuidadosamente elegido lleva una memoria.
- Una bufanda tejida carga tiempo, paciencia, quizá
melancolía.
- Un regalo hecho por compromiso lleva silencio y
evasión.
Diciembre nos hace vulnerables porque los objetos de alguna
manera se vuelven confesiones.
Y aquí es donde la reflexión se vuelve más profunda: el
problema no es que la Navidad se haya vuelto materialista. El problema es que
confundimos materialidad con superficialidad. Regalar no es banal. Nunca lo
fue. Incluso cuando decimos “ay, es solo un detallito”, estamos participando en
una estructura emocional compleja que nos atraviesa.
Los regalos son un lenguaje. Y como todo lenguaje, puede
sanar, incomodar, exigir, reparar o abrir heridas que ya creíamos cerradas.
Puede decir “te veo” o puede decir “me debes”.
Puede ser una invitación o un reclamo disfrazado.
Puede ser un hilo que une o un hilo que asfixia.
La Navidad, en su versión más luminosa, nos permite tocar el
deseo de dar sin cálculo: un intento de estrechar lazos, de decir “estoy
contigo incluso cuando no sé cómo decirlo en voz alta”.
Pero también exhibe nuestras fisuras: las relaciones donde
dar es un deber, donde recibir es una carga, donde corresponder se siente como
una deuda que no pedimos.
Ahí, Mauss vuelve a iluminar:
“Dar es mostrar superioridad; recibir sin devolver es
someterse.”
Tal vez esto explica por qué diciembre puede ser tan dulce y
tan punzante a la vez.
La gran ironía es que la Navidad insiste en presentarse como
la temporada donde “todo es amor”. Pero al mirar el intercambio con los ojos de
Mauss, entendemos que lo que circula no es solo afecto, sino poder, vínculo,
responsabilidad.
Los regalos son pequeñas cargas simbólicas que atraviesan el
espacio emocional entre las personas. Y diciembre, con su teatro brillante,
solo amplifica esa coreografía.
En el fondo, regalar es un acto profundamente humano: una
manera de dejar un rastro en el otro. No es casual que Mauss hable de una
“fuerza viva que sigue unida a la cosa”. Y quizá esa sea la parte más bella del
don: su capacidad de recordarnos que todavía podemos influirnos, afectarnos,
transformarnos.
La Navidad, entonces, no es, en ligereza, solo la temporada
del consumo.
Es la temporada del vínculo, con toda su incomodidad, su
belleza, su ambivalencia.
Y quizá valga la pena entrar al ritual con otra pregunta:
¿Qué estoy regalando realmente cuando regalo?
¿Un objeto?
¿Una parte de mí?
¿Un deseo de conectar?
¿O una llamada silenciosa que espera ser respondida?
Porque, como diría Mauss, dar siempre es más que entregar
algo; es abrir una puerta hacia nosotros mismos. Y quizá, ahí reside la
verdadera magia de la Navidad, del dar y recibir.


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