REPENSAR NUESTRA FORMA DE ESTAR VIVOS
Baptiste Morizot, Maneras de estar vivo
Hace mucho tiempo surgió una especie que decidió separarse
de los otros diez millones de especies que habitaban la Tierra: aunque todas
eran necesariamente sus parientes, optó por llamarlas «la naturaleza», y así
empezó a verlas como cosas, meros recursos a su disposición. Este relato es
nuestra herencia, y su inimaginable violencia ha dado lugar a la actual y
devastadora crisis ecológica. El presente libro pretende dar un golpe de timón
frente a esta situación: armar (en el doble sentido de la palabra) una
filosofía de los seres vivos que sea tanto una política como una praxis.
Para ello Morizot se aleja de toda creación convencional de pensamiento, pues su filosofía surge de la práctica sobre el terreno y de la experiencia del rastreo. Morizot no es un naturalista al uso. Ni siquiera un biólogo. Es un filósofo que reflexiona sobre lo vivo como ningún otro que hayas leído, un perseguidor que puede pasar largas jornadas rastreando a una manada de lobos o noches enteras esperando a que un oso aparezca en la pantalla de una cámara térmica. Entre el thriller etológico y la filosofía salvaje, con las botas perdidas de barro, oliendo a sudor y a bosque, Morizot trata de ofrecer respuesta a las preguntas que hoy de verdad nos importan:
¿Cómo reconectar con los seres vivos mediante una ecosofía sencilla, resiliente y alegre? ¿Cómo oponer al tecnocapitalismo una reactivación de nuestras propias fuerzas vitales anestesiadas? ¿Cómo sustituir la pulsión de control y domesticación por un ethos del encuentro y la acogida? ¿Cómo comportarse de un modo adecuado con todo aquello que vive y, sin embargo, difiere de nosotros? ¿Cómo construir colectivamente un planteamiento político que aúne la imprescindible convivencia con los otros seres vivos y la lucha sin cuartel contra aquellos que destruyen el tejido de la vida?
Baptiste Morizot nos lleva con él a la montaña, a la nieve,
de día y de noche. Se trata de encontrar las huellas de los lobos -en solitario
o en manada- y seguirlas, interpretarlas, imaginar que se mueven, olfatean,
juegan, piensan, se comunican, marcan el territorio, se organizan. Nos
introduce en un "estilo de atención" en el que "uno siempre está
recogiendo signos, siempre está haciendo conexiones, anotando fragmentos de
extrañeza e imaginando historias para hacerlas comprensibles, y luego
deduciendo los efectos visibles de estas historias invisibles, que ahora hay
que buscar en el campo".
Es una atención dirigida a las huellas del animal que
queremos estudiar, pero también, para conocer mejor los motivos, a todo lo que
se teje entre el animal y su entorno, y luego, lo que se teje entre las señales
que deja el lobo, lo que teje en el paisaje y lo que teje también la persona
que lo rastrea. Los signos del lobo se encuentran con los sistemas simbólicos
humanos, su aparato cognitivo, su aparato traductor. A fuerza de esto,
"nosotros" nos parecemos a los seres vivos que seguimos, que
intentamos comprender y observar lo más cerca posible. Explorando empatías.
"Este estilo de atención se despliega más allá y
fuera del dualismo moderno de las facultades, que opone la sensibilidad al
razonamiento. El rastreo es una experiencia decisiva para aprender a pensar de
otra manera porque, cuando uno sale a olfatear en busca de pistas, no se
deshace de la razón para volverse más animal (dualismo moderno con inversión
del estigma), sino que es simultáneamente más animal y más razonador, más
sensible y más pensante."
Nos sumerge en las horas de rastreo y, sobre todo, de acecho
cuando realmente los vemos. Donde los descubrimos además de las caricaturas.
La observación cercana -una especie de vida compartida-
provoca fértiles descentramientos. Así, si el autor imita los aullidos lo
suficientemente bien como para que los lobos le respondan, pronto aprende que
no se dejan engañar. Es más que probable que "este lobo que me responde
me tome literalmente por un bárbaro, es decir, por uno de esos seres de los que
todavía no sabe si son capaces o no de hablar, es decir, de hablar su
lengua". Es él quien se pregunta si soy un bárbaro. Él grita, yo respondo,
parece que hablo, pero él se queda perplejo, tal vez sólo sean borborigmos:
responde para asegurarse, dialoga unos instantes para saber si sé dialogar, si
todo esto tiene sentido, o si es un desafortunado malentendido."
La sal y la evolución
Tras estas emocionantes inmersiones en lo concreto, el autor
nos adentra en ámbitos de reflexión filosófica, sin oponer estas dos dimensiones
de la experiencia, sino subrayando su complementariedad. Comienza con algunas
consideraciones fascinantes sobre nuestra relación con la sal: "Nuestra
necesidad de sal, de hecho, es una herencia secreta de nuestro largo pasado
acuático: de esos pocos miles de millones de años en los que nuestros
antepasados vivieron en un entorno acuático con alta salinidad. Al hacerlo,
incorporaron agua salada en sus intercambios con el medio ambiente, hasta el
punto de tener que regular su salinidad interna.
La evolución aprovechó esta oportunidad para utilizar las
fuerzas eléctricas de los iones de sodio para hacer funcionar las bombas de
materia y energía que sustentan el metabolismo del organismo humano actual.
Esta necesidad actual de sal, de agua salada para llenar los tejidos vivos, es
la memoria orgánica del mar traída con nosotros a la tierra. En el Paleozoico,
hacia el final del Devónico, hace unos trescientos setenta y cinco millones de
años, en la época de la terrestrialización, los tetrápodos que son nuestros
antepasados salieron del agua para explorar la tierra firme. Pero el mar se
quedó dentro como un recuerdo de la carne, incorporado a nosotros en forma de
las necesidades de sal necesarias para funcionar, es decir, para vivir. Como
esos antiguos acueductos olvidados que sirven de base para una nueva ciudad.
Luego, partiendo de estas vívidas reminiscencias en nosotros
de un pasado muy antiguo, se centra en la dinámica de la evolución. Al igual
que el tetrápodo, al emerger del agua, no podía imaginar que desembocaría en el
ser humano, ¿podemos siquiera predecir lo que nos depara la evolución a largo
plazo? ¿Y qué pasa con las demás especies que, paralelamente, también siguen
evolucionando, para formar inteligencias adaptadas a sus condiciones de vida?
La intención es abordar la idea de que los humanos son el final de la cadena
evolutiva, desde las organizaciones más frustradas hasta las más complejas. La
intención no es menospreciar a los humanos para socavar el antropocentrismo,
sino fomentar una visión diferente de los seres vivos, de las convergencias
entre especies de las que depende nuestro futuro.
“No somos la única tirada de dados que hizo surgir la
inteligencia, somos una de esas formas entre otras formas potenciales (pero una
forma, digamos, razonable, particularmente aguda y singular en lo que respecta
a ciertas facultades). El descubrimiento de las complejas formas cognitivas de
otros seres vivos nos permite comprender que otras inteligencias son posibles”.
Con Spinoza: "La moral tradicional metaforiza
el deseo como un animal"
Esta conciencia de una convergencia necesaria entre las
especies se basa conceptualmente de forma más rigurosa en Spinoza.
Esencialmente sobre la revolución que este filósofo ha hecho en el enfoque de
las emociones y la moral. Hasta entonces, por decirlo rápidamente, el discurso
dominante separaba el cuerpo y la mente y abogaba por "someter" las
propias pasiones del modo en que se entrena a los animales salvajes. Spinoza
rompe con el dualismo que opone el cuerpo y el alma; ya no trata las pasiones
en términos de partes opuestas del ser humano, sino en términos de un proceso
en el que el cuerpo y el alma trabajan juntos y trazan "una trayectoria de
poder que asciende a la alegría, o una trayectoria triste, que desciende a la
impotencia".
Ahora bien, atacar el dualismo es atacar el principio que
sustenta toda nuestra sociedad occidental y sobre todo la relación que ha
establecido con la naturaleza como algo externo al ser humano y que debe ser
dominado, explotado descaradamente. La moral que ha prevalecido ha contribuido
a justificar esta economía extractivista: "La moral tradicional
metaforiza el deseo como animal, y se equivoca sobre la naturaleza del animal.
Por eso se equivoca en la metáfora de la relación con ella: exige una
dominación de una bestia dependiente, en lugar de una cohabitación con los
animales vivos que nos habitan y constituyen." Se trata de una
metáfora fundacional que nos habrá extraviado, lejos de toda convivencia
sensible e inteligente que sería prudente inventar y desarrollar y que hoy urge
retejer.
Con las especies: Ser interdependiente significa aquí ser
autónomo, pero en el sentido de estar bien conectado con múltiples elementos de
la comunidad biótica
El autor denomina a este retejido -basado en el rastreo, la
observación, la lectura, la meditación y la elaboración conceptual-
"diplomacia interespecies" o "diplomacia de las
interdependencias". Esto es lo que nos invita a experimentar. La diplomacia
entre especies es una "teoría y práctica de consideraciones
ajustadas". "Las miradas ajustadas parten de una comprensión de la
forma de vida de los otros, que intenta hacer justicia a su alteridad: implica,
por tanto, labrar un estilo ajustado para hablar de ellos, para transcribir su
encanto vital en palabras, lo que no harán. Y esto es, en cierto sentido,
siempre un fracaso, nunca se hace justicia, pero por eso hay que parlotear sin
parar, traducir y retraducir lo intraducible, volver a intentarlo".
Poner en práctica la salida del dualismo -pensando y
haciendo- en la vida cotidiana. Porque el dualismo asigna lugares inmemoriales
e impide entregarse a estos "respetos". El dualismo, como sigue
prevaleciendo, también asegura que todo lo que es "intraducible" se
aleja de la gestión cotidiana de los seres humanos. Lo que no se transpone
fácil y obviamente al lenguaje humano merece poca atención. Hay aquí todo un
aprendizaje cognitivo, cotidiano, que es difícil, hoy, discernir lo que puede
generar en términos de nuevas organizaciones sociales, políticas, económicas y
ecológicas.
La puesta en marcha de la "diplomacia de las
interdependencias" no permite predecir todo lo que surgirá de ella. Ya
que, por definición, en este juego, no decidiremos solos, ellos contra
nosotros. "Ser interdependiente significa aquí ser autónomo, pero en el
sentido de estar bien conectado con múltiples elementos de la comunidad
biótica, es decir, de forma plural, resistente y viable, para no depender de la
inestabilidad del entorno. Dado que no existe la autonomía como desvinculación
del entorno vital, la única independencia real es una interdependencia
equilibrada. Una interdependencia que nos libera de una dependencia centrada en
un solo polo (por ejemplo, los combustibles fósiles y los insumos químicos como
condición para los cultivos).
De vuelta al campo: Lobos, pastores, rebaños, todos los
diplomáticos
Avanzando entre la invención de conceptos y la intercesión
sobre el terreno, Baptiste Morizot explica cómo esta "diplomacia de las
interdependencias" consigue resultados interesantes en la lucha entre
pastores y lobos. Aunque siempre habrá incondicionales en cada campo, afiliados
al dualismo, esta obra diplomática consigue mover las líneas entre muchos de
los "beligerantes", al empezar a ampliar la cuestión más allá del
estricto enfrentamiento entre lobos y rebaños, teniendo en cuenta todas las
dimensiones ecológicas. "El reto es defender un cierto tipo de pastoreo
que respete la pradera y el medio ambiente. Lo importante aquí es que este
respeto por el prado requiere rebaños más pequeños, una presencia pastoral más
intensa y, con ello, un pastoreo más respetuoso con el oficio de pastor, en el
sentido del arte ancestral de pastorear ovejas. Por último, y aquí es donde
surge la comunidad de importancia, se trata de un pastoreo que es más
compatible con la presencia de lobos (porque la presencia del pastor y los
pequeños rebaños son eficaces para reducir masivamente la depredación de los
rebaños).
Surge entonces una concepción completamente diferente del
territorio. "El bisturí que atraviesa los grupos de interés ya no pasa
entre los lobos y el pastoreo, los humanos y la naturaleza salvaje, sino entre
diferentes formas de pastoreo aliadas a los seres vivos que favorecen o
destruyen, diferentes formas de tejer un uso humano del territorio con usos no
humanos. Lo que está en juego es un enfoque multiuso de los entornos, ampliado
a otras formas de vida: un uso múltiple de los animales, las plantas y los
seres humanos.
¿Qué lecciones podemos aprender de Covid-19?
La lectura de "Formas de estar vivo" en un momento
de contención casi mundial debido a la epidemia de Covid-19 es especialmente
apropiada. Haciéndose eco de los numerosos investigadores que explican que lo
que está ocurriendo es el resultado de una forma destructiva de conducir la
actividad humana dentro de su entorno, de despreciar las interdependencias
entre las especies, la diplomacia preconizada por Morizot abre vías para pensar
las cosas de otra manera. Después del confinamiento, para evitar que se vuelva
al "business as usual", como si no hubiera pasado nada, al
crecimiento, a la economía extractivista. La diplomacia de la interdependencia
es lenta, razón de más para emprenderla sin demora. Inventar otras formas de
economía, otras organizaciones políticas con sistemas sanitarios adaptados a
las interdependencias entre el ser humano y todas las formas de vida, incluidos
los virus.
https://www.climaterra.org/post/repensar-nuestra-forma-de-estar-vivos-con-baptiste-morizot
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