REAPRENDER A HACER TERRITORIO
Invitados por Romain Beaucher y Vraiment Vraiment, tuvimos la oportunidad de debatir con Bruno Latour sobre las necesarias transformaciones de la acción pública ante lo que él llama el "Nuevo Régimen Climático". Los intercambios nos abrieron la cabeza, hasta el punto de que el pensamiento de Latour desafía nuestra lectura habitual del Estado, la sociedad y la transición ecológica. Pero también dejaron a uno con ganas. Dos horas de debate abierto no son suficientes para pasar de la teoría a la práctica.
Sin embargo, ese es el objetivo. Al implicarse en el debate
público, Bruno Latour no se contenta con renovar nuestras parrillas de lectura
teórica; con sus dos últimos libros, pretende ayudarnos a encontrar nuestro
camino. ¿Y si continuamos la reflexión por escrito, para imaginar lo que
significaría "actuar con Bruno Latour" (haciéndose eco de la
publicación Le cri de Gaïa, penser avec Bruno Latour)?
Jugamos al juego, intentando aclarar cómo el pensamiento de Latour constituye un recurso para la acción pública y esbozar otras cuestiones más o menos operativas. Se trata de una lectura subjetiva, anclada en una práctica profesional de asesoramiento en cooperación territorial a las autoridades locales y alimentada por los intercambios del grupo reunido por VV sobre las metamorfosis de la acción pública.
Este documento debe tomarse como un trabajo en curso, escrito a modo de ensayo y error (ese es el problema de los grandes pensadores, nunca estamos seguros de entenderlos bien). Como invitación a continuar la serie: y tú, ¿cómo actúas o actuarías después de leer a Bruno Latour?Desplegar nuestros lazos de subsistencia para evitar la
trampa del desarraigo... y del localismo
"Territorio de subsistencia": esta fórmula es la
que mejor resume cómo el pensamiento de Latour constituye un recurso para
nuestro trabajo como consultores y el diálogo que establecemos con las
comunidades. Nos ayuda a pensar en el lugar correcto de lo local y los
territorios, sin caer en la trampa de creer en su total autonomía.
Mediante esta fórmula, Latour amplía nuestra comprensión de los territorios al pasar de una
definición cartográfica y administrativa ("un territorio es cualquier cosa
que pueda localizarse en un mapa trazando una línea alrededor de él") a
una definición "etológica": "dime de qué vives y te diré hasta
dónde se extiende tu terreno de vida". Esta inversión debería
inspirar los numerosos diagnósticos que las comunidades lanzan al elaborar sus
proyectos territoriales. No se trata de tener una imagen lo más objetiva
posible de lo que existe dentro de un perímetro, sino de elaborar una
"lista de interacciones con aquellos de los que se depende", sean
quienes sean y estén donde estén.
Latour subraya la importancia de este lento y difícil
trabajo de descripción, en la encrucijada entre lo individual y lo colectivo,
para sacar todos los hilos que participan en nuestra (sobre) vida y observar la
geografía en red que emerge. También lo ha ensayado en forma de talleres
experimentales, en la encrucijada entre las artes escénicas y la educación
popular. O cómo la teoría del actor-red se convierte en una brújula que hay que
poner en la mano de todos los cargos electos locales.
Esta definición tiene el mérito de mostrar que es
imposible reducir un territorio a un perímetro geográfico, con una clara
demarcación entre un interior y un exterior. Latour no es el único en
afirmarlo, otros lo han dicho antes que él (pensamos en Laurent Davezies y
Magali Talandier sobre los sistemas territoriales, o en los de Sabine Barles
sobre los metabolismos urbanos). Al introducir la noción de
"subsistencia" en relación con la cuestión climática, Latour hace que
esta visión sea aún más actual, y más tangible a nivel individual.
También subraya que la atención al suelo y a la tierra no
puede reducirse a una cierta fascinación por lo local: "Aterrizar no es volverse local -en el sentido
de la métrica habitual- sino poder encontrarse con los seres de los que
dependemos, por muy lejos que estén en kilómetros." Como cualquier organismo vivo, los
territorios son una entidad "heterótrofa", dice Latour, es decir que
"dependen de otras formas de vida para existir". Por lo tanto, sería
inútil buscar una autonomía completa.
Otra aportación de
Latour para las políticas territoriales consiste en superar la noción de
"medio ambiente", que llevaría a disociar el territorio como realidad
física ("natural") y el territorio como realidad humana
("artificial"). Por el contrario, la noción de "zona
crítica" subraya su imbricación... y su fragilidad. Los territorios
son una composición entre una multiplicidad de seres vivos que deben cohabitar
dentro de una zona crítica (esa fina capa que va del subsuelo a la atmósfera y
que hace posible la vida).
El ser humano es sólo uno de los ocupantes de este
ecosistema vivo y frágil, que cambia constantemente. Y el, como los demás, se
enfrentan a la necesidad de mantener la habitabilidad de esta zona crítica,
cada vez más amenazada, para permitir que la vida continúe. "Ya no podemos
escapar, pero podemos habitar el mismo lugar de otra manera, lo que hace que
todo el proceso acrobático se apoye en nuevas formas de situarnos en el mismo
lugar de otra manera"
Tomar el mapa en la mano para orientarse
En resumen, hay tres principios de actuación que podrían
compartirse con las autoridades locales para emprender este trabajo de autodescripción
colectiva:
- Aceptar
estar desorientado para mirar en todas las direcciones y buscar pistas. Antes
de sacar la brújula propuesta por Latour, debemos aceptar que estamos un
poco perdidos. "¿Dónde estamos? La cuestión ya no es evidente, cuando
la globalización ha desdibujado
nuestra geografía de la subsistencia y el Antropoceno hace que la tierra
se desmorone bajo nuestros pies, poniendo en cuestión las
condiciones de habitabilidad de cada trozo de territorio. En definitiva,
Bruno Latour nos invita a apagar el GPS (que nos dice por dónde ir sin
permitirnos saber dónde estamos: en 300 metros, gira a la derecha y
quédate en el carril izquierdo) y a coger un buen y viejo mapa (¿cuáles
son los elementos del territorio circundante que podrían ayudarnos a saber
dónde estamos?)
- Partir
de nuestra vida cotidiana para seguir las relaciones de subsistencia en
las que se basa, para luego ver las geografías que ésta dibuja. Por
tanto, para trazar nuestros territorios, debemos empezar por nuestras
necesidades primarias (alimentación, vivienda, ropa, etc.) y luego ir
subiendo poco a poco por sus cadenas de suministro ("de una a
otra"). ¿De dónde proceden las latas de comida que compro en mi
supermercado? ¿Quién ha hecho la lana de mi jersey y quién la ha mezclado
con el poliéster? Una investigación que puede llevarle lejos del
territorio de partida, que recuerda a la película Louise-Michel
, cuando una trabajadora textil intenta desesperadamente dar con el
responsable del cierre de su fábrica. La noción de huella de carbono y de
metabolismo urbano ayuda a equipar este trabajo, mostrando el peso de las
emisiones importadas y el alcance de las conexiones que la globalización ha
tratado de hacer invisibles durante mucho tiempo. El confinamiento por la
pandemia de la primavera pasada dio una primera muestra de ello, al igual
que el incendio del servidor de OVH mientras escribo estas
líneas (no pensé que mi vida digital dependiera de un almacén de
Estrasburgo).
- Tomar
conciencia de la diversidad de los actores de los que dependemos y hacerla
visible. Este es el reto de cualquier diagnóstico territorial, sea
cual sea el tema. Ya no se trata de construir agregados estadísticos y
medir sus variaciones, sino de desplegar una cadena de subsistencia
formada por varios eslabones (que pueden ser más o menos numerosos, y más
o menos distantes). Esta descripción confiere al trabajo de diagnóstico su
fuerza política. Por un lado, implica asumir una cierta fragilidad: mi
territorio depende de otros, al igual que los que lo ocupan. Por otro
lado, crea nuevas obligaciones: "Si has registrado estas formas de
vida con dificultad, es porque muerden en la descripción y te comprometen
a tenerlas en cuenta. Cuanto más precisa es su descripción, más le
obliga".
Describiendo nuestros territorios de subsistencia. ¿Y
ahora qué?
Una vez establecidos estos principios, quedan tres
cuestiones que dificultan la adopción de medidas. La primera se refiere a las
instrucciones propuestas por Latour para describir el territorio de
subsistencia. Latour invita a cada persona a hacer una lista de lo que depende,
es decir, lo que le permite subsistir. ¿No deberíamos hacer también lo
recíproco: qué seres vivos dependen del territorio que ocupo a diario para
subsistir? Esta cuestión nos parece aún más poderosa en su capacidad de
interpelar a las comunidades y a la población de un territorio. Demuestra que
no se trata sólo de una cuestión de vulnerabilidades ("dependo de los
demás"), sino también de responsabilidades ("los demás dependen de mi
territorio, y de mi capacidad para cuidarlos"). Nos invita a ampliar los
actores implicados para incluir a otros seres vivos con los que debemos
(re)aprender a convivir en la zona crítica. Esto nos remite a la noción de interdependencia planteada por Baptiste Morizot, para
subrayar la importancia de inventar nuevas prácticas diplomáticas
interespecíficas ¡e interterritoriales!
La segunda cuestión es práctica y nos acompaña en muchas de
nuestras misiones con las comunidades. Supongamos que conseguimos cartografiar
nuestros territorios de subsistencia: ¿qué debemos hacer con esta
cartografía? ¿Cómo podemos gobernarlo colectivamente? Y aquí los escritos
de Latour aportan pocas respuestas (los investigadores están principalmente
para hacernos preguntas, podríamos decir). Sin embargo, da ganas de saber cómo
esta noción de sustento orienta la gobernanza interterritorial que Martin Vanier defiende desde hace una década (retomada por
las autoridades locales con contratos de reciprocidad y el lema "alianza
de territorios"). ¿Podemos recuperar el control de nuestras relaciones de
subsistencia para convertirlas en "vínculos liberadores"? El ejemplo
de las Associations pour le Maintien d'une Agriculture Paysanne
(Asociaciones para el Mantenimiento de la Agricultura Campesina) ofrece una
interesante vía de actuación.
El objetivo de las AMAP es asumir la interdependencia entre un agricultor y los consumidores en su mutua subsistencia, y contractualizarla mediante el compromiso de un contrato de un año de duración para compartir los riesgos de las cosechas aleatorias. Las AMAP no pretenden volver a la agricultura de subsistencia, sino que asumen el reparto de papeles entre "comedores" y agricultores. Tampoco buscan la autonomía territorial: muchas AMAP se asocian con agricultores situados a varios cientos de kilómetros.
El interés de los circuitos cortos reside menos en la proximidad
geográfica que en la eliminación de intermediarios para hacer tangibles (una
vez más) estas situaciones de interdependencia. Un AMAP ayuda a relacionar dos
lugares distintos para demostrar que forman un mismo territorio de
subsistencia. Y ahora los habitantes de la ciudad de París se preocupan por las
condiciones climáticas del sur del Sena y el Marne y su habitabilidad para la
fauna y la flora: Inundación del Sena, heladas tardías, invasión de escarabajos
pulga debido a la sequía...
La tercera cuestión es más problemática, en la transición de lo individual a lo colectivo. Porque ante la pregunta planteada por Latour ¿de qué actores/territorios depende usted para subsistir?, cada habitante puede dar una respuesta diferente. Podemos ser vecinos y a la vez tener patrones de consumo opuestos: entre el jubilado que cultiva su huerto, el ejecutivo industrial que compra en Amazon y la joven pareja que visita la granja de autoservicio mientras renueva su smartphone cada año, estas tres geografías apenas se superponen.
¿Qué hay de común en la cohabitación de esos
"terrenos de vida" diferenciados? ¿Cuál es la capacidad del poder
local para organizar la alineación de estas geografías de subsistencia?
Esta cuestión puede explicar la creciente preocupación por crear lo común a
nivel local. En cualquier caso, aporta una nueva perspectiva sobre el "proyecto
territorial", mostrando que "hacer territorio" es una búsqueda
constantemente renovada.
También en este caso, los AMAP son un ejemplo esclarecedor.
Más allá del vínculo con los agricultores, estas asociaciones también
contribuyen a estructurar una "comunidad de subsistencia" entre una
diversidad de habitantes de un barrio que comparten la misma (inter)dependencia
de una granja y su hortelano. Este ejemplo podría trasladarse a otros temas:
están surgiendo iniciativas similares en materia de agua, energía o bosques.
Del mismo modo, los cierres de tiendas, restaurantes e instalaciones durante el
confinamiento por la pandemia revelaron la existencia de esas comunidades de
subsistencia que existen en estado latente alrededor de cada punto de
suministro. Estos ejemplos nos recuerdan que el sentimiento de pertenencia a un
territorio común no es una cuestión de marketing territorial o de comunicación
institucional (como hacen muchas comunidades), sino una cuestión mucho más
prosaica que implica la capacidad de compartir nuestras interdependencias.
Fuente: Autrementautrement
https://www.climaterra.org/post/actuar-con-bruno-latour-reaprender-a-hacer-territorio
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