15/9/21

Bajar el ritmo y el volumen de conversaciones que descartan la voluntad de escucha

EN DEFENSA DE LA DUDA…

Y EL DERECHO A EQUIVOCARSE

Hay gente que tiene dudas. De verdad, la hay: gente que piensa una cosa y después piensa otra distinta, no por cinismo o conveniencia, sino porque por el camino ha leído nuevos argumentos, escuchado otras voces, debatido consigo misma, se ha dejado un poquito de porosidad en las convicciones para que puedan ser interpeladas, cuestionadas, por la experiencia o la vida.

Hay personas lentas a las que cuesta posicionarse, elegir su casilla en cada debate, su bando en cada contienda, su corriente ideológica en cada Vida de Brian, su trinchera en cada batallita de twitter. No sienten toda la adhesión que debieran por un lado, ni toda la repulsa que deberían sentir hacia el otro. Las frases categóricas se les atragantan y se tropiezan con todo tipo de interrogantes. La velocidad y el estruendo de las coreografías contemporáneas de la dialéctica las deja fuera del baile, saturadas y exhaustas.

Hay quienes, por ejemplo, pueden leer un artículo crítico con la gestión de la pandemia, con el relato, con las vacunas incluso y no escandalizarse, discrepar sin ridiculizar, disentir sin invalidar, hacerse preguntas, incluso aunque entre tanto y tanto, vuelvan los ojos incrédulos al cielo. También quienes siendo ellos mismos muy críticos y cuestionadores de todos los relatos del mundo, pueden entender la pulsión de responsabilidad y cuidado de los otros que empuja a muchos a tomar todas las precauciones y cumplir con todas las medidas, pues la pandemia desborda nuestros conocimientos, y poco mapa más hay que el que viene de las autoridades.

Hay quienes escuchan argumentos sobre la identidad, sin que les salte la alarma de posmodernismo, quienes no padeciendo falta de reconocimiento alguno, entienden las pujas por ser vistas y tenidas en cuenta de a quienes se ha negado la existencia misma, quienes muy conscientes de la desigualdad material no la enarbolan contra debates que consideran menos prioritarios. Tanta gente que sabe que jerarquizarle la lucha a las otras es un privilegio, aun cuando no siempre entienda muy bien sus razones.

También existen quienes leen a otra gente añorar pasado y familia, asumen que haya nostalgia por una cierta estabilidad, y aunque son conscientes de los peligros de retropías y anhelos acríticos de tiempos mejores, no ven muy fértil pasarse el rato al acecho de añoranzas rojipardas para combatirlas con palabras agudas en las redes, pues son nostalgias que no desaparecen solo con cuestionarlas.

Hay gente que tiene poco clara una cosa y la contraria, que chapotea un poco sola entre grises y matices, que no consigue expresar su juicio sobre las cosas en los caracteres de un tweet o en el arco de cinco minutos. También hay quienes meten la pata y ofenden por desconocimiento o ignorancia, que reproducen mierdas estructurales porque han nacido y crecido en una estructura de mierda, y no han tenido el tiempo, o el entorno para hacerse determinadas preguntas. Y sin embargo, cuando llegan las preguntas, no se blindan ante ellas, aunque todas sabemos que a veces duele que nos cuestionen nuestras certezas.

Hay gente que acepta la posibilidad de estar equivocada, y es más, entienden que los otros también pueden equivocarse, que uno o una es mucho más que su error, que la formación de una opinión es un proceso empapado de circunstancias y experiencias, que la construcción de un criterio ha de beber de las ideas, las intuiciones, los argumentos, propios y ajenos, y que la duda no tiene por qué ser tibieza ni falta de compromiso, sino un espacio fértil para pensar en común.

No se trata de dar carta de validez a ideas que desde el poder apuntalan las estructuras de desigualdad y dominio, de otorgar un salvoconducto equidistante a los discursos del odio, ni calificar de opinión o libre expresión a la violenta cantinela que justifica la muerte o la discriminación de los otros. No tiene nada que ver con eso. 

Tampoco de cánticos ingenuos a la unidad o el consenso, a ponerse de acuerdo por narices. Se trata simplemente de bajar el ritmo y el volumen de conversaciones que a veces parecen presuponer la mala fe del interlocutor, que descartan la voluntad de escucha o la capacidad de cambiar de opinión como punto de partida.

Sarah Babiker

https://www.elsaltodiario.com/pensamiento/en-defensa-de-la-duda-y-el-derecho-a-equivocarse  

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