Anticipo
condensado del libro de Richard Heinberg,
Introducción:
La nueva normalidad
La
afirmación central de este libro es tan simple como sorprendente: El
crecimiento económico tal como lo hemos conocido ha terminado.
El
“crecimiento” así como se ha venido llamando, consiste en la
expansión permanente de la economía global, con cada vez más
personas atendidas, más dinero cambiando de manos, y mayores
cantidades de energía y bienes materiales fluyendo a través de
ellas.
La
crisis económica que comenzó en 2007-2008 fue tan previsible como
inevitable, y marca una ruptura permanente con respecto a las décadas
anteriores, período durante el cual la mayoría de los economistas
adoptó la visión irreal de que el crecimiento económico perpetuo
es necesario, deseable, y además perfectamente posible de mantenerse
en el tiempo. Pero en la actualidad ya han aparecido barreras
infranqueables a dicha expansión económica, y estamos colisionando
con dichas barreras.
Esto
no quiere decir que los EE.UU. o el mundo entero nunca más verán
otro trimestre o año de crecimiento respecto al trimestre o año
anterior. Sin embargo, los golpes se hacen secuenciales y encadenados
unos con otros, y la tendencia general de la economía (medida en
términos de producción y consumo de bienes reales) estará al mismo
nivel o en descenso, pero no en ascenso a partir de ahora.
Tampoco
será imposible para cualquier región, nación o empresa continuar
creciendo por un tiempo. En un análisis final, sin embargo, este
crecimiento será conseguido a expensas de otras regiones, naciones o
empresas. A partir de ahora, sólo un crecimiento relativo es
posible: La economía mundial está jugando un juego de suma cero,
con un premio cada vez más chico a repartirse entre los ganadores.
¿Por
qué se acaba el Crecimiento?
Muchos
analistas financieros apuntan hacia profundas anomalías internas de
la economía, asumiendo que las amenazas inmediatas que impiden
retomar la senda del crecimiento económico, son solamente los
niveles sobreexcedidos e impagables de las deudas públicas y
privadas, y el estallido de las burbujas inmobiliarias. La suposición
general es que, con el tiempo, una vez que estos problemas puedan
solucionarse, las tasas de crecimiento repuntarán nuevamente. Pero
los analistas generalmente no toman en cuenta factores externos a
la economía financiera, los que hacen que sea casi imposible la
reanudación del crecimiento económico convencional. Esta no es
una condición temporaria sino permanente.
Hay
tres factores principales que claramente surgen en un contexto de
crecimiento económico:
-
El agotamiento de importantes recursos, incluyendo combustibles fósiles y minerales.
-
La proliferación de impactos ambientales como consecuencia de la extracción y uso de los recursos (incluyendo la quema de los combustibles fósiles), que con un efecto bola de nieve provocan aumentos de los costos de dichos impactos en sí mismos, más los esfuerzos para prevenirlos y mitigarlos.
-
Las perturbaciones financieras causadas por la incapacidad de nuestros sistemas monetarios, bancarios y de inversiones, para ajustarse tanto a la escasez de recursos como al aumento de los costos ambientales, y su incapacidad para sostener los enormes volúmenes de deuda pública y privada que se generaron en las últimas dos décadas, dentro del contexto de una economía cada vez más restringida.
Más
allá de la tendencia que tienen los economistas para enfocarse
solamente en el último de estos tres factores, en los recientes años
es posible apuntar literalmente hacia miles de eventos que ilustran
cómo los tres factores interactúan y golpean a la puerta cada vez
con más fuerza. Consideremos sólo uno: La catástrofe en el año
2010 de la Deepwater Horizon en el Golfo de México.
El
hecho de que BP estuvo perforando para extraer petróleo en aguas
profundas del Golfo de México muestra una tendencia global: Mientras
que el mundo no está en peligro de quedarse sin petróleo en el
corto plazo, ya hay muy poco petróleo que se encuentra en tierra, en
áreas donde las perforaciones son más accesibles. Estas zonas han
sido exploradas y sus ricos yacimientos de hidrocarburos se están
agotando. Según la Agencia Internacional de la Energía (IEA), en
2020 casi el 40% de la producción mundial de petróleo provendrá
desde regiones de aguas profundas. Así como es difícil, peligroso y
costoso operar una plataforma de perforación sobre un kilómetro o
dos de agua del océano, es lo que la industria petrolera deberá
hacer para continuar suministrando el producto. Y eso significa
petróleo más caro.
Obviamente,
los costos ambientales de la explosión y derrame provocado por la
plataforma Deepwater Horizon han sido ruinosos. Ni los EE.UU. ni la
industria petrolera pueden permitirse otro accidente de esa magnitud.
Así que en 2010 el gobierno de Obama estableció una moratoria de
perforación en aguas profundas del Golfo de México, mientras se
legislan nuevas normas y regulaciones. Otros países también
comenzaron a revisar sus propias reglamentaciones para la exploración
petrolera en aguas profundas. Sin dudas que esto hará menos probable
que en el futuro ocurran estos desastres, pero aumentan los costos de
hacer negocios, y por lo tanto, el ya elevado costo del petróleo.
El
accidente de la Deepwater Horizon también ilustra la reacción en
cadena, y hasta qué punto los efectos del agotamiento y el daño
ambiental han golpeado a las instituciones financieras. Las compañías
de seguros se han visto obligadas a aumentar las primas en las
operaciones de perforación en aguas profundas, y los impactos en las
empresas pesqueras regionales han afectado duramente a la economía
de la costa del Golfo. Mientras que los costos para la región han
sido compensados en parte con pagos de BP, esos pagos obligaron a la
compañía a reestructurarse, y el valor de sus acciones y
rendimientos bursátiles se derrumbaron. Los problemas financieros de
BP a su vez afectaron a los fondos de pensiones británicos que
habían invertido en la empresa.
Este
es sólo un evento, ciertamente uno espectacular. Si se tratara de un
problema aislado la economía podría recuperarse y seguir adelante.
Pero estamos y estaremos ante una galopante sucesión de desastres
ambientales y económicos, no directamente relacionados entre sí,
que obstaculizarán cada vez más el crecimiento económico. Esto
incluye, aunque no está limitado a lo siguiente:
-
Cambio climático que provoca sequías, inundaciones e inclusive hambrunas en diversas regiones
-
Escasez de agua y energía
-
Quiebras bancarias, empresarias y ejecuciones hipotecarias
Cada
uno de estos problemas se suelen tratar como casos puntuales,
cuestiones que deben resolverse para poder “volver a la
normalidad”. Pero en última instancia todos están relacionados
entre sí, pues son consecuencia de la creciente población humana
que lucha por aumentar su nivel de consumo per cápita de los
recursos limitados (incluyendo los no renovables como los
combustibles fósiles que impactan sobre el clima), todo ello en un
planeta finito y frágil.
Mientras
tanto, el despropósito de varias décadas acumulando deuda, ha
creado las condiciones para que se produzca la crisis financiera del
siglo que ya vemos por todas partes, y que tiene el potencial en sí
misma para generar gran inestabilidad política y miseria humana.
El
resultado: Estamos viendo una tormenta perfecta de varias crisis
convergentes, que en conjunto representan un hito en la historia de
nuestra especie. Somos testigos y participantes de una transición
desde décadas de crecimiento económico hacia décadas de
contracción económica.
¿Por
qué el Crecimiento es tan importante?
Durante
los últimos dos siglos, el crecimiento fue prácticamente el único
índice de bienestar económico. Si la economía crecía había
empleos y las inversiones daban altos rendimientos. Cuando la
economía temporalmente paró de crecer, tal como ocurrió durante la
“Gran Depresión”, se produjeron sangrías financieras.
A
lo largo de este período, la población mundial se incrementó desde
menos de dos mil millones de seres humanos en 1900, hasta casi siete
mil millones hoy en día. Y estamos sumando alrededor de 70 millones
de “nuevos consumidores” cada año. Esto hace que el
crecimiento futuro sea algo más crucial aún: Si la economía se
estanca, habrá menos bienes y servicios per cápita para todos.
Nos
hemos basado en el crecimiento económico para el “desarrollo” de
las economías más pobres del mundo. Sin crecimiento, debemos asumir
seriamente la posibilidad de que cientos (tal vez miles) de millones
de personas, nunca alcanzarán ni siquiera una versión rudimentaria
del estilo de vida consumista del cual disfrutan los habitantes de
las naciones industrializadas.
Por
último, hemos creado sistemas monetarios y financieros que
requieren crecimiento. Cuando la economía crece, eso significa
que hay disponible más dinero y más crédito. Las expectativas
aumentan, la gente compra más y más productos, los negocios
necesitan más préstamos, y los intereses sobre los préstamos
pueden ser devueltos. Pero si no hay nuevas emisiones de moneda que
ingresen al sistema, el interés sobre los préstamos existentes no
puede ser devuelto. Como resultado se produce una bola de nieve de
morosidad, se pierden empleos, disminuyen los ingresos, se restringen
las contrataciones, lo cual a su vez hace que las empresas pidan
menos préstamos, causando que menos cantidad de dinero ingrese en la
economía. Esta situación es un bucle de realimentación
destructivo, el cual es muy difícil de detener una vez que se pone
en marcha.
En
otras palabras, la economía no cuenta con una configuración
“estable” o “neutral”: Solamente puede haber crecimiento o
contracción. Y “contracción” es justamente una agradable manera
de llamar a la “depresión”, es decir, un largo período de
pérdidas de empleos en cascada, cierres, morosidad y quiebras. Nos
hemos acostumbrado tanto al crecimiento, que es difícil recordar que
en realidad es un fenómeno bastante reciente.
Durante
los últimos milenios, así como los imperios se levantaban y caían,
las economías también avanzaban y retrocedían. Pero la actividad
económica global se expandía muy lentamente, y con retracciones
periódicas. Sin embargo, con la revolución de los combustibles
fósiles de los últimos dos siglos, hemos visto un crecimiento a una
velocidad y escala sin precedentes en toda la historia de la
humanidad. Hemos aprovechado la energía del carbón, el petróleo y
el gas natural para construir y utilizar automóviles, camiones,
autopistas, aeropuertos, aviones y redes eléctricas, todas
componentes esenciales de la moderna sociedad industrial.
A
través de este proceso de única vez, al extraer y quemar cientos de
millones de años de energía solar almacenada químicamente, hemos
construido lo que por un breve y brillante momento parecía ser “la
máquina del crecimiento perpetuo”. Tomamos lo que era en realidad
una situación única y extraordinaria como algo permanente que dimos
por sentado, y así llegó a ser “lo normal”.
Pero
a medida que la era del petróleo abundante y barato llega a su fin,
nuestros supuestos sobre una continua expansión están siendo
sacudidos hasta la médula. Ciertamente, el final del crecimiento es
algo muy pero muy grande. Esto significa el fin de una era, y de
nuestra manera actual de organizar nuestra economía, nuestra
política y la vida cotidiana. Sin crecimiento prácticamente vamos a
tener que reinventar la vida humana sobre la Tierra.
Es
esencial que reconozcamos y entendamos la significación de este
momento histórico: De hecho hemos llegado al final de la era de la
expansión económica alimentada por los combustibles fósiles, y los
esfuerzos de los políticos para continuar persiguiendo el evasivo
crecimiento, en verdad equivale a una fuga de la realidad. Si los
líderes mundiales no están bien informados acerca de la situación
actual, probablemente retrasarán la implantación de los servicios
de apoyo que pueden posibilitar la supervivencia en una economía sin
crecimiento, y seguramente luego fallarán cuando quieran hacer los
imprescindibles cambios en los sistemas monetario, financiero,
alimentario y de transportes.
Como
resultado de ello, lo que pudiera ser un proceso doloroso pero
soportable de adaptación, podría convertirse en la mayor tragedia
de la historia. Podemos sobrevivir al final del crecimiento, pero
sólo si reconocemos lo que significa y actuamos en consecuencia.
¿Pero
no es normal el Crecimiento?
Las
economías son sistemas, y como tales, al menos en cierta medida
siguen reglas análogas a las que rigen a los sistemas biológicos.
Las plantas y los animales tienden a crecer en forma rápida cuando
son jóvenes, pero luego alcanzan un estado más o menos maduro y
estable. En los organismos vivos, las tasas de crecimiento son en
gran parte controladas por los genes, y también por la
disponibilidad de alimentos.
En
las economías, el crecimiento aparece ligado a la planificación
económica, y también a la disponibilidad de recursos, sobre todo
recursos energéticos (que es el alimento de los sistemas
industriales), así como del crédito (el “oxígeno” de la
economía).
Durante
los siglos XIX y XX el acceso a los combustibles fósiles abundantes
y baratos favorecieron una rápida expansión económica. Los
planificadores de la economía comenzaron a aprovechar esta
situación, y los sistemas financieros interpretaron las expectativas
de crecimiento como una promesa de altos rendimiento para las
inversiones.
Pero
así como los organismos vivos dejan de crecer, las economías
también deben hacerlo. Inclusive si los planificadores (equivalentes
sociales del ADN regulador) dictaminan un mayor crecimiento, en algún
punto cada vez habrá más cantidades de “alimento” y “oxígeno”
que dejarán de estar disponibles. También es probable que los
desechos industriales se acumulen hasta el punto de ahogar y
envenenar a los sistemas biológicos que sostienen la actividad
económica, tales como los bosques, los cultivos, y los cuerpos
humanos.
Sin
embargo, la mayoría de los economistas no ven las cosas de esta
manera, posiblemente porque las actuales teorías económicas fueron
formuladas durante el anómalo período histórico de crecimiento
sostenido, el cual está ahora terminando. Los economistas nada más
generalizan a partir de la experiencia: Ellos se apoyan en décadas
de crecimiento sostenido del pasado reciente, y de manera muy
simplista proyectan esa experiencia en el futuro. Por otra parte,
poseen formas de explicar por qué las economías modernas de mercado
son inmunes a los límites que restringen a los sistemas naturales:
Las dos principales son la sustitución y la eficiencia.
Si
un recurso útil se vuelve escaso su precio aumentará, y esto crea
un incentivo para que los consumidores del recurso encuentren un
sustituto. Por ejemplo, si el petróleo se vuelve demasiado caro, las
empresas de energía podrían comenzar a fabricar combustibles
líquidos a partir del carbón. O también podrían desarrollar otras
fuentes de energía inimaginables hoy en día. Muchos economistas
afirman que este proceso de sustitución puede continuar para
siempre. Es parte de la magia del libre mercado.
Por
su parte, el aumento de la eficiencia significa hacer más con menos.
En EE.UU. la cantidad de dólares generada en la economía por cada
unidad de energía consumida, se ha venido incrementando
sostenidamente durante las últimas décadas. La
cantidad de energía requerida en BTU para producir un dólar de
PIB se
redujo desde cerca de 20.000 BTU por dólar en 1949, hasta 8.500 en
2008. Parte de ese aumento de la eficiencia se ha producido como
resultado de la externalización de la mano de obra en otros países,
los cuales queman carbón, petróleo o gas natural para fabricar
nuestros productos. Fabricando localmente nuestros zapatos y
televisores LCD, estaríamos quemando esa energía localmente.
Los
economistas también proponen otra forma de eficiencia que tiene
menos relación con la energía, al menos directamente: La
identificación de los procesos y fuentes de materiales más baratos,
y los lugares donde los empleados son más productivos y aceptan
trabajar por menor salario. A medida que aumentamos la eficiencia
usamos menos energía, menos recursos, menos mano de obra y menos
dinero para hacer más. Esto también permite un mayor crecimiento.
Encontrar
sustitutos para recursos que se agotan y aumentar la eficiencia son
sin lugar a dudas las estrategias de adaptación más eficaces de las
economías de mercado. Sin embargo queda abierta la pregunta de
cuánto tiempo podrán continuar funcionando dichas estrategias en el
mundo real, que ha demostrado regirse más por las leyes de la física
que por las teorías económicas.
En
el mundo real algunas cosas no tienen sustitutos, o los sustitutos
son demasiado caros, o no funcionan tan bien, o no pueden ser
producidos con la suficiente celeridad. Y por su parte la eficiencia
sigue una ley de rendimientos decrecientes: Los primeros intentos
para aumentar la eficiencia suelen ser de bajo costo, pero cada
posterior incremento tiende a ser más y más costoso, hasta que
resultan prohibitivos.
En
última instancia no se puede subcontratar más que el 100 por ciento
de la fabricación, no se puede transportar productos con energía
cero, y no podemos contar con la capacidad de compra de los
trabajadores para adquirir nuestros productos si no les pagamos nada.
A diferencia de la gran mayoría de los economistas, la gran mayoría
de los científicos y los físicos reconocen que el crecimiento
dentro de cualquier sistema acotado tiene que detenerse en algún
momento.
La
simple matemática del crecimiento compuesto
En
principio, la posibilidad de un eventual fin del crecimiento es un
portazo en la cara. Si una cantidad de algo crece sostenidamente un
cierto porcentaje fijo al año, esto implica que ese algo se
duplicará en tamaño cada determinado número de años. Cuanto más
alto el porcentaje de crecimiento, más rápido se duplicará. Un
método bastante aproximado para calcular tiempos de duplicación es
conocido como “la regla del setenta”. Dividiendo 70 por la tasa
de crecimiento porcentual nos da el tiempo aproximado necesario para
que la cantidad inicial se duplique. Por ejemplo, si cierta cantidad
de algo está creciendo un 1% al año, se duplicará en 70 años. Con
un 2% al año de crecimiento, se duplicará en 35 años. Con un 5% de
crecimiento al año se duplicará en tan sólo 14 años, y así
sucesivamente. Si pretendemos ser más precisos podemos usar la
función exponencial de cualquier calculadora científica, pero la
regla del setenta funciona bien para la mayoría de los casos.
Vamos
con un ejemplo del mundo real: En los últimos dos siglos la
población mundial creció a tasas que van desde menos del uno por
ciento a más del dos por ciento por año. En 1800 la población del
planeta era de aproximadamente mil millones. En 1930 se había
duplicado a dos mil millones. Sólo 30 años más tarde, en 1960, se
duplicó nuevamente a cuatro mil millones. En la actualidad estamos
en carrera para duplicarnos otra vez y llegar a ser ocho mil millones
de humanos alrededor del año 2025.
Seriamente nadie espera que la población humana pueda continuar creciendo durante siglos en el futuro. Basta imaginar que si lo sigue haciendo a tan sólo un 1,3% por año (esa fue la tasa de crecimiento del año 2000), para el año 2780 habría nada menos que 148 billones de seres humanos en La Tierra. Una persona por cada metro cuadrado de suelo en la superficie del planeta. Por supuesto que tal cosa no va a suceder.
Seriamente nadie espera que la población humana pueda continuar creciendo durante siglos en el futuro. Basta imaginar que si lo sigue haciendo a tan sólo un 1,3% por año (esa fue la tasa de crecimiento del año 2000), para el año 2780 habría nada menos que 148 billones de seres humanos en La Tierra. Una persona por cada metro cuadrado de suelo en la superficie del planeta. Por supuesto que tal cosa no va a suceder.
En
la naturaleza, el crecimiento tarde o temprano siempre se da de
narices contra ciertas restricciones que no son negociables. Si una
especie encuentra que su fuente de alimentos se ha expandido, su
número de individuos aumentará a partir de las calorías sobrantes,
pero entonces luego esa fuente de alimentos comenzará a reducirse
proporcionalmente a cuantas más bocas la consuman, y por su parte,
sus predadores naturales también serán más numerosos (más sabrosa
comida para ellos). Los florecimientos poblacionales caracterizados
por períodos de rápido crecimiento siempre son seguidos por
colapsos, hambrunas y muerte masiva. Siempre.
Aquí
hay otro ejemplo del mundo real. En los últimos años la economía
china ha venido creciendo tanto como un 8% o más por año. Eso
significa que está duplicando su volumen cada diez años, o menos
aún. De hecho, China consume más del doble del carbón que consumía
hace una década. Lo mismo con el mineral de hierro y el petróleo.
El país ahora tiene cuatro veces más autopistas de las que tenía
entonces, y casi cinco veces más automóviles.
¿Cuánto tiempo puede seguir esto? ¿Cuántas duplicaciones más pueden ocurrir antes de que China haya utilizado todos sus recursos clave? ¿O acaso simplemente decidirán que ya ha sido suficiente y detengan voluntariamente el crecimiento? Estas preguntas son difíciles de responder con una fecha específica, pero debemos hacerlas.
¿Cuánto tiempo puede seguir esto? ¿Cuántas duplicaciones más pueden ocurrir antes de que China haya utilizado todos sus recursos clave? ¿O acaso simplemente decidirán que ya ha sido suficiente y detengan voluntariamente el crecimiento? Estas preguntas son difíciles de responder con una fecha específica, pero debemos hacerlas.
La
discusión tiene implicancias muy reales, porque la economía no es
solamente un concepto abstracto. Es la que determina si vivimos en el
lujo o la pobreza, si comemos o pasamos hambre. Cuando se detenga el
crecimiento económico cada uno de nosotros recibirá el impacto, y
serán necesarios varios años para que la sociedad se adapte a la
nueva realidad. Por lo tanto, es muy importante saber si ese momento
está a la vuelta de la esquina o distante en el tiempo.
El
Fin del Crecimiento no debería ser una sorpresa
La
idea de que el crecimiento se detendrá en algún momento de este
siglo no es nada nueva. En 1972 un libro titulado “Los límites
del crecimiento” fue noticia y se convirtió en el libro
ambientalista más vendido de todos los tiempos.
Ese
libro que se basó en uno de los primeros intentos de usar
computadoras para modelar las probables interacciones entre la
evolución de los recursos, el consumo y la población, fue también
el primer estudio científico que intentó cuestionar el supuesto de
que el crecimiento económico podía y debía ser permanente en el
futuro.
La
idea era una herejía en aquel momento, y todavía lo es. La noción
de que el crecimiento no puede continuar y no continuarámás
allá de cierto punto resultó profundamente perturbadora para
algunos sectores, y pronto “Los límites del crecimiento” fue
desacreditado y ridiculizado por los interesados en los negocios
pro-crecimiento. En realidad, aquella ridiculización sólo tomaba en
cuenta algunos pocos datos completamente fuera de contexto del libro,
citándolos como “predicciones”, cuando en forma explícita se
decía que no lo eran, y luego remarcando que dichas predicciones
habían fallado.
El
ardid fue denunciado rápidamente, pero las réplicas no suelen tener
tanta publicidad como las acusaciones, y así hoy en día todavía
hay millones de personas que creen erróneamente que el libro quedó
desacreditado hace tiempo. De hecho, los escenarios originales del
libro han demostrado ser bastante acertados.
Los
autores cargaron los datos del crecimiento de la población mundial,
las tendencias de consumo, y la disponibilidad de varios recursos
importantes.
Hicieron correr el programa informático que habían desarrollado, y llegaron a la conclusión de que el fin del crecimiento probablemente ocurriría entre los años 2010 y 2050. Luego la producción industrial y de alimentos se derrumbaría, determinando una disminución de la población.
Hicieron correr el programa informático que habían desarrollado, y llegaron a la conclusión de que el fin del crecimiento probablemente ocurriría entre los años 2010 y 2050. Luego la producción industrial y de alimentos se derrumbaría, determinando una disminución de la población.
Esos
escenarios estudiados en “Los límites del crecimiento” han
sido nuevamente analizados y comprobados en forma reiterada desde la
publicación original, usando ahora software más sofisticado y datos
basados en información actualizada. Los resultados han sido
similares en todos los intentos, y recientemente se publicó una
nueva versión del libro llamada “Los límites del
crecimiento: Actualización a 30 años”.
El
escenario del Pico del Petróleo
Tal
como se ha mencionado, el crecimiento finalizó debido a la
convergencia de tres factores: Agotamiento de recursos, impactos
ambientales y fracaso sistémico monetario-financiero. Sin embargo,
una sola cuestión puede estar jugando un rol clave y determinante
para el final de la era de la expansión. Ese asunto es el petróleo.
El
petróleo tiene un lugar crucial en el mundo moderno. En el
transporte, la agricultura, los químicos y los materiales
industriales. La Revolución Industrial fue en realidad la revolución
de los combustibles fósiles, y el fenómeno entero del persistente
crecimiento económico (incluyendo el desarrollo de las instituciones
financieras que han facilitado el crecimiento, tales como las
reservas bancarias fraccionales), ha sido basado siempre en última
instancia en los suministros cada vez mayores de energía barata.
El
crecimiento requiere más producción, más comercio y más
transporte, y todo en su conjunto requiere más energía. Esto
significa que si los suministros de energía no se pueden expandir, y
la energía por lo tanto se vuelve significativamente más cara, el
crecimiento económico fallará, y los sistemas financieros diseñados
sobre las expectativas de un crecimiento perpetuo también fallarán.
Ya
en 1998 los geólogos petroleros Colin Campbell y Jean Laherrère
discutían un escenario del Pico del Petróleo que se tornó real.
Ellos teorizaron que, en algún momento alrededor del año 2010, el
estancamiento o el declive de los suministros de petróleo podrían
provocar un aumento y volatilización de los precios del crudo, y que
tal cosa precipitaría un colapso económico global.
Esa
rápida contracción económica, a su vez daría lugar a una
considerable reducción de la demanda de energía, de manera que los
precios tenderían a bajar. Pero tan pronto como la economía pudiera
volver a recuperar fuerzas, la demanda presionaría nuevamente al
petróleo con consecuencias de nuevos aumentos en los precios, y a
resultado de ello la economía sufriría una nueva recaída. Este
ciclo es continuo, con cada fase de recuperación siendo más corta y
más débil, y cada caída más profunda y más dura, hasta que la
economía quede en ruinas. Los sistemas financieros así basados en
el supuesto de un crecimiento continuo implosionarían, causando más
estragos sociales que las trepadas del precio del petróleo.
Mientras
tanto, los precios volátiles y vaivenes del petróleo frustrarían
las inversiones en sistemas de energía renovable: Un año el
petróleo sería tan caro que casi cualquier otra fuente de energía
se presentaría como más conveniente por comparación; al año
siguiente, el precio del petróleo habría caído tanto como para que
los usuarios vuelvan a basarse en él, restándole sentido a las
inversiones en otras fuentes de energía. Pero como los bajos precios
desalentarían las exploraciones en busca de más petróleo, surgen
así nuevos episodios de escasez más turbulentos que los anteriores.
Los capitales de inversión también podrían ser escasos, dado que
los bancos serían insolventes debido a la crisis financiera
permanente, y los gobiernos caerían por la disminución de los
ingresos fiscales. Al mismo tiempo la competencia internacional por
la disminución de los suministros de petróleo podría provocar
guerras entre países importadores, entre importadores y
exportadores, y entre facciones rivales dentro de países
exportadores.
En
los años siguientes a la publicación inicial de Campbell y
Laherrère, muchos expertos afirmaron que las nuevas tecnologías
para la extracción de petróleo crudo iban a aumentar la cantidad
del suministro que puede ser obtenido de cada pozo perforado, y que
las enormes reservas de recursos en hidrocarburos alternativos
(principalmente arenas alquitranadas y esquistos bituminosos) serían
desarrolladas para reemplazar sin problemas al petróleo
convencional, lo que retrasaría por décadas el inevitable pico.
También hubo quienes dijeron que el Pico del Petróleo no sería un
gran problema, inclusive si ocurriera pronto, pues el mercado podía
encontrar otras fuentes de energía y opciones de transporte tan
rápido como fuera necesario, sean automóviles eléctricos, de
hidrógeno, o nuevos combustibles líquidos fabricados a partir del
carbón.
En
los años siguientes, los acontecimientos pusieron de manifiesto
tanto la validez de la tesis del Pico del Petróleo, como la
subvaloración de los optimistas.
Los precios del crudo presentaron una marcada tendencia cuesta arriba y por razones completamente previsibles: El descubrimiento de nuevos yacimientos continuaba disminuyendo, y la explotación de la mayoría de los nuevos pozos era mucho más difícil y costosa que los descubiertos en años anteriores. Más y más países productores de petróleo llegaron a su pico de extracción y comenzaron a declinar, a pesar de los esfuerzos por mantener el crecimiento de la producción usando costosos métodos altamente tecnificados para la extracción secundaria y terciaria, tales como la inyección de agua, nitrógeno o dióxido de carbono, para forzar que una mayor cantidad de crudo salga de la tierra. Así se aceleraron las tasas de declinación de la producción en los yacimientos gigantes más antiguos del mundo, que eran los responsables de la parte del león en el suministro global de petróleo. La producción de combustibles líquidos a partir de las arenas alquitranadas comenzó a expandirse lentamente, mientras que el desarrollo de los esquistos bituminosos continúa siendo una vaga promesa para el futuro lejano.
Los precios del crudo presentaron una marcada tendencia cuesta arriba y por razones completamente previsibles: El descubrimiento de nuevos yacimientos continuaba disminuyendo, y la explotación de la mayoría de los nuevos pozos era mucho más difícil y costosa que los descubiertos en años anteriores. Más y más países productores de petróleo llegaron a su pico de extracción y comenzaron a declinar, a pesar de los esfuerzos por mantener el crecimiento de la producción usando costosos métodos altamente tecnificados para la extracción secundaria y terciaria, tales como la inyección de agua, nitrógeno o dióxido de carbono, para forzar que una mayor cantidad de crudo salga de la tierra. Así se aceleraron las tasas de declinación de la producción en los yacimientos gigantes más antiguos del mundo, que eran los responsables de la parte del león en el suministro global de petróleo. La producción de combustibles líquidos a partir de las arenas alquitranadas comenzó a expandirse lentamente, mientras que el desarrollo de los esquistos bituminosos continúa siendo una vaga promesa para el futuro lejano.
De
la teoría del miedo a una realidad que da miedo
En
2008 el escenario del Pico del Petróleo se convirtió en algo
demasiado real. La producción global de petróleo permaneció
estancada desde 2005, y los precios se mantuvieron en alza. En Julio
de 2008 el precio del barril se disparó hasta los 150 dólares,
superando en valores ajustados por inflación a los precios
alcanzados en los años 70, que habían provocado la peor recesión
desde la Segunda Guerra Mundial. En ese verano (boreal) de 2008, la
industria automotriz, la industria del transporte, los embarques
internacionales, la agricultura y las compañías aéreas estaban
tambaleando.
Pero
lo que sucedió después impactó en la atención del mundo a tal
punto que el alza del precio del petróleo pasó a segundo plano. En
Septiembre de 2008, el sistema financiero global estuvo cercano al
colapso. Las razones para que esta repentina crisis sucediera,
aparentemente tenían que ver con las burbujas inmobiliarias, la
falta de una adecuada regulación en el sistema bancario, y el abuso
de bizarros productos financieros incomprensibles. Sin embargo, y
pese a que fue largamente ignorado, el alza del precio del petróleo
ha jugado un papel crítico en el inicio de la debacle (Ver el
artículo: Recesión
temporaria o fin del crecimiento).
En
las inmediatas consecuencias de esa crisis financiera global casi
fulminante, los escenarios tanto de la teoría del Pico del Petróleo
propuesto una década antes, igual que el del libro “Los
límites del crecimiento” de 1972, ambos demostraron
confirmarse con una precisión tan asombrosa como aterradora. El
comercio global se derrumbaba. Las mayores industrias automotrices
del mundo requerían ayuda estatal para sobrevivir. Las empresas
aerocomerciales de los EE.UU. se redujeron una cuarta parte. Los
disturbios por falta de alimento hicieron irrupción en los países
pobres alrededor del mundo. La guerra persistente en Irak, el país
con las segundas mayores reservas de petróleo crudo del planeta, y
en Afganistán, un sitio estratégico disputado para diversos
proyectos de oleoductos y gasoductos, continuó provocando una
sangría en las arcas de las naciones más dependientes de la
importación de recursos petroleros.
Mientras
tanto, el debate sobre qué hacer para frenar el cambio climático
global, pone de manifiesto la inercia política que ha mantenido al
mundo camino a la catástrofe desde principios de los años 70. Para
cualquier persona con un modesto nivel de educación o inteligencia,
ya se ha convertido en algo obvio que el planeta hoy tiene dos
urgentes e indiscutibles razones para detener cuanto antes la
dependencia de los combustibles fósiles: La doble amenaza de una
catástrofe climática más la inminente restricción al suministro
de combustibles. Sin embargo, en la Conferencia del Cambio Climático
de Copenhague de Diciembre 2009, las prioridades de los países más
dependientes del combustible fósil fueron claras: Las emisiones de
carbono deberían ser reducidas, la dependencia de los combustibles
también, pero solamente si ello no pone en peligro el
crecimiento económico.
El
componente financiero de la contracción económica
Si
bien los límites de los recursos y los desastres ambientales ya
venían poniéndole plazo de caducidad al crecimiento, a los
ciudadanos comunes el dolor se le hace más palpable cuando de una u
otra forma lo transitan en forma directa mediante la propia
experiencia: Pérdida de empleos y colapso del sistema hipotecario.
Tal
como se puede ver en los capítulos 1 y 2 de este libro, las
expectativas de crecimiento continuo de las últimas décadas se han
trasladado al presente bajo la forma de una enorme masa de deudas,
tanto de los consumidores como de los gobiernos. Los ciudadanos
norteamericanos ya no se hacían ricos inventando nuevas tecnologías
y fabricando productos de consumo, sino nada más comprando y
vendiendo casas, moviendo dinero desde unas cuentas de inversión
hacia otras, o cobrándose honorarios entre ellos.
Cuando
comenzó el nuevo siglo, la economía mundial empezó a tambalearse
al ritmo de los estallidos de una burbuja tras otra: La burbuja de
las economías emergentes del sudeste asiático, la burbuja de
las “punto-com”, la burbuja inmobiliaria. Todos sabíamos
que ellas finalmente podían explotar, tal como cualquier burbuja
siempre lo hace, pero los inversores “inteligentes” planeaban
meterse en ellas tempranamente, y salir con suficiente anticipación
como para obtener grandes beneficios y escaparle al previsible
desenlace caótico.
En
los frenéticos días desde el año 2002 al 2006, millones de
estadounidenses llegaron a creer que la constante alza en los valores
inmobiliarios podía llegar a ser su fuente de ingresos, convirtiendo
sus propiedades en “cajeros automáticos” (una frase muy popular
escuchada por entonces). Mientras los precios seguían subiendo, los
propietarios se sentían entusiasmados para pedir más préstamos y
remodelar una cocina o el baño, y los bancos se sentían cómodos
ofreciendo más y más créditos. Al mismo tiempo, los magos de Wall
Street encontraban nuevas maneras de disfrazar esas hipotecas de alto
riesgo como atractivas inversiones en obligaciones de deuda
respaldadas, que podían ser empaquetadas, catalogadas y vendidas
como “títulos premium” a inversores preferenciales, con muy bajo
o nulo riesgo para ellos.
Después
de todo, los valores inmobiliarios estaban siempre destinados a
crecer y crecer. “Dios no está haciendo más tierras” era
la muletilla que repetían.
Los
créditos y las deudas se expandieron entonces al ritmo de la euforia
del dinero fácil. Todo aquel optimismo vertiginoso llevó a un
crecimiento inusual de empleos en la construcción y los bienes
raíces, enmascarando los quebrantos subyacentes y las pérdidas de
empleo en el sector productivo.
Unos
pocos expertos financieros sensatos usaron términos tales como
“castillos de naipes” y “polvorín” para describir la
situación. Todo lo que se necesitaba metafóricamente era una tenue
brisa o una pequeña chispa para producir un resultado catastrófico.
Puede afirmarse que el alza de los precios del petróleo a mediados
de 2008 fue más que suficiente para disparar los fuegos
artificiales.
Pero
la burbuja inmobiliaria fue en sí misma nada más que un fusible de
mayor envergadura: En realidad, el sistema económico entero dependía
de las expectativas irrealizables del crecimiento perpetuo y pudo
volar entero por los aires. El dinero estaba atado al crédito, y el
crédito estaba atado a la suposición de dar por sentado el
crecimiento. Cuando el crecimiento se detuvo en 2008, comenzó la
reacción en cadena de morosidad, incumplimientos y quiebras. Era una
explosión en cámara lenta.
Desde
entonces, el esfuerzo de los gobiernos se ha dirigido a tratar de
hacer arrancar nuevamente el crecimiento. Pero de manera muy
limitada, dichos esfuerzos tuvieron un éxito temporal a finales de
2009 y principios de 2010, enmascarando la contradicción subyacente
en el corazón de la economía: la suposición de que podemos contar
con un crecimiento infinito en un planeta finito.
¿Qué
viene después del Crecimiento?
Llegar
a comprender que hemos arribado a un punto en el que el crecimiento
ya no puede continuar, sin dudas es algo deprimente. Pero una vez que
hemos atravesado ese obstáculo psicológico, es una noticia
moderadamente buena.
No
todos los economistas cayeron en la trampa de creer que el
crecimiento seguiría por siempre. Hay escuelas de pensamiento
económico que reconocen los límites de la naturaleza, y al mismo
tiempo, esas personas y escuelas han sido ampliamente marginadas en
los círculos políticos, pero también han desarrollado planes
potencialmente útiles que pueden ayudar a la sociedad para
adaptarse.
Los
factores básicos que inevitablemente reemplazarán a la economía
del crecimiento son conocidos. Para sobrevivir y prosperar durante
largo tiempo, las sociedades tienen que manejarse dentro de un
presupuesto planetario sostenible respecto de los recursos
extractivos. Esto significa que, aunque no conozcamos en detalle cómo
será la economía del post-crecimiento y el nuevo estilo de vida,
sabemos lo suficiente para comenzar a trabajar en dicha dirección.
Debemos
convencernos a nosotros mismos que la vida en una economía sin
crecimiento puede ser plena, interesante y segura.
La
ausencia de crecimiento no necesariamente implica falta de progreso.
Dentro de una economía de no-crecimiento o equilibrio igual puede
existir el desarrollo continuo de habilidades prácticas, expresiones
artísticas, y ciertos tipos de tecnologías. De hecho, algunos
historiadores y sociólogos sostienen que la calidad de vida en una
economía del equilibrio puede ser superior que en una economía de
rápido crecimiento: Mientras que el crecimiento crea oportunidades
para algunos, típicamente también intensifica la competencia, hay
grandes ganadores y grandes perdedores, y tal como sucede en las
ciudades gigantescas, la calidad de vida y las relaciones humanas
sufren las consecuencias.
Dentro
de una economía de no-crecimiento es posible maximizar beneficios y
reducir los factores que llevan a la decadencia, pero hacerlo
requiere la búsqueda de objetivos adecuados: En
lugar de “más” debemos esmerarnos por “mejor”.
En vez de promover una mayor actividad económica porque sí, hay que
hacer hincapié en aquello que aumenta la calidad de vida sin empujar
hacia el consumo. Una forma de hacer esto es reinventar y redefinir
el crecimiento como tal.
Es
inevitable la transición hacia una economía del no-crecimiento, o
más bien hacia una economía en la cual el crecimiento sea definido
de una manera fundamentalmente diferente. Pero nos irá mucho mejor
si la planificamos, en lugar de limitarnos a contemplar perplejos
cómo empiezan a fallar las instituciones de las que dependemos, para
luego tratar de improvisar una estrategia de supervivencia ante su
retirada.
En
efecto, tenemos que crear una “nueva normalidad” deseable,
que se ajuste a las restricciones impuestas por el agotamiento de los
recursos naturales. Aferrarnos a la “vieja normalidad” no
es una opción. Si no encontramos nuevas metas para nosotros mismos y
planificamos nuestra transición desde una economía basada en el
crecimiento, hacia otra economía saludable del equilibrio, estaremos
creando por omisión una “nueva normalidad” mucho menos deseable,
algunas de cuyas manifestaciones ya estamos empezando a ver, bajo las
formas de altas y persistentes tasas de desempleo, aumento de la
brecha entre ricos y pobres, crisis ambientales, y cada vez peores y
más frecuentes crisis financieras, todo lo cual se traduce en
profundos niveles de angustia para los individuos, las familias y las
comunidades.
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