LA PARÁBOLA DEL PESCADOR MEXICANO
Sobre trabajo, necesidades, decrecimiento y felicidad
El
consumo masivo de bienes y servicios es el motor que hace rodar las
ruedas de las sociedades en etapa avanzada de desarrollo
(post-)industrial capitalista, amparadas —a su vez— bajo el
paradigma del crecimiento económico, que podría entenderse como
aceite de este motor. No en vano, el término sociedad
de consumo (de masas) fue
acuñado para designar a estas sociedades que, rendidas frente a las
fuerzas del sistema capitalista, han orientado su búsqueda de la
felicidad en un incremento sin límites de la producción —y, por
ende, del consumo—, con el consecuente acrecentamiento de las
necesidades que esta producción desmedida trae de la mano. Bien
podríamos, así mismo, considerar a la (creciente) entronización
del trabajo como engranaje principal del motor ya mentado.
En
este contexto, Carlos Taibo efectúa en La
parábola del pescador mexicano: sobre trabajo, necesidades,
decrecimiento y felicidad una
excelente crítica —y una breve propuesta alternativa— al trabajo
como elemento central de la vida y, por extensión, al imaginario
dominante encaminado a perpetuar —o, incluso, agudizar— dicha
entronización. En palabras del autor, este imaginario o doctrina
hegemónica objeto de su reprobación está cimentado en la creencia
de que “seremos más felices cuantas más horas trabajemos, más
dinero ganemos y, sobre todo, más bienes acertemos a consumir”
(Taibo, p. 12).
A
fin de fundamentar su crítica, Taibo introduce en la justificación
inicial “la parábola del pescador mexicano” que, dando nombre a
este libro, empleará como hilo conductor para exponer sus argumentos
a lo largo del mismo. Dicha parábola está ambientada en un pueblo
de la costa mexicana y relata un encuentro fortuito entre un pescador
local —que bien podría representar el sumak
kawsay,
palabra quechua referida al buen
vivir—
y un turista norteamericano —quien, por su parte, encarnaría
al Homo
œconomicus—.
El capítulo 1
profundiza en la condición de estos dos personajes y los mundos
diferentes que ambos retratan, describiendo así el imaginario de
vida que, a través de la parábola, se puede inferir que cada uno de
ellos lleva a la práctica en su día a día. Analizando la
trastienda de la misma, el capítulo 2 introduce varios debates
desgranados a raíz del contenido de la parábola, como puedan ser el
de las necesidades, la felicidad, la mercantilización y el trabajo,
entre otros. Expandiéndose en este último, Taibo cierra su obra
proponiendo una organización social alternativa que se aleje de la
concepción del trabajo como edificador de una vida plena. Dos
apéndices rematan el texto en cuestión: si bien el primero recoge
varias versiones alternativas de la parábola del pescador, el
segundo recupera un puñado de historias antieconómicas —o
demasiado económicas— que sirven como colofón a la tesis
principal del autor.
La
parábola del pescador mexicano es
una crítica a la producción, al consumo y a la competitividad y,
más concretamente, a la importancia desmedida que han adquirido en
las sociedades (post-)industriales, como consecuencia de algunos de
los fenómenos que, en sí mismos, han perfilado dichas sociedades:
la expansión de la economía de mercado, el desarrollo de la
globalización y las innovaciones tecnológicas de las últimas
décadas, entre otros. Más allá, la obra de Taibo es también una
oda a la recuperación de la vida social —de los bienes
relacionales en favor de los materiales— y, en definitiva, al
resurgimiento del respeto y la convivencialidad como
pilares centrales de un compromiso colectivo encaminado a derrocar
al ethos materialista
dominante (Segal, 1999).
En
pos de esta alternativa, se antoja de vital relevancia acometer la
discusión relativa a las formas de procurar la felicidad que, en las
sociedades de consumo, han convertido al trabajo asalariado —y al
consumo que bebe de este— en la fuente principal de satisfacción
personal, tal y como nos muestra el imaginario que caracteriza al
turista norteamericano coprotagonista de la parábola. Es importante
aquí, como hace Taibo, recalcar el carácter no lineal de la
relación entre felicidad y disposición de recursos económicos. Al
respecto, la archiconocida paradoja de Easterlin (1974) afirma que,
llegados al nivel de riqueza de un país en el que todas las
necesidades básicas de su población están cubiertas, más ingresos
no implican (necesariamente) mayor felicidad.
Así
mismo, Taibo visibiliza la creciente aparición de fenómenos que,
germinados a partir del crecimiento económico, reducen la felicidad:
véanse, sin ir más lejos, el estrés, la contaminación, la
obesidad o el incremento sustancial en la presencia de cánceres.
Ahondando en este sentido, el decrecimiento subraya la necesidad
emergente de más significado en la vida (y de la vida) en las
sociedades modernas (Demaria, Schneider, Sekulova, &
Martinez-Alier, 2013). De hecho, algunas prácticas a pequeña escala
caracterizadas por bajos niveles de consumo y un modo de vida
comunitario basado en la convivencialidad,
con un incremento asociado en la percepción de bienestar por parte
de sus actores protagonistas, ya han sido documentadas en la
literatura de este movimiento social (ver Cattaneo & Gavaldà,
2010). La reflexión principal que Taibo pretende transmitir a sus
lectores con el presente trabajo apunta, en consonancia con la
literatura recién introducida, a lo siguiente: podemos vivir mejor
con menos.
Orientada
a lectores de todos los bagajes académicos y vitales, Taibo mantiene
un estilo sobrio durante la totalidad de su obra, exponiendo los
cuantiosos debates que introduce de forma directa y didáctica, con
un lenguaje claro que huye de excesivos tecnicismos y de un léxico
complicado. Acorde a esta serenidad descrita, el autor utiliza
brillantemente el recurso de la parábola como herramienta para
presentar sus argumentos en un certero orden que dota de claridad al
conjunto del texto en sí mismo. Creo destacable, así mismo, el
ejercicio de honestidad que supone el reconocimiento por parte de
Taibo de las carencias que su parábola arrastra, a saber, “el
olvido de la condición esperable de la mujer del mexicano
protagonista y, también, la marginación de todo debate relativo a
respuestas colectivas, luchas de clases y colapsos” (Taibo, p. 15).
No
obstante, si bien su crítica al “modo de vida esclavo del que a
menudo somos víctimas” (Taibo, p. 12) está adecuadamente
argumentada y desarrollada, el autor peca de una simplificación y
brevedad excesivas en su reflexión final acerca de qué hacer con el
trabajo. En este sentido, hubiera sido adecuada la inclusión de
propuestas más tangibles y realistas teniendo en cuenta el contexto
actual, planteadas como puentes para caminar hacia los escenarios
—harto alejados de la realidad presente— que Taibo dibuja como
deseables. Al respecto, en los debates sobre decrecimiento han
surgido propuestas tales como la reducción de las horas de trabajo
en el sector remunerado, entre otras (ver Kallis, 2013). El propio
autor parece reconocer esta carencia cuando hace referencia al
protagonismo que la prisa adquirió llegado el momento de “poner
broche a este modestísimo libro” (Taibo, p. 16).
En
definitiva, creo que la lectura de la obra que nos atañe será de
gran utilidad para aquellos que quieran iniciarse en el
cuestionamiento de la hegemonía del consumo, el trabajo asalariado y
la explotación. Sin embargo, en su ambiciosa intención de cubrir
una gran amalgama de contenidos en una extensión reducida, este
escrito puede resultar (demasiado) elemental para aquellos lectores
que ya cuenten con una formación teórica consolidada en materias
como las relativas al decrecimiento o, en general, la economía
ecológica. En conclusión, Taibo consigue con La
parábola del pescador mexicano remover
la conciencia del lector en lo relativo a un terreno poco contestado
en el imaginario hegemónico actual de las sociedades opulentas: el
del trabajo como fuente última de satisfacción de la vida.
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