17/5/16

Ante lo que nos pueda deparar el futuro, sólo estar atentos para dar la respuesta oportuna en nuestra área de influencia

EL DÍA DE LA MARMOTA

El día de la marmota (Groundhog day) fue una película que estaba destinada a ser una absoluta nada en el cine norteamericano del siglo pasado, de este, y de cualquier otro posterior en que se siguiera haciendo cine. Y sin embargo una serie de carambolas la transformaron en una obra maestra y, para mí, la segunda mejor película de todos los tiempos (es difícil superar a Blade Runner, aunque su temática es muy diferente).

Ambas películas pueden considerarse un verdadero exponente del cine profundo, metafísico, y añadiría que verdaderamente espiritual, si no fuera porque el significado de esta última palabra se ha desfigurado enormemente (por las torpezas provenientes del ámbito religioso), hasta significar algo así como “moral”, connotación que originariamente no tenía en absoluto.

Lo espiritual es lo que está más allá de la forma, tanto física como psíquica. Lo espiritual, desde el mundo manifestado, se ve como algo oscuro e impreciso, concretamente negro (el color es una forma). Por eso a los Iniciados en los ritos del antiguo Egipto se les susurraba al oído que Osiris era un dios negro. Lo espiritual es lo que mueve la rueda del mundo, sin participar del movimiento, lo que sólo se puede conseguir desde un “lugar” (en sentido simbólico): el Centro de la circunferencia de las cosas.
Toda forma, bien sea mental, emocional y material procede de Él. Es la nada, que lo contiene todo, como el punto, sin dimensión, contiene en potencia, por simple desdoblamiento, la entera extensión del espacio aparentemente “infinito”, más bien indefinido, y desde luego inabarcable para la individualidad.

A los físicos materialistas, que ya les habrá entrado el mal humor al no entender una gaita de lo que estoy diciendo, al proponer un modelo de universo tan alejado de sus perspectivas, les propondré un experimento (de esos que tanto les gustan) para su digna meditación. Observen desde el espacio un huracán, el más fuerte que puedan encontrar, y verán como en el centro de la gran tormenta, existe un lugar con el cielo claro, donde luce el sol y no sopla una ráfaga de viento. Claro que no es fácil mantenerse en el ojo del ciclón, y sin embargo tal debe ser el objetivo del hombre que aspira a pasar por la “Puerta Estrecha”, el “Hombre Verdadero” taoísta, o el “Hijo del Instante” de la Tradición Islámica, el “Hijo del Hombre” del texto evangélico que, contrariamente a las aves, que tienen nidos, y a las raposas, que tienen madrigueras, no tiene donde reposar la cabeza, es decir, no vive conceptualmente, perdido en su mente, sino alineado a lo que le exige el momento presente. Como observáis puede que los textos sagrados admitan una lectura muy diferente de la habitualmente admitida en las religiones establecidas. No se trata de palabras hueras y moralizantes. Fueron pronunciadas para ser vividas…

Concluso este extraño preámbulo, que tal vez sirva para entender lo que viene después, empecemos el análisis de la película. Primera carambola. Un par de productores cinematográficos absolutamente superficiales, que en su día llegaron a estrenar, nada más y nada menos, que una película tan previsible y superficial como Ghostbusters (Cazafantasmas) cuyo título dice todo sobre el alcance intelectual de ambos, Harold Ramis y Bill Murray, se toparon con uno de los guionistas más geniales de la historia del cine, excelente escritor y prolífico bloguero, que siempre ha permanecido, desde entonces, en un discreto segundo plano, lo que demuestra, también, su solidez de carácter: Danny Rubin.

Evidentemente ni Ramis ni Murray entendieron, inicialmente, el verdadero fondo del libreto de Rubin, pero les gustó aquello de que se repitiera el mismo día, para el protagonista, por las posibilidades cómicas que, para su estrecho juicio y pretensiones, permitía tan singular circunstancia, enlazada con lo que, en estilismo literario, se denomina el “realismo fantástico”.

Todo hacía presagiar que ambas prima donnas, el director y el primer actor, dejarían el profundo guión de Rubin hecho unos zorros, a fin de perpetrar otra bazofia cinematográfica, grata a la taquilla, pero que inmediatamente sería enterrada en lo más profundo de la sima interminable de bodrios que el séptimo arte nos depara con desbordante frecuencia. Pero entonces ocurrió el milagro.

Bill Murray se encontró inmerso en una crisis matrimonial, que le produjo, como es lógico, un tremendo dolor y ansiedad, y que desembocaría, tres años después, en divorcio. Se le nota en la película, le falta alegría, le ocurre algo, lo que, lejos de ser un problema, al menos de cara a la finalidad del filme, es toda una bendición, pues le permite caracterizar mejor su personaje, que no es sino un solitario narcisista, profundamente amargado. El padecimiento psíquico, es un maestro duro, pero eficaz, y suele dotar de profundidad al individuo que lo padece, especialmente si previamente carecía en absoluto de aquélla. En esta ocasión resultó providencial, porque permitió que ocurriera algo absolutamente imprevisto: Murray empezó a entender el libreto de Rubin, al menos parcialmente.

Lo siguiente que ocurrió fue un sonoro enfrentamiento entre el director, que quería su comedia ligera, y Murray, que se oponía a las modificaciones absurdas de Ramis, que desvirtuaban el sentido interno de la historia. El enfrentamiento llegó a ser tan profundo que, acabada la película, dejaron de hablarse y, por supuesto, no volvieron a trabajar juntos. Además Ramis se quedó con el abrigo que Murray lleva puesto durante todo el filme que, por otra parte, constituye un importante elemento “simbólico” porque no es más que la “coraza” que le defiende de esa sociedad “palurda” a la que desprecia, y que al mismo tiempo le tiene encerrado en el callejón sin salida de sus ideas preconcebidas.

Pero vayamos al sentido profundo de la película, que tiene mucha relación con los problemas que afrontamos como sociedad, ante el declive energético y económico  que nos espera: la triste necesidad de una gran conmoción y sufrimiento para que algo empiece a cambiar, y nos permita salir del laberinto en el que pocos sabemos que estamos metidos.

Y es que, gracias al Cielo, Murray impuso su criterio, la cinta conservó los elementos más, digamos, metafísicos, del guion original, y el resultado fue una de las películas más impresionantes de la historia del cine. Probablemente no recordaríamos a Murray, a Ramis, y tal vez ni a Andie McDowell (porque lo de las bodas y el funeral no pasa de comedia ligera, y no ha hecho mucho más), si no fuera por esta inapreciable pieza cinematográfica, que además alteró completamente la geografía y la vida misma de la ciudad en que se filmó, Woodstock, Illinois.

Observad, en primer término, que la marmota se llama igual que el protagonista y que, como él, es “meteoróloga”, “pronosticador de pronosticadores”, vamos de esos que están todo el día rompiéndose el cerebro para ver lo que nos espera, desde parámetros ya trillados, por lo que probablemente son los que más lejos se encuentran de conocer lo que traerá el futuro. “Tiene usted esa humedad en la cabeza”, le dice el policía a Connor’s,(Murray) que no es capaz de ver que, sencillamente, se ha equivocado en sus predicciones y el temporal de nieve está descargando exactamente sobre él.

Pero hay algo más, cuyo sentido es tan profundo que difícilmente puede expresarse con palabras. La marmota, esto es, el propio Phil Connor’s, debe ver su “sombra”, para saber si nos esperan seis semanas más de invierno. La “sombra” es un símbolo de reminiscencias parsifalianas, un elemento mágico y peligroso, un elocuente amigo, del que no nos podemos separar, y que, por lo demás, nos conoce demasiado bien, porque es parte de nosotros mismos, por lo que es igualmente nuestro más implacable enemigo. Es, en definitiva, lo que nos hiere, como a Amfortas, el rey de Grial, aquello de nosotros que no vemos, como el protagonista de la película, que no es capaz de comprender que el sufrimiento en el que vive está creado por sus propias estructuras mentales obsoletas, que le inducen recurrentes pensamientos negativos y le mantienen en un situación de inmovilismo que solo puede conducir a la catástrofe.

A partir de aquí, el día se repite, y el protagonista entra en las cinco fases del shock. La negación, la ira, la negociación (el intento de aprovechar lo favorable de la situación), la desesperación, y por último la aceptación, que le lleva a la liberación.

Es curioso el personaje de un vendedor de seguros, Ned Ryerson, supuesto conocido de Connor’s de la infancia (no sabemos si es cierto o se trata de una treta del comercial, que ha reconocido a la estrella televisiva y trata de sacar tajada). Sea cual sea la respuesta al enigma, es evidente que dicho personaje representa el pasado del protagonista, que éste rechaza, como a su propio presente, razón por la que es perseguido por él inexorablemente, hasta el punto de que tiene que acabar por darle un sonoro puñetazo para librarse de tal pesadilla. Ocurre que tu pasado es también parte de ti mismo, como tu sombra, y no puedes esquivarlo sino solo trascenderlo, esto es, aceptarlo en su integridad. Lo que ha sucedido no se puede cambiar, así que no te tortures, acéptalo, dale un efusivo abrazo, en vez de rechazarlo, y verás cómo sucede lo que puede verse en un momento de la película: que huye despavorido arrastrando su maletín de seguros de prima única (el pasado es siempre un fardo, los recuerdos aplastan la razón y embotan la justa visión del presente, por ello Ryerson lleva ese grueso portafolio que parece estar siempre a punto de enredársele entre las piernas y hacerle caer de bruces contra el suelo).

Nos queda ver cuál es el papel de la incomparable Andie McDowell,(Rita) hasta donde puede explicarse. Representa lo que se denomina el “alma intelectual”, la parte superior de nuestro psiquismo que, en quien asume una sexualidad masculina, está representado por una dama, una figura idealizada de mujer (en las féminas en un Caballero, andante claro). Es absolutamente imposible que tal Mujer, la Virgen Madre del culto cristiano, entre otros significados simbólicos, la diosa romana Minerva, Palas Atenea, la Bhakti del hinduismo, la parte del psiquismo que roza el mundo espiritual y participa de algunas de sus características, se deje engañar, como otras, por las burdas triquiñuelas de Murray para conquistarla. Ella se da cuenta de que hay algo artificioso y falso en las estrategias del farsante del meteorólogo, pese a que éste cuenta con una importante munición de recursos (sólo él recuerda lo que ocurre de día en día, el mismo, y lo sabe todo de la vida de los personajes).

De su propia imposibilidad de desaparecer (intenta suicidarse infinidad de veces), y de las palabras de Rita cuando le rechaza por primera vez, Murray acaba por entender dos conceptos de gran trascendencia simbólica: la conciencia que sustenta su ilusoria individualidad es inmortal (soy un dios), y no es diferente de la que se manifiesta en la vida de los demás personajes. En definitiva: su felicidad depende de la de los que le rodean. No hay salida en solitario. Entonces él, cansado de tanto sufrimiento, empieza a cambiar. Y su alma intelectiva, su adorada Rita, percibe ese cambio, en el espacio intemporal que supone el día perpetuo. Es entonces, cuando ya ha renunciado a conquistarla, que ella empieza a interesarse por él (observad que este es también el recurso de Ocho Apellidos Vascos, que ya glosé).

Las últimas escenas de la película son tan contundentes que requerirían no ya otro post, sino un tomo enciclopédico. Aquí se nota la mano del guionista, que aprovechando el enfrentamiento entre Murray y Ramis debió conseguir colar, aprovechando el cansancio de tantas jornadas de rodaje, las escenas más profundas del guión. Rita “alquila” a Connor’s, en una subasta de solteros, y le extiende la mano para llevárselo. Él, en lugar de tratar de enamorarla otra vez con subterfugios y tonterías, la lleva a la nieve, y empieza a tallar una escultura, a pesar de las protestas de Rita, que se queja del frío. Entonces le enseña la figura y ella la mira fascinada (el alma intelectual se reconoce a sí misma), y le pregunta como lo ha hecho, y él le dice que la ha visto tantas veces que sería capaz de esculpirla con los ojos cerrados (ha interiorizado su forma sutil). Entonces Murray pronuncia las palabras que le conducen al fin del encierro: “no importa lo que pase mañana”. Se ha alineado completamente con lo único que existe: el aquí y ahora.

Más allá de lo conceptual existe aquello que resulta demasiado profundo para explicarse con palabras humanas. Produce una emocionalidad muy diferente de la habitual, y solo puedes asentir ante lo que tu endeble razón no es capaz de comprender.

Son de nuevo las seis de la madrugada, suena la recurrente música habitual. Murray vuelve a aceptar, mirada de resignación, lo que cree la repetición de su día perpetuo. Incluso se escucha una extraña voz (primer elemento de ruptura) que dice “no, otra vez no”, y entonces aparece el brazo de Rita que apaga la alarma (quiebra el ritmo repetitivo del movimiento periférico). Solo ella podía hacerlo. Ha amanecido, por fin, un nuevo día. Todo ha vuelto al centro, la puerta estrecha, la única verdadera salida (no hay escape por la tangente de la elíptica, que solo puede ampliar indefinidamente posibilidades ya existentes). Desde allí la rueda puede tomar, siquiera por un instante imperceptible, un movimiento novedoso, el de la vertical, que genera el prodigio: alborea un mundo nuevo.

Adonde quiero llegar con todo esto, en relación al tema del blog. A tres conclusiones inquietantes:

- No hay salida individual. Olvidaos de los huertos en la azotea. Los llaneros solitarios y los Robinsones tienen tantas posibilidades como los desinformados.

- Desconfiad de los liderazgos mesiánicos, políticos o de cualquiera otra índole. Un amigo, muy metido en cierto partido político, dice siempre que no quiere salvadores, ni de los suyos. Los que sabemos lo que verdaderamente le ocurre al BAU debemos vivir en un campo de mutua información, en red, lo que no está reñido, lo cortés no quita lo valiente, con reconocer a quien más aporte, y agradecer su trabajo.

- Todo ocurrirá muy despacio, y salvo conceptos muy generales (la inevitabilidad del decrecimiento) no es conveniente hacer muchas cábalas sobre lo que nos deparará el futuro, que depende de muchas decisiones, repito, más políticas que técnicas, sino más bien estar permanentemente atentos a lo que ocurre en el presente, dando la respuesta oportuna, en nuestra esfera de influencia, dentro de nuestras posibilidades y de la información de que disponemos que, no lo olvidemos nunca, va mucho más allá de lo que saben, o quieren saber, la mayoría de nuestros conciudadanos.

Solo así veremos, en el declinar de nuestras vidas, los primeros rayos del amanecer de un nuevo día, el mítico mañana, que cuando llegue será también hoy, pero un hoy muy diferente. Habrá pasado la ventisca, y un dulce paisaje nevado se extenderá hasta el lejano horizonte, donde podremos perdernos con nuestra amada, deseando vivir eternamente en aquél lugar que siempre habíamos despreciado, porque no disponíamos de la suficiente conciencia (luz) para apreciarlo, mientras suena la melodía del inolvidable Nat King Cole, Almost like being in love, como último gran acierto de un prodigioso metraje. El de la vida misma, que siempre es igual, y siempre diferente…

Saludos, Calícrates


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