9/7/14

Es más que una crisis económica y de régimen: es una crisis de civilización

«DECIMOS QUE ES LA ÚLTIMA LLAMADA PORQUE YA HEMOS EMPEZADO LA CUESTA ABAJO Y LA TECNOLOGÍA NO NOS VA A SALVAR»


En estos días un grupo de científicos, ecologistas y activistas sociales hemos redactado un manifiesto para llamar la atención sobre un tema que está ausente de la mayor parte de los debates políticos y cuya importancia, creemos, es enorme.

Cuando uno quiere llamar la atención lanza frases de urgencia, y, por ello, el manifiesto se titula “Última llamada. Esto es más que una crisis económica y de régimen: es una crisis de civilización”. Desgraciadamente esta sociedad está demasiado acostumbrada a la urgencia y, quienes no conocen los datos básicos, nos pueden tachar de alarmistas y contestar con el típico mantra que se suele aplicar a estos casos: “ya muchos antes han profetizado el fin del mundo y eso nunca ha sucedido”.

Por ello me gustaría pedir a las lectoras y lectores que nos den, simplemente, un momento para explicarnos. Antes de acusarnos de fustigar las conciencias con “sermones sobre el Apocalipsis”, por favor, escuchen por qué decimos que, ahora especialmente, estamos viviendo una última llamada.

En estos primeros años del siglo XXI la humanidad está viviendo un momento especialmente crítico porque nos enfrentamos al deterioro de todos los recursos naturales sobre los que descansa nuestra civilización. Muchas personas son conscientes del problema que suponen la contaminación o el cambio climático, pero estos no son los únicos problemas globales que tenemos. Mucho menos conocidos, pero mucho más obvios, son los problemas relacionados con la escasez de recursos naturales (deterioro de acuíferos, tierras fértiles, pesquerías) y, además un problema especialmente importante para la tecnología: el agotamiento de los combustibles fósiles de los que depende el 80% de nuestra energía.
De todos estos límites naturales quizá el energético sea el más decisivo y, probablemente, también el más desconocido. Es decisivo porque toda la tecnología descansa sobre el uso de energía y porque gran parte de las soluciones a problemas como el agotamiento de las tierras fértiles, los acuíferos o el cambio climático, también requieren de energía para poder ser contrarrestados.
Los combustibles fósiles están empezando a dar señales de agotamiento, especialmente el más versátil y utilizado: el petróleo. En las revistas científicas (ver figura 1) ya hace tiempo que se habla ampliamente de un fenómeno conocido como cenit o pico del petróleo (“peak oil”) que nos dice que, cuando los pozos empiezan a mostrar signos de agotamiento, la extracción se hace forzosamente más lenta. Este fenómeno se está observando ya: la producción de petróleo crudo está cayendo desde el año 2006. Los sustitutos a este petróleo barato y fácil de extraer (como los extraídos mediante fractura hidráulica, de peor calidad y mucho más contaminantes) apenas están consiguiendo aumentar la producción y los expertos coinciden en que antes de 2020 veremos una disminución neta de la producción de petróleo mundial (más detalles).

Si el declive del petróleo se está observando en esta década, el del gas natural se prevé antes de 2035 y el cenit del carbón y el uranio, aunque pueden demorarse un poco más, tendrá probablemente lugar alrededor de 2050 (dependiendo de hasta qué punto su explotación aumente para compensar el declive del gas y el petróleo).
Ante este hecho, una se pregunta si la tecnología va a ser capaz de proporcionarnos alternativas en forma de energías renovables, fusión o tecnologías del hidrógeno. Esta pregunta es la que nuestro grupo de investigación ha intentando responder con un estudio que hemos llevado a cabo en los últimos siete años. Para ello hemos realizado un análisis detallado de los recursos energéticos mundiales y las tecnologías alternativas con ayuda de simulaciones matemáticas por ordenador. Ello nos ofrece una perspectiva muy amplia de lo que probablemente va a ser el futuro energético del siglo XXI (trabajos anteriores sobre aspectos parciales se pueden ver aquí, y aquí).

Los resultados se pueden resumir en las gráficas de la figura 2. En ellas comparamos la demanda de energía mundial que tendría lugar si continuamos con las tendencias actuales de crecimiento económico y mejora de la eficiencia, con la producción máxima de energía de todo tipo que vamos a poder poner en marcha.
Las conclusiones del estudio son claras: no tenemos tiempo. Deberíamos haber empezado el cambio tecnológico unas décadas antes. En estos momentos las energías alternativas no pueden compensar el declive, especialmente por la falta de sustitutos a los combustibles líquidos, muy dependientes del petróleo. Si hubiera tecnologías mejores por descubrir, no van a llegar a tiempo, porque la tecnología necesita décadas para su desarrollo y el declive empieza ya. Esto quiere decir que vamos a vivir un descenso global de la energía, que va a ser especialmente importante en esta misma década para el sector del transporte.

Estamos empezando la cuesta abajo. Hemos vivido siglos de constante aumento del consumo apoyándonos sobre la energía abundante de los combustibles fósiles y ahora esa energía empieza a disminuir. Empujados por la dinámica demencial de una sociedad basada en el crecimiento, hemos dormido durante décadas cerrando los ojos a lo obvio: los combustibles fósiles no pueden durar siempre.
El pico del petróleo y el cambio climático nos dicen claramente una cosa: ya hemos perdido el avión. El avión de un futuro de consumo creciente impulsado por un fabuloso desarrollo tecnológico se ha marchado ya. Es inútil quedarnos en el aeropuerto esperando a ver si viene otro. En estos momentos lo que tenemos que hacer es ir corriendo a la estación a ver si todavía podemos coger el tren. El tren de un modelo de desarrollo basado en energías renovables y compatible con el Planeta está en el andén, pero tampoco espera y los altavoces de la estación están dando el aviso de salida.

Podemos oír las llamadas de urgencia como la que pretende ser nuestro manifiesto, asustarnos un poco y correr al andén… pero también podemos descalificar a los “agoreros”, quedarnos sentados esperando que nos salve la tecnología y perder el tren. Eso no sería el fin del mundo. Si perdemos el tren de una sociedad industrial sostenible, la vida en el Planeta probablemente continuará y no será el fin de la raza humana. Lo que pasa es que solo nos quedará la opción de realizar el viaje en bicicleta

Nos veremos, probablemente, embarcardos en un turbulento siglo de guerras por los recursos, estados de caos social, destrucción y declive tecnológico hasta que las sociedades humanas se acomoden a civilizaciones sostenibles con niveles de vida mucho más modestos que los actuales y en un mundo de recursos escasos.

No es cuestión de que cunda el pánico pero sí tenemos que darnos prisa. Una civilización basada en energías renovables, que no sobrexplote los ecosistemas y que mantenga un nivel de vida aceptable para toda la población humana todavía es posible, pero sería una sociedad muy diferente a la que conocemos. Tenemos que realizar un cambio de una magnitud enorme, y eso no se puede hacer en dos días. La transición es posible, pero tenemos que abrir los ojos y hacer caso a los avisos. El tren no espera.
(Artículo acerca del manifiesto, publicado por Marga Mediavilla, una de las firmantes iniciales, en el web del Grupo de Energía y Dinámica de Sistemas de la Universidad de Valladolid)


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