EL ASESINATO DE LA VERDAD
“Si todos los demás aceptaban la mentira que impuso el
partido, si todos los testimonios decían lo mismo, entonces la mentira pasaba a
la Historia y se convertía en verdad”. Orwell 1984.
El ser humano tiene la capacidad de interpretar las
sensaciones que recibe a través de los sentidos, es decir que puede percibir lo
que le rodea y así racionalizar e interpretar el mundo y la realidad. Es
difícil negar lo que tenemos delante de los ojos, lo que oímos, tocamos,
sentimos en nuestro cuerpo y gustamos. Sin embargo, ese rechazo a toda
evidencia, por más sensata y lógica que parezca, es muy habitual.
La verdad, que debería ser incontestable, hoy no lo es. La falsedad de los hechos le va ganando terreno. Ese contrapunto ente la verdad y la mentira no parece ser tan categórico, es decir que la verdad y la mentira son relativas.
¿Cómo es posible haber llegado a esta situación? Tal vez una parte de la respuesta la tengamos en la famosa frase atribuida al escritor y político irlandés Edmund Burke: “Para que el mal triunfe, solo es preciso que los hombres buenos no hagan nada”No es lo mismo el bien que el mal. Sin embargo, el
relativismo ha convertido la realidad en cualquier cosa, en una y la contraria,
subvirtiendo todo a conveniencia de quien gestiona el poder político sin más
propósito que el poder mismo. En la lucha por alcanzarlo, unos engañan
convencidos, a sabiendas, conscientes de ello, sin sentir culpa ni cuidado;
otros lo hacen por pusilanimidad, por oportunismo, por miedo, o cobardía. Unos
y otros pervierten así el orden social, acaban con el bien común y alejan al
ciudadano de la política.
El resultado de esta perversión es que el uso de la mentira,
el engaño, la estafa y el fraude -que parece convenir tanto a tirios como
troyanos- corrompe literalmente todo, alcanzando a toda la sociedad en mayor o
en menor grado. El crimen más perverso, amoral e infame cometido desde el poder
tiene su reflejo también en la maldad, indiferencia y apatía del hombre de a
pie.
La democracia liberal y representativa como forma de
gobierno, teóricamente, es incompatible con la ausencia de la verdad. A pesar
de esto, hoy parece haberse desarrollado una especie de mutación medianamente
aceptable, donde pueden convivir ciertos mecanismos democráticos con la
ausencia de la verdad. El actual ocaso del Estado de derecho y las libertades
democráticas son el resultado de la negación de la realidad cuando la ideología
se impone con el uso de la mentira y la falsedad organizada.
Así pues, surge una especie de colectivismo oligárquico al
frente del poder político, algo como el Ingsoc -acrónimo de
socialismo inglés- descrito por George Orwell en su novela 1984,
donde en la fachada del Miniver (Ministerio de la Verdad)
podían leerse las consignas del partido: “La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la
fuerza”.
Por otra parte, la relativización de la verdad en la
política actúa como el doblepensar orwelliano, que es la
aceptación simultanea de dos creencias contradictorias como si fuesen
verdaderas. En otras palabras, el doblepensar significa la
esclavitud de la mente, el fin de la racionalidad y la cosificación del hombre.
Así, el doble discurso, el uso del lenguaje para tergiversar el significado de
las palabras es el elemento básico para la reconstrucción del pasado y la
tergiversación del presente con el fin de consolidar el poder absoluto. En
definitiva, el doble discurso es el instrumento clave de las tiranías y de los
aspirantes a autócratas.
«En aquel tiempo,
dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: ‘Si permanecéis en mi palabra,
seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará
libres». Evangelio de
San Juan.
¿De qué hablamos cuando hablamos de verdad? Según nuestro
diccionario de la RAE, la verdad, entre otras definiciones, tiene que ver con
la conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa; es la
propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre la misma sin mutación
alguna, o el juicio o proposición que no se puede negar racionalmente. Lo
contrario es falsedad, mentira, engaño, embuste, hipocresía, y sin verdad no
hay libertad. Verdad y libertad van de la mano en una sociedad sana, viva y con
futuro. Cuando el engaño reiterado adormece las conciencias, se banaliza el
fraude moral, se normaliza el mal, vestido con ropaje buenista. El engaño, hace
creer a alguien que algo falso es verdadero, y cuando ocurre esto se entra en
una espiral de sin sentido.
En un proceso gradual pero ininterrumpido durante décadas,
la verdad fue desplazada por otra cosa aceptada por las masas a cambio de
cierto bienestar. Con el transcurso de los años se ha permitido que la verdad
sea remplazada por la opinión, por la interpretación individual de la realidad
conveniente para justificar algún fin particular, y en esto también hay
responsabilidades compartidas. El poder político ha hecho el trabajo sucio de
adormecer el pensamiento crítico a cambio de beneficios que gozan los obsecuentes
de los poderosos. Lo peor de esto es que el engaño corroe los principios, mata
las convicciones más loables y mercadea con la esperanza de los justos.
Es pertinente recordar que la mentira ha sido y es el pilar
que sustenta a los déspotas y tiranos. La mentira siempre fue el instrumento
del terror de quienes pretendieron construir un mundo distópico de iguales, el
paraíso en la Tierra, la dictadura, ya sea de una clase o una raza, los
imperios totalitarios o mundos sin fronteras, simplemente comenzando por
tergiversar la verdad. Quien detenta el poder absoluto del Estado puede
conseguir manipular los hechos objetivos en función de sus necesidades,
proyectos personales y de partido.
El poder del Estado en fase de expansión omnímoda necesita
de la representación mediática de la realidad y la propaganda -que nada tienen
que ver con la verdad- imponiendo un falso relato que vehiculiza el relativismo
para que hoy algo sea una cosa y mañana la contraria. Es ahí cuando también
triunfa esa perversión de la falsa posibilidad de ser cualquier cosa deseable,
acabando por no ser nada.
Sin embargo, apelando al resquicio de sentido común y la
naturaleza que aún pervive, es evidente que no todo da igual y que para poder
ser y estar en el mundo, es necesaria la certidumbre de lo real, ser
conscientes de lo que somos, de quienes somos y con quienes estamos, de dónde
venimos, a qué pertenecemos y hacia dónde vamos en el transcurso de la vida.
Esa verdad y realidad vital es la que no puede relativizarse o ser remplazada
por otra cosa porque significa su extinción.
Por todo esto, la verdad debe ser recuperada con urgencia y defendida siempre en salvaguarda de la dignidad humana. Con la verdad, que muchas veces escuece, finalmente se vence a la oscuridad. El hombre cuando se lo propone y tiene la voluntad y la fuerza necesaria para hacerlo, lo consigue.
Ahí está la Historia que lo demuestra, a pesar de lo duro, del dolor, e incluso
de la tragedia. Si se derrumba la verdad se acaba con la libertad, y la
libertad es la que nos hace humanos. La verdad es la vida, lo demás es el vacío
de la inexistencia y la oscuridad absoluta.
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