OFICIOS PERDIDOS
PARA SOBREVIVIR A UN APOCALIPSIS
Imagina que llegara ese temido apocalipsis en el que el
mundo que conoces se va al garete y tienes que sobrevivir en otro en el que
toca volver a construir a mano, cocinar con fuego y fabricar las telas que te
van a vestir desde cero, como lo hacía tu tatarabuela. ¿Cuántos oficios hoy ya
perdidos habría que recuperar para sobrevivir? ¿Quién podría enseñarte a
fabricar adobes, hacer sogas o conservar hielo todo el año sin tener
frigorífico?
Quizá ese maestro salvador sea Eugenio Monesma.
Monesma es un veterano cineasta y etnógrafo que lleva más de 40 años realizando documentales en los que se muestran oficios perdidos y cómo se hacían las cosas antes. Su canal de YouTube cuenta con casi dos millones de seguidores y almacena más de 3000 documentales.
Ahora, algunos de esos viejos oficios y antiguas tradiciones
se recopilan en el libro 100 oficios para el recuerdo. Un viaje por la España rural en
busca de las labores del pasado, publicado por Lunwerg, un homenaje del
realizador y etnógrafo, tal y como expresa en el prólogo, «a algunas de las
personas que sacaron adelante las nuevas generaciones con su duro trabajo y
esfuerzo».
«Es mi humilde aportación para preservar las raíces
culturales y la memoria colectiva de aquellas personas a las que la historia no
les ha reconocido ni valorado el esfuerzo que hicieron para sacar adelante a
sus familias», explica más adelante, invitando a leerlo sin prisas, solo por el
placer de descubrir de dónde venimos y cuál es nuestro patrimonio.
Hace 40 años…
Su labor como documentalista comenzó a principios de los
años ochenta. En 1982, Monesma se incorporó al Instituto Aragonés de
Antropología, y fue entonces cuando comenzó a rodar temas relacionados con la
etnografía. En un principio, se centró más en recoger oficios y pueblos
deshabitados, pero luego amplió los temas «hacia las fiestas y los rituales
tradicionales».
Aquellos primeros documentales, rodados algunos en 16 mm,
empezaron a emitirse en Televisión Española y fue hacia el año 1989, ya con
equipos de rodaje más profesionales, cuando vendió la primera serie de oficios
perdidos a La 2 de la misma cadena pública.
Después llegó el apoyo de la Diputación de Huesca, que le
propuso seguir grabando oficios de aquella región aún más desconocidos e
inéditos que los que ya había documentado, y le puso en contacto con personajes
que pedían conservarlos y se dedicaban a recuperarlos para librarlos del
olvido.
Así conoció a Hilario Artigas, «que era un hombre sabio que
sabía hacer desde hornos de cal, carboneras, adobes, tapial, cultivar el
cáñamo, etc.», y con un grupo de mujeres en San Juan de Plan, con las que rodó
más de 30 documentales en el valle de Chistau, en Pirineos, que se esforzaban
en dejar testimonio de cómo se hacían las coladas en el río, cómo se cultivaba
el centeno e incluso la construcción de tejados de paja.
La Diputación le apoyaba prestándole los equipos de rodaje y
financiando los costes de esos trabajos que esas personas hacían ex profeso
para la grabación.
La financiación
Monesma ha documentado oficios por toda España, incluidas
las islas Canarias. Allí grabó más de 80 documentales, muchísimos de ellos
imposibles de hacerse hoy porque han desaparecido tanto las personas que los
recrearon como los oficios.
Pero recuerda que el mayor impulso a su trabajo llegó en el
92 gracias a los planes Leader y Proder, aquellos fondos europeos que podían
solicitar las distintas regiones destinados principalmente al desarrollo rural.
Y eso englobaba también aquellas actividades productivas que más o menos se
estaban perdiendo, pero que, de alguna forma, podrían servir de atractivo
turístico, así como algunas tradiciones y fiestas.
«Me ponía en contacto con esas regiones; ellos tenían una
serie de oficios, de tradiciones o rituales que querían recuperar para que no
se perdieran, y llegábamos a un acuerdo —explica el realizador cómo
funcionaba—: ellos financiaban la mitad del coste y yo la otra mitad. Les
facilitaba un número de copias (50 o 100) en VHS, que era lo que se llevaba
entonces, y yo me quedaba con los derechos para televisión, porque a ellos
también les interesaba difundir a esos artesanos, fiestas o rituales. A TVE le
vendimos bastantes series para su canal internacional, que se emitían
principalmente en Latinoamérica».
Una filosofía de vida
Los documentales de Eugenio Monesma hablan de una forma de
vida que ya se ha perdido, pero también de una manera de entender el mundo y el
tiempo que, en mitad de la vorágine de prisas y consumo rápido que nos
envuelve, apetece recuperar.
Para él, «esta gente han sido filósofos de la vida. Su mundo
ha sido ese trabajo. La mayoría lo han heredado de sus padres y de sus abuelos,
son sagas familiares de caldereros, de herreros, de constructores de carros,
etc. Era una filosofía, sí. Por eso, en mis documentales siempre me ha
interesado casi más el personaje que el propio oficio en sí».
Y rememora entonces los días que pasaba con pastores
trashumantes o con carboneros que cocían el carbón en el monte, haciendo vida
con ellos mientras rodaba. Un contacto humano más enriquecedor que las imágenes
que mostraba, porque le descubría esa manera tan suya de ver la vida y le
permitía conocerlos a fondo.
«Hace poco me preguntaban si antes se hacían las cosas
mejor, y naturalmente que sí. Antes, cualquier objeto, desde una horca hasta un
hacha, llevaba el sello del artesano, eso era el orgullo del artesano. Ahora
no. Y esa hacha y esa horca tenían que perdurar muchísimos años; ahora no,
ahora es usar y tirar».
«Antes no se tiraba nada —sigue exponiendo—. Es más, un
trozo de cuerda que encontraban en el campo lo recogían y lo guardaban, un
clavo… Todo eso tenía valor, hoy no tiene valor nada de eso. Esa filosofía ha
sido muy importante para esta gente y ellos han sabido valorar sus propios
trabajos. “Esto lo he hecho yo y por eso está bien hecho”. Y si salían mal, lo
tiraban».
Morir o adaptarse a los tiempos
Hoy, muchos de esos oficios han desaparecido. La mayoría,
porque ya no tienen razón de ser, pero los hay que siguen estando vigentes; eso
sí, adaptados a los nuevos tiempos, a las nuevas necesidades y, sobre todo, a
la normativa actual.
Monesma pone de ejemplo a Olegaria la alfarera, una de las
artesanas cuyo oficio aparece recogido en el libro que acaba de publicar. Ella
cocía su cerámica en horno de leña, mientras que quienes han continuado con su
oficio hoy emplean hornos de gas o eléctricos, más seguros, que además evitan
riesgos de pérdidas económicas ya que la producción está más controlada y no se
echa a perder con tanta facilidad.
«Lo que sí se está recuperando mucho es el tema de las
actividades productivas relacionadas con la alimentación, como los quesos. Por
supuesto, dentro de unos parámetros legales y sanitarios actuales», comenta.
Oficios extraños
En cualquier caso, y salvo aquellos más relacionados con la
artesanía que nos siguen resultando más familiares, aunque sus productos han
perdido utilidad y quedan reducidos, mayoritariamente, al uso ornamental, hay
otros que, mirados con los ojos de hoy, acostumbrados a lo industrial y a lo
tecnológico, sorprenden. Para Eugenio Monesma, el que más le ha llamado siempre
la atención es el del batihoja, aquel artesano que fabricaba pan de oro a fuerza
de mazazos.
«El del batihoja me sorprendió mucho porque era en la misma
capital, en Madrid, y era en una pequeña calle del casco antiguo, donde había
un pequeño taller todavía con el suelo de tierra apelmazada —recuerda el
etnógrafo—. Debía ser así porque había que amartillar y dar golpes muy fuertes,
y se hubiera roto el suelo. Así era como se hacía el pan de oro para decorar
las imágenes religiosas, que aún hoy se sigue usando».
«A partir de un trocito de oro, había que laminarlo con una
máquina —continúa explicando—. Se hacía muy fina, muy fina, cuanto más fina
mejor. Luego se cortaba en trocitos, y esos trocitos, cada uno de ellos, se
machacaban con un martillo entre unas láminas de papel de cera, y cada vez se
iba haciendo mucho más finos. Así cuatro o seis veces, hasta que conseguir que
las 25 hojitas que se habían ido poniendo quedaran más finas que un papel de
fumar».
Hoy ya no hay batihojas ni talleres como aquel de Madrid que
grabó Eugenio Monesma hace 30 años. De hecho, al año siguiente de haber rodado
aquel documental, el taller cerró porque el pan de oro se importaba de
Alemania, ya laminado industrialmente, y aquel viejo oficio artesano dejó de
ser rentable.
No es el único oficio que el etnógrafo recoge en el libro
que ha sucumbido a la industrialización. Otro de ellos es el de la fabricación
de papel, como se hacía en el Molí Paperer de Capellades, (Barcelona), que utilizaba trapos viejos y
telas como materia prima.
«Habían restaurado todo el molino donde se hacía y todas las
máquinas. Y estuvieron dispuestos a reproducir todo ese proceso para poderlo
grabar con una doble finalidad. Por una parte, para difundirlo, y por otra,
para tener ahí el vídeo ellos de cómo se trabajaba con todas las máquinas».
O los pozos en los que se conservaba y almacenaba el hielo
durante todo el año en una época donde no existían los frigoríficos. «Eso lo
recuperamos en un pueblo, en un castillo en la provincia de Zaragoza, gracias a
una asociación que había recuperado el pozo».
O los esquiladores de burros, oficio muy demandado en su
época y que hoy ya no existe, casi como los propios animales. Y los forcaires,
aquellos artesanos que fabricaban horcas en Cataluña. Y los tejadores. Y los
escoberos. Y los navateros, que bajaban por el río la madera talada formando
balsas… «Hubo algunos oficios que los recuperamos de la nada o de la memoria
oral».
Y no faltan tampoco los trabajos de las mujeres, tan importantes como los de los
hombres, porque de ellas dependía la intendencia del hogar. Aquellas amasadoras
sabias que cocían el pan, que pasaban de generación en generación las recetas
tradicionales de pucheros y de matanzas; las que sabían hacer jabón
reutilizando el aceite usado, las que hacían la colada en los ríos y sabían
blanquear sábanas sin necesidad de productos químicos, las que tejían lana y
cáñamo, las que reparaban las redes de los pescadores y, con la misma técnica,
tejían paños artesanales llamados mallas…
Oficios recuperables
Algunos de esos oficios intentan recuperarse en la
actualidad. Sirvan de ejemplo aquellos relacionados con la construcción que
trata de volver a esa manera de hacer en el pasado (la que utilizaba adobes,
barro, piedra y paja), o la conocida como arquitectura pasiva. Y los
relacionados con la rehabilitación de edificios antiguos, como los techadores
de paja o los pizarreros.
«Los tapiadores y esas formas de construir con adobes son de
lo más sencillo que hay —comenta Monesma—. El problema es que hoy no se sabe
hacer», explica para justificar el alto precio económico que tiene recurrir a
este tipo de construcción y de arquitectura hoy, a pesar de utilizar materiales
tan baratos.
«Yo grabé a Hilario Artigas en Agüero haciendo una caseta
con la técnica de los adobes y con tapial. Luego, el Colegio de Aparejadores de
Huesca lo llamó para que empezara a dar clases de cómo se construía así porque
ni los aparejadores sabían hacer ese trabajo».
La otra razón por la que algunos oficios de construcción ya
no pueden emplearse en nuevas viviendas es por temas de seguridad. Los
techadores de paja, por ejemplo. Monesma recuerda un documental que grabó en el
Pirineo francés, donde un grupo de jóvenes había recuperado ese oficio y se
dedicaba a restaurar ese tipo de tejados.
Además de la dificultad de conseguir la materia prima —debía
ser paja de centeno, porque es larga y resistente—, se sumaba el problema de que
las aseguradoras no querían cubrir este tipo de edificios por el alto riesgo de
incendio que llevan implícito.
El trabajo de documentación de Eugenio Monesma no ha
terminado. Todavía hoy sigue visitando lugares donde alguien le habla de la
recuperación de determinada labor o tradición. «El próximo que voy a grabar
será en Cataluña, porque hay unos pozos muy curiosos llamados foraches,
abovebados y pequeños, que se utilizaban para almacenar y conservar las
patatas. Allí, en la zona del Pirineo, también queda algún pecero, los que
hacían la pez».
Y sigue con la serie sobre los fogones tradicionales emitida
en Canal Cocina que empezó hace ya unos 25 años, «la serie de gastronomía más
longeva de las televisiones de España», resalta con orgullo.
Su trabajo no solo es un tesoro que preserva el patrimonio
cultural, histórico y artístico de España, es también un manual de
supervivencia por si alguna vez, quién sabe, llega el temido apocalipsis.
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