¿La democracia del futuro o un mundo orwelliano?
Los
informes financieros de diferentes operadoras de telefonía alertan
del riesgo para la salud del uso de la telefonía móvil.
Las
compañías de telefonía móvil saben que su producto implica
riesgos para la salud. Los usuarios no son informados pero los
accionistas sí reciben información sobre los riesgos financieros
asociados a este riesgo para la salud. Las tecnologías de la
información ofrecen posibilidades para el desarrollo, pero, de
hecho, su influencia está más en el mercado de consumo que en el
interés social de los usuarios.
Que
el móvil mata, no cabe ninguna duda; lo decía el consejero delegado
de la compañía Telefónica Móviles en 2002 para TVE en el no
emitido documental Contracorriente .
“Mire usted, no me voy a morir de esto; esto contribuye a que me
muera. Pero, como todas las cosas”, expresaba Javier Aguilera para
el programa Documentos TV de la televisión española. El reportaje,
tras las presiones de la industria, finalmente no vio la luz, aunque
se filtró y está disponible en todo el mundo. Y añadía con
gracejo el ejecutivo de la multinacional: “Coño, que uno se muere
por 38.000 cosas. ¿Que esta es una más? Indiscutible. ¿Que esta es
una más incluso para los que no usan la telefonía móvil?
Indiscutible. ¿Y que los que usan la telefonía móvil no deberían
tener este factor? Sin duda. Pero joder, el mundo es como es. A mi me
gustaría no respirar el humo que echan los autobuses, pero ¿no
vamos a tener autobuses?”.
Cabe
suponer que Javier Aguilera recibiese algún tirón de orejas por su
ejercicio de sinceridad en un reportaje que acabó siendo censurado.
Valga el ejemplo para ilustrar el hecho de que las compañías de
telefonía móvil son conscientes de que el móvil es perjudicial
para la salud, aunque su política no ha sido la de informar de que
se trata de un riesgo que hay que asumir como parte del progreso,
sino la de ocultar a la opinión pública e, inclusive, mentir sobre
los efectos de la radiación electromagnética utilizada en las
telecomunicaciones.
Ya
en 1995, por medio de una circular interna filtrada, tenemos noticia
de que la compañía Motorola ponía en marcha una campaña de
desprestigio contra el científico Henry Lai. ¿Su pecado? Haber
desarrollado una investigación,
al amparo del WTR —Wireless Technology Research—, en la que se
demostraba que una radiación semejante a la de telefonía móvil
producía daños en el ADN. Desde la asociación de la industria de
telecomunicaciones —CTIA— primero se decía que las frecuencias
no eran las mismas y que, por lo tanto, no afectaba a la telefonía
móvil, y luego se afirmaba que esa investigación nunca había
podido ser replicada. Las compañías financiaron estudios en los que
no se encontraron efectos en el ADN, aunque a lo largo de los años
diversas investigaciones han ido confirmando los trabajos de Henry
Lai. En el año 2000, financiado por la compañía T-Mobile, el
estudio Ecolog,
que revisó 220 artículos científicos, encontró efectos inductores
del cáncer, efectos genotóxicos, así como alteraciones en el
sistema nervioso, inmunitario y hormonal.
INFORMES
FINANCIEROS
Aunque
los usuarios no son informados, las compañías sí recogen en sus
informes financieros las implicaciones de los riesgos para la salud
de la telefonía móvil. Telefónica en su informe
anual para
la Comisión de Valores de los EE UU dice: “La industria de las
telecomunicaciones puede verse afectada por los posibles efectos que
los campos electromagnéticos, emitidos por dispositivos móviles y
estaciones base, puedan tener en la salud humana. [...] Las
preocupaciones sobre las emisiones de radiofrecuencia pueden
desalentar el uso de dispositivos móviles, lo que podría provocar
que las autoridades públicas implementen medidas que restrinjan
dónde se pueden ubicar los transmisores y sitios celulares, cómo
funcionan, el uso de teléfonos móviles y el despliegue masivo de
dispositivos móviles, medidores inteligentes y otros productos que
usan tecnología móvil. Esto podría llevar a que Telefónica no
pueda expandir o mejorar su red móvil”. Vodafone, que en
su informe
anual 2017 incluye
los riesgos para la salud entre sus principales riesgos financieros,
dice: “Las señales electromagnéticas emitidas por los
dispositivos móviles y las estaciones base pueden presentar riesgos
para la salud, con un potencial impacto que incluye: cambios en la
legislación nacional, reducción del uso del móvil o litigación”.
Las
legislaciones para proteger a los ciudadanos frente a los riesgos de
los campos electromagnéticos de las telecomunicaciones existen; el
problema es que su base teórica es de tiempos de la guerra fría y
que numerosos grupos
científicos independientes
están diciendo que los límites de exposición son insuficientes y
están hechos a medida de la industria. Inclusive estas poco
estrictas normas de seguridad no son cumplidas por las compañías de
teléfonos, como el límite según la SAR —tasa de absorción
específica— que la mayoría de móviles que hay en el mercado
superan, algo sabido a través del caso 'phonegate',
que, a pesar de su gravedad, ha recibido muy poca atención por parte
de la opinión pública.
Se
cantan las bondades de la tecnología móvil; la sociedad civil podrá
organizarse con facilidad para reivindicar sus derechos y propiciar
las transformaciones sociales. Las aplicaciones podrán gestionar un
mejor uso de servicios y recursos, poniendo directamente en contacto
a profesionales y usuarios en una nueva economía más participativa.
Podrás acceder a la información en todo momento y los alumnos
aprenderán a su ritmo interactuando directamente con los contenidos
online. Las aplicaciones móvil monitorizarán tu salud y te avisarán
antes de que los problemas aparezcan... Sin embargo el uso dado a la
tecnología ha resultado menos transformador y ha formado parte del
planteamiento del mercado capitalista. Algunos consideran inclusive
que la actuación digital es un falso activismo al crear la sensación
de que se está haciendo algo al dar un like o
firmar una petición, cuando la participación implicaría un grado
de organización en la vida real. La economía colaborativa se ha
convertido en una nueva forma de explotación de los trabajadores por
parte de grandes empresas, que camuflan la relación laboral mediante
resquicios legales. Las tecnologías de la información aplicadas en
la enseñanza no han conseguido frenar la pérdida de nivel académico
de los últimos años y problemas como el déficit de atención están
en expansión. Inclusive estamos asistiendo a un descenso
del Cociente Intelectual detectado
en algunos países. En cuanto a la salud, los datos no favorecen el
optimismo: el cáncer —vinculado
a la exposición electromagnética— crece
a un ritmo casi de epidemia; a pesar de los avances en la medicina,
la esperanza de vida está prácticamente estancada en los países
occidentales y en EE UU está en retroceso, y la llamada esperanza de
vida saludable está en descenso.
Al
respecto de la influencia de las tecnologías en el funcionamiento
político, propuestas para la democracia digital, con participación
directa a través de internet de la ciudadanía en los Parlamentos,
no se han puesto en marcha; y mecanismos de transparencia en la
gestión por medio de la apertura y monitorización en tiempo real de
la gestión pública apenas se están desarrollando. Por contra,
hemos tenido noticias como la del caso Cambridge
analytica por
las que hemos sabido que información personal robada de las redes
sociales ha sido utilizada para diseñar campañas de manipulación
dirigidas específicamente a cada usuario y que han ayudado a ganar
las elecciones a gobernantes como Donald Trump.
No
podemos decir que las tecnologías en el pasado garantizasen el mejor
funcionamiento democrático y calidad de la información, pero, antes
de continuar por un camino sin sentido cautivados por los avances de
la electrónica, deberíamos sopesar las implicaciones sociales, de
salud y psicológicas que los usos de las distintas posibilidades
tecnológicas están poniendo en nuestras manos.
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