EL SUEÑO DE VIVIR DE LA TIERRA
En el País Valencià hay un sector agrario emergente de gente
joven, formada y comprometida, que se abre paso a contracorriente y que apuesta
por un sindicalismo agrario transformador con el que cambiar el modelo
alimentario y hacer frente a uno de sus problemas fundamentales: el acceso en
la tierra.
“Los bienes naturales son el centro de todas las disputas del planeta”. Con esta afirmación empezó el discurso de un ganadero vasco jubilado, Paul Nicholson, conectado vía telemática ante una sala con más de 30 jóvenes que le escuchaban en Alboraia (Horta Nord, València). Jóvenes que han apostado por dedicarse al campo: a la horticultura, al sector del vino, a la fruta, a la transformación de alimentos... pero que también han apostado por militar activamente en una organización agraria, en la Coordinadora Campesina del País Valencià (CCPV-COAG), conscientes de aquello que Nicholson explica: “La mercantilización de los alimentos, de la naturaleza y de la biodiversidad choca directamente con la agricultura campesina y con su papel de defensa de las raíces, la tierra, el agua y la vida”.
Nicholson es contundente porque vivió en primera persona la
formación y consolidación, desde 1993, de La Vía Campesina, el movimiento
global que actualmente articula 250 millones de familias en todo el mundo y que
ha supuesto una referencia política y ha ayudado a definir conceptos como la
soberanía alimentaria. “Existen
realidades diferentes, pero con un lenguaje y un análisis comunes: la
alimentación tiene que estar en manos de la gente, no de las multinacionales”,
afirma el activista.
Y es que, a pesar de que Naciones Unidas ha destacado que la
pequeña agricultura y ganadería han sido clave durante los meses más duros de
la pandemia por su capacidad de adaptación y conocimiento del territorio, los
poderes políticos continúan impulsando otro modelo, el agroindustrial, “la agricultura fósil”, como dice Paul
Nicholson. Esto también pasa en nuestro entorno, y por eso la CCPV (que forma
parte de este movimiento por la soberanía alimentaria), con el apoyo de la ONG
Mundubat, organizó el pasado mes de abril estas jornadas de formación
destinadas a generar debate entre las personas afiliadas sobre la construcción
de la soberanía alimentaria al País Valencià, especialmente a partir de un
pilar fundamental: el derecho de acceso a la tierra.
Construir alternativas de vida
Mar Cabanes fue una de las asistentes al evento. Ya hace más
de cinco años que se instaló en su pueblo, Monóvar (Vinalopó Mitjà), y con su
compañero puso en marcha una cooperativa, La Zafra. Elaboran vinos naturales
que tratan de comercializar en circuitos de proximidad, a pesar de que el
último año, con los meses de cierre de la hostelería, abrirse paso en el
mercado ha sido todavía más complicado.
Para ella la amenaza más grande para la agricultura a
pequeña escala es la falta de relevo generacional: “No se ha promovido la agricultura como opción de futuro y trabajo
digno, las familias no aprueban que sus hijos nos dediquemos al campo y las que
lo hemos hecho hemos mantenido una lucha constante”. Y esto está ligado con
los precios de los alimentos y el modelo productivo y de consumo, que hacen que
la producción de secano no sea rentable si no hay, como es el caso de Mar, una
transformación que añada valor al producto.
“Yo soy de familia
campesina y he crecido con mensajes negativos de esta profesión; de hecho, de
adolescente me generó rechazo y hasta que no volví de la universidad no quería
saber nada del campo”. Habla Pau Agost, de 27 años, de Vall d'Alba (la
Plana Alta) y técnico de la entidad Connecta Natura, quien también asistió a
las jornadas de Alboraia. Pau estudió biología en Barcelona y su experiencia en
movimientos sociales y en el mundo académico le decepcionó y le hizo
reflexionar. “Me di cuenta que yo venía
del campo y que la manera de avanzar y construir alternativas de vida con que
mejor me sentía era en todo aquello relacionado con la tierra, la alimentación,
el mundo rural”. A pesar de saber que no sería nada fácil, decidió
formarse en agroecología y ayudar con las tierras de sus padres transformando
la gestión hacia la agroecología y buscando fórmulas para controlar él mismo la
comercialización.
Según un estudio de 2017 del Tribunal de Cuentas Europeo, el
3% de las explotaciones agrícolas controlan el 50% de las tierras de los países
de la UE, en un proceso creciente de acaparamiento. El territorio valenciano,
desde la perspectiva del sector primario, mantiene todavía una estructura
minifundista que puede dividirse en dos bloques: la parte litoral, con cultivos
de regadío (huerta, cítricos y arroz) enfocados mayoritariamente a los mercados
de exportación, y la parte de interior y de montaña, con cultivos de secano
(olivos, uva, almendros) y menos margen de rentabilidad. En la CCPV afirman que
incorporarse a la actividad agraria es prácticamente imposible si no has
accedido en la tierra por herencia; y la experiencia de Mar lo confirma: “Nosotros empezamos con las tierras
familiares y aun así fue muy complicado; se tienen que gestionar las relaciones
emocionales, de poder y de manejo, porque tenemos ideas diferentes de cómo
trabajar la tierra”.
Y es que en la agricultura a pequeña escala también hay un
choque de modelos entre las prácticas convencionales, con entradas de productos
químicos y la costumbre de labrar para no tener vegetación auxiliar, y propuestas
agroecológicas como las de Mar y Pau, que gestionan la biodiversidad de una
manera más respetuosa y minimizan el uso de fitosanitarios. Muchas de las
personas jóvenes que se incorporan al sector lo hacen, de hecho, con esta
vocación agroecológica, tanto en el País Valencià como el resto del Estado.
La tierra como objeto de disputa
A pesar de que hace pocos años que se dedica a ello, Pau ya
ha vivido en primera persona la dificultad del acceso a la tierra. Con su
madre, intentó comprar el bancal adyacente de almendros, que hacía más de
veinte años que estaba abandonado. Invirtieron mucho tiempo en encontrar a la
propietaria, acceder a los papeles, negociar... y finalmente se echó para
atrás. “Dijo que por el precio que le
pagaríamos, que era el precio normal de la tierra en el interior, no merecía la
pena ni mover papeles, que mejor dejaba la parcela por si su hijo quería
hacerse un chalé algún día”.
En las tierras de la parte litoral, cerca de Castelló, les
pasó una cosa parecida. Pau gestiona algunas parcelas de cítricos de su familia
y le gustaría tenerlas en propiedad. En este caso la posibilidad de especular
con la tierra en una zona constantemente amenazada por planes urbanísticos hizo
que el precio que le pidieron estuviera totalmente fuera de su alcance. “La gente no tiene una mentalidad de valorar
todo lo que ha costado que esa tierra sea fértil; no es solo valorar todo lo
que puede darnos, sino todo lo que le debemos por nuestros antepasados. La
cultura del ladrillo ha generado esta idea en nuestra cabeza: no vemos vida,
vemos billetes”.
Ahora tenemos que sumar un nuevo elemento a esta situación
compleja: los macroproyectos de energías renovables, que ofrecen precios por
las tierras rústicas muy por encima del precio de alquiler o venta del mercado.
Este año, Mar tiene dificultades para alquilar bancales y ampliar la producción
de uva porque los propietarios esperan alquilarlos a las grandes empresas que
tramitan las alrededor de 1.500 hectáreas de parques fotovoltaicos proyectados
en el municipio de Monóvar. “Llueve sobre mojado”, dice Mar, “si la agricultura fuera rentable, la gente
no cedería las tierras para eso. Tenemos que hacer una reflexión profunda como
sociedad sobre nuestro modelo de vida y de consumo”.
En muchos territorios del País Valencià, la ciudadanía se ha
organizado para rechazar la manera en que está imponiéndose la transición
energética, cuando en las zonas rurales hace décadas que se trabaja para
revalorar el patrimonio cultural y natural y hacer que la gente se quede en los
pueblos. Como dice el manifiesto de la Plataforma Sol Sostenible de Monóvar, a
la cual pertenece Mar, “una parte
importante de estas acciones y proyectos pueden verse truncados y quedar en
nada por intereses de grandes corporaciones disfrazados de conciencia
medioambiental”.
¿Qué se puede hacer ante todas estas amenazas sobre la tierra? La victoria más
importante de La Vía Campesina los últimos años fue conseguir la aprobación, en
2018, de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos Campesinos,
después de seis años de trabajo con varias organizaciones aliadas. Esta
declaración es un reconocimiento del campesinado como sujeto de derechos y,
aunque no es de cumplimiento obligatorio directo para los estados, es una
herramienta de lucha muy importante.
El derecho a la tierra, individual y colectivo, y a gestionarla
de forma sostenible, es uno de los puntos clave de la declaración y uno de los
más polémicos en los debates de aprobación. Como parte de los trabajos de
implementación de la Declaración, actualmente en Europa se avanza en una
propuesta de directiva que regule el acaparamiento de tierras y establezca las
bases para el cuidado de la tierra fuera del mercado. Aun así, La Vía Campesina
reconoce que estamos en un momento en que las instituciones internacionales y
sus instrumentos pierden legitimidad y eficacia, puesto que están cada vez más
cooptadas por los poderes económicos y políticos.
Sindicalismo agrario transformador
En el ámbito estatal, el sindicato EHNE Bizkaia hace más de
veinte años que decidió convertirse en una herramienta transformadora. El
sector, como en otros territorios, caminaba hacia el monocultivo y el
productivismo, sin relevo generacional, por lo que tomaron la decisión de
reorientar todas las acciones de la organización hacia prácticas sostenibles:
diversificación, agroecología y comercialización de proximidad.
Fue una apuesta arriesgada que costó hacer entender porque
era justamente lo contrario a lo que promovía el gobierno vasco (grandes
inversiones y especialización), pero sabían que podría haber un perfil de
jóvenes, incluso de origen urbano, con interés en autoocuparse en estas
actividades. Y no se equivocaron. Unai Aranguren explicó en Alboraia cómo fue
el proceso y como retroalimentó su organización. “Uno de los componentes más fuertes fue la formación, práctica y
política, buscamos productores experimentados que acompañaran en la fase de
tutorización; otra parte importante fueron las alianzas con universidades,
grupos de consumo, movimientos sociales y la misma Vía Campesina”.
También destacó que aproximadamente el 50% de las
incorporaciones fueron mujeres, un hecho muy llamativo si se tiene en cuenta
que, según un estudio del Ministerio de Agricultura de 2020, del total de los
jóvenes que acceden al sector en todo el Estado, solo el 28% son mujeres.
La incorporación al sector primario promovida por la administración requiere un
endeudamiento inicial con mucho riesgo y EHNE considera más lógico una
incorporación progresiva, que dé la oportunidad de probar, equivocarse, cambiar
de producción, aprender.
Pau no puede estar más de acuerdo, “por lo que yo he oído de la gente joven que ha pedido ayudas a la
incorporación, tienes que tener muy claro lo que quieres, porque son cadenas
que te atan y condicionan y están pensadas desde una perspectiva empresarial
que no es lo que yo quiero”. Pau siente que la administración excluye a
quien, como él, quiere trabajar dentro de un modelo de agricultura campesina y
de amor a la tierra.
“Más allá de dejarse
llevar por las políticas y las ayudas, las organizaciones agrarias tenemos que
marcar el camino hacia un objetivo claro, la soberanía alimentaria y la
agricultura campesina que defiende y cuida la tierra, que es autónoma y que
entiende su entorno”, explica Aranguren, y hace un paralelismo con la
economía de caserío tradicional del País Vasco, que producía alimentos para el
autoconsumo y la venta de proximidad con la implicación de toda la familia,
intercambiaba conocimientos, generaba su propia energía, etc.
Con estas reflexiones, producidas en sus primeras jornadas
presenciales desde hace más de un año, la CCPV ha conseguido su objetivo:
comenzar un debate político, tejer red con las alianzas estatales e
internacionales —intervinieron también representantes del Movimiento Sin Tierra
de Brasil, del Sindicato Andaluz de Trabajadores/as o del Sindicato Labrego
Galego—, y uno de los motivos más importantes por los cuales Mar y Pau
decidieron formar parte de esta organización: compartir con otros proyectos y
saber que no están solas.
“Es muy importante
formar parte de una red que pueda hacer presión y trabajar directamente con las
administraciones para que nuestra realidad se escuche y cambien las
normativas”, dice Mar. “En estos
encuentros puedes compartir y mirar a los ojos a la gente que está en la misma
lucha y con los mismos problemas. Después vuelvo a mi realidad y todo continúa
igual, pero me resulta más fácil continuar luchando para poder conseguir el
sueño de vivir de la tierra”, añade Pau.
Patricia Dopazo Gallego (Revista
Soberanía Alimentaria)
https://www.elsaltodiario.com/ecologia/sueno-vivir-tierra-sindicalismo-agrario
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