3/5/21

Condiciones para la Trama de la Vida, que la hacen posible, duradera y floreciente

NECESIDAD DE UNA ESPIRITUALIDAD LAICA

PARA AFRONTAR LA CRISIS CIVILIZATORIA

La espiritualidad no equivale a la religiosidad. La espiritualidad ha sido tan determinada por la religiosidad que ha quedado eclipsada. La religiosidad es fácilmente política. La espiritualidad es fácilmente curativa. ¿Dónde se encuentra el espíritu en la simbiogénesis? Pista: está ahí, en algún lugar. —Ginny Battson[1] 

El ser humano es un animal necesitado de sentido. Forma parte inherente de la condición humana buscarle un sentido a su existencia. Para ello han surgido a lo largo de la historia diferentes respuestas culturales, algunas en forma de religión, que han pretendido ofrecer una respuesta a la absurdidad y vacío de la existencia dotando a la vida humana de un sentido de pertenencia a una entidad superior, en la cual, mediante la comunión (o relación íntima con el Ser) sus vidas se ven en cierto grado cumplidas. Tanto las grandes religiones monoteístas como las cosmovisiones indígenas tienen su propia visión del origen del cosmos, un relato sobre el lugar que ocupa el ser humano en ese cosmos, así como una propuesta de orientación moral en relación a la consideración y el trato que debe establecerse hacia el resto de seres vivientes, humanos y no humanos. 

En todas estas cosmovisiones existe una noción de lo sagrado que protege algún aspecto de la existencia, derivada del conocimiento de que en él reside un valor esencial que debe ser salvaguardado. Gracias al estudio de algunos antropólogos conocemos que, por ejemplo, los pueblos aborígenes australianos, al igual que la mayoría de culturas, tienen un relato sobre el origen del cosmos (o cosmogonía) conocido como El Sueño[2], un mito sobre la creación equivalente al que encontramos en el Génesis de La Biblia cristiana, según la cual “en el principio era el Verbo” o la Teogonía de Hesíodo en la Grecia Antigua, según la cual “en el principio era el Caos”. El Sueño hace referencia a la conexión íntima que existe entre todos los seres así como de los procesos que rigen y posibilitan la vida, un conocimiento vinculado a la experiencia directa de comunión con la Tierra. 

La Modernidad occidental supuso una oleada de homogeneización y laicización de las culturas en todos los rincones de la Tierra que fueron colonizados por el modo de vida y sistema de creencias europeo. Así, las sociedades modernas abandonaron cualquier tipo de autoridad o creencia trascendental, deslegitimadas, como fundamento moral, ontológico o epistémico inválido. Las fórmulas para dotar de sentido a la existencia en ausencia de un Dios y con ellas, de lo sagrado, experimentaron una profunda crisis. Asimismo, la progresiva industrialización del mundo alentó las ilusiones de dominio racional por parte del ser humano del resto de la Creación (o Naturaleza), a través de la ciencia y la tecnología, convirtiendo a la técnica en el principal valor sagrado secular de las sociedades modernas, identificado con la capacidad humana para intervenir sobre una Naturaleza carente de valor intrínseco, inhóspita e irrelevante. 

Si atribuimos a las narraciones que nos venimos contando a nosotros mismos desde hace varios siglos el extravío cultural de nuestra civilización que ha desencadenado la hybris primordial, esto es, el abandono del respeto y la transgresión sistemática de las reglas que rigen la Vida, se hace fundamental reconstruir nuestra cosmovisión fragmentada, nihilista y agresiva, cuya consecuencia más elemental es la crisis socio-ecológica, síntoma de la crisis civilizatoria que atravesamos. Ante la constatación de que antropológicamente nos es prácticamente imposible vivir sin un sentido de trascendencia, la construcción de una espiritualidad orgánica que reconcilie al ser humano con la Naturaleza desde la apreciación emocional, estética y racional[3] de la trama de la Vida de la que somos parte es una tarea cultural de primer orden para afrontar la crisis civilizatoria. 

Desde la ética ecológica son muchos los autores y las corrientes de pensamiento que han abogado por una espiritualidad laica como fundamento de una ética ecológica[4] que devuelva la experiencia de sentido y trascendencia perdida durante la Modernidad occidental y reconecte la vida humana con el Todo del que forma parte y de cuyo equilibrio y bienestar depende radicalmente. Se trata de una espiritualidad laica pues no se adscribe a ninguna confesión religiosa —aunque tampoco las niega—, sino que cifra su experiencia de sentido, comunión trascendental y concepción de lo sagrado en el despliegue de la Trama de la Vida, las condiciones esenciales que la hacen posible, duradera y floreciente. Hacerlo significa, esencialmente, adoptar una cosmovisión holística (“todo está conectado con todo lo demás”[5]), reconocer nuestra condición ecodependiente y asumir nuestros límites como posibilidad y no como imposición. 

PABLO ALONSO 

Notas

[1] Trad. propia: “Spirituality does not equate with religiosity./Spirituality has been so shaped by religiosity, it’s overshadowed. Religion is easily political. Spirit is easily healing./Where is the spirit in symbiogenesis? Hint: it’s there, somewhere. 19 de octubre de 2020. [Hilo de tuits]

[2] Glenn Albrecht (2020), Las emociones de la Tierra, MRA Ediciones, Barcelona, p. 18.

[3] Tarea en la cual el conocimiento científico es sin duda un aliado imprescindible, aunque no el único ni el más importante.

[4] Destaca la ecología profunda, no exenta de críticas por su perspectiva ecocéntrica, sobre todo por parte del ecologismo social de inspiración marxista, aunque también el humanismo cristiano. En realidad, lo que proponemos aquí no es muy lejano al panteísmo spinozista o la ontología relacional del Budismo.

[5] Uno de los lemas del ecologismo atribuido a Barry Commoner, pionero del ecosocialismo, aunque ya presente como intuición fundamental —una verdad básica— de los saberes tradicionales de la práctica totalidad de pueblos indígenas.

https://www.15-15-15.org/webzine/2021/04/20/sobre-la-necesidad-de-una-espiritualidad-laica-para-afrontar-la-crisis-civilizatoria/


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