EL HOMBRE PERFORMATIVO
DE TIKTOK A GOFFMAN, DESCARTES Y DEBORD
De la viralidad digital a la teoría social, el "hombre
performativo" revela cómo los deseos globalizados moldean identidades
masculinas en un escaparate donde todo es espectáculo
Estamos inmersos en una era donde la autenticidad se ha vuelto moneda de cambio y la imagen parece tener más peso que la esencia. En este contexto, emerge un fenómeno viral: el “hombre performativo”. Este arquetipo no es solo un estilo o una preferencia cultural; es un escenario cuidadosamente construido, una máscara que combina sensibilidad, feminismo y estética, pero cuya sustancia interior muchas veces se queda vacía.
El hombre performativo proyecta la sensibilidad y la
conciencia emocional que cree que las mujeres progresistas desean ver. Matcha
lattes, libros escritos por mujeres, muñecos Labubu y vinilos se convierten en señales de
una narrativa cuidadosamente elaborada. Pero más allá de los gestos y
accesorios, surge la duda: ¿es auténtico o simplemente un espectáculo calculado
para influir en la percepción y, en cierto modo, imponerse moralmente sobre los
demás?
Aquí es donde Guy Debord, Erving Goffman y aun René
Descartes se entrelazan para iluminar el fenómeno. Guy Debord, en La sociedad del espectáculo (1967), nos recuerda que “todo
lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera
representación”. El hombre performativo encarna esa representación: su
existencia está más cerca de un escaparate que de una experiencia genuina,
donde ser y parecer se confunden en
una coreografía de atención y deseo.
En este escenario, las redes sociales y en especial TikTok
funciona como el ágora digital donde la dramaturgia del hombre performativo
alcanza su clímax. Allí, cada gesto es cuantificado en likes, cada
palabra dramatizada en views y cada discurso elevado a
espectáculo de consumo inmediato. La plataforma globaliza el escaparate: lo que
antes quedaba reducido al círculo íntimo de amistades o conocidos, ahora se
transmite a millones en segundos, multiplicando el eco de esa masculinidad
incomoda que busca validación no solo de mujeres concretas, sino de un público
abstracto y masivo, validando en sí mismo su espectáculo como cierto ante
millones.
En este sentido; Erving Goffman, en La presentación de la persona en la vida cotidiana (1959), añade otra capa: En
la vida real, estos tres participantes se condensan en dos; el papel que
desempeña un individuo se ajusta a los papeles representados por los otros
individuos presentes.
Cada tote bag, cada libro o gesto de
sensibilidad no es inocente; es una performance consciente que busca influir en
la percepción de las mujeres y, al mismo tiempo, consolidar una superioridad
moral frente a su entorno. La masculinidad se convierte en escenario, un teatro
donde cada artificio es estratégicamente colocado para impresionar.
En ese sentido, el “hombre performativo” no aparece en el vacío: nace de criterios de gusto femenino que, gracias a las plataformas digitales, se han masificado y normalizado como estándares de atractivo o deseabilidad. TikTok se convierte en el regente de normas en donde esas pautas circulan, se repiten y se hacen virales. Si seguimos a Erving Goffman, este fenómeno confirma la idea de que el individuo es un actor social que ajusta su papel en función de la mirada del otro.
Así, el hombre performativo moldea
sus gestos, su discurso y hasta su sensibilidad no tanto desde un deseo o
encuentro propio, sino en respuesta a lo que imagina que buscan las mujeres; un
papel diseñado para seducir y, al mismo tiempo, para situarse en una aparente
superioridad moral frente a otros hombres que “no saben actuar” dentro de ese
guion.
René Descartes, en Meditaciones
metafísicas (1641), nos
advierte que nuestros sentidos nos engañan: “Pensaré que el cielo, el aire,
la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y las demás cosas exteriores,
no son sino ilusiones y ensueños, de los que él se sirve para atrapar mi
credulidad”.
La feminidad aparente y la sensibilidad performativa de
estos hombres pueden ser solo un espejismo, una construcción diseñada para
atrapar la aprobación y la atención de otros, mientras su autenticidad
permanece oculta.
Esto, invita a reflexionar y cabe preguntarnos si no hemos
caído en un juego demasiado peligroso: aceptar como verdad aquello que solo es
una puesta en escena brillante. Como agentes sociales, y no únicamente como
mujeres, tendríamos que dudar de todo lo que se nos presenta como reluciente.
No basta con consumir esas imágenes y discursos, sino que urge nutrir nuestra
capacidad crítica, para resistir la tentación de abrazar deseos y pensamientos
que, aunque seductores, son fabricados con precisión mediática y se propagan
con la facilidad de un gesto en las redes sociales.
Cuando conjugamos las ideas de estos tres pensadores, el
fenómeno se revela en toda su complejidad: Debord nos muestra el marco social
que lo produce, Goffman la puesta en escena que lo sostiene, y Descartes la
fragilidad de nuestra percepción ante estas ilusiones. Lo que parecía solo un
meme viral se convierte en un espejo que refleja la fragilidad de nuestras
percepciones como sociedad; no sólo destapa una masculinidad que necesita
transformarse en espectáculo para ser valorada, sino que, abre la ventana
y destapa nuestras carencias como agentes sociales.
El hombre performativo no solo cuestiona al individuo, sino
también al tejido social que hace necesario su arquetipo. La sociedad del
espectáculo, la teatralidad de la vida cotidiana y la duda sobre la percepción
se entrelazan para evidenciar una verdad incómoda: la autenticidad se sacrifica
en el altar de la visibilidad, y la fragilidad se oculta tras la máscara de la
moralidad y el estilo. Así, este fenómeno es, más que una curiosidad cultural,
un tratado viviente sobre cómo la masculinidad y el resto de la sociedad
contemporánea navega entre la ansiedad, la imitación y la necesidad de
aprobación.
https://pijamasurf.com/2025/08/el_hombre_performativo_de_tiktok_a_goffman_descartes_y_debord/
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