ÁGUILA SOLITARIA, EL MODERNO EREMITA
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En el valle del Urbión los viejos corrales permanecen en ruina. El sendero que desemboca en la laguna glaciar parece conducir al Pantano de la Tristeza, ese lugar de 'La historia interminable' donde superar la desesperanza. El camino remonta el río con el silencio solo quebrado por las cascadas.
En ese tránsito, montaña adentro, en el refugio de Tacudia, reside desde hace veinte años Sergio Barbero Pecharromán, más conocido como Águila Solitaria. Subsiste como un asceta, sin cazar ni pescar, gracias a su huerto cultivado a 1.200 metros de altitud y a las provisiones que le ceden amigos y senderistas. Este madrileño de 58 años se ha convertido en referente espiritual para algunos y símbolo de lo que otros desearían y no se atreven: vivir en el fin del mundo.
Muchos se lo confiesan, se sienten alienados en la sociedad. «Esa es la paradoja. Yo no vine a retirarme. Al revés, vine al fregado más importante de mi vida. En estos 20 años no he trabajado más ni he estado más activo. Soy una persona sociable pero me aparté para vivir en paz», confiesa Sergio. Llegar a él es una pequeña aventura, más de una hora de coche desde Logroño y otra más a pie.
Allí, en la nada, con la única compañía de un gato y
el Urbión, vive Águila Solitaria, leyenda para algunos pero, en realidad, una
persona que decidió perderse para encontrarse. Fue después de acudir a limpiar
el petróleo vertido por el Prestige en las costas de Galicia y de emprender una
'Marcha por la paz y anticontaminación' a pie por la N-6 hasta Santiago de
Compostela. Entonces decidió buscar su lugar en el mundo y lo encontró en Las
Viniegras gracias a su amigo Manolo, de Nájera.
Hay que ser un lunático o estar muy cuerdo para aguantar allí dos décadas como un moderno eremita. Dejó su trabajo de impresor, dejó a su pareja e inició el que considera su romance con el valle del Urbión. «En un mundo de locos quizás aquellos que, a primera vista, podemos parecerlo más, somos los que hemos mantenido el sentido común ante esta avalancha de sinrazones», argumenta Águila Solitaria.
Allí, asegura, después de que Ramón y
Cajal le provocara «un big bang neuronal», ha estudiado Física Cuántica,
Astrofísica, Química, Matemáticas... Contado así parece una película. Hay una
parecida, 'Hacia rutas salvajes', y acaba mal. Águila Solitaria también cuenta
lo negativo: «Lo más duro de dejar no son las comodidades sino a quienes
quieres. Tampoco he sido un insensato, a 5 kilómetros está la carretera. Era
idílico pero también supe a lo que me iba a enfrentar.
Los fenómenos que han conmocionado al país en los últimos
años, como el confinamiento, la Filomena y el apagón, para él son hechos
cotidianos. Ha llegado a estar dos días sin poder salir del refugio por la
nieve «pero cuando estás enamorado ya pueden caerse los anillos de Saturno que
no te para ni un 20 bajo cero ni dos metros de nieve». También confiesa que la
única tentación que le hizo dudar sobre abandonar su 'Paraíso Urbión' fue una
mujer. Hasta cuatro años ha acumulado sin pisar la civilización, desde la
pandemia hasta enero de 2024. Y contabiliza más de dos meses sin haber visto a
nadie.
A cambio tuvo la compañía del perro Calcetines, ahora de su
gato Piu y hasta de un cervatillo al que alimentó a diario hasta que murió de
sarna. Afirma no disponer de cuenta bancaria ni de propiedades, que regaló su
permiso de conducir a un niño de Viniegra de Abajo y que renuncia al ingreso
mínimo vital. «No se trata de tener, se trata de ser», propone. Vive al margen
pero unas placas solares y la conexión a internet que le presta su amigo Rafa
le permiten conocer la actualidad.
“No soy una persona solitaria, si no me hubiera ido a un
sitio donde no hubiera gente», expone, aunque lo cierto es que, si bien recibe
visitas con cierta frecuencia, el recóndito lugar donde se encuentra no es la
Gran Vía. Esto ha provocado que haya pasado días sin comer, algo a lo que se ha
acostumbrado. Sobre esto recuerda a Epicuro: «Debemos buscar a alguien con
quien comer y beber antes de buscar algo que comer y beber, pues comer solo es
llevar la vida de un león o un lobo». Así, ofrece al visitante su especialidad
culinaria: «Lentejas del Urbión».
Hace unos años, con motivo de la guerra de Siria, Águila
Solitaria inició una huelga de hambre. «No fue de cara a la galería sino una
cuestión personal», destaca. Fueron doce días comiendo lechuga, hasta que
aparecieron unos amigos para sabotear su acción. «Decían que hacer huelga de
hambre sin comida es fácil, así que me trajeron esas tentaciones por las que la
mayoría pierde su integridad, pero resistí hasta que vino Rafa con un guiso muy
rico y se quedó a dormir conmigo. Entonces percibí que lo que tenía que hacer
ya estaba hecho y comí», recuerda.
Aunque es habitual que Águila Solitaria adopte una postura
trascendente y espiritual, no niega que se ha visto obligado a acudir al
terrenal médico y que ha sucumbido a la gula al disfrutar de un pincho de
champiñones del Soriano y una cerveza con limón. Y es que también ha sufrido
duros episodios de enfermedad, a veces por una hernia, otras por lo que define
como «atasco en la nacional intestinal». «Algo me decía que tenía que terminar
la carrera con las llantas como estuvieran, aunque llegaran en alambres»,
exagera. O no."
Porque al acabar el último invierno cree que le
transmitieron un virus que le postró una semana en la cama, sin leña.
«Físicamente me vine abajo totalmente», reconoce, ya de nuevo como Sergio. Pero
afirma no temer a la muerte. «El problema es vivir como un muerto. Entiendo que
hay cosas que no mola hacer, que conllevan un sacrificio, pero hay que
hacerlas», proclama.
Hubo un madrileño que apareció allí para alejarse de un
problema, iba camino de la laguna de Urbión y se paró a charlar con Águila
Solitaria. Después continuó su camino pero al poco regresó sin haber completado
su excursión. Al preguntarle qué había pasado, contestó: «Lo que venía buscando
ya me lo has dado». Y se marchó por donde había venido. Aquel fue un encuentro
fortuito, pero hay quien acude a Tacudia como en busca de un oráculo de Delfos.
Aquí ha venido mucha gente con verdaderos problemas
emocionales, sentimentales y psicológicos», expone. ¿Y no cree que esas
personas necesitan un psicólogo? «Todos necesitamos amor. Quizás de lo que más
orgulloso me siento es de tener ese don de ser persona», contesta. Sin duda lo
es. Y afectuoso, amante de la conversación, con sus humanas contradicciones
porque, aunque ostente una vida contraria al capitalismo, si se encuentra una
Coca-Cola olvidada, fresquita bajo la hermosa cascada La Chorrera, no lo
interpreta como una aparición mariana sino que la bebe agradecido por el
despiste del senderista que la olvidó allí.
A este ermitaño bien afeitado y con coleta de indio le gusta
el heavy, afirma que «la macrocorrupción invade la nación», considera el fútbol
«el opio del pueblo», entiende el enfado de los ganaderos con el lobo, cree que
no todo es culpa del cambio climático, repudia las redes sociales (pero
mantiene un blog) y es consciente de no tener «ningún súper poder», pero
sentencia: «Estoy más implicado con el mundo que esa mayoría que vive ahí, en
un continuo 'carpe diem', como si la cosa no fuera con ellos»; y de alguna
manera tiene razón.
Todo se resume en el aforismo de Hipócrates: «El médico
cura, la naturaleza sana». En su búnker de resistencia, una utopía, agradece
una Telepizza, un bocata de calamares o una cervecita, pero se siente un titán
que, como Atlas, soporta la integridad del mundo.
Águila Solitaria, el moderno eremita
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