17/5/21

Crear “islotes” de resiliencia, para conseguir una civilización más sobria y cooperativa

BIOMIMETISMO: Enfoque ilusorio vs. enfoque utópico

Hay quien piensa que ilusorio es sinónimo de utópico. Nada más lejos de la realidad. Santiago Álvarez Cantalapiedra lo expone claramente en su artículo La utopía en la era del Antropoceno. Mientras que la persona ilusa se hace ilusiones, la utópica tiene ilusiones. El autor nos explica que cuando se formula una utopía no se propone algo imposible, sino que se busca cambiar las coordenadas que lo hacen imposible. La utopía, además de tener un papel crítico, nos ayuda a imaginar alternativas y también nos motiva para la acción. Sin embargo, también nos advierte de un peligro que nos acecha desde hace décadas: el paso de la utopía social a las ilusiones tecnológicas.

De esta misma manera podríamos abordar el posible doble enfoque del biomimetismo: a partir de un prisma ilusorio, pensando que podemos ser capaces de copiar a la naturaleza desde el tecno-optimismo, como a veces se vislumbra en algunos textos de Janine M. Benyus; o bien, intentando imitar las leyes y principios de la naturaleza, como nos proponen autores como Jorge Riechmann o Gauthier Chapelle.

Hacerse ilusiones

Janine M. Benyus, aunque no fuese la primera en usar el término biomimicry, sí lo popularizó en su libro de 1997 Biomímesis: innovaciones inspiradas por la naturaleza, en el que desarrolla la idea de que la especie humana debería imitar las instrucciones de la naturaleza para llevar una vida saludable, sostenible y en equilibrio con la biosfera. Nos cuenta, de manera brillante, cómo los seres vivos han estado perfeccionando sus “tecnologías” unos 3.800 millones de años desde la primera bacteria y cómo consiguen adaptarse al medio sin devorar combustibles fósiles, contaminar el planeta o hipotecar su futuro. Benyus ejemplifica cómo la naturaleza cabalga sobre la luz solar, gasta solo la energía y materia que necesita, ajusta la forma a la función, lo recicla todo, premia la cooperación y la diversidad, se mueve localmente, optimiza y no maximiza ¿Dónde vamos a encontrar un modelo mejor?

La autora nos reta a que exploremos la naturaleza y copiemos sus mejores diseños y procesos, con el fin de solucionar los grandes problemas a los que nos enfrentamos en la actualidad. Nos explica, lúcidamente, de qué forma nos hemos metido en callejones sin salida como el de la agricultura industrial, que ha creado un enfermizo vínculo con las industrias química y petrolera o bien, avisándonos de la rápida pérdida de biodiversidad, que para 2025 puede resultar en una de cada cuatro especies salvajes en peligro de extinción. Benyus hace planteamientos teóricos atrayentes y esperanzadores, como cuando describe el mecanismo fotosintético a nivel molecular y nos invita a estudiarlo e imitarlo.

No obstante, algo falla en el discurso de la autora cuando intenta pasar de la parte teórica a la práctica. Por un lado, aunque cuestione los límites del modelo de civilización industrial, no muestra premura en la necesidad de un cambio, pareciendo plantear más bien una simple modificación en el método científico. Por otra parte, se diría que sufre una confianza ciega en la tecnociencia, en la responsabilidad social corporativa o, incluso, en el capitalismo verde. Concretamente, encontramos en su libro las siguientes afirmaciones:

Cuando la manera de hacer las cosas se vuelva económicamente incómoda, tendrán buenos motivos para probar algo nuevo. Esto podría ocurrir cuando los combustibles fósiles comiencen a agotarse. Cuando llegue ese momento, haremos lo que cualquier otra especie hace bajo la presión del cambio. Comenzaremos a considerar alternativas y adoptar la más creativa, saltando así al próximo nivel evolutivo.

En mi opinión, las razones por las que la industria quiere cambiar no importan. Lo importante, aunque no siempre es de conocimiento público, es que muchas empresas quieran cambiar. Aun cuando estén presionando al Congreso estadounidense para que relajen las regulaciones medioambientales, se están reuniendo para averiguar cómo fabricar productos respetuosos con el planeta».

Estos investigadores [de la fotosíntesis artificial] creen que sabemos lo bastante del secreto guardado para comenzar a construir un duplicado razonable, una célula solar de proporciones moleculares que convierta luz en electricidad, en combustible almacenable…».

En 2015, 18 años después de que Benyus escribiese su libro, parece que seguía opinando lo mismo, cuando divulgó un artículo sobre Bill Gates, en el que mencionaba la fotosíntesis artificial como herramienta para “usar luz solar para convertir el exceso de CO2 atmosférico en combustible”. A la vez, le agradecía incluir a las plantas en el debate sobre las energías limpias. Esto implicaría que en ese momento Benyus permanecía en la esperanza tecnológica de que la fotosíntesis artificial pueda algún día formar parte del sistema energético.

Tener ilusiones

Si nos acercamos a la biomímesis con una triple mirada ―a nivel técnico, estratégico y/o filosófico― se podría decir que, mientras que Janine M. Benyus se centra en el aspecto técnico, Jorge Riechmann y Gauthier Chapelle lo hacen en los aspectos filosófico y estratégico. A diferencia de Benyus, estos dos autores sí proponen un cambio de paradigma.

En concreto, Chapelle (2015) en su libro Le vivant comme modèle nos propone la biomímesis, no como una fuente inagotable de materias primas, sino como una fuente inagotable de conocimiento, que pueda ayudarnos a contemplar el mundo de una manera radicalmente distinta. Por su parte, Riechmann en su libro Un mundo vulnerable entiende que el objetivo primordial del biomimetismo debiera ser la comprensión de los principios del funcionamiento de la vida en sus distintos niveles ―en particular, el sistémico― con el fin de reconstruir los sistemas humanos, de forma que encajen armoniosamente en los sistemas naturales.

Riechmann nos explica, desde un punto de vista filosófico, que ante la pregunta de si la estrategia biomimética pudiese ser una forma de reactualización del derecho natural ―lo que los filósofos llaman “falacia naturalista”― podemos asegurar que no se trata de imitar a la naturaleza porque sea una “maestra moral” sino porque funciona. Reflexiona sobre “la biosfera como un ‘sistema de ecosistemas’ perfectamente ajustado, después de varios miles de millones de años de rodaje, autorreparación, reajuste darwiniano continuo y adaptación mutua (ecoevolución) de todas las piezas de todos los complejísimos mecanismos. No es que lo natural supere lo moral o metafísicamente a lo artificial: es que lleva más tiempo de rodaje”.

En cuanto al trabajo de Benyus, por un lado, el autor francés reconoce que admira cómo ella ha sabido transmitir que, de todas las características de los organismos vivos, la que más nos interesa es la capacidad de perdurar y ser compatibles con el resto de la biosfera. Por su lado, Riechmann permanece con la esencia propuesta por Benyus de una economía sostenible: ciclos de materiales cerrados, sin contaminación, sin toxicidad, movidos por energía solar y adaptados a la diversidad local. Además, reconoce la biomímesis como una buena idea socioecológica y económico-ecológica. Sin embargo, también nos recomienda sofrenar el optimismo tecnológico, que caracteriza nuestras sociedades industriales. Paralelamente, Chapelle nos advierte de que después de 20 años, el biomimetismo corre el peligro de ser diluido e instrumentalizado para comprarnos una buena conciencia sin una puesta en cuestión real del sistema.

Dennis Meadows, junto con Donella, nos avisaban en 1972 de los límites del crecimiento y 40 años más tarde, Dennis nos seguía hablando de que el fin del crecimiento no lo vamos a conducir nosotros, sino la propia naturaleza. Chapelle coincide con esta advertencia, pensando que el gran desafío, al que no escapará ni el mejor enfoque biomimético, es el cambio de paradigma que nos van a imponer a corto plazo los cénits de petróleo y materias primas. Ambos autores nos advierten de que siendo demasiado tarde para pensar en el desarrollo sostenible, con el fin de prepararnos ante los choques es preciso que construyamos pequeños sistemas resilientes, que nos permitan el arranque de una nueva civilización.

Necesidad de una parada brutal y de un biomimetismo radical

Con relación a las transformaciones necesarias, Riechmann reconoce que los privilegiados de este mundo hemos de reducir nuestro impacto ambiental en un factor aproximadamente de diez ―reducir a la décima parte nuestro consumo de energía y materiales― liberando así el espacio ambiental, para que puedan vivir dignamente los seres humanos del Sur y el resto de los seres vivos con los que compartimos la biosfera. Piensa que una parte de estas reducciones pueden lograrse mediante la “revolución de la ecoeficiencia”. No obstante, plantea que esto no será suficiente, por lo que se necesitará que se complemente con una “revolución de la suficiencia”; lo que conlleva una modificación de las pautas de comportamiento, ideas y valores.

Chapelle (2019), tras describirnos la situación caótica en la que nos encontramos y al percibirnos en un mundo víctima de su propia ceguera, reconoce que un número creciente de compañeros y él mismo piensan cada vez más en la necesidad de una parada brutal de esta civilización industrial y el uso de un biomimetismo radical como herramienta de trabajo. Una traducción libre del texto en francés Plaidoyer pour un biomimétisme radical (Alegato por un biomimetismo radical), en el que el autor introduce una mayor radicalidad en sus argumentos, diría:

¿Qué futuro tiene el biomimetismo? ¿Qué sentido tiene continuar desarrollándolo si incluso él mismo, cada vez más, forma parte de un cierto capitalismo adepto al «crecimiento verde», incapaz de poner en cuestión la falta de límites de nuestra civilización? Es aquí donde tiene más sentido el biomimetismo radical, del que habla Emmanuel Delannoy. Esta biomimética podría ayudarnos:

  • Desde ya, en la situación de precolapso, escudriñando los principios y límites planetarios, con el fin de comprender mejor cómo nuestro modo de vida se ha vuelto incompatible con el ecosistema Tierra.
  • Durante los años caóticos de colapso, la biomímesis será útil para desarrollar y hacer prosperar la ayuda mutua.
  • Tras el colapso, junto con otras aproximaciones que nos reconecten con la naturaleza, el biomimetismo será inevitable cuando tengamos que inventar otras formas de vida.

Necesidad de un imaginario social alternativo y de islotes de resiliencia

Podemos ser optimistas, ya que mientras los límites físicos y biológicos son objetivos y no se pueden cambiar, los sociales sí lo pueden hacer. Estos límites sociales, según nos expone Erik Olin Wright en su artículo “Construyendo utopías reales” van a depender de las creencias que tenga la sociedad acerca de qué tipo de alternativas son o no viables, cuáles son deseables y, por supuesto, factibles.

No vamos a engañarnos: el reto no es sencillo, entre otras cosas, porque las instituciones privilegiadas y poderosas se van a oponer. No obstante, la superación de umbrales físicos y biológicos nos va a arrastrar (nos está arrastrando) al cambio, queramos o no; por lo que la idea de modificar el orden social deliberada y conscientemente, para que la vida de la mayoría de la sociedad sea significativamente mejor, es demasiado importante para no intentarlo.

Todo esto nos lleva a plantearnos la necesidad vital de construir un imaginario social alternativo. Como nos dirían Pablo Servigne o Gauthier Chapelle, solo tenemos que crear “islotes” de resiliencia, que nos sirvan de núcleo en esa transición ecosocial esencial hacia un modelo civilizatorio más sobrio y cooperativo, y el biomimetismo podría ser una herramienta útil.

ESTHER OLIVER 

https://www.15-15-15.org/webzine/2021/05/15/biomimetismo-enfoque-ilusorio-vs-enfoque-utopico/  

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