Al otro lado de la realidad, lo “normal” es la disidencia, implícita y
explícita.
Si nos descuidamos, una cierta emboscada conservadora nos atrapará en
el reclamo que implora, a los cuatro vientos, “volver a la
normalidad”. Es un “reclamo” que cree que lo “normal” es estar como
antes. Volver a lo “normal” indica, acaso, estar como cuando no
teníamos problemas o volver a los problemas a que estamos
acostumbrados. No serán considerados aquí casos referidos a la Biología o la
Química, por ejemplo. Lo “normal” sería: situación mundial de guerras, de
falacias mediáticas, de usuras bancario-financieras… lo “normal” sería el
capitalismo.
Discúlpese la obviedad pero el diccionario de la RAE dice: Normal.
1. Dicho de una cosa: Que se halla en su estado natural. 2. Habitual u
ordinario. 3. Que sirve de norma o regla. 4. Dicho de una cosa: Que, por su
naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano.
¿Lo “normal” es según el cristal con que se impone?
¿Cuál sería la “novedad” en la “normalidad”. Es una “nueva” vieja
historieta que ya Lenin, por ejemplo, combatió en su “Materialismo y
Empiriocriticismo”(1908) contra algunos vivales que traficaban con lo
“novísimo”, que no era más que lo viejo sólo que disfrazado de nuevo con
vocabularios enredosos. “Apoyándose en todas estas supuestas novísimas
doctrinas, nuestros destructores del materialismo dialéctico llegan
intrépidamente hasta el fideísmo neto…” la cosa parece ser ahora la misma.
¿De qué ilusionismo hay que echar mano para que lo viejo parezca nuevo? Hay
que estar atentos a que la “Nueva Normalidad” no sea la misma vieja normalidad
opresora sólo que refrita en las sartenes del Reformismo auto-remozado. “…toman
las nuevas formulaciones de los antiguos errores por descubrimientos novísimos…”
Lenin.
“Normal” sería, quizá, cierto estado
en el que las cosas no cambian o cierta “estabilidad” de vida, de ánimo, de
empleo, de salud, de felicidad… es decir, lo “normal” sería una ilusión, una
utopía o un engaño. Ir a una “Nueva Normalidad” en oposición al estado de
pandemia, por ejemplo, significaría haber superado los contagios, la debacle
económica, la rutina laboral y los hábitos asentados antes de que el COVID-19
se detectara y se propagara. Sería una especie de “vuelta de página” superadora
de un momento pretérito.
Entonces ir a lo “normal” “nuevo” no debe ser un retroceso, una reversa del
tiempo. Pero ¿cuándo hubo normalidad? ¿Podría temporizarse,
fecharse, datarse? En un mundo asolado por la anarquía del capital,
el dispendio y la fanfarronada oligarca, donde unos muy pocos controlan la
inmensa mayoría de las riquezas… ¿es eso lo normal? ¿Queremos volver a eso? Si
es que alguna vez salimos.
Nada más anormal que el sistema económico que depreda al planeta y a la
especie humana. Nada más anormal que poner al capital por encima de las
personas; nada más anormal que el sufrimiento de la inmensa mayoría para el
disfrute de una minoría insensible, indolente e irresponsable. Es absolutamente
anormal lo que ocurre en el capitalismo, en su esencia y en su “ADN”. Aunque
estemos muy acostumbrados.
Siempre por imperativo ideológico, para afirmar categóricamente un acierto
o un error, nos trafican el retruécano de la “normalidad” o la “anormalidad”.
Algunos esconden así sus moralismos conservadores. “…impulsados por la ciega
confianza que les inspiran los «novísimos» profesores reaccionarios…”
Lenin. Pero esa parafernalia no es más que el núcleo contradictorio de la conciencia oligarca
y sus patologías axiológicas.
Lo “anormal” para ellos es lo distinto. Lo “normal” les permite diluir
contradicciones en todos los fenómenos y su dialéctica. Lo “anormal” les
complica el paisaje. No fue “normal” (aunque fuera lógica) la revolución
bolchevique, a los ojos de los enemigos que la combatieron -y la combaten-
dentro y fuera de ella. A cierta burguesía le encanta la idea de “normalidad”
porque con ella diluye los abismos de clase fingiéndonos a todos iguales, pero
sin derechos iguales para todos. Lo “normal” es que los ricos vivan bien y que
los pobres padezcan. Por eso la normalidad burguesa es ofrecer igualdad de
oportunidades, pero jamás la igualdad de condiciones.
Aceptar esa “normalidad” hegemónica nos somete y nos diferencia, nos resta
identidad, es la forma de tenernos asustados para no salirnos de los límites. Y
la “normalidad” les sirve, también, para discriminar a personas y grupos que no
aceptan los estereotipos. Para ellos las “periferias” somos “anormales”, raros,
diferentes. Y la idea de “normalidad”, entonces, ratifica y amplifica los
estigmas de clase por geografía, historias, género y etnia. Impone su religión
y su opio mediático. “Es lo normal”, dicen ellos.
Al otro lado de la realidad, lo “normal” es la disidencia, implícita y
explícita. Nadie quiere vivir en la miseria “normalizada”, aunque se la
publicite como muy renovada. Nadie anhela el espectáculo macabro del belicismo
imperial como la “norma” que heredará su prole. Nadie anhela la ignorancia, la
desnutrición, la intemperie ni el desempleo que son tan “normales” en la lógica
burguesa. Lo “normal”, y lógico, es que cada vez más personas, lo expliquen o
no, repudien la idea de entregarse a un sistema de explotación fabricante de
esclavos, enfermos y pueblos despojados.
Lo “nuevo” es que la rebeldía salga por algún lado, que se vuelva
organización, consciente y transformadora, y se vuelva lucha contra las
injusticias, las enfermedades, la frustración o las desesperaciones diversas.
Objetiva y subjetivamente. Lo único realmente nuevo, que no ha sido norma, es
la comunidad que se organiza para sí, libre de clases y sometimiento. Lo
“normal” ha fracasado.
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