24/2/20

La supervivencia de una especie depende de su capacidad de adaptación

NUESTRO FUTURO CAZADOR-RECOLECTOR:
Cambio climático, agricultura y descivilización
Puntos destacados:
  • El clima estable del Holoceno hizo posible la agricultura y la civilización. Hasta entonces, el inestable clima del Pleistoceno las hacía imposibles.
  • Las sociedades humanas después de la agricultura se caracterizaron por el exceso y el colapso. El cambio climático fue causa frecuente de estos colapsos.
  • Las estimaciones de la trayectoria business as usual indican que el clima se calentará entre 3 y 4 °C para el 2100 y hasta 8-10 °C con posterioridad.
  • El futuro cambio climático devolverá al planeta Tierra a las condiciones climáticas inestables del Pleistoceno y la agricultura será imposible.
  • La sociedad humana se caracterizará una vez más por la caza y la recolección.
Resumen:
Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, unos 300.000 años, vivimos como cazadores-recolectores en comunidades sostenibles e igualitarias de unas pocas docenas de personas. La vida humana en la Tierra, y nuestro lugar dentro de los sistemas biofísicos del planeta, cambiaron drásticamente con el Holoceno, una época geológica que comenzó hace unos 12.000 años. Una combinación sin precedentes de estabilidad climática y temperaturas cálidas hizo posible una mayor dependencia de los granos silvestres en varias partes del mundo. Durante los siguientes miles de años, esta dependencia condujo a la agricultura y a sociedades estatales a gran escala. Estas sociedades muestran un patrón común de expansión y colapso.


La civilización industrial comenzó hace unos pocos cientos de años cuando los combustibles fósiles impulsaron la economía humana a un nuevo nivel en su tamaño y complejidad. Este cambio nos trajo muchos beneficios, pero también la crisis existencial del cambio climático a nivel planetario. Los modelos climáticos indican que la Tierra podría calentarse entre 3 °C y 4 °C para el año 2100 y eventualmente hasta 8 °C o más. Esto devolvería al planeta a las condiciones climáticas inestables del Pleistoceno, cuando la agricultura era imposible.

Podrían promulgarse políticas para hacer menos devastadora la transición de la civilización industrial y mejorar las perspectivas de nuestros descendientes cazadores-recolectores. Esto incluiría políticas agresivas para reducir los extremos a largo plazo del cambio climático, políticas drásticas de reducción de la población, la reforestación y la protección de las culturas indígenas que quedan en el mundo.


1. Introducción
Los humanos anatómicamente modernos, el Homo sapiens, hemos habitado la tierra durante más de 300.000 años. (Stringer & Galway-Witham, 2017). Durante al menos el 97% de este tiempo, nuestros antepasados ​​cazadores-recolectores vivieron como muchos otros grandes depredadores, en pequeños grupos dentro de los límites de los ecosistemas locales. (Diamond, 1987; Gowdy, 1998; Ponting, 2007). Las poblaciones humanas crecieron y disminuyeron con los cambios en el clima y los recursos alimenticios que fluyen directamente de la naturaleza, es decir, de los cientos de plantas y animales de los que dependían. La vida humana en la Tierra, y nuestro lugar dentro de esa red de vida, cambió dramáticamente durante el Holoceno, una época geológica que comenzó hace unos 12.000 años.

Una combinación sin precedentes de estabilidad climática y temperaturas cálidas hizo posible una mayor dependencia de los granos silvestres en varias partes del mundo. Durante los siguientes miles de años, esta creciente dependencia llevó a la agricultura y a las sociedades estatales a gran escala (Gowdy & Krall, 2014), sólo unos pocos miles de años después de que la agricultura sedentaria comenzara a extenderse y a convertirse en dominante en el Medio Oriente, el sur de Asia, China y Mesoamérica. A lo largo de ese período de tiempo relativamente corto, la agricultura causó que la población humana mundial explotara desde entre 4 y 6 millones de individuos a más de 200 millones al comienzo de la Era Común (EC) hace 2.000 años. (Biraben, 2003).

La adopción de la agricultura empeoró la situación de la gente común durante milenios. La salud física declinó dramáticamente y la mayoría de las personas del mundo nacieron en sistemas de castas rígidas y vivieron como unos esclavos virtuales o reales. De acuerdo con Larsen (2006 p. 12): “Aunque la agricultura proporcionó la base económica para el surgimiento de los estados y el desarrollo de las civilizaciones, el cambio en la dieta y en la consecución de alimentos dio lugar a un declive en la calidad de vida de la mayoría de las poblaciones humanas en los últimos 10.000 años”. Después de la agricultura, los seres humanos se hicieron más bajos y menos robustos y sufrieron enfermedades más debilitantes —desde la lepra hasta la artritis o la caries dental— que sus homólogos cazadores-recolectores. (Cohen & Crane-Kramer, 2007).

Sólo en los últimos 150 años aproximadamente, la longevidad, la salud y el bienestar de la persona promedio volvió a alcanzar a las del Pleistoceno Superior. La esperanza de vida media de los seres humanos en 1900 era de unos 30 años, y para los cazadores-recolectores del Pleistoceno Superior era de unos 33 años.[1] Dadas las graves consecuencias económicas previstas del cambio climático y de la aniquilación biológica, es dudoso que estas mejoras puedan mantenerse. Debe tenerse la precaución de no ver los logros del pasado muy reciente como representativos de las consecuencias para la salud y el bienestar de la revolución agrícola.

La agricultura y la civilización fueron posibles gracias al clima inusualmente cálido y estable del Holoceno. Antes de eso, las variaciones anuales de temperatura y precipitaciones hacían que la agricultura fuera demasiado poco fiable para sostener comunidades asentadas con grandes poblaciones. El clima de la Tierra ha sido inusualmente estable durante unos 10.000 años. Pero con el aumento del nivel de CO2 causado por el hombre nos hemos quedado atrapados en un nuevo período de inestabilidad climática que los científicos predicen que será comparable a las condiciones del Pleistoceno. Durante esa época, los cambios climáticos desde períodos cálidos hacia las glaciaciones fueron desencadenados por las oscilaciones en los niveles de CO2 atmosférico de aproximadamente 50 ppm alrededor del promedio de 250 ppm. Las variaciones de temperatura fueron de unos 4 °C con respecto a la media.

Sólo en los últimos 70 años la actividad humana ha aumentado los niveles de CO2 atmosférico en 100 ppm, [elevando la concentración] a más de 400 ppm, y la temperatura media de la Tierra ha aumentado en 1 °C. A menos que se tomen medidas draconianas para detener el aumento del CO2 atmosférico, la temperatura global probablemente aumentará al menos 3 °C por encima de la actual para el año 2100 y podría eventualmente aumentar en 8 °C o más (el llamado mega-invernadero). Dada la gran población humana, los probables efectos del cambio climático en la estabilidad económica y social, y la potencial fragilidad del sistema agro-industrial mundial, es poco probable que la civilización humana pueda sobrevivir al mega-invernadero que se avecina. La perspectiva del colapso de la civilización ha entrado ahora en la corriente principal del discurso científico y popular (BBC, 2019Diamond, 2019; Spratt & Dunlop, 2019).

En la siguiente argumentación, el período de dos a tres siglos en el futuro se utilizará como un punto de referencia general para los efectos finales del cambio climático causado ​​por el hombre. Esta visión a largo plazo evita el atolladero del colapso inmediato frente a las discusiones de cénit y declive (Randers, 2008 y 2012) y también nos acerca al probable pico final de temperatura y nivel de CO2 del escenario business as usual.

2. La estabilidad climática y el origen de la agricultura

La evidencia sugiere que la estabilidad climática única del Holoceno hizo posible la agricultura y que la inestabilidad climática de épocas anteriores la había hecho hasta entonces imposible (Richerson, Boyd, & Bettinger, 2001: Feynman & Ruzmaikin, 2018).
Durante el Pleistoceno hubo varios episodios en los que el clima de la tierra era tan cálido como el actual, pero éstos fueron breves en comparación con el Holoceno. La inestabilidad climática dominó durante los 2,5 millones de años del Pleistoceno. Los cambios en las temperaturas mundiales promedio de hasta 8 °C ocurrieron a lo largo de tan solo dos siglos. (Bowles & Choi, 2012).

Las impredecibles fluctuaciones climáticas anuales antes del Holoceno hacían imposible cualquier intento incipiente de agricultura a gran escala. Un ejemplo de ello es la cultura Natufiana que comenzó a trabajar en la agricultura cuando la Tierra se calentó y estabilizó justo antes del Holoceno, pero la abandonó durante el abrupto enfriamiento del Dryas Reciente, que comenzó hace unos 13.000 años. (Munro, 2004). Otro factor que inhibió la agricultura es que la productividad de las plantas en el Pleistoceno tardío fue baja debido a la reducción del nivel de CO2, hasta alrededor de las 200 ppm en comparación con las 250 ppm de principios del Holoceno. La evidencia sugiere que la cantidad total de carbono orgánico almacenado en la tierra era un 33-60 % menor en el Pleistoceno tardío comparado con el Holoceno. (Beerling, 1999; Bettinger, Riche, rson & Boyd, 2009).

La agricultura surgió de la convergencia de una serie de fenómenos aparentemente no relacionados entre sí que impulsaron la evolución de un sistema económico complejo y expansivo. Entre ellos se encuentran la estabilidad climática sin precedentes del Holoceno, la evolución de la socialidad humana y nuestra capacidad para cooperar con otras personas sin relación directa. Una vez que la agricultura comenzó a arraigarse, la selección natural que operaba en poblaciones diversas, impulsada por los requerimientos económicos de la producción de alimentos excedentes, favoreció a aquellos grupos que mejor podían aprovechar las economías de escala en la producción, el mayor tamaño del grupo y una compleja división del trabajo. La sociedad humana se transformó en una máquina económica unificada, interdependiente y altamente compleja (Gowdy & Krall, 2013, 2014, 2016).

3. Vulnerabilidad al cambio climático después de la revolución agrícola
El registro arqueológico e histórico de las primeras sociedades agrícolas estatales muestra un patrón común de rápida expansión, seguida de colapso y pérdida de complejidad. (BBC, 2019; Diamond, 2005; Ponting, 2007; Tainter, 1988). Los ejemplos incluyen el Imperio Acadio, el antiguo Reino de Egipto, los Mayas Clásicos y la cultura de Harappa en el valle del Indo. Estas civilizaciones se desintegraron debido a una variedad de factores que incluyen la pérdida de la fertilidad del suelo, la erosión por la dependencia de las plantas anuales, la salinización del suelo, el mal manejo del agua y la incapacidad de soportar sequías prolongadas. El cambio climático se acepta cada vez más como uno de los principales impulsores del colapso de las sociedades en el pasado. (Diamond, 2005; Weiss & Bradley, 2001). Las sociedades agrícolas también se han visto afectadas por la inestabilidad provocada por los efectos desestabilizadores de la desigualdad basada en las castas (el control hereditario del excedente económico) y la sobreexplotación de la naturaleza. (Scheidel, 2017; Scott, 2017).

Después del establecimiento inicial de la agricultura hubo un período de varios miles de años de pequeñas comunidades asentadas, sociedades sin Estado que practicaban una combinación de agricultura y recolección. Scott (2017) sostiene que, en el Cercano Oriente, a lo largo del río Indo, la costa de China y el Valle de México, estas primeras sociedades agrícolas se basaban en humedales fluviales con llanuras aluviales inundables que hacían que la agricultura fuera relativamente fácil y se complementara fácilmente con una variedad de peces, plantas acuáticas y animales. Las sociedades de los humedales eran “ambientalmente resistentes a la centralización y al control desde arriba”. Varios factores fueron responsables de la desaparición de las sociedades de los humedales y de la fase posterior de rápido crecimiento demográfico y el surgimiento de sociedades estatales centralizadas, incluyendo la agricultura cerealística y la guerra como política económica del Estado, pero un factor clave fue el cambio climático.

La conexión entre la agricultura, la desestabilización climática y el colapso de la civilización está bien establecida. (Weiss, 2017). El colapso del Imperio Acadio fue provocado por una grave sequía que duró siglos (Kerr, 1998; Weiss et al., 1993). Varias civilizaciones en China se desintegraron debido a inundaciones extraordinarias que formaron parte de una convulsión climática hace unos 4.200 años. (Huang, Pang, Zha, Su, & Jia, 2011). El colapso de la civilización maya ha sido atribuido a una grave sequía. (Haug et al., 2001). El colapso de la civilización de Harappa fue impulsado por una prolongada sequía. En el Oriente Medio, el período de hace entre 5.500 a 4.500 años se caracterizó por una aridez creciente, una fuerte disminución del nivel del mar y reducción del flujo de agua en el río Éufrates. (Nissen, 1988). Las marismas circundantes se redujeron y proporcionaron menos subsistencia a la población. El aumento de la salinidad del suelo redujo la cantidad de tierra cultivable. La creciente escasez de alternativas a la agricultura aumentó la dependencia de los cereales. Las consecuencias negativas de la disminución de la base de subsistencia promovieron la concentración de la población y la concentración del poder político y económico. Scott (2017 p. 121) escribe:

La escasez de agua de riego confinó a la población cada vez más en lugares bien regados y eliminó o disminuyó muchas de las formas alternativas de subsistencia, como la búsqueda de alimentos y la caza… La aridez demostró ser un apoyo para la creación del Estado al proporcionar, por así decirlo, una población reunida y cereales, concentrados en el espacio de un estado embrionario que no podía, en esa época, haberse reunido por ningún otro medio.

El cambio climático también puede haber desempeñado un papel importante en la transición hacia sociedades estatales en el Valle del Nilo. El caudal del río Nilo disminuyó considerablemente hace unos 5.300 años, lo que dio lugar a una mayor concentración de las poblaciones y a un control más centralizado para gestionar unos recursos cada vez más escasos. El clima progresivamente más árido concentró la población en asentamientos más grandes y requirió la intensificación de la producción agrícola para compensar la reducción de los recursos en los humedales. Con la concentración de las poblaciones, la mayor dependencia del almacenamiento de granos y sin la protección de los pantanos, las ciudades se convirtieron en blanco de los saqueos. El saqueo y la guerra se convirtieron en otra opción de subsistencia en el escenario mundial (Turchin, Currie, Turner, & Gavrilets, 2013).

Después de la agricultura, se produjo un segundo cambio radical en la organización económica y social con la afluencia masiva de la energía de los combustibles fósiles que desencadenó la Revolución Industrial. La vida económica pasó de ser predominantemente agrícola a ser una vida dominada por la manufactura, el comercio y las finanzas (Hall & Klitgaard, 2011). La energía de los combustibles fósiles es flexible, almacenable y transportable y transformó todos los aspectos de la sociedad humana, desde la capacidad de un individuo para realizar un trabajo hasta el tamaño de la población mundial. Los combustibles fósiles también han transformado el clima y nos han encerrado en sistemas agrícolas, industriales y financieros cada vez más complejos y frágiles. La agricultura industrial moderna depende de los combustibles fósiles cada vez más costosos en términos de retorno de energía sobre la energía invertida (Hall & Klitgaard, 2011). También depende de la estabilidad de los mercados mundiales y las instituciones económicas, y de la capacidad de las tecnologías complejas para responder rápidamente a una variedad de amenazas climáticas y biológicas. Nuestro sistema de agricultura industrial depende de la relativa estabilidad climática del Holoceno y de la abundancia y accesibilidad de los combustibles fósiles, la principal fuente de CO2 desestabilizador del clima.

4. El mega-invernadero que se avecina
La mayoría de las declaraciones sobre el cambio climático utilizan una frase del estilo de esta: “desde la Revolución Industrial la temperatura de la tierra ha aumentado 1 °C”. Esto es cierto, pero la alteración de la atmósfera terrestre por la actividad humana es un fenómeno muy reciente y rápido. La mayor parte de ese aumento de 1 °C en la temperatura media de la tierra desde la época preindustrial se ha producido desde 1980. La mayor parte del aumento del CO2 atmosférico (de unas 310 ppm a 410 ppm) ha ocurrido desde 1950. El 75% de la quema de combustibles fósiles y del CO2 antropogénico en la atmósfera se ha producido desde 1970. Los efectos de las emisiones antropogénicas de CO2 apenas los hemos comenzado a sentir.

Las proyecciones del cambio climático son cada vez más alarmantes, ya que se vuelven más precisas, por ejemplo, refinando los efectos de la luz solar reflejada por las nubes a medida que la tierra se calienta, y modificando las proyecciones utilizando eventos de calentamiento pasados para calibrar las interacciones entre el CO2, la temperatura, el aumento del nivel del mar y los efectos de las retroalimentaciónes.[2] Brown y Caldeira (2017) sugieren que hay un 93% de posibilidades de que los aumentos de temperatura superen los 4 °C para fines de este siglo. Un informe del Banco Mundial (2012 p. xiii) advierte:
Si no se adoptan nuevos compromisos y medidas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, es probable que el mundo se caliente más de 3 °C por encima del clima preindustrial. Incluso con los actuales compromisos y promesas de mitigación plenamente cumplidos, hay aproximadamente un 20 por ciento de probabilidades de que se superen los 4 °C para 2100. Si no se cumplen, podría producirse un calentamiento de 4 °C ya en la década de 2060. Este nivel de calentamiento y el consiguiente aumento del nivel del mar de 0,5 a 1 metro, o más, para 2100 no sería el punto final: en los siglos siguientes probablemente se produciría un nuevo calentamiento a niveles superiores a los 6 °C, con varios metros de aumento del nivel del mar.

La proyección de la mediana de las políticas no agresivas y altas emisiones del IPCC (2014) para 2100 es un calentamiento de 4 °C (RCP8.5). La actual falta de políticas eficaces para hacer frente al cambio climático, incluso frente a las advertencias cada vez más graves, sugiere que las proyecciones de altas emisiones proporcionan los escenarios de cambio climático más precisos (Gabbatiss, 2017).

Los escenarios optimistas del IPCC (RCP2.6, RCP4.5) asumen esquemas de geoingeniería aún no factibles para eliminar el CO2 atmosférico. Las emisiones anuales han aumentado significativamente desde el Protocolo de Kyoto hace veinte años. Ningún país industrial importante está en camino de cumplir los compromisos del (muy modesto) acuerdo de París (Wallace-Wells, 2017). Parece poco probable que las políticas requeridas para mantener el calentamiento a niveles manejables se implementen a tiempo para evitar un cambio climático catastrófico.

Las consecuencias a largo plazo del cambio climático han recibido relativamente poca atención. (Bala, Caldeira, Mirin, Wickett, & Delire, 2005; Gowdy & Juliá, 2010; Kasting, 1998). La mayoría de las proyecciones del calentamiento global se centran en el año 2100 o en los efectos de la duplicación del CO2 (desde el nivel preindustrial de 275 ppm-550 ppm). La falta de atención al muy largo plazo es una seria deficiencia, ya que los modelos integrados de carbono y clima proyectan que si el CO2 de los recursos actuales de combustibles fósiles in situ continúa siendo liberado a la atmósfera, la concentración máxima de CO2 atmosférico podría exceder las 1400 ppm para el año 2300 y la temperatura global promedio podría calentarse en 8 °C o más. (Bala et al., 2005; Kasting, 1998). Un nivel de CO2 de 1400 ppm aumentaría el riesgo de un aumento de la temperatura de hasta 20 °C, lo que sin duda tendrá consecuencias catastróficas para toda la vida en la Tierra. Resulta escalofriante considerar que los niveles actuales de CO2 son más altos que en cualquier otro momento en los últimos 15 millones de años. (World Bank, 2012 p. xiv).

La principal variable políticamente relevante para la temperatura de la Tierra es la cantidad de CO2 en la atmósfera. La contribución humana a los aumentos de CO2 es en gran parte el resultado de la quema de combustibles fósiles. A menos que se combinen con políticas para dejar los combustibles fósiles bajo el suelo, otras fuentes de energía simplemente complementarán, no reemplazarán, a los combustibles fósiles. Los futuros aumentos del total del CO2 atmosférico dependen principalmente de la cantidad total de carbono de los combustibles fósiles que se quemen. El carbono accesible de los combustibles fósiles –principalmente carbón– es tan vasto que si la quema continúa, las opciones de mitigación actualmente factibles, como la reducción moderada de las tasas de emisión de CO2, el secuestro limitado y la reforestación, tendrán un efecto insignificante en la concentración atmosférica final de CO2 (Caldeira & Kasting, 1993; Matthews & Caldeira, 2008). Incluso si las políticas de mitigación del cambio climático reducen las tasas de emisión de CO2, las concentraciones atmosféricas de CO2 continuarán aumentando hasta que las emisiones caigan a la tasa de eliminación natural. Gran parte del CO2 emitido permanece en la atmósfera siglos o incluso milenios después de su liberación. Archer (2005) sugiere que 300 años es un buen promedio de la vida media para el CO2 y que el 17–33% del CO2 permanecerá en la atmósfera 1.000 años después de su emisión. Montenegro, Brovkin, Eby, Archer y Weaver (2007) sugieren que el carbono liberado puede permanecer en la atmósfera un promedio de 1.800 años o más. De acuerdo con Archer & Brovkin (2008 p. 283): “La recuperación final tiene lugar en escalas de tiempo de cientos de miles de años”. Los efectos de la quema de combustibles fósiles son irreversibles en una escala de tiempo relevante para los humanos.

5. La agricultura será imposible en el clima post-Holoceno
Con la futura inestabilidad climática ya asegurada en el sistema por la reciente actividad humana, lo más probable es que volvamos a la volatilidad climática del Pleistoceno. El cambio climático afectará adversamente a la agricultura de varias maneras, incluyendo el aumento del nivel del mar, temperaturas medias más altas, calor extremo, cambios en los patrones de precipitaciones y la pérdida de polinizadores. Los cambios menos comprendidos incluyen los efectos sobre las plagas agrícolas, la composición del suelo y la respuesta en el crecimiento de los cultivos al aumento de los niveles de CO2.

La posible volatilidad del clima si la Tierra vuelve al régimen climático de los últimos miles de años del Pleistoceno. La agricultura era imposible en el pasado debido a la inestabilidad climática y es probable que vuelva a ser imposible si vuelven a darse condiciones similares.

El aumento de la volatilidad climática podría ocurrir muy pronto. Según Batissti (citado en Wallace-Wells, 2017):
Para el 2050, en un escenario típico de emisiones moderado, se está viendo una duplicación de la volatilidad de los cereales en las latitudes medias. En lugares como China, Estados Unidos, Europa, Ucrania –los graneros del mundo– la volatilidad de un año a otro sólo por la variabilidad natural del clima a una temperatura más alta va a ser mucho mayor. El impacto en los cultivos va a ser cada vez mayor.

La capacidad de la agricultura para adaptarse al cambio climático dependerá de la rapidez de los cambios, así como de su gravedad. El cultivo intensivo de alta tecnología en la escala masiva requerida para soportar miles de millones de personas más será prohibitivamente costoso solo en términos de la energía requerida. La viabilidad de trasladar masivamente los cultivos al norte para evitar temperaturas más cálidas es limitada debido a la mala calidad de los suelos en lugares como el norte de Canadá y Rusia. Además, las fluctuaciones de temperatura serán mayores hacia los polos. Por ejemplo, aunque los veranos más largos en Groenlandia han aumentado la temporada de cultivo en dos semanas, se están volviendo más secos y las precipitaciones se han vuelto más impredecibles, con efectos adversos para los cultivos y el ganado (Kintisch, 2016).

El aumento del nivel del mar será un factor de estrés importante para la producción agrícola con la pérdida de tierras agrícolas y el aumento de la salinidad debido a las mareas de tormenta. Según Hansen et al. (2016) durante el último periodo interglacial, hace unos 140.000 años, la tierra era alrededor de 1 °C más caliente que hoy en día y los niveles del mar eran 6-9 metros más altos con evidencia de tormentas extremas. Su modelización implica que un calentamiento de 2 °C causaría una eventual detención de la corriente del Atlántico Norte, un derretimiento del hielo en los océanos Atlántico Norte y Sur causando mayores gradientes de temperatura y tormentas más graves, y un aumento del nivel del mar de varios metros en un lapso de tiempo muy corto de 50-150 años. Fischer et al. (2018 p. 474) explican:
Un calentamiento global promedio de 1-2 °C con una fuerte amplificación polar ha estado acompañado en el pasado por cambios significativos en las zonas climáticas y la distribución espacial de los ecosistemas terrestres y oceánicos. El calentamiento sostenido a este nivel también ha llevado a reducciones sustanciales de las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida, con aumentos del nivel del mar de al menos varios metros en escalas de tiempo milenarias.

Wallace Broecker ha llamado a la circulación termohalina oceánica “el talón de Aquiles del sistema climático”. Estima que si no fuera por el rumbo actual de esta circulación, las temperaturas promedio de invierno en Europa caerían 20 grados o más. Según advierte (citado en Smith, 2019):
Seguramente existe la posibilidad de que la actual acumulación de gases de efecto invernadero pueda desencadenar otra de estas reorganizaciones oceánicas y, por lo tanto, los cambios atmosféricos asociados. Si esto sucediera dentro de un siglo, en un momento en que estemos luchando por producir suficientes alimentos para alimentar a la población proyectada de 12.000 a 18.000 millones de personas, las consecuencias podrían ser devastadoras.

Otra amenaza para la agricultura, en parte debida al cambio climático, es la pérdida de polinizadores que ya está en marcha (United Nations, FAO, 2019).

El aumento de las temperaturas tendrá un efecto devastador en la productividad agrícola, especialmente dada la sensibilidad de los granos a las temperaturas extremas. Se estima que el 60% de las calorías consumidas por los humanos provienen de solo tres granos: maíz, arroz y trigo. El modelo desarrollado por Battisti & Naylor (2009 pp. 240-241) indica una probabilidad superior al 90 % de que las temperaturas medias del período de cultivo superen las temperaturas estacionales más extremas registradas entre 1900 y 2006 para la mayoría de los trópicos y subtrópicos. Durante el calor récord en Europa en el verano de 2003, la producción de maíz disminuyó un 30% en Francia y un 36% en Italia. Un estudio realizado en 2008 reveló que el sur de África podría perder el 30% de su cosecha de maíz para 2030 debido a los efectos negativos del cambio climático. Las pérdidas de las cosechas de maíz y arroz en el sur de Asia también podrían ser significativas (Lobell et al., 2008).

El cambio climático exacerbará la inestabilidad social y política. Es difícil establecer una relación directa de causa y efecto entre el cambio climático y el conflicto social, pero las correlaciones dan que pensar (Burke, Hsiang, & Miguel, 2015). Las guerras en Dafur y Siria y las migraciones masivas del norte de África se han vinculado con las sequías. El climatólogo Michael Mann ha observado: “El levantamiento sirio fue impulsado por otra sequía que fue la peor de la que se tenga registro: el paleorregistro sugiere que fue la peor en 900 años. La sequía es algo serio, está detrás de muchos de los conflictos que vemos” (citado en Wallace-Wells, 2017). A medida que se acelere el cambio climático, las migraciones serán impulsadas no solo por la sequía, sino también por el aumento del nivel del mar y la inhabitabilidad de gran parte del sur de Asia y Medio Oriente debido a las temperaturas extremas. Clark et al. (2016 p. 363) escriben: “Dado que el calentamiento del final de la glaciación condujo a una profunda transformación de la Tierra y de los sistemas ecológicos, el calentamiento proyectado de 2,0-7,5 °C por encima de las condiciones ya cálidas del Holoceno (a ritmos mucho más rápidos que los experimentados durante el fin de la glaciación) también remodelará la geografía y la ecología del mundo”. La migración masiva y los conflictos resultantes por el agua y los alimentos probablemente desestabilizarán las sociedades futuras.

6. Nuestro futuro cazador-recolector
¿La transición a la caza y la recolección será el resultado de un colapso catastrófico de la civilización o de una contracción semi-ordenada? Se pueden dar sólidos argumentos para prever un repentino colapso catastrófico y una masiva mortandad del Homo sapiens (Ehrlich & Ehrlich, 2013Morgan, 2009; Spratt & Dunlop, 2019). Un reportaje de la BBC sobre el colapso de la civilización (BBC, 2019) explica que:
Las sociedades del pasado y del presente no son más que sistemas complejos compuestos por personas y tecnología. La teoría de los “accidentes normales” sugiere que los sistemas tecnológicos complejos suelen dar lugar a fallos. Por lo tanto, el colapso puede ser un fenómeno normal para las civilizaciones, independientemente de su tamaño y complejidad. Puede que ahora estemos más avanzados tecnológicamente. Pero esto da pocos motivos para creer que somos inmunes a las amenazas que desataron nuestros antepasados. Nuestras nuevas habilidades tecnológicas añaden incluso nuevos desafíos sin precedentes a la mezcla. Y aunque nuestra escala sea ahora global, el colapso parece ocurrir tanto a los imperios en expansión como a los reinos en ciernes. No hay razón para creer que un tamaño mayor es una armadura contra la disolución de la sociedad. Nuestro sistema globalizado, fuertemente acoplado, es, si acaso, más probable que haga que la crisis se extienda.

El colapso no es un prerrequisito necesario para un futuro cazador-recolector para nuestra especie. Nuestra especie puede evitar el colapso y tener algún tipo de contracción semi-ordenada de la población humana y de nuestro impacto en la biosfera. De una manera u otra, con el estrés ambiental en la agricultura por el futuro cambio climático y la inevitable disminución de la producción de alimentos, el número de humanos en el planeta se reducirá drásticamente en los próximos siglos. A medida que las poblaciones humanas se reduzcan y la producción de granos se vuelva problemática, las sociedades estatales tal como las conocemos serán cada vez más difíciles de mantener. Esto será bueno para el planeta y para el bienestar humano individual. Scott (2017) argumenta que en el pasado la gente común estaba mejor tras los colapsos de las sociedades estatales. Afirma que el período desde la primera aparición de los estados hasta su completa hegemonía unos 5.000 años después fue una “edad de oro de los bárbaros”. Los bárbaros tenían la autonomía para dedicarse a una agricultura limitada, a la recolección y caza, y tenían la oportunidad de tomar parte del botín del Estado a través de incursiones y saqueos. Los bárbaros, según Beckwith (2009 p. 76, citado en Scott pp. 232-233):
Estaban en general mucho mejor alimentados y llevaban una vida más fácil y larga que los habitantes de los grandes estados agrícolas. Había una constante fuga de pueblos que escapaban de China a los reinos de la estepa oriental, donde no dudaban en proclamar la superioridad del estilo de vida nómada. Del mismo modo, muchos griegos y romanos se unieron a los hunos y a otros pueblos en Centroeuropa, donde vivieron mejor y fueron tratados mejor que en su país.

Se puede prever una disminución relativamente lenta de la producción de alimentos a medida que el cambio climático se haga más y más pronunciado, y una disminución de la población y de la producción económica. La disminución del superávit económico limitará cada vez más la capacidad de los estados para mantener su monopolio sobre la violencia y su capacidad para controlar a la población. Puede que sea poco probable, pero si los efectos del cambio climático son suficientemente graduales, puede ser posible un aterrizaje suave en una economía no agrícola.

¿Seremos demasiado estúpidos para ser cazadores-recolectores?
El cerebro humano se ha estado reduciendo rápidamente desde la agricultura, (de 1.500 cc a 1.350 cc). Este hecho está bien documentado y es independiente de la raza, el sexo y la ubicación geográfica. Por ejemplo, Henneberg (1988, p. 395) escribe sobre la disminución de la capacidad craneal en Europa y el norte de África durante el Holoceno:
Tanto para los hombres como para las mujeres la disminución a través del tiempo es suave, estadísticamente significativa e inversamente exponencial. Una disminución de 157 cc (9,9% del valor mayor) en los varones y de 261 cc (17,4%) en las hembras es considerable, del orden de magnitud comparable a la diferencia entre los promedios de H. erectus y H. sapiens sapiens.

Si nuestros cuerpos se hubieran encogido al mismo ritmo que nuestros cerebros, el humano promedio tendría 1,2 m de altura y pesaría 29 kilos (http://superscholar.org/shrinking-brain/). De acuerdo con Hawks (2011) la disminución del tamaño del cerebro durante los últimos 10.000 años es casi 36 veces la tasa de aumento durante los 800.000 años anteriores. No hay evidencia de que seamos igual de inteligentes, o incluso más inteligentes, porque nuestros cerebros se hayan optimizado para ser más eficientes. No hay evidencia de que el cerebro humano se haya vuelto más complejo a medida que se ha encogido.

Para empeorar las cosas, hay pruebas de que los altos niveles de CO2 provocan una disminución de la capacidad cognitiva. Un estudio reciente encontró un declive del 15% en la capacidad cognitiva cuando los niveles de CO2 alcanzaron las 950 ppm y un declive del 50% cuando alcanzaron las 1.400 ppm. Los niveles ambientales de CO2 probablemente alcanzarán las 1.000 ppm en algún momento del próximo siglo.


6.1. Mantener la agricultura será poco probable después de la transición climática y el fin de los combustibles fósiles.
Sin la bonanza de los combustibles fósiles del siglo XX, y dada la futura inestabilidad climática, la escasez de agua y los suelos degradados, la agricultura de granos a gran escala será imposible en los próximos 100-200 años. Los principales cultivos de los que dependemos ya están mostrando signos de estrés debido al cambio climático. Aproximadamente la mitad de la población mundial depende del arroz como principal fuente de calorías (Nguyen, 2005). La producción de arroz se verá afectada por la subida del nivel del mar y el aumento de la temperatura media. El aumento de las temperaturas provoca un aumento de la esterilidad de las plantas de arroz y una mayor pérdida neta de energía durante la noche porque las plantas son más activas que a temperaturas más altas. Kucharik y Serbin (2008) estimaron que cada aumento adicional de 1 °C en la temperatura de verano provocaría una disminución de la producción de maíz y soja en un 13% y un 16%, respectivamente. El trigo también se está viendo afectado negativamente por el cambio climático. Un modelo de simulación realizado por Asseng, Foster, y Turner (2011), utilizando datos australianos, encontró que las variaciones en las temperaturas medias de la temporada de cultivo de 2 °C pueden causar reducciones en la producción de grano del 50 %.

Supongamos que se produce un descenso precipitado de la población humana y que nuestra especie se caracteriza de nuevo por bandas aisladas de cazadores-recolectores. ¿Regresaría la agricultura nuevamente? Probablemente no, porque:
  1. las temperaturas serían demasiado inestables para soportar los principales cultivos de granos;
  2. las variedades de arroz, trigo y maíz que se cultivan actualmente no podrían sobrevivir sin ayuda humana y desaparecerían, y
  3. los cazadores-recolectores humanos del Pleistoceno no eligieron la agricultura y es poco probable que lo hagan en el futuro (Gowdy & Krall, 2014
    6.2. El medio ambiente se recuperará a medida que cese la dominación humana de la Tierra
    Se han realizado varios experimentos naturales a raíz de las consecuencias imprevistas del abandono de grandes áreas por parte de los humanos. La tierra contaminada alrededor de Chernobyl y Fukushima, Japón, es ahora abundante en fauna y flora, así como la tierra de nadie desmilitarizada entre Corea del Norte y Corea del Sur. Cuando la dominación humana de la naturaleza termina, el mundo biológico tiene una asombrosa capacidad de curarse a sí mismo. ¿Qué quedará de la naturaleza en el siglo XXII y más allá? Probablemente lo suficiente para mantener una población de cazadores-recolectores humanos. La rápida evolución ocurrirá en nuevos territorios. La recuperación de plantas y animales dependerá de la severidad de los impactos del cambio climático en el mundo biológico, por ejemplo, la cantidad de tierra habitable después de la subida del nivel del mar y el incremento de temperaturas regionales letales. Dada la resistencia de la naturaleza cuando se elimina la presión humana, hay razones para ser optimistas. Habrá cierta mortandad de fauna silvestre en el período de la contracción –hay un número masivo de armas de fuego en el planeta– pero el factor limitante será la munición, que se agotará rápidamente. La mayoría de ellas se usarán contra otros humanos si la Historia sirve de guía.

    7. ¿Podemos hacer algo? Algunas iniciativas políticas derivadas de una perspectiva a largo plazo sobre el cambio climático
    El análisis económico estándar no es de utilidad en las valoraciones políticas sobre los efectos a muy largo plazo del cambio climático. Su perspectiva de valoración es la de un individuo egoísta tomando decisiones en el presente inmediato. Cualquier tasa de descuento positiva reducirá los beneficios calculados a largo plazo de la mitigación del cambio climático (costos evitados) a casi cero. Además, la teoría estándar y las recomendaciones políticas basadas en el estudio de las preferencias humanas casi siempre se basan en las preferencias de los occidentales que viven en la economía de mercado. Henrich et al. (2010) documentaron los sesgos de las encuestas de preferencias y concluyeron que las personas en las sociedades WEIRD (occidentales, educadas, industriales, ricas y democráticas) tienen una visión del mundo que es atípica en términos de la mayoría de las culturas humanas.

    Si se nos da tan mal determinar las preferencias de los seres humanos que viven hoy, ¿cómo podemos conocer las preferencias de aquellos que vivirán cientos de años en el futuro? La economía, o incluso la ciencia, no pueden utilizarse para responder a cuestiones de ética y juicios de valor. Como afirman Clark et al. (2016 p. 366): “Una evaluación de los riesgos del cambio climático que sólo considere los próximos 85 años [hasta el 2100] de impactos del cambio climático no proporciona información esencial a las partes interesadas, al público y a los líderes políticos que, en última instancia, serán los encargados de tomar decisiones sobre las políticas en nombre de todos, con impactos que durarán milenios”.

    Diversas iniciativas que sean ampliamente discutidas podrían reducir el impacto humano en la naturaleza y mejorar nuestras posibilidades de supervivencia a largo plazo después del colapso o del declive gradual. Si volvemos a la caza y la recolección en algún momento en el futuro, estas políticas facilitarán la transición y mejorarán las perspectivas de supervivencia de nuestros descendientes.

    7.1. Resilvestración
    El objetivo del proyecto de la rewilding [N. del E.: en castellano aún se no se ha fijado el término traducido y se usan resilvestraciónrenaturalización y resalvajización] es proteger y restaurar los grandes ecosistemas centrales y las áreas silvestres existentes y establecer corredores entre ellos (MacKinnon, 2013; Monbiot, 2014). Los proyectos incluyen la iniciativa de conservación de Yellowstone a Yukón, el Cinturón Verde Europeo a lo largo de la antigua frontera del telón de acero y la iniciativa Buffalo Commons para las grandes llanuras americanas. La belleza de estos proyectos es que, en su mayor parte, requieren poca inversión, excepto para las regulaciones y servidumbres y la recopilación de información científica y el monitoreo. Una vez establecidos, la naturaleza se encarga de los detalles. Un ejemplo de la resiliencia de la naturaleza es el efecto en cascada de la introducción de los lobos en el Parque de Yellowstone en 1995, setenta años después de que fueran exterminados. Se produjeron numerosas cascadas ecológicas positivas e imprevistas, incluyendo aumentos en las poblaciones de castores que crearon hábitats para aves, nutrias y alces. La presencia de lobos redujo las poblaciones de coyotes causando un aumento en el número de pequeños mamíferos que a su vez aumentó el número de búhos, zorros y tejones.

    Siempre que la conversación gira en torno a mantener la naturaleza salvaje, algunas personas inmediatamente se lanzan al ataque con “¿Qué pasa con la gente? Se preocupan más por la naturaleza que por los humanos”. Pero el “rewilding” [resalvajización] no trata de mantener fuera a los humanos, sino de mantener fuera a los mercados y a la economía industrial. El conflicto inherente es entre la naturaleza y la explotación económica, no entre la naturaleza y las personas. Reconectarse con la naturaleza nos hace más humanos, no menos.

    7.2. Reducir rápidamente la población humana
    La población humana se acerca ahora a los 8.000 millones de personas. Está creciendo a un ritmo anual del 1,1%, añadiendo unos 83 millones de personas al año. Las proyecciones a largo plazo son muy especulativas y muestran desde un crecimiento desbocado hasta una caída de la población hasta los 2.300 millones en 2300. La visión más aceptada del crecimiento de la población es la llamada transición demográfica. Si los ingresos siguen aumentando en la mayoría de los países y las personas más ricas tienen menos hijos, entonces la población mundial debería alcanzar un máximo de entre 9.000 y 11.000 millones de personas hacia el año 2100. Pero algunas estadísticas recientes sugieren que su punto de vista podría ser erróneo. En Europa, durante los últimos 10 años aproximadamente, las tasas de fertilidad han ido aumentando. En África, las tasas de fertilidad cayeron durante algunos años, pero ahora se han estabilizado en torno al 4,6 en lugar de seguir bajando como predice la transición demográfica.

    Por supuesto, el efecto del crecimiento de la población humana en la naturaleza es complicado y depende no sólo de la cantidad de personas, sino también del uso de energía y materiales y de la tecnología. Como Paul y Anne Ehrlich, Herman Daly y otros defensores del control de la población han argumentado durante mucho tiempo, la población, el consumo excesivo y las tecnologías destructivas son todos culpables de la destrucción de la naturaleza tal y como la conocemos (Daly, 2012; Ehrlich & Ehrlich, 1990). La disminución de la población humana debería venir de una estrategia coordinada de planificación familiar, empoderamiento femenino e igualdad económica. Sin embargo, todos los problemas a los que nos enfrentamos se ven exacerbados por el crecimiento de la población. Como dice Paul Ehrlich
    Resolver el problema de la población no va a resolver los problemas del racismo, el sexismo, la intolerancia religiosa, la guerra o la gran desigualdad económica. Pero si no se resuelve el problema de la población, no se resolverá ninguno de esos problemas.

    7.3. Proteger las culturas tradicionales que quedan en el mundo
    La supervivencia a largo plazo de una especie depende de su capacidad de adaptación a medida que cambian las condiciones ambientales. Como la evolución funciona en poblaciones, no en individuos, la adaptabilidad depende de que haya suficiente variedad dentro de las poblaciones. Aunque nos puede parecer que la diversidad humana está aumentando a medida que más culturas y razas diferentes están presentes en lugares específicos. Globalmente, sin embargo, las culturas humanas se están homogeneizando a medida que el resto del mundo adopta los valores y la forma de vida de la sociedad WEIRD (Henrich, Heine, & Norenzayan, 2010).

    En vista de los inminentes cambios sociales y ambientales que enfrentamos, esto hace que sea si cabe más importante apoyar y proteger las culturas indígenas que aún quedan en el mundo y que tienen la capacidad de vivir más allá de los confines de la civilización moderna. Todavía existen sociedades humanas que tienen poco contacto con el mundo exterior. Estos grupos pueden ser los únicos humanos que tengan las habilidades necesarias para sobrevivir a un apocalipsis climático / social / tecnológico.

    8. Resumen y conclusión
    El cambio climático ha sido uno de los principales impulsores de la evolución biológica y social de la especie humana. Durante aproximadamente el 97% de nuestra existencia vivimos como cazadores-recolectores en el Pleistoceno, una época geológica caracterizada por cambios climáticos extremos de glaciaciones a períodos cálidos. La agricultura, quizás la mayor transición evolutiva social de nuestra historia, fue posible gracias al clima inusualmente cálido y estable del Holoceno. Esa estabilidad climática ya está siendo socavada por el CO2 de los combustibles fósiles inyectado en la atmósfera por la economía industrial. El sistema climático se verá desbordado si seguimos quemando combustibles fósiles durante unas pocas décadas más. Sin la estabilidad climática y la energía barata y abundante del siglo XX, es poco probable que la agricultura sea posible en el siglo XXI y más allá. La civilización se derrumbará o desaparecerá gradualmente en los próximos siglos.

    El hecho de que sea probable que la civilización termine no significa que debamos renunciar a la mitigación del cambio climático, a cambiar radicalmente el sistema de agricultura industrial del mundo, a la justicia social o al resto de una agenda política progresista. Nuestras perspectivas de supervivencia mejorarán drásticamente si mantenemos los aumentos de temperatura en 3 °C, en lugar de 6-8 °C, instituyendo políticas sociales y ambientales para reducir los peores impactos del cambio climático. A largo plazo, la perspectiva de volver a un modo de vida de caza y recolección es tremendamente optimista en comparación con las distopías tecnológicas previstas por muchos autores de ciencia ficción y filósofos sociales. Cada característica que nos define como especie —compasión por los demás, inteligencia, previsión y curiosidad— evolucionó en el Pleistoceno (Shepard, 1998). Nos convertimos en humanos siendo cazadores y recolectores y podemos recuperar nuestra humanidad cuando volvamos a esa forma de vida.
    (Publicado originalmente en Science Direct bajo licencia CC. Traducción de Moisès Casado revisada por Manuel Casal Lodeiro.)

    Notas:
    El autor desea agradecer a Ken Blumberg, Faye Duchin y Kathleen Keenan sus útiles comentarios sobre un borrador anterior.

    N. del T.: La palabra descivilización proviene de Uncivilization: The Dark Mountain Manifesto  de Paul Kingsnorth y Dougald Hine. Los ocho principios de la Uncivilization rezan así:
    1. Vivimos en un momento de desintegración social, económica y ecológica. En torno nuestro se acumulan las señales de que todo nuestro sistema de vida será historia pasada dentro de poco. Queremos afrontar esta realidad de forma honesta y aprender a convivir con ella.
    2. Rechazamos la creencia en que la crisis multidimensional de nuestro tiempo puede reducirse a una serie de ‘problemas’ susceptibles de resolverse mediante soluciones políticas o tecnológicas.
    3. Creemos que las raíces de esta crisis se encuentran en las historias que nos hemos estado contando a nosotros mismos. Pretendemos poner en entredicho los mitos sobre los que se basa nuestra civilización: el mito del progreso, el mito de la centralidad humana, y el mito de nuestra separación respecto de la ‘naturaleza’. Estos mitos son tanto más peligrosos cuanto que hemos olvidado que se trata de mitos.
    4. Queremos reavivar el papel de la tradición oral y la narración como algo más que mero entretenimiento, pues es a través de las historias como tejemos la realidad y nos entretejemos en ella.
    5. Los seres humanos no son el fin último de este planeta. Nuestro arte comenzará con un intento de salir de la burbuja humana. Mediante nuestra cuidadosa atención, vamos a restablecer el diálogo con el mundo no humano.
    6. Celebraremos la escritura y el arte que arraigan en un lugar y se basan en un sentido del tiempo. Nuestra literatura ha estado dominada durante demasiado tiempo por los que habitan en las ciudadelas cosmopolitas.
    7. No vamos a extraviarnos creando teorías o ideologías. Nuestras palabras van a ser muy elementales, y escribiremos con tierra debajo de las uñas.
    8. El fin del mundo tal y como lo conocemos no es el fin del mundo. Juntos encontraremos la esperanza más allá de la esperanza, los caminos que nos conducirán hacia el mundo desconocido que se encuentra ante nosotros.

    Un espléndido ensayo de este autor es Ecología oscura. Buscando certezas en un mundo pos-verde, traducido por Sara Plaza y publicado inicialmente en el blog (desaparecido)  Civallero & Plaza el 21 de mayo de 2013. El texto original apareció en el número de enero/febrero de 2013 de la revista Orion.

    [1] El número del Pleistoceno superior se basa en estimaciones de Kaplan, Lancaster, y Hurtado, (2000) para cazadores-recolectores contemporáneos. Las estimaciones de la esperanza de vida son notoriamente difíciles de comparar debido a las diferencias en la mortalidad infantil, los efectos de las guerras y las epidemias, y toros factores locales.
    [2] Los escenarios alarmistas no deben descartarse sin más. El modelo climático del MIT predice una probabilidad del 10% de un calentamiento de 7 °C sin una política agresiva de cambio climático. Esta baja probabilidad no significa probabilidad cero y la posibilidad debe considerarse en políticas prudentes de cambio climático.


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