21/2/19

Mayores niveles de felicidad siempre van precedidos de mayores niveles de libertad


ENCADENADA


Lo malo (o bueno) que tiene la militancia, aunque solo se lleve a cabo en un campo determinado, es que te provoca un aumento progresivo de la conciencia en todas las áreas de tu vida.
Una vez que te cuestionas algo al respecto de tus creencias, tu comportamiento o tu relación con los demás, es tan solo una cuestión de tiempo que termines haciéndolo con prácticamente todo lo que vives cada día.
Por eso no es nada extraño, por ejemplo, que alguien que un día toma la decisión de no comer carne termine también implicado en otra causa que no tenga nada que ver con los animales.
Llevo un tiempo dándole vueltas a algo porque siento que algo en mí y en mi comportamiento me está impidiendo ser realmente feliz.

El primer “cuento infantil” que recuerdo en la voz de mi madre fue “Juan Salvador Gaviota”. Así que no es extraño entender por qué mi mayor ansia en esta vida es la de conseguir alcanzar la inalcanzable pero maravillosa libertad.
Par mí, mayores niveles de felicidad siempre van precedidos de mayores niveles de libertad. Es una unión indisoluble.
A medida que mi conciencia se ha ido haciendo más grande, mi autoanálisis ha aumentado exponencialmente y de pronto un día he encontrado un error de ejecución vital que me ha dejado el sistema operativo expulsando humo gris por todos los poros de mi cuerpo.
He detectado que mi nivel de consumismo irresponsable me está jodiendo la vida.
No soy una persona excesivamente gastadora, entre otros motivos porque por motivos exógenos no te tengo demasiado dinero disponible para derrochar.
Pero es cierto que eso no me ha impedido convertirme en una enfervorecida consumista Low Cost.
Mi vida, creo que como la de todo el mundo, está llena de momentos de ansiedad, tristeza y desánimo. En muchas ocasiones, de nuevo igual que todos, muchas situaciones me han aplastado como un rodillo gigante que estuviera empeñado en hacer de mí una masa fina de empanada.
Hay días en que todo se vuelve tan oscuro que termino por cerrar los ojos para no echar de menos la luz.
Así que, en una gestión nada original de mis emociones y de mí misma, me dediqué a comprar un nuevo pintalabios, unos bolígrafos de colores o ese jersey tan bonito que veía no sé dónde. Cosas todas ellas que ni necesitaba ni me hacían sentir mejor más allá de unos breves instantes en los que mi cerebro recompensaba el hecho de adquirir nuevas posesiones.
Fue sencillo darse cuenta de lo negativo y perjudicial de ese comportamiento. Era algo evidente. Pero no era tan evidente que no era suficiente con cambiar eso y que tenía que dar un paso más allá y asumir la segunda derivada de mi esclavismo consumista, la responsabilidad.
El mundo se va a la mierda. Los océanos están llenos de basura. Hay países pobres donde las personas tienen que convivir entre los restos de productos destartalados del Primer Mundo.
El aire cada vez está más sucio y es evidente que la naturaleza está harta de soportar al maldito ser humano haciéndole daño.
Mi nuevo pintalabios innecesario es también la condena de mi planeta y de muchas de las personas que viven en él.
Y de paso, es mi propia condena.
He cambiado tiempo de mi vida por algo que no necesito y que no me hace feliz. Me he esclavizado un poco más cambiando vida y libertad por conseguir que durante unos momentos disminuya un poco mi ansiedad vital.
No me pregunten cómo se hace la transición del consumismo a la libertad porque yo aún no lo sé.
Pero el primer paso para dejar de ser esclavo es darse cuenta de que uno está encadenado.
Por ahora me he dado cuenta de que estoy encadenada, y de que mis cadenas pesan muchísimo.
Ahora me toca pensar en una estrategia para librarme de ellas y compartir este descubrimiento por si alguien más va por la vida atado a la infelicidad y aún no lo sabe.

No hay comentarios: