20/2/19

La trampa en que nos mete el capitalismo de un bienestar basado en el consumo


¿DÓNDE ESTÁ LA FELICIDAD?

"La felicidad se vende, sólo necesitas poder adquisitivo para comprarla. Cuanto más poder adquisitivo tengas, más podrás comprar".

El catedrático de Ética López Aranguren afirma que el hombre ante lo único que no es libre es ante su propia felicidad. Podemos poner la felicidad en los sitios más dispares. El budista radical lo pone en la aniquilación del yo, y el multimillonario en un yate de diez millones de euros. Pero nadie puede renunciar a ella.

La cuestión es ¿dónde encontramos la felicidad? El filósofo romano Lucio Anneo Séneca comienza su breve tratado Acerca de la Vida Feliz con este párrafo: “Todos quieren vivir felizmente, hermano, pero al considerar qué es lo que produce una vida feliz caminan sin rumbo claro. Pues no es fácil conseguir la vida feliz, ya que uno se distancia tanto más de ella cuanto más empeñadamente avanza, si es que se da el caso de haber equivocado el camino”.

Este contraste entre el atractivo insoslayable que la felicidad ejerce y la espesa niebla en que se esconde hizo de la búsqueda de la felicidad uno de los temas estrella de la reflexión filosófica, y esa reflexión ha señalado múltiples caminos. Hasta que en la secular búsqueda de la esquiva felicidad irrumpe el hombre burgués con una fórmula humanamente muy burda, pero clara y atractiva: La felicidad se vende, sólo necesitas poder adquisitivo para comprarla. Cuanto más poder adquisitivo tengas, más podrás comprar. Y si tus posibilidades te permiten llegar a las selectas boutiques donde una chaqueta cuesta diez mil euros, entonces entrarás en el paraíso de los triunfadores.


Jeremy Bentham, a principios del XIX, presenta ya una imagen acabada de este modelo humano, del hombre burgués. Para Bentham, cada individuo, por su propia naturaleza, trata de llevar al máximo su propio placer, sin ningún límite. Mantiene que “A cada porción de riqueza corresponde una porción de felicidad”. Y “el dinero es el instrumento con el que se mide la cantidad de dolor o de placer”. De modo que cada uno trata de maximizar su propia riqueza, sin límites. Entonces, la búsqueda del máximo de placer se reduce a la búsqueda del máximo de bienes materiales y/o de poder sobre los otros.

Este afán por la riqueza parte de una base que es cierta: es muy difícil, por no decir imposible, ser feliz viviendo en la miseria. Para poder ser felices todos necesitamos una cantidad razonable de bienes materiales, y para eso hace falta dinero. Lo que ya es cuestionable es que cuanto más dinero tengamos vayamos a ser más felices. Sin embargo la mentalidad burguesa eso no lo cuestiona. El hombre unidimensional, el que describió Marcuse en un libro muy conocido hace unos cuantos años, no tiene otra meta en la vida que el máximo enriquecimiento. Piensa que con él le vendrán todas las satisfacciones y todos los placeres.

Ninguna investigación seria ha confirmado esa teoría. Por el contrario, en el mundo de la sicología múltiples estudios reconocen que los muy pobres disfrutan de escasa felicidad, pero en cuanto una persona alcanza la satisfacción de las necesidades mínimas, el hecho de poseer más dinero le añade poca o nula felicidad. Incluso
estudiando la relación entre nivel económico de un país y el grado de satisfacción con la vida, el sociólogo americano Martin Seligman, uno de los creadores de la Sicología Positiva, señala que cuando el producto nacional bruto supera los 8000 dólares por persona, la correlación desaparece y la riqueza añadida no aporta mayor satisfacción vital.

Donde sí aparece brillantemente resaltada la relación entre consumo y felicidad es en el mundo de la publicidad. Pero también está muy claro que la relación entre verdad y publicidad es prácticamente nula. Lo que ocurre es que la práctica totalidad de los grandes medios de comunicación están financiados por la publicidad y, además, en manos de grandes grupos financieros. Esto lleva a que sometan a la sociedad a un
constante bombardeo de mensajes poniendo el consumo como el camino obvio hacia la felicidad.

La consecuencia es que las personas dominadas por esta idea son bastante menos felices de lo que podían serlo buscando su felicidad en otros campos, por ejemplo, en unas relaciones humanas ricas y afectuosas. Además, esto tiene una enorme importancia social, y es que inevitablemente la idea que tengamos sobre la forma de
alcanzar la felicidad va a condicionar nuestra vida de una manera decisiva. Nadie va a actuar de una forma que le aleje de su idea de felicidad. Podrá equivocarse y tomar una senda errónea, pero siempre caminará buscándola. Si no nos liberamos de la idea de la felicidad basada en el consumo, seguiremos bajo un sistema capitalista por mucho que hablemos de cambios o revoluciones.

Mientras no abramos los ojos y nos demos cuenta de la trampa en que nos mete el capitalismo con la idea de un bienestar basado en el consumo, es imposible que logremos construir una sociedad alternativa al capitalismo.

Antonio Zugasti
redaccion@lamarea.com


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